MANUEL FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ
Por fin se ha terminado. Dos semanas de tabarra mediática en la que los líderes internacionales, reunidos en la meca del petróleo y bajo la presidencia del CEO de una las mayores compañías petroleras del mundo pretendían convencernos a todos que se iban a poner de acuerdo para acabar con el consumo de combustibles fósiles. Un sinsentido que sería hilarante si no fuera porque la fiesta la hemos pagado nosotros y lo que está por venir para tratar de cumplir sus delirios climáticos también lo pagaremos nosotros.
En el papel (que lo aguanta todo) han escrito que las emisiones de CO2 deben disminuir para el año 2030 un 43% por debajo del nivel al que estaban en 2019. ¿Cuál es el problema? Que las emisiones no han hecho más que aumentar en las últimas décadas y la política bienintencionada de escribir cosas imposibles en los papeles no funciona. Después del Acuerdo de París en 2015, las emisiones no solo no han bajado, sino que han subido un 5% a nivel global. Y eso que hemos sufrido una pandemia mundial por el camino, con el parón de todas las economías y los ciudadanos encerrados en nuestras casas.
A pesar de los muchos billones (con b) que nos hemos gastado en políticas climáticas, las emisiones de CO2 del mundo no han disminuido, sino todo lo contrario. A pesar de todas las cumbres internacionales, las leyes de emergencias climáticas, las manifestaciones de jóvenes enfadaditos, los zoquetes tirando pintura a los más famosos cuadros de la historia, los impuestos a la quema de combustibles fósiles, el chantaje de la ecoansiedad a nuestros niños, el premio Nobel de la paz regalado a Al Gore, las amenazas de que se nos acaba el tiempo, los eslóganes de «no hay planeta B» o la violencia del ecologismo radical. A pesar de todo esto, las emisiones no han parado de aumentar.
Lo que hacéis no funciona y el resultado de esta COP28 será el mismo. Las emisiones aumentarán el año que viene. Y el siguiente, y también el siguiente. Y si no aumentan, será porque las economías se ralenticen y la producción de las industrias disminuya. No será porque los países del mundo estén haciendo «las cosas bien», sino porque sus economías estarán en recesión. Aunque nos lo intentarán vender como un éxito cuando ese momento llegue. Decrecimiento lo llaman ellos. Se llama pobreza, en realidad.
Lo más destacable de esta COP ha sido el acuerdo de 24 países para triplicar la producción de energía nuclear para el año 2050. Un acuerdo firmado por los países más importantes del mundo del que, por supuesto, se ha borrado España. Nuestro gobierno estaba más preocupado de firmar un acuerdo menor para la eliminación de las subvenciones a los combustibles fósiles. Un acuerdo sobre el que ha sacado pecho nuestra ministra, Teresa Ribera. La misma que subvencionó los carburantes durante meses y la misma que subvencionó la quema de gas en España, que nos ha costado a los ciudadanos miles de millones en subvenciones encubiertas a Francia, Portugal y Marruecos. Le tienen más miedo a la inflación que al cambio climático. La primera te hace perder elecciones.
Por eso las decisiones tomadas en la COP no van a servir de nada. Porque acuerdan una cosa y luego hacen la contraria. Por ejemplo, el acuerdo final dictamina que hay que acelerar el despliegue de energía nuclear. Sin embargo, el gobierno de España es el único del mundo que pretende cerrar las centrales nucleares que ya tiene. Y si el gobierno de España se pasa por soberana sea la parte lo acordado en la COP, ¿por qué el resto de los gobiernos del mundo tienen que cumplir lo que ponga ese papel?
En definitiva, otro pufo de COP. Otro tongo de cumbre internacional. Más de 70.000 personas haciéndose selfies mientras emitían toneladas de CO2 para ir a hacer el paripé a la meca del petróleo. El año que viene se reunirán en Azerbaiyán, una de las mecas del gas, toda una declaración de intenciones de que esto no va, nunca fue y nunca irá de salvar el planeta, sino de otra cosa.
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