«Los samios partieron de la isla y se hicieron a la mar ansiosos de llegar a Egipto, pero se vieron desviados de su ruta por causa del viento de Levante, y como el aire no amainó, cruzaron las Columnas de Heracles y, bajo el amparo divino, llegaron a Tartessos. Por aquel entonces ese emporio comercial estaba sin explotar, de manera que a su regreso a la patria, los samios con el producto de su flete, obtuvieron, que nosotros sepamos con certeza, muchos más beneficios que cualquier otro griego…» el texto de Herodoto recogido en La aventura de Colaios de Samos en la época de la fundación de Cirene iba a dar lugar a uno de los mitos de la antigüedad más arduamente perseguidos por la arqueología moderna.
Tartessos, una antigua civilización, la primera occidental que habría florecido en el sur de la Península Ibérica en el siglo XII a. C. no existió en realidad nunca.
Prácticamente la imaginó el arqueólogo e historiador alemán Adolf Schulten durante sus excavaciones en España en los años 20 amparado por una serie de textos clásicos, muy vagos, de los que sólo ese extracto del historiador griego Herodoto, y otro referente al comercio de los griegos con un rey llamado Argantonio, daban alguna pista sobre Tartessos, que en cualquier caso no se correspondería ni de lejos, ni por fecha ni por ubicación, con las supuestas esculturas tartésicas halladas esta semana en el yacimiento de El Turuñuelo en Badajoz:
«El hallazgo de estas nuevas esculturas es emocionante, pero decir que son de Tartessos… Yo me he quedado estupefacto. Veo una raíz greco etrusca muy clara en un palacio sensacional, porque eso es indiscutible, pero para valorar la grandeza de esta maravilla arqueológica no hace hace falta que se le encasqueten los apellidos de Tartessos… Es imposible por la fecha y por la ubicación, ya que serían en todo caso del periodo turdetano». Lo explica a El Confidencial el arqueólogo y profesor de prehistoria Diego Ruiz Mata, de la Universidad de Cádiz y autor de Tartesos y Tartesios (Almuzara). Así, los restos de cinco relieves figurados del siglo V a.C. hallados en el yacimiento de casas de Turuñuelo, Badajoz, no serían tartésicos. Es decir, lacivilización de Tartessos no existió como tal, pero las esculturas halladas esta semana no pertenecerían ni siquiera a lo que se denomina cultura tartésica…
Es imposible por la fecha y por la ubicación que las esculturas halladas sean de Tartessos, serían en todo caso del periodo turdetano
Según los expertos hay que matizar lo que realmente significa en el contexto arqueológico actual Tartessos, ya que a partir del alemán Schulten se fue cimentando una leyenda y un mito que excitaron las mentes de arqueólogos, historiadores y escritores durante todo el siglo XX, una fascinación en cierta medida similar a lo que ocurrió con Schliemann en el siglo XIX con las excavaciones de Troya. La diferencia está en que si Schliemann dijo haber descubierto la mítica ciudad de Troya siguiendo las indicaciones del célebre poema de la Ilíada de Homero, Schulten no encontró nada. Ni ninguno después de él durante más de un siglo de fabulaciones.
«Ni ciudades, ni palacios, ni nada de nada», explica también a El Confidencial Carlos García Wagner, catedrático de Historia Antigua de la UCM. «¿Alguien ha encontrado el palacio de Argantonio? No, sólo poblados, y chozas, todo fascinante desde el punto de vista arqueológico y del periodo de la Edad de Bronce, pero nada que ver con esa supuesta civilización». La cuestión, según Wagner, es que en España se quiso convertir a Tartessos en una especie de primera gran civilización occidental: «En un principio había esperanzas en conseguirlo, pero según se fueron produciendo descubrimientos arqueológicos y se constataba que no aparecía la supuesta civilización por ningún lado, la historia se empezó a caer… Sencillamente porque los poblados son poblados de cabañas. Luego, a partir de los sesenta, al no existir esos yacimientos que justifiquen la civilización, se intenta definir arqueológicamente la cultura tartésica, precisamente cuando los hallazgos fenicios comenzaban a producirse a un ritmo acelerado. A partir de ahí, cada uno quiere ver Tartessos en su pueblo, una obsesión un poco extraña, porque verlo ya en la provincia de Badajoz…»
Entonces, si nada de esto existió, ¿cómo es posible que los arqueólogos del CSIC hayan anunciado a bombo y platillo esta semana que han descubierto esculturas de Tartessos, las primeras representaciones humanas de esta civilización, nada menos que en Extremadura? Es más, según la nota del CSIC estaríamos ante un profundo cambio de paradigma en la interpretación de Tartesos, considerado tradicionalmente como una cultura anicónica por representar la divinidad a través de motivos animales o vegetales, o a través de betilos (piedras sagradas).
«Tartessos como tal no es nada más, ni nada menos, que el resultado de una contaminación de la colonización fenicia en el siglo X a. C de la Península, que se mezcla con las poblaciones indígenas de la región oriental de Andalucía», explica Diego Ruiz. «Lo que ocurre realmente es que la llegada de los fenicios —que es la verdadera civilización— dio lugar a un proceso de mezcla con los indígenas íberos, que es orientalizante. Y ese mundo orientalizante fue recogido en la historiografía de los textos griegos y romanos como Tartessos, especialmente en los textos de Heródoto. Hasta ahí llegamos. Lo que no se había supuesto nunca es que Tartessos alcanzara hasta las orillas de Extremadura…«
Las fabulaciones y el romanticismo sobre esa antigua civilización se fundamentaron en esos textos clásicos, que en realidad resultaban tener muy poca base como punto de partida para encontrar una civilización de ese calibre. Se limitan a la cita de Herodoto de las columnas de Hércules y al episodio del comercio de los griegos con el rey Argantonio, además de un texto muy posterior de Aviano, Ora Marítima, que hacía referencia la desembocadura del río Tartessos y que ya Antonio de Nebrija en el siglo XVI identificó con el río Guadalquivir: «Prácticamente nada desde el punto de vista historiográfico», según Carlos G. Wagner. «Lo que en cambio sí ha podido mostrar la arqueología es que Tartessos sería la mezcla de la cultura que existía aquí en la Edad del Bronce, la local o autóctona, con la de los fenicios, que llegan a partir del siglo X a. C. Poco a poco generan una serie de cambios desde el mundo oriental de donde provienen —que es donde existen las civilizaciones—, y ese proceso selectivo afecta a los modos de vida, los usos y costumbres, porque los fenicios se quedan y fundan ciudades. Eso es Tartesos, pero en Andalucía occidental… y no los vetones que es lo que correspondería con esa ubicación de El Turuñuelo que han anunciado ahora los arqueólogos del CSIC».
La realidad es que después de Schulten, el mito de Tartessos tuvo dos momentos capitales para su propagación: uno arqueológico, el descubrimiento en 1953 del Tesoro de Carambolo en Camas, Sevilla, un conjunto de piezas de esa época en el lugar en donde más o menos situaba Herodoto a Tartessos, y otro de tipo literario: la publicación en 1978 del ensayo Gargoris y Habidis del recientemente fallecido Fernando Sánchez Dragó. Con el Tesoro del Carambolo ocurrió de hecho algo similar a lo de Schliemann con el Tesoro de Agamenón: se atribuyó de alguna forma a una sola persona, cuando posteriormente se llegó a la conclusión de que en realidad son piezas que corresponden a varios personajes de esa época.
¿Por que esta invención o confusión? Porque no es lo mismo para la imaginación el hecho de visualizar un gran tesoro funerario de un gran rey o personalidad de la antigüedad, como es el caso de Agamenón, uno de los reyes griegos que asedió Troya según la Ilíada de Homero, que la aburrida tarea arqueológica de situar esas piezas en el contexto de varios años, décadas quizás, sin una imagen tan novelesca. Es conocido que Schliemann juntó las diferentes piezas halladas durante sus excavaciones y las presentó como un tesoro único, que además atribuyó al rey de Homero. Mas aún, Wagner afirma incluso que en realidad el Tesoro del Carambolo resulta que forma parte de un palacio fenicio…
Después del hallazgo en Sevilla del Carambolo, la novela de Sanchez-Dragó Gargoris y Habidis se hizo inmensamente popular y, aunque no tuvo ningún predicamento en el mundo académico, provocó también que esta fascinación por la cultura tartésica influyera de alguna forma para ponerle estos apellidos a cualquier hallazgo más o menos de esta época. Muchas obras sobre Tartessos y un pasado imaginado siguieron con los años. Otra cuestión es que haya llegado al mundo académico, a las propias excavaciones, si no en cuanto a los mitos, si a la manía de identificar como tartésicos restos que distan mucho de serlo por ubicación y fecha.
Es lo que ocurre con las esculturas halladas esta semana, ya que según ambos expertos, es imposible que pertenezcan a esa cultura tartésica: «Los griegos llegan a Tartessos y contactan con un rey que se llama Argantonio. Eso ya es una manifestación impresionante, pero detrás viene la arqueología. Y la arqueología muestra que existió ese comercio en Huelva pero no en otro lugar», explica Diego, siempre tomando como punto de partida que lo que se denomina Tartessos es en realidad esa influencia de siglos con los fenicios, una cultura y no la civilización: «Digamos que lo que ocurre con los fenicios en la Península es algo así como la colonización de América por parte del imperio español: ellos traen las ciudades, la escritura, mientras que aquí no había prácticamente nada. El contagio de esta verdadera civilización —los fenicios— con los indígenas íberos da lugar, muy lentamente, a lo que ahora consideramos Tartessos, es decir la marca local que con los siglos genera una propia cultura, absolutamente fascinante, pero muy alejada de lo que las fabulaciones posteriores han querido ver».
El problema según Diego Ruiz y también Carlos Wagner es que en cualquier caso ni siquiera los restos encontrados ahora en las excavaciones del CSIC podrían pertenecer a lo que se ha dado en llamar tartésico, porque además de estar ubicados en una zona totalmente distinta a la de la Andalucía occidental -más allá de las columnas de Hercúles- están datados en una fecha que, sencillamente, lo hace aún más incompatible: «Conociendo yacimientos también como el de Cancho Roano, no creo que esas esculturas francamente correspondan al área de lo que llamamos el núcleo de Tartessos. Una vinculación puede haber, pero por la fecha de lo encontrado ahora, que sería el V a. C, no coincidiría con la decadencia de esta cultura que se habría producido a finales del VI —es decir antes—y que no está en El Turuñuelo, ni en otros yacimientos excavados como el de Cancho Roano, que también es el siglo V o IV. No Hace falta saber mucho de arqueología para ver que hubo una decadencia del mundo tartésico, al que le sucede un mundo que conocemos como Turdetano. Creo que ha habido un proceso de exaltación de algo que realmente no tiene consistencia. Sebastián Celestino uno de los directores de la excavación, fue de hecho alumno mío en la Autónoma, no se entiende esta confusión».
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