CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
Sí, aunque parezca mentira hay quienes realizan una exaltación de la pobreza como un valor en sí misma, es lo que se conoce con el nombre de “pauperismo” o pobrismo. El pobrismo no se plantea, ni remotamente, la posibilidad de movilidad social, de prosperar y salir de la miseria. Para el pobrismo los pobres son y serán. Con ellos se han de desarrollar lazos afectivos, “de empatía”, de solidaridad y también de ayuda.
Pero el pauperismo no pretende, ni lleva a cabo políticas, ni procedimientos para que los pobres salgan de la pobreza y caminen hacia la riqueza. El pobrismo se limita a llevar a cabo un discurso de protesta contra quienes sus partidarios consideran “egoístas”, insolidarios, canallas, que desprecian a los pobres o como poco los ignoran, no los tienen en cuenta y actúan como si no existieran. En muchos casos, el pobrista suele adoptar actitudes de austeridad en su vida cotidiana, para parecerse a los pobres y, supuestamente, para dar ejemplo. Es su forma de expresar su vocación o preferencia por los pobres. El pobrismo es muy propio de gente generosa, buena gente. Por supuesto, no todos son así, también abundan los pobristas que, sienten una enorme compasión de los pobres y pretenden redimirlos con el dinero de los demás.
Los pauperistas pretenden redistribuir la riqueza existente, y por supuesto, no se plantean que, es la empresa privada la que crea riqueza y empleo, y que los gobiernos sólo son capaces de crear más y más burocracia, más y más impuestos, más y más despilfarro… Algunos partidarios del pauperismo es seguro que piensan que el dinero cae del cielo, tal como el maná bíblico.
Los pobristas odian la economía de mercado, odian el capitalismo, o como poco tienen aversión a las grandes empresas. Los seguidores de esta ideología consideran que la solución es repartir pescado, nunca piensan en la posibilidad de enseñar a pescar a los pobres. Respecto de las pequeñas empresas y los trabajadores autónomos, consideran que ambas también son víctimas del “capitalismo salvaje y los mercados”, y no paran de repetir que las grandes empresas ganan demasiado, tienen demasiados e ilícitos beneficios, que deberían repartir entre sus trabajadores.
En el fondo, los pobristas no desean que los pobres dejen de serlo, consideran que basta con que tengan sus necesidades básicas cubiertas, pues, si pasan privaciones y llevan una vida austera, están a salvo de todos los peligrosos imaginables, especialmente la degradación moral a la que conduce la abundancia, la opulencia. Es por ello que, los partidarios del pobrismo no se preguntan por qué los pobres son pobres, cuál es la causa de su pobreza, y menos cómo podrían dejar de serlo. Y, por supuesto, por todo ello rechazan el capitalismo o la economía de mercado, desconociendo que el capitalismo ha sido el único sistema que ha contribuido a reducir la pobreza, el hambre y la enfermedad en el mundo.
Ni que decir tiene que también rechazan la globalización (que no es lo mismo que el globalismo, ¡Ojo!).
Cuando uno ahonda en la ideología pobrista, acaba descubriendo que sus partidarios desean que los pobres y sus familias nunca prosperen. Que quienes ocupan los peores trabajos, los de mayor riesgo, los peor remunerados, no promocionen y que nunca lleguen a ser “encargados” o “responsables” en la organización de la empresa en la que trabajan, y menos gerentes.
Los pauperistas desean que quienes poseen un pequeño comercio o cualquier clase de negocio familiar, no lleguen nunca a transformarse en empresarios; y si se trata de sus hijos, es preferible que no progresen en los estudios, adquieran una enseñanza de poca o escasísima calidad, y no cursen carreras universitarias. Si lo que está en juego es la virtud, la bondad, e incluso “la sabiduría” que da el ser pobre, es mejor que los pobres no se maleen…
Es obvio que en los barrios más modestos, de gente menos acomodada, hay mucha gente honrada, trabajadora, que procura llevar una vida digna, progresar y educar a sus hijos. También es cierto que muchos de quienes viven en los barrios pobres establecen relaciones de solidaridad y de cooperación que, no suelen darse entre quienes viven en barrios menos pobres que, tienden a llevar una vida más individualista y suelen ser menos solidarios y que, estos últimos tienen mucho que aprender de la gente más humilde.
Pero, sin duda, también los pobres tienen mucho que aprender de quienes no lo son. Son muchas las virtudes a las que no tienen acceso, son muchas las situaciones de las que se ven privados los pobres, al no poseer medios materiales.
La gente que forma parte de la clase media y alta, profesionales liberales, trabajadores autónomos, empresarios, intelectuales, poseen mucho de lo que pueden aprender los pobres, para llevar una buena vida. Ninguna clase social puede arrogarse superioridad moral o algo semejante. La idea de que la sociedad debe adoptar los valores de los pobres es una necedad, es un absoluto sinsentido.
Por mucho que algunos, y especialmente la gente de izquierdas, pretendan presentarnos el pauperismo como “progresista” (entendiendo que progresar es avanzar para mejorar) en realidad es intrínsecamente reaccionario. Exaltar la pobreza, es disuadir a quien la padece de que emprenda cualquier esfuerzo para salir de la pobreza, es fomentar el conformismo, la servidumbre voluntaria…
Las diversas iniciativas asistenciales, de beneficencia, emprendidas por las diversas autoridades; se trate del PER en Andalucía y Extremadura, las diversas subvenciones, los diversos subsidios, las diversas becas, o las diversas “rentas básicas”, o “salarios sociales”, o “ingresos mínimos”, o «bonos sociales», o como se les quiera denominar, todos van en la dirección del pauperismo.
Por el contrario, ayudar a los pobres es emprender acciones para que, los pobres salgan de la pobreza; ayudar a los pobres es crear situaciones favorables, darles participación, enseñar a los que no saben, darles acceso a la enseñanza, tanto primaria, como secundaria y, por supuesto, universitaria; también es, fundamentalmente, darle prioridad al mérito y al esfuerzo… es remover obstáculos para que ellos sean capaces de desarrollarse por sí mismos, sin la tutela del Estado o de las denominadas «oenegés».
Y, por supuesto, para ayudar a los pobres es imprescindible permitir que quienes pretenden invertir, emprender negocios, crear riqueza, crear empleo, tengan los menores obstáculos posibles. Para ayudar a los pobres es imprescindible dejar de criminalizar a la gente emprendedora, a los ahorradores, dejar de castigar a quienes tienen éxito. Para ayudar a los pobres hay que respetar escrupulosamente los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, y dejar de supeditarlos a supuestos intereses colectivos, el bien común, o lo que los pauperistas denominan «justicia social».
Y ya para terminar: la pobreza es indudablemente una de las principales causas de que haya gente en una situación próxima, o algo más que cercana a la delincuencia, la marginalidad,… quienes se instalan en la mendicidad inician generalmente un camino sin retorno, muchos sin duda han sido excluidos, expulsados de la sociedad (por ejemplo: la actual legislación de familia, de divorcio, es uno de los múltiples factores que conducen a los varones a mendigar, al alcoholismo,… al ser expulsados de sus hogares y de la vida de sus hijos), pero también son legión quienes son alentados a vivir situaciones de precariedad debido a que las diversas administraciones la fomentan empujándolos a situaciones de dependencia asistencial, a situaciones de relativo confort, de las que es muy complicado salir…
Corre por ahí un dicho que afirma que, si se le concede a alguien una oficina, un ordenador, un teléfono, una secretaria y subvenciones para arreglar determinados problemas; el «responsable» nunca dará solución a lo que se pretende supuestamente dar respuesta, pues, si lo hiciera, ya no habría ningún pretexto para seguir con la oficina abierta y lo que es más importante: recibiendo dinero de las arcas del Estado.
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