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“El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres”

Gustavo Irrazábal

El reciente libro de Loris Zanatta, El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres, prologado por Fernando Iglesias, reúne ideas que el conocido historiador ha reiterado en los últimos años a través de numerosos artículos periodísticos. Sin duda, la atención de muchas personas que siguen sus escritos se concentrará en los temas que se conectan de modo más inmediato con nuestra infeliz situación nacional. Pero encuentro más importante compartir algunas reflexiones sobre lo que puede considerarse el fundamento mismo de su análisis: la supuesta responsabilidad de la religión católica en el atraso económico de muchos países, especialmente latinoamericanos, en contraste con aquellos históricamente vinculados al protestantismo. La verdad es que la “economía católica” a la que se refiere este autor nunca existió, por lo menos no en el sentido que él la imagina.

En efecto, ni en la Biblia ni en la historia de la Iglesia católica ha existido jamás una única “teología”, una visión única respecto a la economía, la pobreza y la riqueza, sino que en todos estos temas hallamos perspectivas. No es, sin embargo, la mezcolanza de un “bazar” donde se encuentra de todo (p.33), sino la tensión fecunda de un pensamiento vivo. En la Sagrada Escritura, la riqueza es a veces signo de la bendición divina, y otras, producto de la explotación de los débiles (nada improbable en el sistema económico feudal característico de la Antigüedad). En los Evangelios, San Lucas declara felices a los pobres en un sentido material, pero San Mateo habla de los pobres “de espíritu”. Cuando Jesús afirma que para los ricos es tan difícil salvarse como hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, sólo quiere decir que los ricos no tienen ninguna facilidad adicional frente a Dios (para sorpresa de sus discípulos, que los consideraban aspirantes privilegiados a la salvación).

En la Iglesia, hubo en la Antigüedad grandes figuras que abogaron por una radical redistribución (como San Juan Crisóstomo) y otros que se limitaron a señalar a los ricos sus responsabilidades caritativas hacia los pobres (como San Agustín). Los monasterios benedictinos en Europa se convirtieron tempranamente en fuentes de innovación tecnológica, administración profesional e intercambio comercial. Desde el siglo XI, las ciudades católicas del Norte de Italia, como Florencia, Génova, Milán y Venecia se constituyeron en prósperos centros financieros para toda Europa, y sólo cuando fueron privadas de su libertad política cedieron la posta a las regiones protestantes del Norte de Europa. Mientras tanto, los teólogos franciscanos entendieron muy bien la importancia del comercio y la moneda, y más tarde los teólogos dominicos de la Escuela de Salamanca hicieron sobre estos y otros temas económicos importantes aportes a la ciencia.

Es cierto que, con el Concilio de Trento (mediados del s.XVI) prevaleció una línea “ascética” que subestimó el progreso material y que se acerca más a la descripción de Zanatta, pero una mirada más apreciativa de la economía moderna no dejó de estar presente. Contra las interpretaciones exageradas de la tesis de M. Weber sobre la influencia económica del calvinismo, en los Países Bajos o Alemania los empresarios católicos no fueron menos prósperos que sus contrapartes protestantes. La misma Doctrina Social de la Iglesia, si bien nunca ocultó sus críticas al capitalismo, jamás lo condenó, cosa que sí hizo con el socialismo marxista. Y la Teología de la Liberación coexistió con otras más favorables al mercado. Hoy Francisco elogia abiertamente la función de los empresarios, lo cual no puede interpretarse sino como un aval implícito a la economía de empresa.

La figura de Enrique Shaw, el empresario argentino actualmente en proceso de beatificación (con el beneplácito de Papa), muestra a las claras que no hay contradicción entre ser católico y promover el desarrollo económico. Zanatta simplifica en exceso la relación entre fe católica y economía, quizás debido al carácter polémico de su ensayo. Pero sin necesidad de compartir sus juicios históricos, algunas de sus críticas podrían traducirse en una agenda positiva para nuestra Iglesia, como por ejemplo, una mayor preocupación “por las contrataciones clientelistas en las oficinas estatales y provinciales, por los desequilibrios macroeconómicos, los abusos sindicales, la rigidez del mercado laboral, los fraudes contra el sistema de seguridad social, la presión fiscal, las distorsiones de precios, los subsidios desproporcionados, el proteccionismo irracional” (p.65), y un aliento decidido a las correspondientes reformas estructurales, con una actitud amistosa hacia la iniciativa económica y el espíritu emprendedor (p.66). Para los católicos no sería inventar nada, sino hacer honor a sus propias raíces.

Gustavo Irrazábal, Miembro del Consejo Consultivo Instituto Acton

“El problema para Bergoglio y para la cultura económica del catolicismo argentino es la prosperidad. Mientras la pobreza preserva la pureza moral y la religiosidad del ‘pueblo’, la prosperidad lo corrompe, lo seculariza”, escribe el historiador italiano Loris Zanatta en su nuevo libro, El papa, el peronismo y la fábrica de pobres.

En este corto pero esclarecedor ensayo editado por Libros del Zorzal, Zanatta investiga el rol de la Iglesia católica en las “robustas raíces de la pobreza argentina y latinoamericana” desde la premisa de que no puede separarse la historia económica de la religiosa.

En un continente como Iberoamérica que, como dice el papa Francisco, tiene “muchos católicos y muchos pobres”, Zanatta se pregunta: ¿existe un vínculo entre pobreza y religión o, al menos, el tipo de catolicidad que se afirmó en Argentina? ¿Es posible el desarrollo de un país que le rinde culto a lo que el autor llama la “santa pobreza”?

En El papa, el peronismo y la fábrica de pobres, el autor afirma que dinámicas comunes en Argentina como “la autarquía y el pauperismo, el paternalismo y el asistencialismo, el familismo y el clientelismo” no son simples baches en el camino sino el resultado de aquello que denuncia. ¿La solución? Un profundo cambio cultural que permita “romper la simbiosis entre economía y teología”.

“El papa, el peronismo y la fábrica de pobres” (fragmento)

Portada de «El papa, el peronismo y la fabrica de pobres», de Loris Zanatta, editado por Libros del Zorzal.

Tantos pobres, tantos católicos

Iberoamérica es un continente con muchos católicos y muchos pobres, le gusta decir al papa Francisco. Es un hecho objetivo, aunque los católicos sean cada vez menos y los pobres, siempre demasiados. Bergoglio y la Iglesia han perdido la voz al denunciar el “escándalo de la pobreza”, la vergüenza de los “descartados”, la exclusión dramática de una parte creciente de la sociedad. La fábrica de pobres parece ser la única que produce a pleno rendimiento. ¿Cómo se puede explicar?

En uno u otro momento, han culpado a gobiernos de todo tipo y color, a la “clase dominante”, a la “explotación imperialista”, al individualismo y al egoísmo. A todo y a todos. Desde el púlpito de las fiestas patrias, en los documentos de las asambleas episcopales, en las declaraciones de la Pastoral Social, llueven las denuncias y las acusaciones, las críticas y las condenas. Sin embargo, nadie piensa nunca en dar un pequeño pero lógico paso adelante. Si hay tantos católicos y tantos pobres, ¿habrá alguna relación entre las dos cosas? ¿Existirá un vínculo entre la historia religiosa y la historia social, la fe y la economía, la pobreza y la catolicidad?

Obviamente, ¡el vínculo existe! ¿Cómo podría no ser así? Nadie debería saberlo mejor que Bergoglio, que siempre invoca la “cultura” del “pueblo” para celebrar sus virtudes. Imbuido de espíritu evangélico, el “pueblo mítico” conserva una moral cristiana “sencilla” y “genuina”. Es solidario, comunitario, altruista. Es un “pueblo puro”.

Sin embargo, la misma “cultura” que en cinco siglos de cristianismo ha sembrado tantos dones no se diría al mismo tiempo responsable de las plagas. La pobreza y la desigualdad, la corrupción y la ilegalidad no son imputables a la herencia histórica cristiana, sino a una “élite corrupta” sometida a “ideologías foráneas”. En fin, las raíces de las virtudes están en el humus católico del pasado hispanoamericano, ¡las de los defectos en el jardín de los vecinos! ¿No será acaso una lectura de conveniencia, maniquea, interesada, ideológica? Si hay tanta pobreza, nos dice, la herencia católica no tiene nada que ver. Por lo tanto, la Iglesia busca culpables en todas partes, chivos expiatorios en cualquier lugar, menos en su casa.

Ni que decir tiene que no se trata de encontrar causas unívocas de problemas complejos, de buscar “culpables” y erigir patíbulos. Pero sí de poner las cosas en su lugar, de buscar las robustas raíces de la pobreza argentina y latinoamericana en su propia historia, no en la de los demás, en su “cultura”, no en otras. Es una cuestión de sentido común, el paso previo para identificar los tabúes culturales y los obstáculos institucionales que hacen que se reproduzca e impiden que se erradique. Mientras las causas se busquen en las conjuras de los “poderosos”, en la injusticia del “sistema”, en la especulación de las “finanzas”, como suele hacer Bergoglio, se seguirá recogiendo el agua con el colador, mirar la paja en el ojo ajeno para no ver la viga en el propio.

No debe haber muchas dudas sobre la relación entre “cultura” y “economía”, sobre la influencia decisiva que las “ideas” tienen en las condiciones económicas. Si un evento trágico destruyera por entero un sistema productivo salvando, al mismo tiempo, a la población que lo ha creado, observó Karl Popper, sus “ideas” y su “cultura” le permitirían reconstruirlo. Pero si sucediera lo contrario, que se salvaran las máquinas y las fábricas pero pereciera la población, aquella que sobreviniera no sabría qué hacer con ambas si no tuviera la “cultura” y las “ideas” para atesorarlas.

Tampoco debe haber dudas acerca de la influencia decisiva de las tradiciones religiosas de las diversas “civilizaciones” en los valores e instituciones económicas. Las diferentes declinaciones de la teoría de la secularización, tan diversas en muchos aspectos, en esto están de acuerdo. Hubo un vínculo entre la ética protestante y el nacimiento del capitalismo, para utilizar la expresión de Max Weber. Hay una relación directa entre la expansión del capitalismo y el “gran enriquecimiento” mundial de los últimos dos siglos: ¡basta con recorrer el mapa de los países que han tenido más éxito en salir de la prisión de la pobreza! ¿Por qué Argentina no siguió los pasos de Canadá o Australia?, nos preguntamos desde tiempos inmemoriales. ¿Cuestión de economía o cuestión de “cultura”?

Antes, la pobreza era la norma, un destino escrito para todos o casi. Desde entonces, señala Angus Deaton, comenzó el “gran escape de la pobreza”, un escape en el que algunos tienen éxito, pero otros fracasan. Esto impone la pregunta: ¿por qué es más fácil escapar de la “trampa de la pobreza” en algunos contextos y casi imposible en otros? Mucho, precisamente, depende de las diferentes “culturas” y, por lo tanto, de las diferentes historias religiosas. Incluso hoy, en efecto, cuando el bienestar ha debilitado la ética capitalista en los países protestantes, es evidente que algunas tradiciones espirituales son más proclives que otras al desarrollo económico, más tolerantes o menos resistentes a actitudes económicas que otras ven sospechosas por razones morales.

Los países del este de Asia e incluso algunos países islámicos, observan muchos estudiosos, no encuentran en el núcleo ético de su fe obstáculos insuperables para el enriquecimiento, la movilidad social, el éxito personal, las actividades comerciales o financie- ras. Los factores estructurales por sí solos, sin sumar los “culturales”, no serían suficientes para explicar por qué en ciclos económicos favorables la economía latinoamericana crece alrededor de un 3%, mientras que los tigres asiáticos saltan un 9%, por qué cuando la primera se estanca ellos siguen creciendo, por qué Asia infinitamente más que América Latina ha contribuido a la drástica reducción de la pobreza mundial en los últimos cuarenta años.

La religión importa. Afecta la actitud hacia el dinero, el comercio, el crédito, el consumo, el mercado, la desigualdad, los bancos, el Estado, la relación entre el individuo y la comunidad, el ciudadano y las instituciones, la libertad y la obediencia, la creatividad y la obsecuencia. No considerar su influencia a la hora de abordar el problema de la pobreza en América Latina es tener un compás en el ojo, tener un elefante en casa y fingir que no pasa nada. Si la pobreza es tan “estructural”, como solemos escuchar y es tan evidente, si es tan resistente a los esfuerzos por erradicarla que en otros lugares dan resultados, a planes sociales y proyectos educativos, reformas urbanas e incentivos de todo tipo, ¿no habrá también motivos “culturales”?

Bueno, esta “cultura”, en América Latina, en Argentina, nos enseña el Papa, se jacta la Iglesia, es “católica”. A decir verdad, para ser precisos, los “teólogos del pueblo” están demasiado inclinados a adueñarse de la exclusividad sobre la “cultura” del “pueblo” y a cancelar cualquier otro aporte cultural en la historia latinoamericana. Sin embargo, no hay dudas de que la “cultura católica” prevalece claramente, que, más que ninguna otra, ha moldeado la mentalidad económica latinoamericana, es decir, la relación con el comercio y el dinero, con la producción y el consumo, con la riqueza y la pobreza, con el trabajo y la ociosidad. Y así sucesivamente.

Para comprender esta mentalidad, entonces, para entender si ha influido y cómo en la economía argentina y regional, y sigue haciéndolo, es fundamental analizar el pensamiento católico sobre la economía. E incluso, más que el “pensamiento”, el enfoque moral, el conjunto de valores y tabúes que, consolidándose a lo largo de los siglos, se han convertido poco a poco en “sentido común”. Siempre y cuando, claro, y este es un punto clave, evitemos abstracciones engañosas. Quiero decir: no existe una relación estándar, ideal o típica e igual en todas partes y en todos los tiempos entre la doctrina católica y la economía. Ni siquiera habría necesidad de especificarlo. Esta relación cambia según los contextos históricos y sociales, los trasfondos institucionales y… “culturales”.

Para ser aún más claro: un católico holandés, por citar un ejemplo al azar, tenderá a tener ideas y comportamientos económicos muy diferentes a los de la mayoría de los católicos argentinos y muy parecidos a los de un protestante holandés. Aun refiriéndose a las mismas escrituras y a las mismas encíclicas, es inevitable que, por su historia y experiencia, por su contacto o no con otras ideas y otras “culturas”, unos y otros hayan desarrollado mentalidades diferentes respecto a la frontera, en el ámbito económico, entre lo que consideran moral o inmoral, lícito o ilícito, oportuno o inadecuado.

Pues el catolicismo que nos interesa a nosotros, si queremos entender de qué se alimenta la “fábrica de pobres” argentina, no es desencarnado, divorciado de la historia, un manual de “doctrina social de la Iglesia” válido para todos los lugares y todas las estaciones. Está formada por experiencias y personas concretas que tienen sus raíces en el cristianismo europeo antiguo y medieval, desarrolladas bajo la Corona hispánica, invocadas en la época republicana para exigir la fusión entre nación y religión, “pueblo” y fe, teología y economía. El tipo de “cultura católica” plasmado por esa historia tiene varios rasgos en común con el catolicismo universal, pero también marcadas peculiaridades. Estas peculiaridades son las que nos importan. Pero para comprenderlas es necesario partir de lejos. Un poco de paciencia: los cimientos de la industria argentina de la pobreza son más profundos de lo que a menudo se piensa.

Quién es Loris Zanatta

♦ Nació en 1962.

♦ Es historiador, periodista y escritor.

♦ Es catedrático de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, Italia, y director del Máster en Relaciones Internacionales Europa-América Latina de la misma universidad.

♦ Ha escrito libros como El populismo jesuitaEva Perón. Una biografía políticaFidel Castro. El último Rey Católico e Historia de América Latina.

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RedaccionVozIberica

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