Thierry Meyssan
No es ni remotamente frecuente que las relaciones internacionales registren cambios tan importantes como los que marcaron el año 2022. Y esos cambios todavía están lejos de haber terminado. El proceso iniciado ya no se detendrá, aunque algunos acontecimientos vengan a perturbarlo y quizás incluso a interrumpirlo durante algunos años.
La dominación de Occidente, o sea la dominación que ejercieron Estados Unidos y ciertas potencias coloniales europeas –principalmente Reino Unido, Francia y España– y una potencia asiática –Japón– ha llegado a su fin. Ya nadie obedece a un jefe, ni siquiera los países que siguen siendo vasallos de Washington. Cada cual comienza ahora a pensar por sí mismo. Todavía no estamos en el mundo multipolar que Rusia y China tratan de construir, pero ya estamos viéndolo surgir.
Todo comenzó con la operación militar rusa destinada a aplicar la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU para proteger al conjunto de la población ucraniana del gobierno nacionalista integrista instaurado en Kiev.
Por supuesto, esa no es la interpretación de los hechos que se difunde en Estados Unidos, en la Unión Europea, en Australia ni en Japón. Los occidentales y sus socios están convencidos de que Rusia invadió Ucrania para modificar sus fronteras mediante el uso de la fuerza. Pero eso no es lo que anunció el presidente Vladimir Putin, ni tampoco lo que ha hecho el ejército ruso. Los hechos no confirman la interpretación de Occidente.
Dejemos de lado la cuestión de saber quién tiene o no la razón. Todo depende de saber si se tiene o no conciencia de que Ucrania estaba sufriendo una guerra civil desde que fue derrocado su presidente democráticamente electo, Viktor Yanukovich, en 2014.
Cuando relega al olvido los 20 000 muertos de esa guerra civil, Occidente es incapaz de percibir que Rusia quiso detener aquella matanza. Como además no quieren recordar los Acuerdos de Minsk –a pesar de que Alemania y Francia los firmaron como garantes de su aplicación, al igual que Rusia–, los occidentales no pueden plantearse la idea de que Rusia puso en práctica la «responsabilidad de proteger» que se proclamó en la ONU en 2005.
Sin embargo, la ex canciller de Alemania Angela Merkel [1] y el ex presidente de Francia Francois Hollande [2] reconocieron públicamente haber firmado los Acuerdos de Minsk, pero no para parar la guerra civil en Ucrania –entre el gobierno de Kiev y la población del Donbass– sino sólo para ganar tiempo y armar a Kiev.
En otras palabras, Merkel y Hollande se vanagloriaron de su propia duplicidad, se enorgullecen de haber engañado a Rusia… pero la acusan de ser la única responsable del conflicto actual. En cierta manera, no es sorprendente que Merkel y Hollande se enorgullezcan de su duplicidad ante la opinión pública de sus países respectivos y de Occidente.
Pero en otras regiones del mundo, las declaraciones de esos dos “líderes” occidentales resuenan de forma diferente. La mayoría de la humanidad está viendo hoy el verdadero rostro de Occidente. Y lo que ve es que las potencias occidentales siempre tratan de dividir a los demás países y de engañar a los que quieren ser independientes. Ven que las potencias occidentales hablan mucho de paz pero siempre fomentan guerras.
Es de tontos creer que el más fuerte siempre quiere imponer su voluntad a los demás. Son pocos los humanos que comparten esa actitud occidental. La cooperación ha demostrado dar mejores resultados que la explotación, que siempre acaba provocando revoluciones. Ese es el mensaje que los chinos tratan de enviar cuando hablan de relaciones «win-win», o sea de relaciones en las que todas las partes salen ganando.
Cuando los chinos hablan de ese tipo de relaciones, no hablan sólo de relaciones comerciales justas y equitativas sino que hacen más bien referencia a la manera de gobernar de los emperadores chinos. En la China antigua, cuando un emperador promulgaba un decreto tenía que garantizar que su decisión sería aplicada por los gobernadores de todas las provincias, incluyendo a los que no tuviesen nada que ganar o perder con la aplicación del decreto imperial, y para lograrlo el emperador ofrecía a cada gobernador algún presente o algún tipo de favor como prueba de que no lo había olvidado.
El hecho es que en 10 meses, el “resto del mundo”, que en realidad es la aplastante mayoría de la humanidad, ha abierto los ojos. El 13 de octubre de 2022, 143 países siguieron la narración occidental y condenaron en la ONU la «agresión» rusa [3]. Pero hoy seguramente ya no votarían de la misma manera. Eso quedó demostrado el 30 de diciembre, cuando la Asamblea General de la ONU adoptó un proyecto de resolución donde solicita a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– que se pronuncie claramente sobre la legalidad de la ocupación israelí sobre los territorios palestinos. La adopción de esa resolución indica que la Asamblea General de la ONU ya no se resigna a seguir tolerando el desorden mundial alimentado desde Occidente.
Por otro lado, 11 Estados africanos que hasta ahora habían sido parte de la “zona de influencia” de Francia, han decidido recurrir al ejército ruso o a una firma militar privada rusa para garantizar su propia seguridad. O sea, esos Estados africanos ya no creen en la sinceridad de Francia y de Estados Unidos. Otros más han tomado conciencia de que la “protección” occidental contra los yihadistas es menos importante que el apoyo oculto de Occidente a esos mismos yihadistas. Esos Estados africanos ya han expresado públicamente su inquietud ante la entrega masiva a los yihadistas del Sahel y a Boko Haram de armamento supuestamente destinado a Ucrania [4], a tal punto que el Departamento de Defensa de Estados Unidos ha creado una misión de “seguimiento” para verificar adónde van las armas que se envían a Ucrania –lo cual es en realidad una manera de enterrar el problema para que el Congreso no meta las narices en los oscuros manejos del Pentágono.
En el Medio Oriente, Turquía –país miembro de la OTAN– está maniobrando sutilmente, a medio camino entre su “aliado” estadounidense y su socio ruso. En Ankara han entendido hace tiempo que la Unión Europea nunca aceptará a Turquía como miembro. También han entendido, aunque más recientemente, que ya no será posible restaurar el imperio otomano en el mundo árabe. Así que, Turquía se vuelve ahora hacia otros Estados europeos –como Bulgaria, Hungría y Kosovo– y hacia países asiáticos –como Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajastán y Kirguistán– de cultura turca –no de lengua turca como los uigures de China. En el marco de su nueva proyección, el gobierno turco trata ahora de reconciliarse con las autoridades sirias y se prepara para retirarse del oeste y desplegarse en el este.
Mientras tanto, la llegada de China al Golfo Pérsico, durante la Cumbre de Riad, modifica totalmente el panorama en esa parte del mundo. Los Estados árabes han comprobado que Pekín es razonable y que los ayuda a establecer relaciones de paz con sus vecinos persas. Irán es para China un aliado milenario, pero es un aliado histórico al que Pekín defiende sin tolerar por ello los excesos de Teherán. En la Cumbre arabo-china realizada en la capital saudita, los países árabes pudieron ver la diferencia de actitud entre China y Occidente, teniendo en cuenta que las potencias occidentales siempre han tratado de sembrar la división entre los pueblos árabes y de ponerlos a luchar entre sí.
La India y Irán están trabajando a toda marcha con Rusia en la construcción de un corredor de transporte que les permitirá mantener los intercambios comerciales, a pesar de la guerra económica occidental –eso que Occidente se empeña en llamar «sanciones», cuando en realidad se trata de medidas coercitivas enteramente ilegales a la luz del Derecho Internacional. En este momento, la ciudad india de Bombay ya está conectada con el sur de Rusia, y pronto estará también conectada a Moscú y San Petersburgo. Eso hace que Rusia y China se complementen. China construye «rutas de la seda» que surcan Eurasia de este a oueste, mientras que Moscú hace lo mismo, pero de norte a sur.
Aunque la guerra de Ucrania es para China una catástrofe que viene a perturbar sus planes de creación de «rutas de la seda», Pekín no se ha dejado llevar por la narrativa occidental sobre el conflicto. En el pasado China fue víctima de Rusia –en el siglo XIX Moscú participó en la ocupación de Tianjin y de Wuhan–, pero Pekín sabe que las potencias occidentales son capaces de cualquier cosa para explotar tanto a China como a Rusia. Los chinos recuerdan la pasada ocupación de su territorio y eso los hace conscientes de que su destino está hoy vinculado al de Rusia. Quizás no entienden bien todos los aspectos del asunto ucraniano, pero saben que la visión china de la organización de las relaciones internacionales sólo podrá instaurarse si Rusia sale victoriosa. En resumen, China no tiene intenciones de luchar en Ucrania junto a Rusia… pero intervendrá si su aliado ruso llega a verse en peligro.
Toda esta reorientación del mundo ya es más que visible en las instituciones gubernamentales. Occidente humilló a Rusia en el Consejo de Europa hasta que Moscú decidió retirarse de esa institución. Pero, para sorpresa de los occidentales, Rusia está abandonando también, uno a uno, todos los acuerdos concluidos en el seno del Consejo de Europa, en todos los sectores, desde el deporte hasta la cultura. Y las potencias occidentales se dan cuenta abruptamente de que han dejado ir a un socio culto y además generoso.
Ese alejamiento de Rusia seguirá haciéndose patente en todas las demás organizaciones intergubernamentales, empezando por las Naciones Unidas. Volvemos así a la vieja historia de las relaciones entre Occidente y Rusia, una historia que comenzó en 1939, cuando Moscú fue excluido de la Sociedad de las Naciones (SDN). En aquella época, los soviéticos, inquietos ante la posibilidad de un ataque nazi contra Leningrado (hoy San Petersburgo) quisieron alquilar a Finlandia el puerto de Hanko. Como las negociaciones se hacían interminables, la URSS acabó por invadir Finlandia, pero no para anexar ese país sino para poder desplegar la marina de guerra soviética en el puerto de Hanko. Ese precedente se enseña hoy como un ejemplo del “imperialismo” ruso, pero el presidente finlandés Urho Kekkonen ha reconocido que aquella reacción de los soviéticos fue «comprensible».
Pero volvamos a las maniobras antirrusas en la ONU. Para excluir a Rusia, habría que lograr primero que la Asamblea General de la ONU modificara la Carta de las Naciones Unidas. Eso pudo parecer posible en octubre, pero ahora no. Además, el proyecto de excluir a Rusia de la ONU viene acompañado de una reinterpretación de la historia y de la naturaleza misma de esa organización.
Se suele decir que hacerse miembro de la ONU es como “prohibir la guerra”. Eso es absurdo. Cuando un país se hace miembro de la ONU, se compromete a «mantener la paz y la seguridad internacionales».
Pero, teniendo en cuenta la naturaleza humana, la ONU autoriza sus miembros a hacer uso de la fuerza bajo ciertas condiciones. En ciertas circuntancias, esa autorización puede convertirse incluso en una obligación, en virtud de la «responsabilidad de proteger». Eso es exactamente lo que ha llevado a Rusia a intervenir en Ucrania, en aras de proteger a las poblaciones del Donbass y de la Novorrosiya.
Es importante observar que Moscú no actúa por impulsos, por eso las tropas rusas retrocedieron en la margen derecha –parte norte– de la ciudad de Jerson. El estado mayor ruso atrincheró sus tropas tras una frontera [y obstáculo] natural –el río Dnieper– porque consideró que sería demasiado difícil y costoso defender la otra parte de la ciudad. Y actuó así a pesar de que la población de la ciudad había solicitado –por vía de referéndum– su incorporación a la Federación Rusa. En resumen, nunca existió la cacareada “derrota rusa” en Jerson… pero esa realidad no impide a los occidentales hablar hasta el cansancio de «reconquista» por parte del régimen de Zelenski.
Pero lo más importante es que se oscurece el funcionamiento de la ONU al cuestionar el funcionamiento de su Consejo de Seguridad. La Organización de las Naciones Unidas se creó con la intención de reconocer la igualdad entre todos los Estados, en la Asamblea General, y de dotar a las grandes potencias de aquella época de la capacidad de prevenir conflictos reuniéndolas en el seno del Consejo de Seguridad.
Es importante entender que el Consejo de Seguridad no es un órgano de democracia sino de consenso ya que el Consejo no puede tomar decisiones que no cuenten con el respaldo de sus cinco miembros permanentes. Occidente finge hoy sorpresa porque no es posible condenar a Rusia en el Consejo de Seguridad. Pero, ¿cuántas veces se sorprendió Occidente de no haber podido condenar en ese órgano a Estados Unidos, al Reino Unido o a Francia por las guerras ilegales que impusieron en Kosovo, Afganistán, Irak y Libia? Sin derecho de veto, la ONU sería absolutamente ineficaz. Pero eso es lo que busca Occidente, y es lo que se trata de inculcar a la opinión occidental.
En todo caso, sería absurdo creer que China, primera potencia comercial del mundo, seguiría siendo miembro de una ONU que no cuente con la presencia de Rusia, la primera potencia militar del planeta. Pekín no dará su aval a una maniobra contra su aliado… porque sabe que la muerte de ese aliado sería el preludio de su propia muerte. Y es también por eso que Rusia y China están preparando otras instituciones que pueden convertirse en relevo de una ONU vaciada de su razón de ser, si esa organuzación llegara a convertirse en una asamblea monocromática y perdiera así su capacidad de prevenir conflictos.
Lo que hoy vemos es que la única salida posible es que Occidente, las potencias occidentales acepten que no pueden ser más que lo que son. Pero, hasta ahora, no parecen ser capaces de conformarse con un papel más modesto que aquel que alguna vez tuvieron. Se obstinan en deformar la verdad y en alimentar injustificadamente su propia esperanza de mantener su hegemonía de siglos.
No ven que ese juego ha terminado, porque están exangües pero, sobre todo, porque el resto del mundo ya no es el de antes.
No es ni remotamente frecuente que las relaciones internacionales registren cambios tan importantes como los que marcaron el año 2022. Y esos cambios todavía están lejos de haber terminado. El proceso iniciado ya no se detendrá, aunque algunos acontecimientos vengan a perturbarlo y quizás incluso a interrumpirlo durante algunos años.
La dominación de Occidente, o sea la dominación que ejercieron Estados Unidos y ciertas potencias coloniales europeas –principalmente Reino Unido, Francia y España– y una potencia asiática –Japón– ha llegado a su fin. Ya nadie obedece a un jefe, ni siquiera los países que siguen siendo vasallos de Washington. Cada cual comienza ahora a pensar por sí mismo. Todavía no estamos en el mundo multipolar que Rusia y China tratan de construir, pero ya estamos viéndolo surgir.
Todo comenzó con la operación militar rusa destinada a aplicar la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU para proteger al conjunto de la población ucraniana del gobierno nacionalista integrista instaurado en Kiev.
Por supuesto, esa no es la interpretación de los hechos que se difunde en Estados Unidos, en la Unión Europea, en Australia ni en Japón. Los occidentales y sus socios están convencidos de que Rusia invadió Ucrania para modificar sus fronteras mediante el uso de la fuerza. Pero eso no es lo que anunció el presidente Vladimir Putin, ni tampoco lo que ha hecho el ejército ruso. Los hechos no confirman la interpretación de Occidente.
Dejemos de lado la cuestión de saber quién tiene o no la razón. Todo depende de saber si se tiene o no conciencia de que Ucrania estaba sufriendo una guerra civil desde que fue derrocado su presidente democráticamente electo, Viktor Yanukovich, en 2014.
Cuando relega al olvido los 20 000 muertos de esa guerra civil, Occidente es incapaz de percibir que Rusia quiso detener aquella matanza. Como además no quieren recordar los Acuerdos de Minsk –a pesar de que Alemania y Francia los firmaron como garantes de su aplicación, al igual que Rusia–, los occidentales no pueden plantearse la idea de que Rusia puso en práctica la «responsabilidad de proteger» que se proclamó en la ONU en 2005.
Sin embargo, la ex canciller de Alemania Angela Merkel [1] y el ex presidente de Francia Francois Hollande [2] reconocieron públicamente haber firmado los Acuerdos de Minsk, pero no para parar la guerra civil en Ucrania –entre el gobierno de Kiev y la población del Donbass– sino sólo para ganar tiempo y armar a Kiev.
En otras palabras, Merkel y Hollande se vanagloriaron de su propia duplicidad, se enorgullecen de haber engañado a Rusia… pero la acusan de ser la única responsable del conflicto actual. En cierta manera, no es sorprendente que Merkel y Hollande se enorgullezcan de su duplicidad ante la opinión pública de sus países respectivos y de Occidente.
Pero en otras regiones del mundo, las declaraciones de esos dos “líderes” occidentales resuenan de forma diferente. La mayoría de la humanidad está viendo hoy el verdadero rostro de Occidente. Y lo que ve es que las potencias occidentales siempre tratan de dividir a los demás países y de engañar a los que quieren ser independientes. Ven que las potencias occidentales hablan mucho de paz pero siempre fomentan guerras.
Es de tontos creer que el más fuerte siempre quiere imponer su voluntad a los demás. Son pocos los humanos que comparten esa actitud occidental. La cooperación ha demostrado dar mejores resultados que la explotación, que siempre acaba provocando revoluciones. Ese es el mensaje que los chinos tratan de enviar cuando hablan de relaciones «win-win», o sea de relaciones en las que todas las partes salen ganando.
Cuando los chinos hablan de ese tipo de relaciones, no hablan sólo de relaciones comerciales justas y equitativas sino que hacen más bien referencia a la manera de gobernar de los emperadores chinos. En la China antigua, cuando un emperador promulgaba un decreto tenía que garantizar que su decisión sería aplicada por los gobernadores de todas las provincias, incluyendo a los que no tuviesen nada que ganar o perder con la aplicación del decreto imperial, y para lograrlo el emperador ofrecía a cada gobernador algún presente o algún tipo de favor como prueba de que no lo había olvidado.
El hecho es que en 10 meses, el “resto del mundo”, que en realidad es la aplastante mayoría de la humanidad, ha abierto los ojos. El 13 de octubre de 2022, 143 países siguieron la narración occidental y condenaron en la ONU la «agresión» rusa [3]. Pero hoy seguramente ya no votarían de la misma manera. Eso quedó demostrado el 30 de diciembre, cuando la Asamblea General de la ONU adoptó un proyecto de resolución donde solicita a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– que se pronuncie claramente sobre la legalidad de la ocupación israelí sobre los territorios palestinos. La adopción de esa resolución indica que la Asamblea General de la ONU ya no se resigna a seguir tolerando el desorden mundial alimentado desde Occidente.
Por otro lado, 11 Estados africanos que hasta ahora habían sido parte de la “zona de influencia” de Francia, han decidido recurrir al ejército ruso o a una firma militar privada rusa para garantizar su propia seguridad. O sea, esos Estados africanos ya no creen en la sinceridad de Francia y de Estados Unidos. Otros más han tomado conciencia de que la “protección” occidental contra los yihadistas es menos importante que el apoyo oculto de Occidente a esos mismos yihadistas. Esos Estados africanos ya han expresado públicamente su inquietud ante la entrega masiva a los yihadistas del Sahel y a Boko Haram de armamento supuestamente destinado a Ucrania [4], a tal punto que el Departamento de Defensa de Estados Unidos ha creado una misión de “seguimiento” para verificar adónde van las armas que se envían a Ucrania –lo cual es en realidad una manera de enterrar el problema para que el Congreso no meta las narices en los oscuros manejos del Pentágono.
En el Medio Oriente, Turquía –país miembro de la OTAN– está maniobrando sutilmente, a medio camino entre su “aliado” estadounidense y su socio ruso. En Ankara han entendido hace tiempo que la Unión Europea nunca aceptará a Turquía como miembro. También han entendido, aunque más recientemente, que ya no será posible restaurar el imperio otomano en el mundo árabe. Así que, Turquía se vuelve ahora hacia otros Estados europeos –como Bulgaria, Hungría y Kosovo– y hacia países asiáticos –como Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajastán y Kirguistán– de cultura turca –no de lengua turca como los uigures de China. En el marco de su nueva proyección, el gobierno turco trata ahora de reconciliarse con las autoridades sirias y se prepara para retirarse del oeste y desplegarse en el este.
Mientras tanto, la llegada de China al Golfo Pérsico, durante la Cumbre de Riad, modifica totalmente el panorama en esa parte del mundo. Los Estados árabes han comprobado que Pekín es razonable y que los ayuda a establecer relaciones de paz con sus vecinos persas. Irán es para China un aliado milenario, pero es un aliado histórico al que Pekín defiende sin tolerar por ello los excesos de Teherán. En la Cumbre arabo-china realizada en la capital saudita, los países árabes pudieron ver la diferencia de actitud entre China y Occidente, teniendo en cuenta que las potencias occidentales siempre han tratado de sembrar la división entre los pueblos árabes y de ponerlos a luchar entre sí.
La India y Irán están trabajando a toda marcha con Rusia en la construcción de un corredor de transporte que les permitirá mantener los intercambios comerciales, a pesar de la guerra económica occidental –eso que Occidente se empeña en llamar «sanciones», cuando en realidad se trata de medidas coercitivas enteramente ilegales a la luz del Derecho Internacional. En este momento, la ciudad india de Bombay ya está conectada con el sur de Rusia, y pronto estará también conectada a Moscú y San Petersburgo. Eso hace que Rusia y China se complementen. China construye «rutas de la seda» que surcan Eurasia de este a oueste, mientras que Moscú hace lo mismo, pero de norte a sur.
Aunque la guerra de Ucrania es para China una catástrofe que viene a perturbar sus planes de creación de «rutas de la seda», Pekín no se ha dejado llevar por la narrativa occidental sobre el conflicto. En el pasado China fue víctima de Rusia –en el siglo XIX Moscú participó en la ocupación de Tianjin y de Wuhan–, pero Pekín sabe que las potencias occidentales son capaces de cualquier cosa para explotar tanto a China como a Rusia. Los chinos recuerdan la pasada ocupación de su territorio y eso los hace conscientes de que su destino está hoy vinculado al de Rusia. Quizás no entienden bien todos los aspectos del asunto ucraniano, pero saben que la visión china de la organización de las relaciones internacionales sólo podrá instaurarse si Rusia sale victoriosa. En resumen, China no tiene intenciones de luchar en Ucrania junto a Rusia… pero intervendrá si su aliado ruso llega a verse en peligro.
Toda esta reorientación del mundo ya es más que visible en las instituciones gubernamentales. Occidente humilló a Rusia en el Consejo de Europa hasta que Moscú decidió retirarse de esa institución. Pero, para sorpresa de los occidentales, Rusia está abandonando también, uno a uno, todos los acuerdos concluidos en el seno del Consejo de Europa, en todos los sectores, desde el deporte hasta la cultura. Y las potencias occidentales se dan cuenta abruptamente de que han dejado ir a un socio culto y además generoso.
Ese alejamiento de Rusia seguirá haciéndose patente en todas las demás organizaciones intergubernamentales, empezando por las Naciones Unidas. Volvemos así a la vieja historia de las relaciones entre Occidente y Rusia, una historia que comenzó en 1939, cuando Moscú fue excluido de la Sociedad de las Naciones (SDN). En aquella época, los soviéticos, inquietos ante la posibilidad de un ataque nazi contra Leningrado (hoy San Petersburgo) quisieron alquilar a Finlandia el puerto de Hanko. Como las negociaciones se hacían interminables, la URSS acabó por invadir Finlandia, pero no para anexar ese país sino para poder desplegar la marina de guerra soviética en el puerto de Hanko. Ese precedente se enseña hoy como un ejemplo del “imperialismo” ruso, pero el presidente finlandés Urho Kekkonen ha reconocido que aquella reacción de los soviéticos fue «comprensible».
Pero volvamos a las maniobras antirrusas en la ONU. Para excluir a Rusia, habría que lograr primero que la Asamblea General de la ONU modificara la Carta de las Naciones Unidas. Eso pudo parecer posible en octubre, pero ahora no. Además, el proyecto de excluir a Rusia de la ONU viene acompañado de una reinterpretación de la historia y de la naturaleza misma de esa organización.
Se suele decir que hacerse miembro de la ONU es como “prohibir la guerra”. Eso es absurdo. Cuando un país se hace miembro de la ONU, se compromete a «mantener la paz y la seguridad internacionales».
Pero, teniendo en cuenta la naturaleza humana, la ONU autoriza sus miembros a hacer uso de la fuerza bajo ciertas condiciones. En ciertas circuntancias, esa autorización puede convertirse incluso en una obligación, en virtud de la «responsabilidad de proteger». Eso es exactamente lo que ha llevado a Rusia a intervenir en Ucrania, en aras de proteger a las poblaciones del Donbass y de la Novorrosiya.
Es importante observar que Moscú no actúa por impulsos, por eso las tropas rusas retrocedieron en la margen derecha –parte norte– de la ciudad de Jerson. El estado mayor ruso atrincheró sus tropas tras una frontera [y obstáculo] natural –el río Dnieper– porque consideró que sería demasiado difícil y costoso defender la otra parte de la ciudad. Y actuó así a pesar de que la población de la ciudad había solicitado –por vía de referéndum– su incorporación a la Federación Rusa. En resumen, nunca existió la cacareada “derrota rusa” en Jerson… pero esa realidad no impide a los occidentales hablar hasta el cansancio de «reconquista» por parte del régimen de Zelenski.
Pero lo más importante es que se oscurece el funcionamiento de la ONU al cuestionar el funcionamiento de su Consejo de Seguridad. La Organización de las Naciones Unidas se creó con la intención de reconocer la igualdad entre todos los Estados, en la Asamblea General, y de dotar a las grandes potencias de aquella época de la capacidad de prevenir conflictos reuniéndolas en el seno del Consejo de Seguridad.
Es importante entender que el Consejo de Seguridad no es un órgano de democracia sino de consenso ya que el Consejo no puede tomar decisiones que no cuenten con el respaldo de sus cinco miembros permanentes. Occidente finge hoy sorpresa porque no es posible condenar a Rusia en el Consejo de Seguridad. Pero, ¿cuántas veces se sorprendió Occidente de no haber podido condenar en ese órgano a Estados Unidos, al Reino Unido o a Francia por las guerras ilegales que impusieron en Kosovo, Afganistán, Irak y Libia? Sin derecho de veto, la ONU sería absolutamente ineficaz. Pero eso es lo que busca Occidente, y es lo que se trata de inculcar a la opinión occidental.
En todo caso, sería absurdo creer que China, primera potencia comercial del mundo, seguiría siendo miembro de una ONU que no cuente con la presencia de Rusia, la primera potencia militar del planeta. Pekín no dará su aval a una maniobra contra su aliado… porque sabe que la muerte de ese aliado sería el preludio de su propia muerte. Y es también por eso que Rusia y China están preparando otras instituciones que pueden convertirse en relevo de una ONU vaciada de su razón de ser, si esa organuzación llegara a convertirse en una asamblea monocromática y perdiera así su capacidad de prevenir conflictos.
Lo que hoy vemos es que la única salida posible es que Occidente, las potencias occidentales acepten que no pueden ser más que lo que son. Pero, hasta ahora, no parecen ser capaces de conformarse con un papel más modesto que aquel que alguna vez tuvieron. Se obstinan en deformar la verdad y en alimentar injustificadamente su propia esperanza de mantener su hegemonía de siglos.
No ven que ese juego ha terminado, porque están exangües pero, sobre todo, porque el resto del mundo ya no es el de antes.
FUENTE: https://www.voltairenet.org/article218652.html
[1] “Hatten Sie gedacht, ich komme mit Pferdeschwanz?”, Tina Hildebrandt y Giovanni di Lorenzo, Die Zeit, 7 de diciembre de 2022.
[2] «Hollande: “There will only be a way out of the conflict when Russia fails on the ground”», Theo Prouvost, The Kyiv Independant, 28 de diciembre de 2022.
[3] “Ukraine: UN General Assembly demands Russia reverse course on ‘attempted illegal annexation’”, UN News, 13 de octubre de 2022.
[4] «Buhari: les armes utilisées en Ukraine pénètrent dans les pays du bassin du lac Tchad», [en español, “Buhari: las armas utilizadas en Ucrania entran en los países de la cuenca del lago Chad”], agencia TASS, Alwihda Info, 8 de diciembre de 2022, y «Le Sahel menacé par le djihadisme: une nouvelle Syrie» [en español, “Sahel bajo la amenaza del yihadismo”], Leslie Varenne, Mondafrique, 15 de diciembre de 2022.
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