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El pogromo de Ámsterdam

Las horas comprendidas entre la tarde del 9 y la mañana del 10 de noviembre de 1938 ha pasado a la historia como la Noche de los Cristales Rotos. Fue un pogrom organizado desde el Partido Nazi, a cuyo servicio estaba todo el aparato del Estado. Ocurrió hace 86 años.

Los pogromos, en un sentido amplio, forman parte de la historia de Europa. Toda la Edad Media registra asaltos a las juderías. A menudo eran consecuencia directa de prédicas incendiarias o de descontentos populares que se ensañaban contra la más débil de las comunidades. Ya en la modernidad, el pogromo, palabra de origen ruso que significa «destrucción» o «devastación», se hizo una práctica común en el Imperio de los Zares. Al asesinato del zar Alejandro II en 1881 siguió un ciclo de matanzas y ataques a los pueblos y barrios judíos que se prolongó hasta 1884. Nicolai Ignatief, ministro del Interior, consideró el crimen «actos de justicia espontánea del pueblo ruso explotado». No era el primer caso. Los había habido en 1821 y en 1859 en Odesa. Normalmente comprendían el incendio de las casas, el asesinato de los hombres y la violación de las mujeres. Hubo otro ciclo entre 1903 y 1906. El más famoso fue el pogromo de Chisinau, en la actual Moldavia, que en 1903 dejó un terrible saldo de 47 muertos, 592 heridos y más de 700 casas destruidas. En esa misma localidad hubo otro en 1905 con 19 muertos y 56 heridos. En realidad, los progromos tenían poco de espontáneos. Los grupos nacionalistas los organizaban con el apoyo activo o la complicidad pasiva de las autoridades. La Liga Sagrada, la Unión del Pueblo Ruso, las centurias Negras, la Nobleza Unificada y otras organizaciones consideraban al judío un enemigo de Rusia. Era común el lema «Golpea al judío y salva a Rusia». «Los protocolos de los sabios de Sion», el famoso panfleto antisemita, y otras obras como «El judío internacional», de Henry Ford, brindaron pretendidas coartadas para las masacres. En la historia del antisemitismo, abundan los intelectuales como profesores, escritores y periodistas.

El pogrom se convirtió en un instrumento de la práctica antisemita. Servía para sembrar el miedo e impedir el desarrollo de un pueblo siempre minoritario y carente de un Estado. Las autoridades rara vez veía estos crímenes como problemas de orden público. Eran infrecuentes las detenciones de los autores y aún más extrañas las condenas. No faltaban casos en los que se acusaba a los judíos de su propia desgracia. A fin de cuentas, se pensaba, algo habrían hecho si en todas partes los odiaban. De hecho, esa extensión el antisemitismo se pretendía erigir en justificación de la violencia: el judío se volvía sospechoso precisamente por sufrir violencia en tantos sitios. La confusión moral de la modernidad europea -madre del comunismo, el fascismo y el nazismo- tiene aquí uno de sus más tenebrosos ejemplos.

La práctica europea se aplicó también en el Oriente Próximo. El 23 de agosto de 1929, una turba de árabes armados de palos y cuchillos atacó las casas judías de la Ciudad Vieja de Jerusalén. De ahí, los llamamientos a matar judíos se extendieron por todo el Mandato Británico en Palestina. En Hebrón y Safed se perpetraron las mayores carnicerías. Como era sábado, la mayor parte de los judíos descansaba en sus casas. En Hebrón mataron a 67 en sus propios hogares e hirieron de gravedad a otros 66. La solución británica fue enviar a los judíos a Jerusalén de modo que los asesinos lograron su propósito: acabar con la comunidad judía de la ciudad, una de las más antiguas del Oriente Próximo. En Safed, por otra parte, mataron a unos 20 judíos. De nuevo, los asesinatos quedaron, en general, impunes.

Sería un error creer que los judíos fueron como ovejas al matadero. En Europa y en el Oriente Próximo trataron de organizar grupos de autodefensa precisamente porque las autoridades del territorio no los defendían. Este detalle importa: la autodefensa judía no fue el primer paso sino el último. Debería recordarse cuando de pretende que los israelíes se dejen matar sin defenderse.

No dejó de haber matanzas de judíos en Europa. Las anteriores a 1933 condujeron al Holocausto. Las posteriores -como el atentado terrorista de los Juegos Olímpicos Múnich de 1972- lo evocaron. Los juegos, por cierto, no se interrumpieron.

A esta tradición terrible de pogromos se remontan las imágenes de hinchas israelíes perseguidos como animales, pateados como perros, rodeados como piezas de caza por turbas que gritan en neerlandés y en árabe. ¿Se puede decir esto en Europa todavía? ¿Se puede decir que el antisemitismo que hoy campa por nuestro continente nace y crece en las comunidades islámicas surgidas de la inmigración? No firmaré la obviedad de que todos los musulmanes son antisemitas, pero sí advertiré que el antisemitismo ha prendido entre los jóvenes a quienes la propaganda antisemita ha intoxicado. Las campañas contra Israel, los israelíes y los judíos distan de ser espontáneas o casuales. El viejo antisemitismo se ha cruzado con el nuevo haciendo del Estado judío democrático el nuevo judío entre los Estados para beneficio de los enemigos de Occidente. En efecto, no odian a Occidente a causa de Israel, sino a Israel a causa de Occidente. Mientras ese odio canaliza el descontento, esos jóvenes no sé preguntan por la falta de derechos humanos en el mundo islámico ni por la corrupción rampante de tantos gobiernos ni por los que aterrorizan a sus vecinos en el Oriente Próximo. Mientras buscan judíos por las calles de Ámsterdam, no se cuestionan qué están haciendo los jefes de Hamás, de Hizbulá y de los Huthies con su propio pueblo. No se interesan por lo que hacen los ayatolás con el pueblo iraní.

Nosotros, en cambio, sí podemos preguntarnos que está fallando en Europa, en este caso en los Países Bajos, para que, de nuevo, se cace a los judíos por las calles. Es legítimo indagar dónde estaba la policía y qué falló a la hora de enfrentarse a esas turbas que pisoteaban cabezas al grito de «Free Palestine!». Si Europa quiere volver sobre sus pasos y retroceder a 1933, va por el camino adecuado. Los odios ajenos e importados se mezclan con los antiguosLa extrema derecha y la extrema izquierda compartieron un antisemitismo que ahora resurge con renovadas fuerzas.

La cacería dejó diez israelíes heridos y centenares encerrados en sus hoteles. Se dirá que es poco. Yo sostendré que es mucho porque es Europa misma la cuestionada en cada ser humano pateado por sus calles, acosado en las esquinas, escondido en un rincón silencioso para que no lo encuentren. Europa no es esto, no debe ser esto. Europa no puede volver a ser esto.

El jueves pasado, en Ámsterdam, la oscuridad se hizo más densa sobre Europa.

Ricardo Ruiz de la Serna

Analista político

Pogromo es una palabra de origen ruso que significa “causar estragos, demoler violentamente”. Históricamente, el término se refiere a ataques violentos por parte de poblaciones no judías contra los judíos en el Imperio Ruso y en otros países. Se cree que el primer incidente que se registra como un pogromo es un disturbio antisemita en Odesa en 1821. Como un término descriptivo, pogromo comenzó a emplearse con un uso extensivo para referirse a los disturbios antisemitas que arrasaron Ucrania y el sur de Rusia entre 1881 y 1884, tras el asesinato del zar Alejandro II. En Alemania y Europa oriental, durante la época del Holocausto, como en la Rusia zarista, el resentimiento económico, social y político contra los judíos reforzó el tradicional antisemitismo religioso. Esto sirvió de pretexto para los pogromos.

Los perpetradores de los pogromos estaban organizados localmente y, en ocasiones, recibían apoyo del gobierno y de la policía. Violaban y asesinaban a las víctimas judías y saqueaban sus propiedades. Durante la guerra civil que le siguió a la Revolución Bolchevique de 1917, los nacionalistas ucranianos, los oficiales polacos y los soldados del Ejército Rojo estuvieron involucrados en la violencia similar a la de los pogromos en Bielorrusia occidental y en la región de Galitzia en Polonia, y asesinaron a decenas de miles de judíos entre 1918 y 1920.

Luego de que los nazis tomaran el poder en Alemania en 1933, Adolf Hitler públicamente desalentó el “desorden” y los actos de violencia. Sin embargo, en la práctica, la violencia en las calles en contra de los judíos se toleraba e incluso se alentaba en ciertos períodos cuando los líderes nazis calculaban que la violencia prepararía a los ciudadanos alemanes para tomar duras medidas legales y administrativas antisemitas que se implementarían visiblemente para “restaurar el orden”. Por ejemplo, la campaña de violencia en las calles orquestada a nivel nacional y conocida como la Kristallnacht entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 fue la culminación de un período más extenso de casos de violencia callejera más esporádicos en contra de los judíos. Esta violencia en las calles había comenzado con disturbios en Viena antes del Anschluss de Austria en marzo. A la Kristallnacht le siguió un incremento notorio de la legislación antisemita durante el otoño y el invierno de 1938 y 1939. Otro período de violencia en las calles tuvo lugar en los dos primeros meses del régimen nazi, que culminó en una ley que proclamó la expulsión de los judíos y comunistas de la administración pública el 7 de abril de 1933. En el verano anterior al anuncio de las Leyes Raciales de Núremberg en septiembre de 1935, se vivieron escenas frecuentes de violencia en contra de los judíos en varias ciudades de Alemania. Tal violencia incluía el incendio de sinagogas, la destrucción de hogares y negocios de judíos, y ataques físicos contra las personas. La Kristallnacht fue, por lejos, el más destructivo y el más claramente orquestado de estos pogromos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los Einsatzgruppen (popularmente conocidos como equipos móviles de matanza) recibían órdenes de Reinhard Heydrich, jefe de la Policía de Seguridad. Los pogromos (con variados grados de espontaneidad) en pueblos como Bialystok, Kovno, Leópolis y Riga complementaban la política alemana de eliminar sistemáticamente a comunidades judías enteras de la Unión Soviética. El 29 de junio de 1941, mientras la Alemania nazi y Rumania, su aliado en el Eje, invadían la Unión Soviética, oficiales rumanos y unidades militares, en ocasiones asistidas por los soldados alemanes, asesinaron a un mínimo de 8.000 judíos durante un pogromo en Iasi, en la provincia rumana de Moldavia. El 10 de julio de 1941, los residentes polacos en Jedwabne, un pequeño pueblo en el distrito de Bialystock de la parte de Polonia que en un principio había sido ocupada por los soviéticos y luego por los alemanes, participaron en el asesinato de cientos de sus vecinos judíos. Si bien la responsabilidad de la instigación de este pogromo no se ha determinado completamente, los académicos han documentado al menos la presencia policial alemana en el pueblo en el momento de la masacre.

Hacia fines del verano de 1941, el aumento en los casos de corrupción, los saqueos, los ajustes de cuentas, la destrucción de los recursos económicos y la infiltración de quienes habían sido comunistas en grupos que perpetraban los pogromos llevaron a las autoridades alemanas a abandonar la práctica en el frente oriental. Las SS y las unidades de policía alemanas depuraron rápidamente a la policía auxiliar reclutada y comenzaron a llevar a cabo masacres controladas y sistemáticas de comunidades judías enteras en la Unión Soviética ocupada.

Si bien los alemanes los abandonaron como política de aniquilamiento, los pogromos no terminaron en la Segunda Guerra Mundial. En Kielce (Polonia), residentes locales lanzaron un pogromo en contra de los judíos sobrevivientes que regresaban a la ciudad el 4 de julio de 1946. Multitudes atacaron a los judíos después de que se propagaran rumores falsos sobre unos judíos que habían secuestrado a un niño cristiano, a quien habían intentado asesinar en un ritual. Los atacantes mataron a un mínimo de 42 judíos e hirieron, aproximadamente, a 50 más.

El pogromo en Kielce fue uno de los factores que condujeron a una migración masiva hacia el oeste de cientos de miles de judíos que habían sobrevivido al Holocausto. Conocido como el Brihah, este movimiento llevo judíos de Polonia a otros países de Europa oriental a campos de personas desplazadas localizados en las zonas del oeste de las ocupadas Alemania, Austria e Italia. El miedo a los violentos pogromos fue uno de los motivos que llevó a la gran mayoría de los judíos a buscar un escape de la Europa de posguerra.

FUENTE: https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/pogroms

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RedaccionVozIberica

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