No se va voluntariamente de España. Es la izquierda gobernante quien manda al exilio a Juan Carlos I. Como a su abuelo Alfonso XIII en 1931. ¿Por qué ha sido obligado a vivir fuera de España el rey emérito? ¿Acaso ha sido encausado penalmente Don Juan Carlos? ¿Vivimos en un país donde la presunción de inocencia lo adjudica discrecionalmente la izquierda dependiendo de quién se trate? Irrespetuosamente se acusa a Don Juan Carlos de querer irse del país para disfrutar lo robado. Nos preguntamos a quién o a quiénes ha robado el rey Don Juan Carlos. ¿Ha dispuesto ilegalmente de dinero de los españoles? Hemos de admitir que la izquierda se ha cobrado una pieza mayor. Una más. Cuenta España con la izquierda más corrupta y traidora de Europa, que sigue a rajatabla el guión del foro de Sao Paulo para convertir España en una república chavista, que será cabeza de playa para extender el movimiento al resto del continente y trasegar dinero con el que pagar disturbios y protestas para derrocar gobiernos democráticos. Es por eso que activaron el «efecto llamada» de ilegales y su posterior regularización. La izquierda necesita asegurarse al menos un millón de votantes para perpetuarse en el poder. Entre tanto, la derecha ‘cobarde’ calla y traga. La derecha ‘valiente’, dando una y otra vez oxígeno al Gobierno. La derechona social ni está ni se la espera. Los monárquicos hacen mutis por el foro. Los mandos militares, cómo no, dan la espalda a la afrenta recibida por quien hasta hace poco era su jefe supremo.
La salida del rey emérito ha sido una operación largamente preparada. Hemos asistido, durante los últimos meses, a un acoso del presidente, vicepresidentes y algunos ministros que ha sorprendido incluso a los no monárquicos. Si se manda al exilio a Don Juan Carlos por presunto cobro de comisiones ilegales, a qué planeta del sistema solar habría que mandar a la familia Pujol, al mismísimo Felipe González o a los ladrones de la Junta de Andalucía que gastaban en putas y cocaína el dinero de los parados. Que la vida privada de Don Juan Carlos no pueda calificarse precisamente de ejemplar es una cosa, pero otra bien distinta es atribuirle unos delitos sobre los que no existe más base probatoria que el testimonio de un ex policía corrupto y de una puta de alto standing. Sorprende también el silencio de los sindicatos y de empresas como Renfe, Ferrovial y Endesa, entre otras. Las gestiones internacionales de Don Juan Carlos fueron determinantes para la suscripción de contratos que generaron para España riquezas y empleos, muchos empleos.
El exilio de Don Juan Carlos ha tenido en miembros del Gobierno a algunos de sus actores principales. Que Pedro Sánchez viera «inquietantes» y «perturbadoras» las informaciones sobre Don Juan Carlos y que agradeciera al actual jefe del Estado, Felipe VI, poner distancia con su padre no es un hablar por hablar. Que la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, recordara una y otra vez que estaban a la espera y que le tocaba ahora al Rey mover ficha y tomar decisiones, tampoco. O que el vicepresidente segundo, el también líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, viera llegada la hora de instaurar la República ya era el remate.
Incluso había ministros del Gobierno que respondían a esta situación con la receta monclovita de que correspondía al Rey decidir, es muy difícil de soportar. Toda la presión la tenía el Jefe del Estado y Don Juan Carlos no podía añadir más leña a la situación. Por lo tanto, le echa el Gobierno y el Rey. O, si se quiere, el Rey y el Gobierno. Y la fórmula empleada en forma de carta ha sido la salida más digna para quien reinó durante cuarenta años en España.
Dicho lo anterior, no podemos dejar de recordar los continuos gestos de deslealtad que ha tenido Don Juan Carlos con sus apoyos naturales. Ni tampoco episodios tan oscuros como su participación en la entrega del Sahara a Marruecos o en los hechos, nunca aclarados, del 23 de Febrero.
Mal aconsejado, el rey exiliado se aplicó con fervor a seguir el consejo del intrigante Sabino Fernández Campos: «Ignore a la derecha, majestad. Siempre la tendrá de su lado. Dedíquese a mimar a la izquierda». Del fervor con la izquierda, este jaque mate a la Corona.
Aunque execramos los reprobables métodos que están inspirado la operación de «acoso y derribo» contra la Monarquía, no podemos pasar por alto el silencio de Don Juan Carlos y de Felipe VI ante la profanación de los restos mortales del general Franco. España es hoy rehén de un gobernante de paupérrimo umbral moral que está dispuesto al enfrentamiento entre españoles con tal de continuar al frente del Gobierno de España.
Los que deliberadamente abren las heridas de la guerra civil para lograr algunos réditos electorales dejan al descubierto su abominable naturaleza revanchista. La pretensión del Gobierno socialista de exhumar a Franco del Valle de los Caídos, arrojó muchas dudas sobre el estado mental y moral de los que nos gobiernan. Por ese motivo, los negros nubarrones que se ciernen sobre el futuro de la Monarquía serán cada vez más intensos. Se nos antoja muy difícil que la Monarquía pueda sobrevivir a las malas pasiones partidistas de los que por vocación y costumbre siempre reemplazan la verdad que percibe los sentidos por la ideología y sus mantras políticos. Y más teniendo a la derecha paniaguada y esclereotizada como único apoyo.
El Reino de España es hoy un inmenso estercolero. Eso es un clamor que muchos españoles no podemos callar. Y eso no era así hace pocas décadas. Hemos bajado a los infiernos en menos de lo que tarda un niño en convertirse en hombre.
Don Juan Carlos comenzó su reinado proclamando que la Monarquía restaurada sería la de todos los españoles, sin bandos ni banderías. Lo que todos estos años hemos percibido es que la Monarquía solo ha representado a los herederos ideológicos de quienes perdieron la guerra que ellos mismos provocaron. Volver a librarla y ganarla es su mayor sueño.
Según la Constitución, en su artículo 62, le corresponde al Rey «expedir los decretos acordados en el Consejo de Ministros». Existe también la cláusula de conciencia, que Felipe VI no ejerció, por lo que Sánchez pudo hacer un decreto ley que modificaba dos artículos de la ley de Memoria histórica para blindar su propuesta de desenterrar a Franco. Sabíamos que el Rey no plantearía ningún conflicto a los herederos políticos de los que echaron del Trono a su bisabuelo, lo que hace procedente algunas interpelaciones:
¿Sería hoy Rey si Franco no lo hubiese dispuesto? Más allá de lo probable diríamos que no. Lamentamos tener que remover hechos que la amnesia nos aconsejó ignorar durante años, pero se diría que los Borbones no tienen memoria histórica, que representan a una institución huérfana de pasado. Debe ser la única en el mundo que no bebe ni se nutre de la tradición ni de la herencia. Cabría pensar que la Monarquía de Alfonso XIII -muerto en la Roma beligerante de Mussolini en 1941- se mantuvo ajena a la guerra y sin vinculación con ninguno de los contendientes.
Para echar por tierra esta tergiversación bastarían las declaraciones del propio Rey exiliado, los intentos del heredero por entrar en combate, a los que Franco siempre se opuso, la ubicación inequívoca de los monárquicos en el bando nacional, sus victimario y su influencia.
En julio de 1969 las Cortes aprobaban, con la obediencia debida, al Rey exiliado, como sucesor de Franco “a título” de Rey. A las siete de la tarde del 23 de julio de 1969, el nuevo Príncipe heredero introdujo su juramento con estas palabras: “Estoy profundamente emocionado por la gran confianza que ha depositado en mí Su Excelencia el Jefe del Estado…Formado en la España surgida el 18 de julio, he conocido paso a paso las importantes realizaciones que se han conseguido bajo el mando magistral del Generalísimo…”
Luego, juró tres cosas, por este orden; primero, lealtad a Franco, segundo, fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y tercero, a las Leyes Fundamentales del Reino. A continuación pronunció lo que sigue: “Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936… Mi general: a pesar de los grandes sacrificios que esta tarea pueda proporcionarme, estoy seguro de que mi pulso no temblará para hacer cuanto fuera preciso en defensa de los Principios y Leyes que acabo de jurar”.
Fue Franco el que decidió quién le sucedería y bajo qué cláusulas. Los Borbones se inclinaron sin embargo por echar doble cerrojo a la España de Franco y se volcaron a la tarea de contentar a los que hoy pretenden la aniquilación de la Monarquía y la transformación del estado en una república bolivariana. Lo que mal empieza, mal acaba.
No ignoramos que la volubilidad moral del sistema obligaba al exiliado a ajustarse al patrón de la canalla más veces de la que seguro desearía. Pero hay ocasiones en las que hasta un rey tiene que hacer abstracción del deber impuesto y actuar conforme al deber que nace en la conciencia, pasa por el corazón, atraviesa el alma y desemboca en el honor bien entendido. A la manera calderoniana, ya se sabe.
No podemos tampoco ignorar que hace poco tiempo, Felipe VI se refirió al franquismo como una “trágica dictadura”, lo que nunca se hubiera atrevido a decir de otras que gozan de tan buena prensa. Por ejemplo la de los hermanos Castro. Tras la muerte de Fidel, el Rey envió un telegrama de pésame a su hermano Raúl, en el que subrayó que se trataba de una figura de «indiscutible significado histórico» y donde recordó «muy especialmente sus lazos familiares y vínculos con España». Al parecer, los lazos afectivos del dictador comunista con España no son comparables al papel que tuvo Franco para la continuidad de su familia al frente de la más alta institución española. Los Borbones ni siquiera tuvieron el decoro de mandar una nota de pésame a la familia Franco con ocasión de la muerte, en 2017, de la única hija del Caudillo. No hubo ese año un personaje público cuyo fallecimiento no lamentasen los Borbones a través de una nota. En ocasiones visitando la capilla ardiente del finado, como fue en el caso del fiscal general Maza.
Podríamos argumentar hoy que no puede ser el rey de todos los españoles quien no sabe ser agradecido. Y aunque conocemos que el instinto de conservación de los Borbones ha consistido, desde la Transición, en mantener una calculada y suponemos que provechosa equidistancia entre los malos y los peores, acusamos como propia la afrenta a la dignidad de Don Juan Carlos y reprobamos la cobardía del rey Felipe VI al negarse a proteger el honor y la inocencia de su padre sin sucumbir tan fácilmente a los métodos matonistas de la izquierda.
Lamentamos tener que limitar nuestro apoyo a la Monarquía no más de lo estrictamente necesario. Sobrados méritos han hecho los Borbones para merecer nuestra execración. Pero en tanto patriotas, nos consideramos depositarios del deber de considerar como mal menor a las cabezas coronadas frente a sus robespierres.
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