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El régimen del General Franco no era un régimen «fascista» ni totalitario. Desenmascarando patrañas y embustes social-comunistas.

Daniel Miguel López Rodríguez

Fragmento del texto «Redefinición del Fascismo» publicado en 2010 por Daniel Miguel López Rodríguez.

FUENTE: https://www.nodulo.org/ec/2010/n100p17.htm

Advertencia: No sé si después de escribir lo que aquí voy a escribir me quedarán amigos, pero amicus Plato, sed magis amica veritas; es decir: «amigo» de los progres, pero más amigo de la verdad. Sé que las siguientes palabras molestarán a muchos izquierdosos (tanto definidos como indefinidos), pero cuando se trata de la Historia, ya en un nivel más o menos académico, lo que importa es lo que verdaderamente pasó, no lo que a unos «interesadamente» quieran que hubiese pasado. Yo no pretendo aquí hacer apología o propaganda del franquismo; tampoco intento hacer política, sino historia, o si se prefiere filosofía de la historia. Además, la filosofía no trata de complacer, sino de instruir. Luego me juego que mis amigos progres me sigan hablando, y que conste que tengo muchos.

Para los republicanos «de corazón» lo que voy a decir aquí es algo completamente desesperante y puede herir «sensibilidades», pues caerán las escamas de sus ojos y verán el resplandor del sol al salir de la caverna, y comprobarán que lo que han creído durante toda su vida con devota fe era una sarta de mentiras o una solemne majadería. Lo mismo no es así y permanecen impermeables; en ese caso peor para ellos. Como dijo Platón, cuando el hombre sale de la caverna y ve lo que hay más allá de las sombras y contempla el sol y comenta, al volver a la caverna, a los que no han salido de la caverna, que la caverna no es todo cuanto hay, a este hombre lo quieren matar. A Pío Moa, en cuyas tesis, junto a la de otros historiadores, me baso, lo han querido matar (o al menos lo han amenazado de muerte). Pío Moa estuvo también en la caverna (como un servidor y como muchos, por no decir la mayoría, de los españoles), y tras un período de larga reflexión pudo salir de esa cavernícola concepción que ha impregnado las conciencias de falsedad: me refiero a la versión progre-sectaria-negro-legendaria de la mal llamada «memoria histórica».

Antes de desarrollar este capítulo quiero dejar claro que yo no soy franquista porque sencillamente no puedo serlo, como no puedo ser antifranquista (igual que no puedo ser fascista ni antifascista ni comunista ni anticomunista). El franquismo cayó (como cayeron el fascismo y el comunismo); ya no existe (¡que no se enteran!). Y cayó no por derrumbe estrepitoso, en combate, sino que cayó porque murió en la cama Francisco Franco Bahamonde (Caudillo de España por la gracia de Dios). El régimen simplemente se desgastó, murió de viejo (no como los regímenes fascistas y comunistas que cayeron por circunstancias muy diferentes, sobre todo el fascismo histórico realmente existente que fue liquidado en la Segunda Guerra Mundial). Así que los progres que consideran a Franco como un necio y un bobo deberán de estar muy acomplejados, después de estar bajo el caudillaje y «cruel» dictadura de «un necio y un bobo» durante cuarenta años; ¡qué vergüenza! El General Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de la República durante la contienda, en su obra Alerta los pueblos, admiró los métodos de Franco para alcanzar la victoria. Ese dato es mucho más de fiar que el criterio de los progres. Es más, Franco hizo que Hitler, Mussolini y el conde Ciano (yerno del Duce) tuviesen que tragarse sus críticas una vez que éste iba cosechando, para sorpresa de sus ilustres críticos, una victoria tras otra. Y es que, aunque los progres lo ignoren, Franco era un hombre de profunda cultura, y no sólo militar, sino también política y económica (véase su experiencia económica en la Legión, en la Academia Militar de Zaragoza, en el Estado Mayor Central de la República, y por supuesto en la guerra, por no hablar de los logros «milagrosos» de su régimen). Como le dijo el Caudillo a don Juan, padre del actual Rey, en una carta fechada el 8 de febrero de 1944: «Por mi historia y mis servicios, creo merecer una mayor estimación de mi capacidad».

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Los progres piensan y están convencidos de que el régimen de Franco fue puramente fascista, pero lo cierto es que en los mismos años de la guerra las lecturas políticas de Franco se orientaron hacia una especie de corporativismo católico, más basado en el corporativismo portugués o austriaco que en la Italia fascista. En una entrevista que le hicieron en abril del 37 el Caudillo declaró que «Nuestro sistema estará basado en un modelo portugués o italiano, aunque conservaremos nuestras instituciones históricas». Estar basado no significa ser idéntico, y también hay que tener en cuenta que el país europeo más parecido a España, como bien se sabe, es Italia. Así, aunque Franco hablaba de «Estado totalitario», su sistema se basó más bien en un Estado unitario y autoritario, dejando un cierto margen de semipluralismo tradicional, con un partido único y limitado el cual no podía penetrar en las estructuras del Estado. Durante el poco tiempo que disponía, el Caudillo estudió las doctrinas de las dos «familias» más importantes del incipiente régimen: las doctrinas carlistas y falangistas. Franco llegó a la conclusión de que lo que el régimen necesitaba era el mantenimiento de un «partido único», el cual fue la fusión de tradicionalistas y falangistas: Falange Española Tradicionalista de las Juntas Ofensivas Nacional-sindicalistas, cuya fusión fue anunciada por el Generalísimo el 19 de abril de 1937. En 1942 llegó a tener 900.000 afiliados, convirtiéndose en la más numerosa organización política de la historia de España. Ni los carlistas ni los falangistas estaban muy entusiasmados con la fusión; unos 200 falangistas fueron arrestados a breves condenas de cárcel. A partir del 24 de abril de 1937 el saludo fascista con el brazo en alto se hizo oficial (de ahí que el nuevo Estado tuviese una cierta estética fascista, como la Alemania nazi). También se hicieron oficiales la camisa azul oscuro, el llamarse entre los militantes «camaradas» (como se llamaban entre sí anarquistas, socialistas, comunistas y fascistas), la bandera bicolor rojigualda (la de toda la vida), el Cara al Sol como el himno del partido («¡volverá a reír la primavera!»), y gritos de «¡Arriba España!»

Pero, ¿era la Falange un partido fascista? En febrero del 37, antes de la unión entre tradicionalistas (derechistas alineados) y falangistas (¿derechistas no alineados o más bien derechistas socialistas alineados?), Franco llegó a decir que la Falange no era un movimiento fascista: «La Falange no se llama fascista a sí misma; así lo declaró su fundador personalmente». Cosa que era verdad. Si hemos hablar de fascismo, éste estaba más representado por las JONS, de Ramiro Ledesma Ramos, la cual se fusionó a la Falange, abandonando Ledesma al partido por encontrarlo poco fascista. La Falange era un partido de combate, pero muy clerical: «mitad monje, mitad soldado», dispuesto a emplear «la dialéctica de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria», como decía José Antonio Primo de Rivera, su fundador. Sin embargo, fue el PSOE quien, de manera más radical, empleó «la dialéctica de los puños y las pistolas», llevándose la Falange la peor parte; por eso los monárquicos empezaron a llamar a la Falange Española «Funeraria Española». La concepción de su política era, decía José Antonio, «religiosa y poética» y su organización «no se parece en nada a una organización de delincuentes». La Falange no admitía el racismo de los nazis, y el aprecio de José Antonio a Mussolini era escaso y aún más escaso a Hitler. Pero José Antonio apreciaba del fascismo y del nazismo su anticomunismo y su superación del liberalismo (José Antonio llegó a decir que el nacimiento del socialismo fue justo). Aun así, José Antonio recibió a partir de junio del 35 un sueldo de Mussolini.

Es interesante ver las analogías que había entre la Falange y el PCE. Como señala Pío Moa, «La ampliación explosiva de ambos en el curso de la guerra tiene, en parte, una explicación fácil: estaban mejor preparados, por su mística, disciplina y organización, para una situación bélica. En ese sentido fueron el producto más típico de la crisis ideológica y moral de los tiempos. No obstante, hay diferencias profundas entre ellos. Si el PCE era, de modo muy literal, un agente de Moscú, la Falange no lo era en modo alguno de Alemania o Italia, y su fascismo difería algo del italiano y mucho más del germano, del cual había dicho José Antonio: “No es fascismo (…). Es la última consecuencia de la democracia, una expresión turbulenta del romanticismo alemán. En cambio Mussolini es el clasicismo, con sus jerarquías, sus secuelas y, por encima de todo, la razón”. Una interpretación curiosa». (Los mitos de la guerra civil, Planeta Deagostini, Barcelona, 2005, pág. 132).

La Guerra Civil se planteó como un conflicto entre revolución y contrarrevolución, pero el Caudillo fue consciente de que la contrarrevolución no significaba una vuelta atrás en el tiempo, ya que la contrarrevolución supone, desde luego, una «reacción» («a toda acción se opone una reacción igual», la tercera ley del movimiento de Newton), pero una reacción revolucionaria a su vez. Como dijo Joseph de Maistre, «La contrarrevolución no es lo contrario a la revolución, sino una revolución contrapuesta». Lo cierto y verdad es que el régimen de Franco ni fue carlista, ni fue falangista y ni fue fascista… fue franquista. Pero, ¿qué fue el franquismo?

Desde el materialismo filosófico se ha clasificado al franquismo como «derecha socialista», luego fue una derecha tradicional, alineada; no fue, pues, como el fascismo que, como hemos visto, fue una derecha no tradicional, no alienada. «Con el rótulo derecha socialista designamos a una familia o estirpe de sucesivos movimientos políticos, con relaciones de filiación, que (referidas a España) ocuparán el poder, con cortas interrupciones, durante las tres primeras cuartas partes del siglo XX: el maurismo, la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo. Por supuesto, no confundiremos la derecha socialista con el socialismo de derechas, aunque la expresión derecha socialista también puede utilizarse para definir al socialismo de derechas» (El mito de la derecha, pág. 238). Puede parecer paradójico que el materialismo filosófico señale al franquismo como de «derechas» y socialista al mismo tiempo. Pero no hay en ello ninguna contradicción, pues el franquismo puede ser considerado de «derecha» por su cercanía al altar, esto es, su clara influencia católica y también por aquello de «Francisco Franco, Caudillo de España por la G. de Dios», como rezaban las monedas. Pero también puede ser considerado «socialista» por la cuestión social cuya revolución sería y fue desde arriba, esto es, desde la maquinaria del Estado y desde la paz político-militar franquista. Hay que advertir que el término «socialismo», desde el armazón del materialismo filosófico, no se circunscribe a la URSS y ni mucho menos al PSOE, el término «socialismo» es un género que contiene muchas especies (abría que hablar, pues, de «socialismo genérico»): capitalismo, anarquismo, socialdemocracia, comunismo, fascismo, nazismo, falangismo, &c. El término «socialismo» no se opone, pues, al capitalismo, ni siquiera al fascismo, el término «socialismo» se opone al individualismo, al particularismo y, en última instancia, al «solipsismo» (el fascismo sería un caso de «socialismo irracionalista», dada su explícita tendencia imperialista, mística y mitológica).

Los propios franquistas ni se consideraban de derechas ni de izquierdas, «constatación emic que tampoco hay que subestimar» El mito de la derecha, pág. 261. Se entiende generalmente «emic» como el punto de vista del nativo y «etic» como el punto de vista del analista.

Se ha señalado desde las izquierdas que el franquismo supuso la máxima expresión de la derecha (de la «extrema derecha») en España. A raíz de eso se ha identificado, ¡cómo no!, con el fascismo. Dicha posición se basa en señalar la estructuración de las organizaciones obreras en «sindicatos verticales», olvidado que dicha estructuración de sindicato no sólo era fascista, sino también soviética y nacionalsocialista.

El mito del fascismo en España fue incubado por el PSOE y la Esquerra en 1934, dando a entender que la entrada de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas, de carácter republicano accidentalista y, pese a quien pese, legalista) en el gobierno suponía un golpe fascista a la República. La Segunda República, según esta caterva de impostores, debía de ser salvada de la «barbarie fascista», y por ello dieron un golpe de Estado preventivo; que fue, como dice Pío Moa siguiendo a Gerald Brenan, «la primera batalla de la guerra civil». Pero los «fascistas» entraron en el poder no por la fuerza de la violencia sino por la fuerza de las urnas, es decir, democráticamente. Hoy ningún historiador serio considera a la CEDA como «fascista», pero quizá la cuestión no sea esa, quizá la cuestión esté en saber si realmente el PSOE creía en el fascismo de la CEDA. Y efectivamente, el PSOE sabía muy bien que la CEDA no era fascista. Simplemente utilizaron la supuesta (y, a nuestro juicio y a juicio de aquellos «socialistas», imposible) fascistización de la CEDA como momento psicológico para dar un golpe de Estado de tintes revolucionarios (bolchevique o bolchevizado) e implantar en España la dictadura del proletariado, que no era otra cosa que la dictadura del Partido Socialista. El PSOE no aceptó las reglas del juego, y debe de ser denominado, contra todo lo que se dice indocumentadamente, como antidemocrático y a la postre como antirrepublicano. Aunque hay que señalar que en 1933 y 1934 el PSOE estaba dividido, y como dijo Madariaga, «la guerra civil dentro del Partido Socialista provocó la guerra civil general». Así pues, no fue el fascismo el que acabó con la Segunda República, porque éste en España prácticamente fue inexistente; pues la FE de las JONS, si es que se puede catalogar como «fascista», era un movimiento muy minoritario con apenas 25.000 afiliados, y tan sólo obtuvo un 0’7 por ciento de los votos en las elecciones de febrero del 36, con 46.000 votos y ningún escaño. Fueron el sectarismo y las izquierdas de tercera, cuarta y quinta generación las que masacraron a la «república burguesa».

Los ideólogos del PSOE sabían muy bien que el fascismo (tal y como se presentó en Italia y en Alemania, si bien hemos dicho que, en sentido estricto, la Alemania nazi no era fascista, como muy bien sabía José Antonio) no podía cuajar en España; dicho de otro modo: las condiciones para que cuajase algo así como el fascismo en España no eran política, social y económicamente muy favorables. Esto ya lo dijo Luis Araquistáin en abril de 1934 en un artículo publicado en Foreign Affairs. Araquistáin, ideólogo principal en la bolchevización del PSOE, observó que en España no había un ejército inmovilizado, que tampoco había un paro urbano masificado, que tampoco existía la cuestión judía (de momento en Italia tampoco), y que tampoco en España había una imperiosa necesidad de imperialismo. Joaquín Maurín, ex cenetista y uno de los fundadores del POUM, afirmó en su libro Hacia la segunda revolución, libro publicado en Barcelona en 1935, un año después de la revolución fracasada de octubre y un año antes de la Guerra Civil, sus dudas con respecto a la implantación del fascismo en España; pues, explica Maurín, la dictadura del general don Miguel Primo de Rivera (el padre de José Antonio) hizo que tras ella fuese imposible la instauración de un régimen autoritario de derechas. Los trabajadores, decía Maurín, no se sentía atraídos, como en Italia, por la propaganda fascista, y la derecha primaria, socialista y liberal (en nuestra terminología) no eran revolucionarios fascistas que pensasen en una marcha sobre Madrid o algo por es estilo; no eran, pues, fascistas radicales no alineados sino derechistas tradicionales (si bien de diferentes modalidades y no siempre en conformidad y armonía). Tampoco Julián Besteiro, una de las pocas personalidades del PSOE con decencia, creía en el peligro fascista.

Que el PSOE no creía en el fascismo de la CEDA lo pone muy bien de relieve estas palabras de Pío Moa: «La prueba fehaciente de su convicción resplandece en el acuerdo de los dirigentes de no reivindicar la revuelta si ésta fracasaba, a fin de aprovechar las garantías de la legalidad burguesa y eludir en lo posible la represión posterior. Es decir, apelaban al peligro fascista como justificación y para excitar a las masas, pero en realidad contaban con que la democracia subsistiría incluso después de un fracaso de su intentona, y podrían explotarla. Y acertaron. De haber reivindicado su acción, aclara muy bien S. Carrillo, uno de los jefes bolcheviques: “Aparte de la suerte personal que hubiéramos podido correr en el momento, nuestras organizaciones hubieran sido aplastadas y no se hubieran mantenido y fortalecido tan rápidamente”». (Los mitos de la guerra civil, pág. 70).

La CEDA ganó los comicios del 33, ¿Por qué no formó gobierno? La CEDA no tomó el poder por la sencilla razón de calmar los rencores. Y es que la derecha tiene muchos complejos; esto del maricomplejinismo de la derecha no es sólo cosa de hoy (Mariano Rajoy), sino que parece cosa de siempre. Así que la CEDA no formó gobierno y se lo cedió al Partido Radical de don Alejandro Lerroux. ¿Cabe cosa más contraria a un partido fascista? Si Benito Mussolini gana unas elecciones, ¿permitiría que otro partido en su lugar forme gobierno porque prefiere «calmar los rencores»? Cuando Hitler ganó las elecciones en el mismo año, ¿acaso cedió el poder a sus rivales? Pero la CEDA hizo un ceda el paso para que gobernase el Partido Radical. Todo lo contrario del fascismo italiano, porque éste, como hemos visto, subió al poder sin apenas apoyo parlamentario; pero la CEDA teniendo un gran apoyo parlamentario no quiso subir al poder; luego su comportamiento, para más inri, fue totalmente antifascista. ¿Cabe una personalidad política más distinta de la de Gil-Robles que la de Mussolini o que la de Hitler? Si Mussolini era un líder (Duce) y Hitler otro líder (Führer), Gil-Robles era un antilíder, el político menos mussoliniano y menos hitleriano de los posibles (por mucho que los japos le llamasen «Jefe»). Luego aquello de que la CEDA era fascista o nazi o yo no se qué es una solemne majadería y una soberana estupidez, y los políticos del PSOE no eran tontos del todo para creerse semejante patraña, sabían muy bien lo que era la CEDA y sabían muy bien que no era fascista ni nada que se le pareciese… pero no los de hoy (Zapatero, Pajín, Aído, Moratinos, Chacón, Pepiño y toda esa caterva de analfabetos militantes), sí parecen lo suficientemente ingenuos para creerse ese cuento de hadas. Si los «socialistas» de antes tenían mala fe, los de ahora son sencillamente estúpidos (y de mala fe).

Luego antes del estallido de la guerra los «antifascistas» (si bien algunos verdaderos impostores y conscientes de la imposibilidad de que algo así como el fascismo cuajase en España, justificando así, en el nombre del «antifascismo», cualquier acción violenta) eran más numerosos que los «fascistas», si es que estos existían sobre el suelo de la España de entonces. Los «antifascistas» en realidad eran simplemente «antiderechistas» o «anticedistas» (la Falange era un movimiento muy reducido, a pesar de que en 1934 fue presa de los ataques izquierdistas, los cuales pasaron a un segundo plano para la preparación de la revolución de octubre contra la CEDA y el Partido Radical). Así como la izquierda tuvo como denominador común el «antifascismo», sacado «de la manga», la derecha tuvo como denominador común el antiizquierdismo (o el anticomunismo no tan sacado de la manga). De modo que, en la Guerra Civil, el enfrentamiento fue más por lo que se negaba que por lo que se afirmaba. Aunque, a decir verdad, durante la «primavera trágica», que prologó a la guerra, el comportamiento de los «antifascistas» era más «fascista» que el comportamiento de los «fascistas», cuyo comportamiento parecía incluso «antifascista».

Pero para entender el contexto histórico, «debe compararse la actitud de la CEDA con la del PSOE con respecto a los dos grandes totalitarismo de entonces. Si la derecha católica [y por tanto imposible de ser fascista, porque el fascismo era anticlerical o al menos no clerical; más bien se trata, ya que es católica, de una derecha socialista] repudiaba la violencia, el racismo y las concepciones estatales nazis [a la CEDA no sólo se le acusaba de «fascista», sino también de «nazi»; pero claro, para los progres es lo mismo 8 que 80], el PSOE aprobaba las ideas y el terror soviético». (Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, Ediciones Encuentros, Madrid, 2007, pág. 473).

Es verdad que la Italia fascista fue la que más se comprometió con Franco en la Guerra Civil. Luego es interesante ver cómo fue la colaboración real del bando nacional con el fascismo realmente existente. «Más de dos tercios de sus pilotos sirvieron en España, pero también la marina desempeño un importante papel. Sus barcos actuaron como apoyo en el estrecho de Gibraltar y, más tarde, protegieron la isla de Mallorca frente a los ataques republicanos. También escudaron a los transportes destinados a la zona nacional, colaboraron en la instrucción de parte del personal de la marina franquista y, junto con los alemanes, proporcionaron a Franco un servicio de inteligencia naval […] También fueron los italianos quienes, lógicamente, sufrieron las mayores bajas, unas 4.300, sólo superadas por las de los marroquíes (más o menos el doble). Los alemanes perdieron 300 hombres, los soviéticos unos 200». (Stanley G. Payne, 40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil, La esfera de los libros, Madrid, 2006, págs. 458-459). En total murieron unos 20.000 soldados extranjeros.

He aquí una enumeración del armamento que el fascismo realmente existente suministró, a un precio muy generoso, al bando nacional liderado por Franco: 1.930 armas de artillería, 1.496 morteros de 45 mm, 8.750 ametralladoras y subametralladoras, 241.000 rifles, 7.500 vehículos motorizados, 149 tanqueta L/3, 500.000 uniformes, 13 hospitales de campaña, 931 radios. (Fuentes: A. Rovighi y F. Stefani, La pertecipazione italiana alla guerra civile spagnola, Roma, 1992, II, págs. 462-464).

Aquello de que la Segunda República fue una época de prosperidad, de progreso y de bienestar para España es un camelo, una cosa que la propaganda izquierdista se ha sacado literalmente de la manga. Esa imagen idílica, progresista, armónica y pánfila de la Segunda República que los progres nos han pintado es históricamente falsa; y hay que decirlo de una vez por todas con plena rotundidad: «No es esto. No es esto». Pero eso sí, hay que reconocer que los comunistas, los socialdemócratas y los progres en general son unos auténticos maestros en el arte de la propaganda (y que conste que los llamo «progres» porque disfrutan fervorosamente cuando ven que su cuenta corriente progresa adecuadamente; pues si a los del PP les encanta el dinero, a los del PSOE les conmueve).

En esa república ni hubo reforma agraria, ni reforma bancaria ni una auténtica revolución y transformación de la sociedad española. ¡Qué otra cosa se podía esperar de una república que fue traída y presidida en la casi totalidad de su tiempo por ese, como dice Federico Jiménez Losantos, modelo de meapilas democristiano maricomplejines traidor de todo lo sagrado y todo lo profano llamado don Niceto Alcalá-Zamora! Es más, esa república, que estúpidamente se considera como la quintaesencia de la izquierda, fue traída por la derecha liberal y la Guardia Civil, para más inri. Pues sí, la Segunda República se instauró gracias o más bien por culpa de los católicos liberales Alcalá Zamora y Miguel Maura y por la inestimable colaboración del director de la Guardia Civil, José Sanjurjo; dicho de otro modo, para que los progres me entiendan: la «maravillosa» Segunda República llegó, por muy paradójico que esto parezca, a causa de la acción de los «fachas» y de los «picoletos».

Los progres con su propaganda lo han tergiversado y manipulado casi todo, la única mentira que les ha quedado por decir es que el Frente Popular ganó la guerra, ¡sólo faltaría eso! (Aunque se han atrevido a decir que Franco no ganó la guerra). Sin embargo, la batalla de la propaganda, para vergüenza de los progres, fue la única batalla que perdió Francisco Franco Bahamonde (Caudillo de España por la gracia de Dios). Como dice don Gustavo, «El progreso de la República se apoyó, a su vez, en las condiciones en que la dictadura de Primo de Rivera había dejado a España: el parque de automóviles que España tuvo en la República, por ejemplo, no podía haber sido creado en dos años por ella, sino que era la herencia del desarrollo industrial y viario de la dictadura (“gobernar no es asfaltar”, era la acusación propagandística de los republicanos contra la dictadura de Primo de Rivera)». (Gustavo Bueno, Zapatero y el pensamiento Alicia, Temas de hoy, Madrid, 2006, pág.86).

Como muy bien dice Don Ricardo de la Cierva, el 18 de Julio no fue un golpe militar fascista: pues ni fue un golpe, es decir, un pronunciamiento clásico, sino que fue un alzamiento general de media España que no se resignaba a morir, ni fue exclusivamente militar y ni tuvo nada que ver con el fascismo, «¡pero qué barbaridad!» «Suena muy bien en el Diario de Sesiones de las Cortes democráticas de 1999, la afirmación de que el fementido golpe militar fascista, dado el 18 de julio de 1936, si dirigía contra la legalidad republicana. El tal golpe es una mentira de igual calibre que la legalidad republicana». (El 18 de julio no fue un golpe militar fascista, Fenix, 2000, pág. 363). Pues bien, este enunciado, andando el tiempo, ha sido puesto como ley, como postulado a través del cual se ha propagado una impostura: la «Ley de la memoria histórica (Ley 52/2007 de 26 de diciembre)», la patraña más grande jamás contada. He aquí el mito por antonomasia de la Guerra Civil. Como si la contienda española hubiese sido un conflicto entre la democracia contra el fascismo. ¡Falso, rotundamente falso, de arriba abajo! La rebelión militar no fue fascista, cosa que sabía muy bien don Manuel Azaña según afirmaba en su Diario.

Pues bien, ahora resulta que Franco tenía razón; es más, hay argumentos sobre la mesa (después de leer y contrastar ciento y cientos de páginas) para afirmar que Franco ha sido el mejor estadista que ha tenido España en el siglo XX. ¡Así, ni más ni menos! Observen ustedes: Franco fue el hombre que libró a España del estalinismo (en realidad, es decir, sobre el campo de batalla, ¡fue el único que venció al Zar Rojo en su proyecto de imperialismo generador!). Franco fue el hombre que libró a España de la Segunda Guerra Mundial haciendo verdadero virtuosismo diplomático entre los Aliados y el Eje (nada que ver con alianzas de civilizaciones ni tonterías por el estilo): el caudillo tuvo talento político para moverse, sin perjuicio de sus complicaciones, entre la espada nazi-fascista y la pared capitalista (ya sólo por eso merece todo el respeto del mundo). Franco fue el hombre que libró a España de una Segunda Guerra Civil (me refiero el intento de invasión del Maquis comandado por Santiago Carrillo a las órdenes de Stalin). Franco fue el hombre que hizo que España pasase a ser un Estado inmerso en los problemas industriales, y a transformarse en la novena potencia mundial económica, un desarrollo industrial y económico sin precedentes (el mal llamado «milagro económico español»), el primer país más desarrollado de la segunda mitad del siglo XX después de Japón, ¡ahí es nada! Y lo que es más importante: Franco fue el hombre que transformó España en un tierra de paz (militar y políticamente implantada, ¡pues ontológica e históricamente no pudo ser de otra forma!). Hay que reconocer que el balance francamente es positivo.

Obviamente no me refiero cuando digo «Franco» o «Franco fue el hombre…» con la sola figura del Caudillo; me refiero a su forma de gobierno, que de modo convencional se ha llamado «franquismo». Es decir, me refiero al Caudillo, que tenía «más de zorro que de cordero», como dijo un ministro inglés, y sus ministros, como, por ejemplo, el general Francisco Gómez Jordana, ministro de Asuntos Exteriores, el cual sustituyó el 3 de septiembre de 1942 al cuñadísimo Serrano Suñer, uno de los ministros más afines a las posiciones del Eje. Gómez Jordana fue vital para que España no entrase militarmente en la Segunda Guerra Mundial. La España de Franco, todo hay que decirlo, no fue «neutral» durante la contienda mundial, fue «no beligerante», que es una cuestión diferente. Es más, es imposible, materialmente hablando, que España fuese neutral, pues las naciones no son sustancias megáricas ni mónadas leibnizianas sincronizadas por armonía preestablecida y están codeterminadas en symploké de modo diamérico; y, por tanto, aquello que acontecía en Europa determinaba a aquello que acontecía en España, y viceversa (codeterminación). España ayudó a Alemania exportándole minerales, utilísimos para reforzar la artillería militar. Franco y sus ministros (hasta el viraje hacia los aliados a finales de 1942) siempre apoyaron a Hitler, y siempre quisieron que el Führer ganase la guerra; aunque, eso sí, España no podía entrar en la guerra «por gusto». Franco vio en la contienda mundial una oportunidad para que España se situase como gran potencia y optar por un imperio en África, pues al fin y al cabo Alemania e Italia se enfrentaban a Francia e Inglaterra, naciones que desde siempre en la historia habían sido enemigas de España. Luego la alianza con Hitler y también con Mussolini (no militar, pero sí económica, esto es, «no beligerante» o neutralmente benévola con el Eje) se debía principalmente a dos razones: por motivos históricos y por la colaboración del Eje en el bando nacional durante la Guerra Civil, pues España estaba endeudada con Alemania e Italia. España no tenía ningún motivo para aliarse con Francia e Inglaterra, pues España nada debía ni nada debe a estas naciones. Franco se alió con según quien iba ganando la guerra, por eso el viraje hacia los aliados (ya decía el ministro inglés que el Caudillo tenía «más de zorro que de cordero»). Aunque al final todo se fue al traste y el Führer terminó opinando de Franco que sólo era «un charlatán latino». Pero las intenciones del Caudillo, el cual sinceramente quería que Alemania ganase la guerra, no son en absoluto reprochables, ¡por qué diablos debía España (la «España de Franco») defender a Francia e Inglaterra de los alemanes! Es claro que los alemanes cometieron crímenes horrendos (como los aliados) pero hacia 1942 no se había llegado a la solución final; eso se supo en retrospectiva; in medias res, el Caudillo, como casi cualquiera, no sabía muy bien quién era Hitler y qué significaba el nazismo. Quizá sea fácil verlo ahora, o tal vez ni eso, pero sobre el mismo escenario de la historia es difícil aclarar y distinguir. Es más, los pensamientos psicológicos de Franco son irrelevantes; lo que Franco deseó o dejó de desear no es importante, lo importante es que España se salvó de esa célebre y criminal guerra. (Para todo esto véase el interesante libro de Stanley G. Payne Franco y Hitler, La esfera de los libros, Madrid, 2008).

De modo que el franquismo, volviendo al balance francamente positivo de su mandato, fue una dictadura, sin duda, pero no una dictadura depredadora, sino una dictadura generadora (sin perjuicio de la represión de los primeros años, represión que a la postre fue inevitable y no muy sangrienta si la comparamos con otras represiones, ya que fueron sólo unas 28.000 personas las que la padecieron de forma mortífera). Aunque, todo hay que decirlo, en el Valle de los Caídos, caídos de ambos bandos (no lo olvidemos), los presos estaban asegurados y encima cobraban un sueldo, y murieron tan sólo 14 personas, en su mayoría libres, y por accidentes laborales, nada que ver con los campos de concentración europeos y no europeos de antes, durante y después de la guerra interimperialista (por no hablar de las checas y de la represión del Frente Popular durante la guerra, que terminaron con la vida de unas 60.000 personas sin contar los crímenes que se cometieron entre los propios izquierdistas, ya que hubo dos guerras civiles dentro de la guerra civil general, lo cual dice mucho de cómo eran esos «republicanos»).

Como señala Moa, «Franco, pues, sale bien parado, en cuanto a crueldad, si lo comparamos con, por ejemplo, Churchill, Roosevelt o Truman, no digamos Hitler o Stalin. Y también con Negrín, que instauró un sistema brutal en su propio campo para mantener a toda costa una guerra perdida, y con el designio de volverla mucho peor al soldarla con la mundial». (Los mitos de la Guerra Civil, pág. 484). No olvidemos que el lema de Negrín al final del conflicto era «resistir es vencer». A mi juicio, la intención de empalmar el conflicto nacional con la conflagración mundial era una auténtica canallada; por eso esos «republicanos» no merecen ni el más mínimo de mis respetos.

Así pues, la dictadura generadora franquista, el llamado «régimen de Franco» duró 36 años (si lo contamos desde el 1 de abril de 1939 hasta el 20 de noviembre de 1975, día en que murió el Caudillo con 83 años bien vividos); 36 años de paz (y tras su caudillaje hay que sumar los 3 años de transición, que en el fondo era franquismo, y los 31 que llevamos de democracia, la cual es totalmente heredera del régimen de Franco y no del antifranquismo). Para que se vea lo que quiero decir: desde la hazaña (¡con h!) del franquismo hasta nuestros días han trascurrido en España 70 años de paz, cosa sorprendente si se observa la historia de España. Y para poner la guinda al pastel, para más inri, diríamos, Franco fue el hombre que tuvo todo el poder en sus manos y no robó absolutamente nada; cosa de la que no pueden presumir los «socialistas» (más bien «socialistos»), que llevan 130 años de «honradez» en esto de la política, por no hablar de los escándalos de corrupción delictiva y no delictiva que últimamente asolan a España un telediario sí y otro también. Hay que decir también que los casos de corrupción delictiva en el franquismo fueron escasos, minúsculos y además ridículos; hubo un caso en el que un funcionario robó una máquina de escribir… ¡bueno, aquello fue un auténtico escándalo!

Y ahora dirán muchos que yo soy franquista porque admiro a Franco; dirán: «¡Ah, este es un propagandista de los fachas!». (¿Sabe alguien qué diablos es un «facha»?) Pero insisto, no se puede ser hoy en día franquista, pues es como si se fuese maniqueo, mitraísta, arriano o cualquier anacronismo por el estilo, ¡qué sentido tiene! Pero, eso sí, admiro profundamente a la figura de Franco, a pesar de que yo ni nací cuando él ya murió: no soy, por tanto, un nostálgico del franquismo, porque nací en 1980; luego estoy escribiendo sobre historia no sobre «memoria histórica»; no se trata de volver al franquismo, ¡eso es absurdo! Franco, con todo sus errores, era otra cosa, ¡pero los politicuchos aliciescos del tres al cuarto que gobiernan nuestro país no tienen vergüenza! No puedo decir lo mismo de Mussolini, el cual fue un completo mamarracho, un completo desastre, sobre todo al final (aunque al principio hay que reconocer que lo hizo bien o no muy mal). Simplemente Franco supo hacer las cosas bien o muy bien; pues visto lo visto, y dada las difíciles circunstancias tanto a nivel nacional como internacional, su logros no fueron ninguna tontería. Y de Mussolini, pues qué decir: el Duce, salvo en sus inicios y en buena parte de su dictadura, no supo hacer nada o casi nada bien (salvo llevar a Italia a la ruina, eso sí que supo hacerlo muy bien). A la hora de la verdad el franquismo supo triunfar, y a la hora de la verdad el fascismo… no.

Los progres y fundamentalistas democráticos primarios y también miserables (no sé si también los canónicos) tienen una concepción de la historia de la Segunda República, de la Guerra Civil y del franquismo de cuento de Caperucita, es decir, la concepción más simplista e infantil de una historia, «y por tanto la más afín a un pensamiento Alicia». (Zapatero y el pensamiento Alicia, pág. 86). Érase una vez Caperucita (Caperucita roja) que había sido encomendada por su madre, la ciudadanía española (el Frente Popular), para que le llevase leche y miel a su abuelita España. Entonces la abuelita fue atacada por un lobo feroz llamado Franco. El lobo se comió a la abuelita y estuvo la abuelita en la panza del lobo durante 36 años. Pero al final llegó la democracia (el leñador) y le rajó la panza al lobo y la abuelita en su libertad (gracias al consenso y el común acuerdo de los dialogantes españoles) nos dio una democracia por emergencia metafísica. Puro cuento infantil, pero así es como más o menos ha calado esta historia en las conciencias de la mayoría de los españoles (sobre todo jovencitos y jovencitas). ¡Hay que ver cómo nos han engañado! ¡Qué maestría en el arte de la propaganda, sí señor!

Franco no era republicano y no vio con buenos ojos la llegada de la República, quizá temiendo lo que iba a pasar. Sin embargo, en la práctica, a Francisco Franco hay que reivindicarlo como el último bastión del republicanismo, esto es, de la legalidad republicana, para más inri, pues fue el último en sublevarse, esto es, en derribar violentamente la República. Se sublevaron durante el primer bienio (el mal llamado «bienio progresista», un bienio lleno de disparates de don Manuel Azaña, más bien habría que decir, francamente, que fue un «bienio negro») los anarquistas (con tres absurdas mini-insurrecciones, aunque la última fue contra el gobierno de Lerroux) y Sanjurjo (una insurrección de una mínima parte de la derecha que costó sólo 10 vidas humanas y casi todas rebeldes y que tuvo como motivación impedir el estatuto catalán, el cual fue un intento de insurrección que, como bien dijo Azaña, sirvió más para fortalecer que para dañar a la República); se sublevaron la Esquerra y el PSOE en 1934 (tras no aceptar el resultado de las urnas, ¡acto antidemocrático soberano!); Azaña también intentó dar dos golpes de Estado tras perder el poder. Y lo del 18 de julio fue un «golpe» (frustrado, pues se transformó en guerra civil) planeado por Mola y Sanjurjo, sumándose Franco al ataque cuando llegó la gota que colmo el vaso: el asesinato de Calvo Sotelo, el jefe de la oposición, y no por una «banda incontrolada de pistoleros», sino por unos guardias de asalto ordenados por el ministerio de la Gobernación; señal inequívoca de que la Segunda República estaba podrida hasta la médula. Es decir, Franco fue el último en sublevarse, esto es, en revelarse contra la República, ya que prácticamente no quedaba ninguna personalidad política y militar con suficiente relevancia como para hacerlo. Si Franco hubiese sido fascista no hubiese dudado en dar un golpe de Estado tras la insurrección del PSOE y la Esquerra en el 34, cosa que no sucedió; luego el Caudillo ni fue fascista antes de gobernar ni cuando gobernó.

Pero, ¿hasta qué punto lo del 18 de julio fue una sublevación, es decir, una rebelión (pues fueron llamados «los rebeldes», título que le gustaba mucho a Franco)? No fue exactamente una rebelión, pues ya no había Estado (luego no fue un golpe de Estado, como afirmé antes), pues el gobierno del Frente Popular no era un gobierno, ¡era un desgobierno!, y estaba llevando a cabo un ejercicio de revolución dentro del propio Estado. Si la derecha no se hubiese sublevado hubiese sido machacada. Como dice Stanley Payne, para la derecha hubiese sido más peligroso no alzarse que alzarse. Ya lo dijo muy bien, ¡pero que muy bien!, José María Gil Robles en las cortes: «un gran parte de la población, que por lo menos es la mitad de la nación, no se resigna a morir, yo os lo aseguro». Por eso precisamente vino el 18 de julio, que fue un movimiento «cívico-militar», ya que media nación no se resigna a morir, ¡porque no se resigna a morir, como es natural!

Franco, que ya lo dejó bien dicho en su manifiesto, no se sublevó contra la República, sino contra el gobierno del Frente Popular, que era un gobierno (un desgobierno) que no cumplía la ley, que no cumplía la constitución. Dicho de otro modo: la constitución del 9 de diciembre de 1931 era papel mojado, ¡ya no había República! Dicha República (y ello resulta paradójico, dada la historia que nos han contado) fue liquidada por los propios «republicanos» (después de todo mal llamados así). Fueron ellos los que acabaron con la República, con la democracia (¡con tanto que presumen de «demócratas» y de «republicanos»!), al no aceptar el resultado de las elecciones del 34 y al manipular el resultado (resultados que no han sido publicados) de las elecciones del 36. La izquierda (la llamada así) fue el lobo feroz que se comió a la abuelita; y Franco, eso sí, era otro lobo, pero no porque atacase a la abuelita, sino porque atacaba a otros lobos que la estaban acechando.

En una carta dirigida al «infante» o «pretendiente» don Juan de Borbón fechada el 6 de enero de 1944, Franco analiza la situación de su régimen tras el Alzamiento: «Poniendo por delante que para mí el Poder es un acto de Servicio más, entre los muchos prestados a mi nación y a su fin, el bienestar único, he de sentar varias afirmaciones: a) la Monarquía abandonó en 1931 el Poder a la República; b) nosotros no nos levantamos contra una situación republicana; c) nuestro Movimiento no tuvo significación monárquica, sino española y católica, d) Mola dejó claramente establecido que el Movimiento no era monárquico; e) los combatientes de nuestra Cruzada pasaron de un millón, y los monárquicos constituían entre ellos exigua minoría. Por lo tanto, el régimen no derrocó a la Monarquía ni estaba obligado a su restablecimiento. Entre los títulos que dan origen a una autoridad soberana, sabéis que cuentan la ocupación y conquista, no digamos el que engendra el salvar a una sociedad». El análisis del Caudillo es, punto por punto y palabra por palabra, ¡rigurosamente cierto!

Pero los progres nos dirán que Franco era «fascista» porque durante la guerra tuvo como aliados a las «potencias fascistas». Hay que decir que esa alianza fue muy polémica, fue una alianza muy sui generis (tan sui generis como la que mantuvieron Alemania e Italia). Las potencias del Eje (no había comenzado aún la guerra mundial pero sí existía ya el Eje Berlín-Roma) no dominaban a Franco, más bien Franco las dominaba a ellas, ni punto de comparación con el control casi «totalitario» (podríamos decir) de la Comintern sobre el Frente Popular (un Frente Popular que ni mucho menos defendía la República democrática del 14 de abril del 31, sino que se revestía de democracia para que las potencias capitalistas no interviniesen en el conflicto a favor de Franco, según la tesis de Burnett Bolloten).

La Comintern, pues, divulgó propagandísticamente que la Guerra Civil española suponía un conflicto entre las libertades democráticas («¡Libertad para qué!») y la opresión reaccionaria fascista (o clerical-fascista, «fascismo frailuno»). Según esta interpretación maniquea y simplista, la contienda española era una lucha entre el fascismo y el antifascismo, entre la burguesía fascistizada y el proletariado de la «República de trabajadores de todas las clases». Esa interpretación de la Guerra Civil es tan metafísica, tan falsa y en general tan estúpida como la interpretación que le dio la Iglesia católica como «cruzada» frente a la «barbarie comunista». El fascismo no era entonces una posición que, a nivel estatal (en el sentido de la dialéctica de Estados) estuviese organizado para enfrentarse al temible imperio comunista soviético, ni Franco era fascista (sin perjuicio de su fervor anticomunista). Por consiguiente, interpretar a Negrín como el «abanderado español del proletariado como clase universal» es tan disparatado como interpretar a la figura de Franco como «envidado de Dios para abanderar la cruzada contra el comunismo, la masonería y el judaísmo». Ni Negrín era el mesías del proletariado ni Franco era el mesías del Dios de la Iglesia católica; Franco fue simplemente el «Caudillo de España» pero no «por la Gracia de Dios», y harto tenía con ello. A Franco Dios no le hacía falta para nada (aunque sí le fue muy útil las instituciones cristianas, pues lo importante del cristianismo no es Dios, ni siquiera Cristo, lo importante de cristianismo es la Iglesia).

Durante la guerra, los dos bandos buscaron en el extranjero aliados que le suministrasen armas (causa que hizo que el conflicto se prolongase). El Frente Popular buscó la ayuda no en las potencias democráticas sino en el nuevo imperio mundial, esto es, en la Unión Soviética. El gobierno del Frente Popular consiguió una gran cantidad de armas a cambio de las reservas de oro (el famoso «oro de Moscú»). Franco, en cambio, logró a crédito la solidaridad italo-germana y también consiguió la suministración de petróleo de parte de EEUU. Ahora bien, los progres se ponen de uñas cuando ven que Franco colaboró con las «potencias fascistas» (sintagma oscuro y confuso donde los haya, por todo lo que llevamos dicho), pero sin embargo ven con buenos ojos la solidaridad soviética. Pero las alianzas no son en absoluto reprochables, y son tan importantes como las propias fuerzas. Sin embargo, en honor a la verdad hay que afirmar que por aquellos entonces (hablamos de los tres años que trascurren entre 1936 y 1939) los campos de concentración de aniquilación masiva de judíos y otras etnias no existían y, como hemos dicho, el fascismo italiano fue relativamente poco sangriento (hemos dicho, junto a Stanley Payne, que proporcionalmente fue menos violento en su ascenso al poder que los acontecimientos turbulentos de iniciativa izquierdista de la «primavera trágica» durante el derrumbe de la Segunda República); y sin embargo el Gulag ya lleva casi dos décadas funcionando a toda máquina; el Gulag es 25 años anterior a Auschwitz; es más, los campos de concentración alemanes se inspiraron en los campos de concentración soviéticos. Dicho sea de paso, esa dicha red de campos de concentración no fue diseñada por Stalin, sino por Lenin; lo digo porque muchos pánfilos creen ingenuamente que Lenin era el bueno y Stalin el malo, el que traicionó la revolución; cosa del todo falsa pues el estalinismo no supuso una ruptura con el leninismo, sino más bien supuso la continuación. Así pues, los bolcheviques fueron los maestros de los nazis en el diseño del terror masivo en campos de exterminio. No diré que dichos crímenes fueron «crímenes contra la humanidad», pues esa expresión es absurda, tan absurda como «patrimonio de la humanidad». Esos crímenes fueron contra una parte de la humanidad (judíos, gitanos, eslavos, burgueses, antinazis, anticomunistas, &c.), pero no contra la humanidad (desconozco a esa señora).

Pero la izquierda fundamentalista justificará los crímenes izquierdistas como actos heroicos, como dolores de parto necesarios para el alumbramiento de la sociedad comunista: el fin de la explotación «del hombre por el hombre»; y sin embargo los crímenes derechistas son asesinatos horrendos. Dicho llanamente: si uno de izquierdas mata a uno de derechas es un héroe, pero si uno de derechas mata a uno de izquierdas entonces es un asesino hijo de la gran puta. Si uno dice que es un «fascista» todo el mundo se escandaliza e inmediatamente lo desprecian, pero si dice que es «comunista» es respetado e incluso admirado. Pero, como hemos dicho, el fascismo fue muy inferior, en lo que a víctimas se refiere, al lado del comunismo. Es más, entre fascismo, nazismo, comunismo y capitalismo el fascismo es el menos sangriento de todos, ¡toda una paradoja! Unos matan a millones y otros crían la fama. (Y que conste, para que no se me malinterprete, que, filosóficamente hablando, considero que el comunismo es mucho más interesante que el fascismo).

Voy a poner un ejemplo de esto último: en Franco para antifranquistas, Pío Moa relata que el 16 de marzo del 2005 varias personalidades de la izquierda y de la cultura, es decir, de antifranquistas (retrospectivos en su amplia mayoría), homenajearon al ex líder del PCE Santiago Carrillo en su 90 cumpleaños (entre esas personalidades se encontraba el presidente del gobierno: el masón José Luis Rodríguez Zapatero, y digo que es masón porque él nunca lo ha desmentido). El homenajeado fue el máximo responsable de las matanzas de Paracuellos del Jarama durante la Guerra Civil, pero aun así es respetado porque es de «izquierda» (aquí en España, sobre todo cuando gobierna el PSOE, el mito de la izquierda funciona a toda máquina y el que sea de «izquierda» está moralmente justificado, haga lo que haga). Su regalo de 90 cumpleaños consistía en presenciar cómo se retiraba una estatura de Franco (al cual, por cierto, después de lo que llevamos dicho, habría que construirle y levantarle un monumento), colocándose en su lugar las estatuas del Lenin español (el incualificado Largo Caballero) y el ladrón del yate Vita (el exiliado y líder del primer antifranquismo, Indalecio Prieto, uno de los políticos más sinvergüenzas que ha parido la Nación Española). Allí asistía la farándula socialdemócrata: Ana Belén, Víctor Manuel y El gusto por la pasta es nuestro, aplaudiendo la vida de Carrillo como ejemplo. Estos progres dicen que son de «izquierda» no para definirse políticamente, sino para justificarse moralmente e ir de guay e intelectual por la vida, como si el comunismo no hubiese acabado con la vida de más 100 millones de personas. Pero, como dice Ricardo de la Cierva, Carrillo miente. Este Carrillo, por cierto, prefirió a Stalin que a su padre, Wenceslao Carrillo. Allá él y su conciencia…

Pues bien, volviendo a lo que comentábamos, una vez que Moscú se hizo con el oro tuvo al Frente Popular a sus órdenes, es decir, tomó la sartén por el mango y puso toda la carne en el asador, cosa que ni por asomo ocurrió en el otro bando. Franco siempre mantuvo su independencia, nunca le ordenaron lo que tenía que hacer; e incluso dejó desde el primer momento bien claro (durante la crisis de Múnich en el año 38) que en caso de guerra mundial España sería neutral: cosa que puso los gritos mussolinianos en el cielo. Hitler también se sintió molesto, y dijo con desdén: «Sé que es una cerdada, ¡pero qué otra cosa iban a hacer los pobres diablos!». Las intenciones de neutralidad de Franco eran contrarias a las temibles intenciones frentepopulistas: empalmar la guerra civil con la mundial, ¡con las consecuencias desastrosas que eso hubiese acarreado! Aunque durante la contienda mundial, como hemos dicho, España no fue neutral, sino no beligerante y favorable al Eje, por lo menos hasta que éste se veía como vencedor de la guerra; pues si España no colaboraba no participaría en la paz nazi-fascista (más bien la paz nazi) ni en la reconstrucción de Europa.

El PSOE (es decir, «los malos»), en cambio, hacía todo lo que ordenaba Stalin; Largo Caballero y sobre todo Negrín fueron los tontos útiles de Stalin (o mejor dicho los tontos inútiles). El Partido Comunista Español estaba totalmente infiltrado en las instituciones del gobierno del Frente Popular, cosa que les interesaba para ocultar sus intenciones revolucionarias y evitar, como hemos dicho, la intervención de las potencias capitalistas en apoyo al bando nacional. Esto es lo que Burnett Bolloten llamó «gran camuflaje». Hay que tener en cuenta de que el PCE era el último bastión del comunismo en Europa occidental.

Otra cosa que se discute son los gastos de pago de cada bando: «el Frente Popular gastó, con los soviéticos y en otras muchas cosas dispersas, mucho más dinero que los nacionales, pues no sólo agotó las reservas de oro y plata sino que, como señala el historiador anarquista Francisco Olaya [nadie pone peor a los comunistas que los anarquistas], hubo muchos más pagos, procedentes del expolio de bienes particulares y de la nación, otro en especie (textiles), &c. Probablemente el arriesgadísimo traslado de los mayores tesoros nacionales, en particular los cuadros del museo del Prado, tuvo por objeto servir de garantía para los últimos envíos de armas concedidos por Stalin hacia el final de la contienda, cuando ya se había consumido el oro». En cambio, «Franco recibió más ayuda de Italia que de Alemania, pero la primera no sólo la pagó en largos plazos, sino a precio de saldo, en las liras muy devaluadas de la posguerra mundial. De Hitler no pudo arrancar condiciones tan benévolas, pero pudo pagar la deuda poco a poco, la última parte después de 1945, a los Aliados vencedores del III Reich [para más inri]». «En resumen, Franco obtuvo ayuda en condiciones mucho mejores que sus contrarios, gastó mucho menos en ella, pese a lo cual posiblemente consiguió más armas; nunca perdió su independencia con respecto a Roma y Berlín, al revés que sus enemigos con respecto a Moscú; y no sufrió un partido dependiente del exterior [como el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores o el Partido Nacional Fascista] como el PCE en el lado opuesto». (Pío Moa, Franco para antifranquistas, Áltera, Barcelona, 2009, pág. 104).

Otra cosa abominable dentro del Frente Popular eran los nacionalistas fraccionarios vascos y catalanes, que consiguieron algo que era absolutamente imposible: hacer que Negrín parezca bueno, como pone de manifiesto Azaña, palabras que no tienen desperdicio: «Está muy irritado por los incidentes a que ha dado lugar el paso de Aguirre por Barcelona. Aguirre –dice [Negrín]– no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca –agrega– lo que llaman españolista, ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si estas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero y más dinero…». (Azaña, Obras completas, IV, pág. 701, cursivas mías).

Hay que decir también que ya una vez finalizada las guerras (Civil y Mundial) y, por tanto, en tiempo de paz, lo peor del franquismo fue el antifranquismo, que por supuesto no era democrático, sino comunista o secesionista. Pero la oposición armada al franquismo fue prácticamente escasa (o debió de ser numerosa, pero en el fuero interno), sin el menor apoyo de la población (Maquis, GRAPO, ETA, &c.). El antifranquismo, ¡parece mentira!, es algo que prácticamente no existió cuando vivía Franco; cuando existe el antifranquismo es ahora (¡después de 34 años de su muerte!). Ahora casi todo el mundo (casi toda España) ideológicamente es antifranquista, por motivos psicológicos o por motivos políticos interesados (juego sucio al más puro estilo socialdemócrata, como hacen con los titiriteros que apoyan al juez Baltasar Garzón con su complejo de Jesucristo). Estamos ante una tremenda oleada de «antifranquismo retrospectivo», el antifranquismo después de Franco (¡claro, así cualquiera!). Esta oleada de antifranquismo trasnochado se debe a la campaña fundamentalista de la Internacional Socialista y su gran aliada: la Francmasonería, en concreto en Gran Oriente español. Muchos que son del PSOE, como el caudillo del Imperio Prisaico Luis de Polanco (que perteneció al frente de juventudes y fue uno de los hombres más millonarios durante el franquismo), fueron antifranquista una vez muerto Franco. También el ex director de El País, Juan Luis Cebrián, se pasó al antifranquismo tras la muerte del Caudillo (dicho cambio jamás ha sido explicado públicamente, por eso Pío Moa, y con razón, pide que estos señores publiquen un libro que se titule Por qué deje de ser franquista). Ahora, cuando es completamente inútil, son antifranquistas; ¡qué pandilla de mamarrachos! Pero, como digo, detrás de ese «antifranquismo» no hay sólo mamarrachería, sino también intereses claramente electorales y fines descaradamente lucrativos (ya lo dije: a los del PSOE les conmueve la pasta, por no hablar de los titiriteros de la ceja, los que Gustavo Bueno llamó «farándula socialdemócrata»).

La democracia actual no tiene prácticamente nada que ver con la Segunda República (¡la nefasta Segunda República!); la democracia actual es producto del franquismo. La palabra transición es un eufemismo entre ruptura y continuidad. Y evidentemente ha habido más continuidad que ruptura. La democracia actual no es producto del fundamentalismo democrático, que por emergencia metafísica ha sacado de su seno el régimen democrático (que en el fondo es el régimen del mercado pletórico de bienes y servicios: el régimen capitalista, lo que ideológicamente se conoce como «democracia liberal»). La democracia actual se debe a los 36 años de dictadura generadora del franquismo, que supusieron 36 años de acumulación de capital para que en España subiese el nivel de vida y se pudiesen desarrollar las condiciones materiales, necesarias y realmente existentes que hiciesen posible la eutaxia de un régimen democrático. Ya en los años sesenta había más de cuatro millones de niños escolarizados junto a cien mil maestros, casi todo el mundo tenía su piso a plazos, su seguridad social, su Seat seiscientos y su billete de lotería calvinista en el bolsillo. Los años que trascurren de 1954 a 1975 son los años que más prosperidad económica e industrial ha tenido España en toda su historia. Y de este modo se pudieron erradicar de España las dos grandes lacras de la nación: el hambre y el analfabetismo. ¡Vamos, desde luego que España durante el franquismo no era el paraíso pero tampoco el infierno, precisamente! Este tipo de régimen poco tiene que ver con el fascismo.

Actualmente en España, dada la hegemonía del realmente existente bipartidismo agresivo y fundamentalista entre PSOE-PP (unas veces PSOE otras veces PP, ese es el camino, y así no sabemos hasta cuándo), se ha vuelto a popularizar el mito de la izquierda y de la derecha (incluso en muchas ocasiones por derecha se entiende ingenuamente «fascismo»). La falsa conciencia de un buen porcentaje de españoles está anclada en el maniqueísmo metafísico dualista del bien y del mal: la izquierda son los buenos, la derecha son los malos. La gran mayoría de los españoles están, pues, imbuidos totalmente por aquella frase de Antonio Machado que rezaba: «una de las dos España ha de helarte el corazón». Este infantilismo ha cuajado sorprendentemente en millones de sujetos operatorios antrópicos que habitan como ciudadanos en la Nación Política Canónica Española, todavía realmente existente, pese a quien le pese. ¡Cómo se ha podido tergiversar la historia de esa manera!

En El mito de la derecha, Gustavo Bueno ha sostenido la tesis de que el mito de la izquierda y de la derecha (inventado por las izquierdas) sólo está incubado en los países católicos (Francia, Italia y España, fundamentalmente). Durante 1000 años la hegemonía del agustinismo político, esto es, el providencialismo de la Historia agustiniano, trataba de trasportar a la humanidad de la ciudad terrena (el Estado) hacia la ciudad celeste; es lo que Bueno llama el «anarquismo de San Agustín». San Agustín antes de iniciarse y bautizarse en el cristianismo fue maniqueo. Los maniqueos hablaban de dos dioses: uno bueno y otro malo, he aquí el gran combate que se desencadenará a favor del bien contra el mal aplastado. Dicho esquema mitológico ya se venía dando desde el mazdeísmo, con los dioses Ormund y Oriman. Pues bien, San Agustín tomó las tesis mitológicas maniqueas para reconstruirlas en un montaje cristiano y llevar a cabo su teología de la historia: La ciudad de Dios. Según Agustín, existen dos ciudades: la Ciudad de Dios (Jerusalén, pero en última instancia la Iglesia de Roma) y la Ciudad del Diablo, la ciudad terrena (Babilonia, que ya fue condenada por el Apocalipsis como «la gran ramera, la madre de todas las abominaciones de la tierra»). (Habría que decir aquí: «una de las dos Ciudades ha de helarte el corazón»). Al final de los tiempos, tras la segunda venida de Cristo, la Ciudad de Dios se hará efectivamente universal, pues después de la «alienación» viene la salvación y todo se reintegrará en el seno de Dios Padre. Los condenados, eso sí, irán para siempre a la Ciudad del Diablo, al infierno de azufre y fuego y por toda la eternidad, entonces «será el llorar y el crujir de dientes». Pues bien, este mito se secularizó en innumerables doctrinas (las llamadas por Gilson «metamorfosis de La ciudad de Dios»). El mito de la izquierda y de la derecha es una de esas metamorfosis de La ciudad de Dios...

Antes de concluir este artículo me gustaría reiterar mi más sincero aprecio y reconocimiento por la vida y obra del Caudillo. Yo no soy de derechas, pero deseo manifestar mi máxima admiración por ese gran militar, ese gran político y esa gran persona que fue Don Francisco Franco Bahamonde; el cual, pese a quien le pese, es como el grandioso Cid Campeador, pues vence sus batallas hasta después de muerto. Lo digo por la investigación frustrada que desde el año 2008 hasta estos días de «primavera trágica» ha estado llevando el juez (o ex-juez, o semi-juez, o anti-juez) Baltasar Garzón con su patético «complejo de Jesucristo»; complejo de Jesucristo que, por cierto, se ha incorporado al Pensamiento Alicia…

Ni que decir tiene que, lo referido a Baltasar Garzón se puede, en la actualidad, hacer extensivo a los promotores de la «ley de memoria histórica» y los bufones, aduladores, trovadores y demás adeptos y adictos al social-comunismo que la ensalzan y de la que hacen apología…

Garzón es un perfecto desconocedor de la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo. Como lo son la mayoría de los social-comunistas actuales. La ignorancia del llamado «juez estrella» (ahora juez estrellado e inhabilitado y expulsado de la judicatura por prevaricación) es supina. Al parecer, Garzón no sabía que Franco, Mola y Queipo de Llano están muertos, pues pidió el parte de defunción de cada uno, por increíble y ridículo que esto parezca (a pesar de que el entierro de Franco fue el entierro más multitudinario de la historia de este país). Este señor intentó procesar a Franco, pero a los muertos no los juzga ni Dios. Garzón ha sido suspendido no por investigar los crímenes del franquismo, sino por investigar los crímenes del franquismo prevaricando. Los delitos de la Guerra Civil prescribieron penalmente en 1969, y quedaron resueltos definitivamente en la ley de amnistía del 15 de octubre de 1977; una ley, por cierto, que reclamó la «izquierda» en las calles con aquello de: «¡Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía!».

El 17 de mayo del 2010, el juez suspendido fue premiado. Garzón es de esos pocos frescos que cuando son despedidos (o suspendidos) siguen ganando pasta. A este tío le gusta mucho, ¡muchísimo!, el dinero; el dinero le encanta, yo diría que hasta le conmueve (no olvidemos que es del PSOE, por eso no hay que reprochárselo, esa gente siente una sensibilidad muy especial por el dinero, es algo natural cuando se es progre). Pues bien, el premio que recogió Garzón es uno de los galardones más importantes de la defensa de los derechos humanos, el Premio Libertad y Democracia René Cassin, nombre del principal redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y Nóbel de la Paz en 1968. Evidentemente este premio es un premio de la masonería. Este René Cassin es ni más ni menos que un masón (o era, porque ahora está más muerto que Wojtyla). He aquí un documento poco sospechoso que lo confirma: «La Declaración de Derechos Humanos, en su articulo primero, conlleva una visión mas (sic) trascendente y menos localista que la de la Declaración de la Independencia de los EEUU, sin duda gracias a la influencia francesa, al considerar sujeto de derecho al ser humano en general. Fue un Hermano francés “ René Cassin” (sic), el encargado de impulsarla y elaborarla con la colaboración inestimable de una mujer (sic) Eleanor». (Pongo el enlace para que se vea que el presente documento no me lo invento: http://masonerialiberal.com)

Garzón ha incorporado a su complejo de Jesucristo el Pensamiento Alicia, al menos esa es mi primera impresión al oírle decir la siguiente sarta de majaderías, majaderías con las que recogió y agradeció su premio: «Para mí es un honor recoger este premio y hacerlo en estas circunstancias especiales y difíciles». Se refiere a su particular «primavera trágica». «Creo que esas circunstancias me reivindican en mis principios y firmeza en la justicia contra la impunidad y a favor de las víctimas, casi siempre olvidadas. Me constituyo en defensor de la utopía» ¡Y es que la cosa tiene bemoles! «Soy juez y por tanto un hombre del derecho y para el derecho, y como diría Cicerón esclavo de la ley. Pero de una Ley no sólo local sino universal». Garzón transforma lo local en universal, como hacían los masones extrapolando la Declaración de Independencia de EEUU a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como hemos visto. ¡Anda que si nos sale masón este Garzón! «Cuando hablamos de impunidad casi siempre se hace referencia a la que generan las normas legales que la proclaman o la imponen después de que finalizó el tiempo en que se cometieron las atrocidades que quieren perdonarse o olvidarse». Garzón quiere presentarse, según lo que dice, como un juez inmisericorde con los asesinos, como inmisericorde es Dios con los pecadores y los impíos. Y sigue con su cháchara metafísica recalcitrante a más no poder: «La justicia internacional y la universal tienen que tomar la voz y la palabra y emprender la acción contra la impunidad. Si existe un juez independiente aún en el lugar más alejado del planeta aún no se ha perdido la esperanza [la fe y la caridad]. La inactividad o indeferencia frente a los crímenes propios o ajenos supone la derrota de la justicia. No se puede construir la democracia sobre millones de cadáveres mudos» Habría que decirle al juez antifranquista y antigenocida retrospectivo que precisamente la democracia se construyó así, pues la democracia realmente existente, la democracia occidental, es fruto de la super ultra mega hiper sangrienta Segunda Guerra Mundial. Si Garzón es coherente, aunque mejor que no lo sea, ¿se atreverá a juzgar entonces, no sólo ya a los nazis o a los fascistas, sino también a las potencias «democráticas» que bombardearon Dresde asesinando cruelmente a 350.000 personas, que tiraron dos bombas atómicas sobre Japón acabando con otras tantas, y que impusieron campos de concentración en Francia y EEUU para después en la paz de los vencedores sobre los vencidos impusiesen su Declaración Universal de los Derechos Humanos burgueses? (Los cuales, por cierto, no son realmente universales, porque ni China ni la URSS la firmaron; y creo, y además estoy convencido, que eso no es reprochable, porque dicha Declaración es materialmente imposible. Son normas éticas que se extrapolan a la política, pero los masones no saben que lo que éticamente puede ser reprochable políticamente puede ser correcto). ¿Juzgará Garzón también a Stalin por dar carta blanca a las tropas soviéticas cuando tomaron Berlín con el balance de 2 millones de violaciones y la exportación de 10 millones de soldados alemanes a campos de trabajo en Siberia?

La Guerra Civil, sin perjuicio de su horror, fue una guerrita y su represión una represioncita si la comparamos con la Guerra Mundial (tanto con la Primera como con la Segunda). Se calcula que en el conflicto segundo mundial murieron unas 60 millones de personas, y en la represión, cosa que no se suele decir, unas 20 millones de personas (e innumerable es la cantidad de heridos y mutilados). En la Guerra civil las víctimas en conflicto fueron unas 150.000 y en represión otras tantas, y las víctimas se reparten más o menos entre los dos bandos; aunque en proporción los crímenes por represión del Frente Popular fueron algo más numerosos.

Pero sigamos con la retahíla de disparates de Garzón: «Precisamos una nueva conciencia universal». Garzón como representante de la «conciencia universal» en la Tierra: eso es algo para echarse a temblar. «Ya somos muchos y creceremos más y nos haremos una fuerza de choque». Sí, en eso hay que darle la razón al juez estrella, el número de progres aliciescos se está incrementando preocupantemente. Los simpatizantes del juez estrellado en pleno estado de alucine afirmaban: «No se puede entender que suspendan a un juez que abre las fosas comunes»; y otro deliraba: «estamos aquí para homenajear a un juez que ha cambiado el mundo, que ha hecho que las víctimas en el mundo entero encuentren justicia y pedimos que haya justicia para él en su propio país». He aquí la voz de la fe en Garzón y en su complejo justiciero y salvador.

Después de oír esto y después de leer Zapatero y el Pensamiento Alicia, el Fundamentalismo democrático, en especial el capítulo dedicado a diagnosticar el complejo de Garzón, que Bueno desde el bisturí crítico identifica con Jesucristo, sería interesante constatar, al menos como hipótesis, las analogías entre el complejo de Jesucristo y el Pensamiento Alicia. Y claro, de algún modo u otro el Pensamiento Alicia es una de las metamorfosis de la Ciudad de Dios, la secularización del cristianismo, la solidaridad de todos los hombres en la Alianza de la Civilización, donde la justicia reinará hasta los confines de la tierra y más allá (en la comunidad de los espíritus desencarnados, a modo del espiritismo krausista).

Garzón es un Jesucristo Alicia, y ha sido y está siendo el instrumento de la que hace ya 10 años llamó Ricardo de la Cierva «venganza masónica contra Franco»: «Hoy la Masonería, identificada genéricamente también con la Internacional Socialista, interviene de forma decidida en la abominación de Franco a que me estoy refiriendo en el presente estudio». (Se refiere a su magistral libro El 18 de julio no fue un golpe militar fascista, pág. 83). Cuenta la leyenda que Franco odiaba desde joven a la Masonería porque ésta impidió su ingreso. «Eso es una patraña gratuita, de la que no se ha ofrecido ni una sola prueba, pero que se repite insistentemente; si el oficial joven más famoso de África hubiera pedido ingresar en la orden masónica, hubiera sido recibido con alegría y solemnidad, recordemos que un agente masónico importante para el reclutamiento de “hermanos” en el Ejército de África era don Alejandro Lerroux, que mostró siempre mucha inclinación a Franco, hasta el punto que uno de sus gobiernos fue quien le ascendió a general de división, el máximo grado posible en la República». (El 18 de julio, pág. 482). Esta guerra de venganza, por cierto, ya muy retrospectiva, de momento, para más inri, la va ganando Franco (el «Caudillo Invicto»); el cual, como el glorioso Cid Campeador, y me repito, gana sus batallas hasta muerto; ya le ganó tres batallas al PCE cuando con 7 años de muerto –en 1977, en 1979 y 1982– contempló el honrado pueblo español el estrepitoso fracaso de la verdadera oposición al franquismo cuando este era vigente en el juego de la democracia (en las urnas); ese partido se integró en 1986 en la coalición Izquierda Unida (o «Izquierda hundida», como la llamó con sarcasmo, y con acierto, Alfonso Guerra), expulsando al Stalinista y máximo responsable de seguridad (más bien de inseguridad) de los crímenes de Paracuellos, Santiago Carrillo, el cual no quería ni a su padre. Pero desde 1982, coincidiendo con el ascenso del PSOE al poder, la Masonería, que fue legalizada cinco años antes por Su Majestad el Rey don Juan Carlos de Borbón y Borbón y más Borbón, ha ido montando una campaña contra la figura histórica de don Francisco Franco que de momento ha desembocado en la aventura bochornosa de Garzón. Es a partir de 1996, cuando el PP ganó las elecciones, cuando la campaña se ha enfurecido de una manera bochornosa, en plan el que no está conmigo está contra mí, una campaña de sectarismo puro y duro. Ahora resulta que hay más antifranquistas en España que con Franco, y que si con Franco eran lo peor, pues con la democracia también. Garzón está imbuido de antifranquismo retrospectivo y morboso hasta el corvejón.

Al complejo del adinerado Garzón se suma la idiocia de los titiriteros, encabezados por la también adinerada Pilar Bardem (¡a mí los progres forrados de pasta me repatean, porque se creen que son guays y pueden justificarse moralmente por ser de «izquierda», como si eso les diese una especial legitimidad!). El «director de cine» Pedro Almodóvar dijo que otra victoria de Franco sería difícil de aceptar (Por cierto, Almodóvar hace el anuncio publicitario del Ministerio de Igualdad, el ministerio feminista de la feticida Bibiana Aído o Bibiano Aída. Y es que Bibiana es toda una chica Almodóvar). También se ha incorporado al gobierno, en el Ministerio de Cultura de infiltrada la titiritera Ángeles González Sinde (González Sindescargas). Estos titiriteros o titiricejas, entre ellos el «antifascista» y lacayo del PSOE Gran Wyoming, empezaron sus carreras en el programa La Bola de Cristal y en esa vergüenza que da grima que llamaban movida madrileña, creo que allá por 1982, fecha en que el PSOE sube al poder, y no es casualidad. Con la crisis económica que existe hay suficientes motivos para liquidar el Ministerio de Igualdad y el Ministerio de Cultura (por no hablar del Ministerio de Justicia y la Audiencia Nacional), entre otros ministerios aliciescos, que nos cuesta a los españoles una pasta.

Claro que para Garzón no existe crisis económica que valga, porque con esto del antifranquismo retrospectivo, encima de quedar progre y guay ante la indocumentada progresía, se gana mucha pasta. Curiosamente, justo cuando es suspendido, a los funcionarios les han bajado el sueldo. Y es que Garzón para qué va a estar en la Audiencia Nacional perdiendo el tiempo, con la de pasta que gana el Gachón. Por lo visto les cobró al sindicato socialista, UGT, sindicato muy culpable de la Guerra Civil, unos 12.000 euros por dar ¡una charla de una hora!

Pues bien, si ser fascista es ir en contra de Garzón y los titiriteros entonces, citando a Calvo Sotelo, «yo soy fascista». El pasado 24 de abril del 2010 cuando llegaba a Sevilla desde mi pueblo me encontré por sorpresa a los progarzonistas y antifranquistas retrospectivos recalcitrantes manifestándose a favor de Garzón en el Palacio de Justicia (gente sobre todo del PSOE e IU, a cantos de «¡España, mañana, será republicana!» y con el ornamento de la, a mi gusto, horrenda bandera republicana presidiendo la ceremonia, ¡con lo bonita que es la bandera de España con el Águila de San Juan!). El diario El Mundo, diario más posicionado a lo que llaman «la derecha», dijo generosamente que asistieron unas 500 personas. Falso, no eran quinientas, eran 300, que las conté. Cierto y verdad que era feria, pero 300 personas significa que a la opinión pública Garzón le importa un carajo, y prefieren cantar y beber en la feria antes que el «defensor de la utopía» resucite a sus muertos. Un cosa: debo de tirarle un pequeño tirón de orejas a Pedro J no sólo por esto sino por los dos tomos de la Historia de España sobre la república y la guerra que publicó la Biblioteca El Mundo con Austral, los cuales están basados en la versión progre-sectaria-negro-legendaria de la Segunda República y la Guerra Civil.

«Concluimos: el complejo de Jesucristo que atribuimos al juez Garzón al anunciar su causa general habría sido desencadenado precisamente por la vigencia de esa Ley de Memoria Histórica. Sin duda, el responsable del complejo es el superego del propio juez. Pero su afán de notoriedad (que puede ser causa necesaria, pero nunca suficiente) hubiera caído en el vacío si no hubiera contado con un terreno abonado por su misma corrupción ideológica, un terreno abonado por su misma corrupción ideológica, un terreno en el que pudiera germinar». (Gustavo Bueno, El fundamentalismo democrático, Temas de hoy, 2010, pág. 249).

Dicho todo esto, haremos nuestras las palabras de Francisco Franco cuando dijo en su manifiesto del 18 de julio: «Españoles: ¡¡¡Viva España!!! ¡¡¡Viva el honrado pueblo español!!!».

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RedaccionVozIberica

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