El síndrome de Forrest Gump y el dulce encanto de la algarabía… ¡Hay que salir a la calle, a gritar alto y claro…!
¿Has tenido la sensación de que la gente te grita «¡¡Corre Forrest Corre!!», sal a la calle, vocifera….?
A abrir la calle, a tapar la calle, a vivir la calle, a soñar la calle, a cambiar la calle, a tomar la calle, a vivir la calle, a soñar la calle…
«¡ Run, Forrest, run ! « . Es una de esas frases famosas del cine, del séptimo arte que han atravesado la pantalla y se han convertido ya en un grito de esperanza y superación. Pertenecen, como no, a una de las películas más emotivas de la historia, una película que se disfruta más y más cada vez que uno vuelve a verla. Estoy hablando de Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994).
Basada en la novela del mismo nombre escrita en 1986 por Winston Groom, nos cuenta la vida de Forrest Gump (personaje interpretado Tom Hanks), un niño de Greenbow (Alabama), especialmente mermado desde pequeño, con un ligero retraso mental, con desviación de la columna vertebral, y las piernas deformes…
A pesar de todos esos obstáculos, Forrest Gump logra grandes metas en su vida, guiado por el amor y las enseñanzas de su madre.
El filme nos pasea a Forrest Gump por algunos de los acontecimientos históricos más importantes de la historia reciente de los EEUU de los años cincuenta y principios de los ochenta del siglo XX: el Ku Klux Klan, la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, la llegada del hombre a la luna, el movimiento de las Panteras Negras, el huracán «Carmen» en Alabama, el escándalo Watergate, el nacimiento de la informática, la epidemia del sida,… y Forrest Gump, pese a sus limitaciones, logra estar junto a personas como Elvis Presley, John Lennon, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon y un largo etc.
Forrest corrió toda su vida , sobrevivió a la guerra de Vietnam, fue campeón nacional de ping-pong, dio un discurso por la paz en una concentración de hippies, se compró un barco para capturar langostinos, alcanzó casarse con el amor de toda una vida, y hasta tuvo un hijo, Forrest Gump Junior…
Forrest Gump es una metáfora de la vida, de la lucha por encontrar sentido a la vida. Forrest Gump comienza a correr a través de los EEUU: corre de costa a costa, y lo hace continuamente a lo largo de «3 años, 2 meses, 14 días, y 16 horas» y, como él explica: “Aquel día, sin ninguna razón en particular, decidí salir a correr«, y acabó congregando multitudes, gente que corría, como él, sin rumbo… y un día Forrest Gump se paró, dejó de correr, y sus seguidores, a pesar de ser una muchedumbre, se sintieron sólos y desvalidos, sin brújula, sin rumbo… sin saber qué hacer con sus vidas…
Pues, sí, cada día leo u oigo a gente frases tales como «hay que salir a la calle, a tomar la calle, a gritar alto y claro que esto ya no puede seguir, que hay que decir basta… protestar, colapsar las calles, para hacer caer al gobierno…» Y yo suelo preguntarles que si ya han contratado al flautista de Hamelin, o a Harry Potter para que les preste su varita mágica. También suelo preguntar a los partidarios de procesionar y vociferar acerca de si es posible ganar unas elecciones haciendo senderismo urbano. En fin, que la algarabía tiene su encanto, sobre todo cuando hay algún Forrest Gump encabezando la procesión.
En España se ha puesto de moda bloquear las vías públicas. Es demasiado frecuente que cualquier persona, en cualquier ciudad del país se encuentre con que la vía pública (a veces también las carreteras) por la que pretende circular esté bloqueada, y se vea obligada a cambiar su recorrido o resignarse y esperar durante horas hasta que el bloqueo termine. Pero, pese a que corro el riesgo de ser políticamente incorrecto, e incluso de ser linchado si de pronto me viera inmerso en una algarabía, no soy el único que considera que protestar bloqueando las calles, ejercer de ese modo el derecho al pataleo (también lo llaman derecho a la libre expresión y manifestación) no sirve para nada, es estúpido y además viola los derechos individuales.
En España para salir a la calle y tomarla vale cualquier motivo: gente de izquierda protestando contra el capitalismo, trabajadores despedidos que pretenden que se les readmita en su trabajo, ecologistas pidiendo la prohibición de cualquier cosa que ellos consideren nociva y contaminante, anti-taurinos, vecinos indignados por lo que denominan “pobreza energética”, o por los desahucios, feministas que salen a la calle para realizar aquelarres, manifestaciones y concentraciones diversas, hosteleros protestando por las limitaciones horarias a las que se ven obligados por las ocurrencias de los gobiernos regionales o el gobierno central, gente «concentrándose» para protestar contra los indultos concedidos por el Gobierno de Pedro Sánchez a los separatistas catalanes, y un largo etc.… y por supuesto, defensores de «la libertad» vociferando su insatisfacción contra el gobierno de turno.
Todos ellos, aunque algunos estén en los antípodas ideológicos, están violando los derechos individuales de terceros, al llevar a cabo su protesta de la forma en que lo hacen.
No podemos olvidar que bloquear una calle tiene muchas más repercusiones que simplemente impedir el acceso a un determinado lugar (que ya de por sí es importante): afecta el derecho a desplazarse, a trabajar, a ejercer el comercio, a usar la propiedad privada, y a un largo etcétera. Todos estos derechos están protegidos constitucionalmente, y juntos constituyen la libertad individual.
Si el supuesto “derecho” a bloquear las calles se le reconoce legal o judicialmente a un grupo, ese mismo “derecho” se le debe reconocer a todos, sin distinciones de ideología o motivo de la protesta; eso es igualdad ante la ley. Pero que ese supuesto “derecho” sea reconocido legalmente no significa que sea moral ni correcto: nadie tiene derecho a transitar por la vía pública violando los derechos de terceros. Sí, existe el derecho a reunirse, pero sólo en la propiedad privada de quien quiera protestar, o en la de sus amigos, asociados o compañeros. Sin duda, existe el derecho a la libertad de expresión y a vociferar las propias opiniones, pero no a hacerlo en la vía pública.
Si generalmente se considera absurdo reconocerle a un solo individuo la facultad de interrumpir el tránsito de miles de personas, igual de absurdo es otorgarle esa prerrogativa a una multitud, por muy numerosa que sea la muchedumbre.
Otro aspecto a considerar respecto a las multitudes que se manifiestan cortando las calles es que son una forma moderna de tribalismo/gregarismo, personas que se agrupan desesperadamente buscando la protección del grupo, de la tribu, de lo que algunos llaman en la actualidad “un colectivo” que pueda de alguna manera guiarlas y darle opción a lo que ellos, de manera individual, se sienten incapaces de conseguir. El tribalismo/gregarismo es resultado del colectivismo, de la creencia que el individuo no tiene capacidad intelectual ni moral para valerse por sí mismo, y que existe sólo para y en función del grupo.
Movilizarse, montar follón, procesionar, protestar bloqueando las calles, escudarse en el anonimato y en la protección que otorga la masa, y esperar que, de alguna forma, el simple agruparse logre algo, es comportarse de forma gregaria, es una muestra de incapacidad para tomar las riendas de nuestras vidas, decidir, hacernos responsables de nuestros actos.
Visto desde esta perspectiva, bloquear la vía pública como modo de protesta, tomar la calle, ocupar la calle, tapar la calle es ilegítimo, aunque haya normas legales que lo permitan, y no debería permitírsele a nadie, y es más, el gobierno debería asumir su rol de protector de los derechos individuales prohibiendo esta forma de manifestarse. No importa la causa que haya originado la protesta, el que el motivo sea “noble”, eso no justifica que algunos se arroguen el “derecho” a violar las libertades individuales de terceras personas.
Quienes se ven afectados, dañados, perjudicados, deberían dejar a un lado la resignación; deberían dejar de aceptar el bloqueo de calles por parte de sus compatriotas como si ello fuese algo inevitable, inalterable; por el contrario, deben exigirles a las autoridades que pongan freno a esos comportamientos. Los españoles deben entender que hay otros modos de expresarse, otras conductas que sí constituyen libertad de expresión y que han demostrado ser más efectivos que unirse a una multitud. Los españoles deben empezar a tener en cuenta que no existe relación lógica entre cortar una calle y solucionar un problema completamente ajeno a ese hecho.
Hoy, en la era del conocimiento, de las nuevas tecnologías, de los medios de información y comunicación no hay excusa para seguir utilizando medios tan rudimentarios, primitivos, y gregarios para expresarse. Para darse cuenta de ello, tomar consciencia sólo se necesita usar la razón, y quien no lo entienda renuncia a su uso, aunque la algarabía tenga un dulce encanto y para muchos sea muy alegre y divertida…
No puedo acabar sin citar, una vez más, a la filósofa Ayn Rand:
“Nunca verás a los defensores de la razón y de la ciencia bloqueando las calles, pensando que al usar sus cuerpos para detener el tráfico van a poder resolver algún problema”.
E, insisto: las elecciones en un régimen político de democracia representativa, liberal, no se ganan procesionando, haciendo senderismo urbano, vociferando a los gobernantes, por el contrario, se ganan cuando se posee un buen proyecto de gobierno, una candidatura de gente decente, de gente de probada experiencia como gestores de dineros ajenos, por gente que no posee como objetivo entrar en las instituciones para así poder parasitar de nuestros impuestos. Por supuesto, es también imprescindible tener acceso a una o varias televisiones (pues éstas son los medios a través de los cuales se informan los electores a la hora de depositar el voto en la urna), en las cuales poder exponer el proyecto de gobierno…
La regeneración de la que está urgentemente necesitada España no vendrá procesionando, vociferando y haciendo senderismo urbano. Empeñarse en repetir una y otra vez la misma conducta, esperando conseguir resultados distintos, es un absoluto disparate.