Carlos Aurelio Caldito Aunión.
Me voy a permitir comenzar con una perogrullada: cuando alguien emprende una acción, siempre hay un motivo para ello, y también un fin; salvo que se sea un irreflexivo, vehemente, impulsivo, o cosas parecidas, y se deje llevar por el deseo o el capricho.
Cuando alguien emprende una acción, y más de la magnitud de tratar de frenar una epidemia, evitar que aumente el número de contagiados por el virus, y sobre todo, que muera gente; lo primero que ha de hacerse es un programa de actuación, previo diagnóstico de la situación. Luego toca fijar unos objetivos, a corto, medio y largo plazos, objetivos realistas, por supuesto, con los pies en el suelo, ateniéndose a la realidad, tal cual es, sin despegar ni irse por las nubes. Una vez definidos los objetivos, llega el turno de tener en cuenta con qué recursos humanos y materiales se cuenta, o sea personas para llevar a cabo el plan, instalaciones, equipamientos, material diverso, y… también dinero (poderoso caballero).
Otro aspecto fundamental es “temporizar” el proyecto de trabajo, definir en qué tiempo se pretende alcanzar el objetivo final y los objetivos intermedios, a corto y medio plazo.
Tampoco se ha de olvidar el procedimiento de evaluación –continua- que se ha de llevar a cabo, pues es la única manera de comprobar, para empezar, que el plan es realista y está ajustado al diagnóstico de la situación, y si los objetivos fijados se van cumpliendo; y otra cuestión, especialmente importante, si hay que rectificar y hacer mejoras, en caso de no haber sido realistas, o habernos equivocado en algún aspecto. Ni que decir tiene que, para que un proyecto de trabajo se lleva a cabo, debe preverse alguna forma de organización, de coordinación, para que, ocurra algo tan simple como que todos los que forman parte del proyecto caminen en la misma dirección y el mismo sentido. También debe estar claramente definido quién o quiénes son los directores de la acción que se pretende emprender y la forma de liderazgo.
Bien, pues previsiones tan elementales, como las que menciono, el gobierno frente-populista ha demostrado día tras día, desde hace ya más de medio año, que nunca han sido realizadas y menos aún, antes de tomar la decisión de decretar el “estado de alarma” y, por supuesto, tampoco una vez levantado el arresto domiciliario al que sometieron a los españoles durante meses…
Hay, en relación con el diagnóstico de partida, algo importantísimo: el gobierno no sabía cuántas personas estaban contagiadas por el coronavirus, y transcurrido más de medio año seguimos sin saberlo; el gobierno ignora el número de personas que han sido infectadas realmente hasta hoy por el virus Sars-CoV-2. Sin información fiable es algo más que arriesgado, una temeridad, tomar decisiones; sin información es difícil corregir el impacto de la pandemia y, casi inevitable acabar incurriendo en algún despropósito, como ha acabado sucediendo.
Dado que el diagnóstico de la situación de partida fue claramente erróneo (como lo sigue siendo en la actualidad, por falta de información suficiente), definir unos objetivos a corto, medio o largo plazo es una absoluta necedad. Y, por supuesto, hablar de un periodo de tiempo en el que se pretende llevar a cabo lo que han dado en llamar “guerra contra el coronavirus”, lo es tanto, o más todavía, pues (a pesar de que el gobierno no pare de repetirlo) no se conoce con suficiente nitidez al enemigo, ni su tamaño, ni su capacidad de respuesta a los posibles ataques que se emprendan contra él… tal es así que, Pedro Sánchez, cada vez que comparecía ante los españoles, a través de las televisiones “amigas” para darnos un mitin a la manera de Fidel Castro, siempre acababa diciendo lo mismo (aparte de no decir nada): que había que ampliar el tiempo de confinamiento, de arresto domiciliario, de los españoles. Y ahora, levantado el arresto domiciliario, sigue amenazándonos con tomar decisiones similares un día sí y el otro también.
Se sale de ojo que Pedro Sánchez y su equipo de gobierno, asesores y supuestos expertos, no tienen -y nunca han tenido- una ruta definida, ni tienen claro a dónde se encaminan, y lo que es peor: no tienen una brújula que les indique qué rumbo pretenden seguir.
Pedro Sánchez y su tropa se han puesto a caminar en un sendero desconocido, sin saber a dónde conduce, lleno de obstáculos, tropiezan constantemente en una piedra tras otra, e incluso da la impresión de que han acabado haciéndose amigos de algunas de ellas, y, a pesar de saber que han tomado el camino equivocado, siguen empeñados en seguir adelante, a sabiendas de que conduce al abismo, a la ruina de España y de los españoles, y que en el camino dejarán muchos muertos (al mismo tiempo que destruyen la economía y crean todos los días una nueva crisis institucional, y fomentan la crispación y el enfrentamiento entre los españoles); y mitin tras mitin pretenden engañarnos, convencernos de que, más tarde o más temprano, encontrarán una desviación que les permita ir hacia donde supuestamente pretendían… cuando lo lógico hubiera sido, desde el primer momento, tener la humildad de reconocer que, estaban en el camino equivocado, retroceder y tomar el buen camino.
La arrogancia de Pedro Sánchez y sus secuaces ya no les permite retroceder o apartarse a un lado y ceder el testigo a otros más sabios, decentes y menos ineptos, por el contrario, continúan falsificando estadísticas, soltando medias verdades, zafios embustes, ocultando datos en sus paripés de ruedas de prensa, o mítines sabatinos.
Sería una estupidez afirmar que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y demás inútiles y malvados que forman el Consejo de Ministros, o la legión de asesores y altos cargos que actúan siguiendo sus directrices -incluyendo los “periodistas” que hacen de trovadores y aduladores-, han sido quienes han creado el coronavirus; pero a estas alturas caben pocas dudas de que han puesto mucho de su parte para que el virus se expandiera hasta convertirse en pandemia.
Tampoco caben dudas acerca de su responsabilidad en que, España se haya convertido en un matadero de ancianos. Indudablemente -¿alguien lo duda a estas alturas?- el que España ostente el terrible récord de poseer el mayor número contagiados y muertos del mundo es resultado de la inacción, la negligencia criminal y de la acción del gobierno que encabeza Pedro Sánchez, que lleva meses anteponiendo sus intereses y los de su partido (y los de sus socios de gobierno) a la salud de los españoles.
Dado que, Pedro Sánchez y compañía no tienen intención de echarse a un lado y dimitir, sería deseable que, alguna autoridad intervenga y los destituya, y nombre un gobierno de salvación nacional, integrado por gente decente, preparada, expertos en lo prioritario en estos terribles momentos: la salud. Este nuevo gobierno debería emprender sin demora una campaña, para saber de una vez por todas cuántos de nuestros compatriotas están en un grado u otro, infectados por el coronavirus, y a continuación aplicar el plan de choque que sea necesario, para evitar que siga aumentando el número de muertos y de contagiados.
Pero a su vez, ese nuevo gobierno de emergencia nacional debe llevar a Pedro Sánchez y sus compinches ante los tribunales, sin dilaciones pues, es la única manera de honrar y respetar a nuestros muertos.
Si se pretende que España sea un Estado de Derecho, las fechorías de Pedro y Pablo y sus cómplices, no puede quedar impunes. Es imprescindible actuar como cuando en España existían los llamados “Juicios de Residencia”.
Aunque ya he hablado de ella en algunas ocasiones, pienso que es necesario explicar en qué consistían los “Juicios de Residencia”:
Eran instituciones jurídicas que tuvieron gran importancia en la gestión política, la supervisión y el control de los empleados públicos que desempeñaban sus funciones en todo el territorio del Imperio Español.
El juicio de residencia era propio del derecho castellano, aunque, inspirado a su vez en el derecho romano tardío, fue introducido por Alfonso X el Sabio en las Partidas. Era un procedimiento judicial mediante el cual funcionarios de cierto rango (Virreyes, Presidentes de Audiencia, alcaldes y alguaciles) eran juzgados por su actuación en sus funciones de gobierno, tratando de ese modo de minimizar y evitar posibles abusos y corruptelas en el uso de su poder. Dicho proceso se realizaba al finalizar su mandato, al acabar el ejercicio de su cargo, y era ejecutado normalmente por la persona que le iba a sustituir. En el “Juicio de Residencia” se analizaba detenidamente con pruebas documentales y entrevistas a testigos el grado de cumplimiento de las órdenes reales y su labor al frente del gobierno. La investigación y la labor de recabar pruebas e información las realizaba un juez elegido por el rey en el mismo lugar, encargado de reunir todos los documentos y de realizar las entrevistas.
La “residencia”, que es como acabó llamándose para abreviar, era un evento público de enorme trascendencia que, se pregonaba a los cuatro vientos para que toda la comunidad participase y tuviese conocimiento del mismo. Estaba compuesto por dos fases: una secreta y otra pública. En la fase secreta el juez interrogaba de forma confidencial a gran número de testigos para que declararan sobre la conducta y actuación de los funcionarios juzgados, y examinaba también los documentos de gobierno. Con toda esta información el magistrado redactaba los posibles cargos contra los residenciados. En la segunda fase, la pública, los vecinos interesados eran libres de presentar todo tipo de querellas y demandas contra los funcionarios y estos debían proceder a defenderse de todos los cargos que se hubiesen presentado en ambas fases del proceso.
Posteriormente, el juez redactaba la sentencia, dictaba las penas y las costas y toda la documentación del proceso era remitida al Consejo de Indias, o a la Audiencia correspondiente para su aprobación. Las penas a los que se castigaba a los enjuiciados eran multas económicas que llevaban aparejadas la inhabilitación temporal o perpetua en el ejercicio de cargo público.
Los juicios de residencia funcionaron hasta que fueron derogados por las Cortes de Cádiz de 1812.
Es muy sorprendente que fueran los liberales los que eliminaron una herramienta tan potente para el control de las corruptelas y abusos políticos de los gobernantes.
Es necesario resaltar que hay que ir preparando ya el futuro, el día siguiente sin Pedro Sánchez. No podemos caer en “ya llegará el momento de que Pedro Sánchez y compañía rindan cuentas”, es momento ya de exigir responsabilidades, sin más aplazamientos.
No hay justificaciones, no sirven las excusas, para los guardias civiles, los policías, los soldados, los médicos, los enfermeros, entre otros, que han trabajado sin protección. Tampoco sirven excusas para los trabajadores por cuenta ajena y los autónomos a los que se ha condenado a la ruina, y menos para las familias españolas que han perdido a algún familiar.
Si queremos que España sea un país decente, se debe aplicar aquello de “quien la hace la paga”.
Por supuesto, para ello es imprescindible que nuestro rey, Felipe VI dé un paso al frente, y ejerza de Jefe de Estado, con contundencia y sin complejos.
Ni que decir tiene que, nuestro Rey, Felipe VI, debería, entre otras cuestiones, pedir ayuda, apoyo, a los jueces y fiscales decentes que, aún quedan en España…
Los españoles lo agradeceremos.
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