El último jueves, 18 de marzo de 2021, el Congreso de los Diputados de España aprobó la ley de la eutanasia. Aunque el gobierno social-comunista y sus voceros y aduladores pretendan presentarla como un acuerdo de progreso, para que la sociedad española avance para mejorar, cualquier persona sensata es seguro que, pensará que se trata de una muy mala noticia, una decisión que provoca un grave daño a la sociedad española, que se degenera no poco al elegir transitar por la cultura de la muerte y no optar por la vida, los cuidados paliativos y la investigación para la erradicación del dolor.
En el debate de sus «señorías» salió a relucir un asunto habitualmente tabú: «en España se suicidan alrededor de 10 personas por día», claro que, al entender de algunos, en España hay «suicidios progresistas» y otros que no lo son. También hubo quienes alegaron aquello -también «progresista»- de que todo quisqui ha de ser libre de elegir, autodeterminarse, en este asunto, en el de poner fin a su vida… Evidentemente, se referían a quienes padecen una enfermedad «terminal», pero, inevitablemente surgen preguntas del millón como: ¿Por qué permitírselo a un paciente de cáncer al que le quedan seis meses de vida y restringirlo a personas que simplemente están tristes, desmoralizadas, abatidas, deprimidas o desesperadas?
Inevitablemente, me vino a la memoria un texto de 2013, de Daniel Giménez que, sigue estando de plena actualidad y que no me resisto a reproducir.
Ahí va, sin más preámbulos:
En el siempre recomendable blog Personas, no género Emilio Prieto resumió sucintamente cómo la narrativa de género dominante percibía las dificultades por las que atraviesa el varón: “El hombre no tiene problemas. El hombre es el problema”.
Cuando se trata de suicidio la narrativa no se desvía de este camino. Pese a que los hombres se suiciden de media entre 3 y 4 veces más que las mujeres en todos los países del mundo (con excepción de China), pocos estudiosos lo consideran un problema de género, principalmente por el hecho de que las mujeres lo intentan de media 3 veces más que los varones pero fracasan. Como veremos en el artículo de El País “Los hombres se suicidan, las mujeres lo intentan” la culpa del suicidio masculino es del varón, mientras que el intento de la mujer se debe a las circunstancias. No criticaré a los expertos citados en el texto porque no sería la primera vez que la prensa malinterpreta sus palabras o escoge selectivamente lo que le interesa, pero sí criticaré la lógica interna del escrito.
El artículo comienza bien, con la siguiente afirmación:
¿Por qué se suicidan tanto los hombres? No es una pregunta de respuesta rápida. Los especialistas llevan años conviviendo con esa realidad, pero existen pocos estudios rigurosos para responderla.
Y considero que ahí debería haber terminado, porque el resto es un verdadero despropósito. Veamos qué se argumenta para decir que los hombres se suicidan más que las mujeres:
[Según Carmen Tejedor, psiquiatra especializada en suicidio] La gran desproporción entre hombres y mujeres suicidas se debe a factores genéticos y biológicos. La testosterona les ha convertido históricamente en cazadores, les hace más impulsivos y más resolutivos.
Como vemos, inmediatamente se dice que la propensión al suicidio del varón se debe a un factor interno, biológico. Lo cierto, sin embargo, es que no hay acuerdo en la comunidad científica al respecto. Existen estudios que señalan la inexistencia de una correlación entre testosterona y suicidio, así como otros que afirman que hay una correlación entre baja testosterona y suicidio. En resumen, no se puede afirmar categóricamente, como se ha hecho aquí, que la testosterona es el problema. Aunque por supuesto es mucho más fácil culpar a la víctima que replantearse si quizá los varones tienen problemas, en lugar de ser el problema, como de costumbre. También me resulta interesante que las explicaciones biológicas sean aceptables para hablar sobre los problemas del varón, como su menor esperanza de vida. Sin embargo, hacerlo en el caso de las mujeres se considera una postura esencialista y sexista.
¿Por qué las mujeres se intentan suicidar más que los hombres, aunque no lo consigan? Veamos qué dice el artículo:
[Carmen Tejedor:] se sabe que las mujeres intentan quitarse la vida tres veces más que los hombres porque viven con una presión tres veces superior.
En el caso de las mujeres, claro está, el factor es externo: viven con una presión tres veces superior. Ellas no son el problema. Ellas tienen problemas. La afirmación de que viven con una presión tres veces superior no viene acompañada de ningún tipo de dato o explicación. La narrativa de género actual se ha repetido tantas veces que no la necesita. Nosotros, sin embargo, sí tenemos que citar datos para poner en duda esta afirmación. No he hallado informes que hablen sobre la presión de hombres y mujeres. Lo más cercano que he encontrado ha sido un estudio de la APA (American Psychological Association) que recoge los índices de estrés por sexo. En una escala del 1 al 10, los hombres puntuaban 4,8 y las mujeres 5,4. Para que las mujeres sufran tres veces más estrés, la puntuación masculina debería ser 3 y la femenina 9. Es decir, un total de 6 puntos de diferencia. Sin embargo, se trata de 6 décimas. Ni siquiera un punto completo.
Todo esto sin mencionar que dicha puntuación se basa en lo que hombres y mujeres han informado, y siempre es posible que la mayor educación estoica del varón le haga señalar niveles de estrés inferiores a los que realmente tiene. Al fin y al cabo los hombres desempeñan los trabajos más peligrosos (y por ende, estresantes), como nos indica la tasa de mortandad laboral masculina. También son quienes mueren con mayor frecuencia en accidentes domésticos, realizando tareas del hogar típicamente masculinas como reparar el tejado. Finalmente, al constituir la inmensa mayoría de los indigentes, podemos concluir que no cuentan con un apoyo familiar tan fuerte como las mujeres, y eso debe estresarles en algo también. Con todo, no vengo a decir que un sexo tenga más presión que otro, pero para afirmar categóricamente que las mujeres tienen tres veces más presión que los hombres habría que aportar algún dato, y no simplemente apoyarse en una narrativa que se retroalimenta.
Pero ahora es cuando el artículo pasa de ser decepcionante a directamente tendencioso y deshonesto. Cuando analiza la diferencia en el número de suicidios por sexo señala (la negrita y el subrayado son míos):
“La gran desproporción entre hombres y mujeres suicidas se debe a factores genéticos y biológicos. La testosterona les ha convertido históricamente en cazadores, les hace más impulsivos y más resolutivos”, explica Tejedor. A eso se unen factores socioculturales e incluso morales. “El suicidio masculino está visto como una cuestión de honor, lo que no ocurre con las mujeres. Su muerte se acepta menos y se tiende a pensar que si se quita la vida es porque es una mala madre”.
Es decir, el hombre cuando se suicida sólo piensa en sí mismo, en su honor. Es un egoísta. La mujer, sin embargo, piensa en los demás y eso hace que se suicide menos. Como señala el párrafo, eso ayuda a explicar la discrepancia. Sin embargo Tejedor también afirma que todos los intentos de suicidio femeninos se hacen con plena voluntad de ser “exitosos” pero fallan por un error cálculo:
Una persona no se juega la vida en el intento sólo por notoriedad. Esa explicación del finalismo histérico para explicar el suicidio es no entender nada. Hablar de teatro en esos casos me parece, cuando menos, sádico, porque lo que es en realidad es una ruleta rusa.
Y aquí es donde se encuentra la gran contradicción. ¿Cómo puede ser que la mujer se suicide menos porque se preocupa de que la consideren “mala madre”, y al mismo tiempo se intente suicidar tres veces más que el varón con toda la voluntad del mundo? Ambas tesis son, a todas luces, irreconciliables. Sólo se mantienen porque es necesario casar el mayor altruismo de la mujer (que mira más allá de su propia situación) con su mayor opresión (que lo intenta más que el varón porque está más oprimida pero no tiene éxito).
El artículo continúa culpando a los hombres de su propio suicidio:
En el caso de los hombres, añade Orós, la alta proporción de suicidios también tiene que ver con que son más introvertidos. “A nosotros nos cuesta mucho comunicarnos. Muy pocos hombres admiten que se encuentran mal y que necesitan ayuda”. En este sentido, Jiménez recuerda que más del 90% de sus pacientes son mujeres. “Cuando sufren una depresión ellas son más conscientes y no ven al psicólogo o al psiquiatra como un extraño. Los problemas hay que descargarlos de manera constructiva. Si no, explotan y las consecuencias pueden ser tremendas”.
En definitiva, el hombre y su actitud continúan siendo el problema. No saben o no quieren pedir ayuda. Por eso se suicidan más. Yo me pregunto, sin embargo “¿Tendrá esto algo que ver con el condicionamiento social que reciben desde la infancia?”. Cuando los niños pequeños lloran, pronto se les silencia diciendo “los hombres no lloran”, y conforme van creciendo reciben numerosos mensajes similares, desde burlas a quien expone sus sentimientos hasta (en algunos países) la utilización de su cuerpo por parte del Estado para la guerra, pasando por el rechazo de sus problemas en el discurso feminista que los acusa de privilegiados y opresores. En definitiva, todos los elementos que conforman la actual cultura de desechabilidad masculina y que les comunica claramente que su sufrimiento no importa.
El artículo de BBC Mundo “Suicidio masculino: el drama de no saber pedir ayuda“, aunque bastante mejor que este de El País, también responsabiliza al varón de su situación por no haber comunicado su estado. Lo curioso es que el propio texto recoge que uno de los fallecidos mencionó a su pareja la intención de suicidarse y no fue tomado en serio. Comunicó lo que le ocurría pero fue ignorado. Decir simplemente que los hombres “no saben o no quieren pedir ayuda” es culpar a la víctima. Llamarlo orgulloso, emocionalmente inmaduro o estúpido, sin examinar por qué adopta dicha actitud y ni qué ocurre cuando finalmente decide abrirse a los demás. Como de costumbre, cuando se trata del varón la sociedad prefiere mirar para otro lado en lugar de hacer exámen de conciencia y reconocer que quizá esté cometiendo las injusticias que lo han llevado a esta situación.
Ahora llegamos al corazón del asunto, en términos de género por supuesto. ¿Cuál es la razón por la que los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres pero ellas lo intentan tres veces más y fracasan? Según el artículo:
“Los varones eligen un método mucho más mortífero y resolutivo”, apunta Javier Jiménez, psicólogo clínico y presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio.
Se trata de la línea de investigación compartida por numerosos estudios y su conclusión es correcta. Lo problemático es la interpretación que se ha dado generalmente a este hecho. Si bien el artículo no explica por qué los hombres escogen métodos más letales que las mujeres, numerosos estudios señalan la misma interpretación: el método escogido depende de los roles de género. Sin embargo, con excepción de las armas de fuego (asociado al varón) y los venenos o drogas (asociado a la mujer), ningún otro método de suicidio tiene características que sean atribuibles a un género en particular, como saltar al vacío. Por otra parte, en países donde el estatus legal y cultural de las armas de fuego es muy diferente, como Estados Unidos y España, la diferencia de género en cuanto a los suicidios continúa siendo similar. Se puede concluir así que el acceso a las armas de fuego no supone una gran diferencia ya que los hombres encuentran otros métodos efectivos para quitarse la vida. Del mismo modo, el artículo de El País señala refiriéndose a Tejedor que:
Otra forma de suicidio en ambos sexos es el envenenamiento autointencionado por medicamentos o drogas (217 en el caso de los hombres y 137 en las mujeres). “Los fármacos son un gran avance para la humanidad, pero pueden resultar mortíferos mezclados con unos cubatas. Los venenos caseros están más al alcance de las mujeres”.
Si atendemos a los números, tampoco parece claro que haya tanta diferencia entre hombres y mujeres cuando se trata de utilizar este método. La única explicación es que aunque las mujeres lo utilicen más, los hombres son más “efectivos” empleándolo.
Que la respuesta a esta discrepancia en el suicidio se encuentre en los roles de género es, como mínimo, incompleta, cuando no totalmente insatisfactoria. Los hombres escogen métodos de una letalidad mayor y más inmediata, sí, ¿pero por qué? También podría reformularse la pregunta de otra manera: ¿Por qué las mujeres escogen métodos cuyo índice de letalidad es inferior y/o menos inmediato? En el artículo Javier Jiménez alerta:
Que no se diga que ellas mueren menos porque sólo quieren llamar la atención. No es verdad. Se quieren suicidar, pero no lo logran.
Si bien yo tampoco creo que las mujeres intenten “llamar la atención” (hay que ser cruel para decir esto), el artículo no ofrece una explicación convincente de por qué existe esta disparidad, ni tampoco por qué se trata de una constante en la inmensa mayoría de los países. Sólo existe un lugar donde la tendencia es diferente. Veamos que nos dice el texto al respecto:
La excepción a esa norma de tres suicidios masculinos por uno femenino es China, donde las mujeres se suicidan el doble que los varones. Tejedor lo atribuye al rol social que tiene la mujer en aquel país.
Lo cual es igual a no decir absolutamente nada. Porque no se explica qué es tan radicalmente diferente en China para invertir una tendencia que se da en el resto de países del mundo.
Quizá podría considerarse que quienes utilizan métodos menos letales e inmediatos mantienen una postura más ambivalente hacia el suicidio (lo cual es distinto a querer “llamar la atención”), mientras que quienes utilizan métodos más letales e inmediatos están absolutamente decididos a quitarse la vida y han perdido toda esperanza.
Tampoco podemos descartar, ni en hombres ni en mujeres, que hayan planeado un suicidio fallido para lanzar un mensaje a sus familiares y amigos, como un grito desesperado de ayuda (una vez más, algo distinto a “llamar la atención”). Esta posibilidad fue señalada en el estudio de Francis T. McAndrew y Andrew J. Garrison “Beliefs About Gender Differences in Methods and Causes of Suicide“, publicado por la International Academy for Suicide Research. Según los autores (p. 1-2):
Entre los adolescentes [de ambos sexos] muchos intentos de suicidio son claramente una respuesta estratégica al conflicto familiar y un esfuerzo para obtener mayor simpatía y dedicación de los padres (Andrews, 2006; Spirito, Valeri, Boergers et al., 2003; Wagner, 1997; Wagner, Aiken, Mullaley et al., 2000) […].
El suicidio es un intento de quitarse la vida, pero un intento de suicidio podría ser perfectamente un esfuerzo para mejorar la propia vida (Pokorny, 1965). En resumen, los intentos de suicidio son una forma de comunicación [o mejor dicho, pueden serlo]. Aunque tanto varones como mujeres no parecen comunicar cosas diferentes en los intentos de suicidio, las mujeres son significativamente más propensas a iniciar un intento de suicidio sin la intención de morir, y esto podría explicar la disparidad de los sexos entre intentos de suicidio y suicidios completados (Hjelmeland, Knizek & Nordvik, 2002).
Los autores también alertan que hay de todo: personas que se intentan suicidar con toda la voluntad del mundo pero fracasan, y quienes querían utilizar el intento para lanzar un mensaje pero terminan muriendo. Sin embargo, su afirmación sobre la disparidad del suicidio entre los sexos no parece tan descabellada. Al fin y al cabo, como las estadísticas de indigentes demuestran, el hombre cuenta con menos apoyo familiar y emocional que la mujer, por lo que no sería de extrañar que un sexo espere mayor simpatía que el otro tras un intento de suicidio fallido.
En inglés existe una expresión llamada “the elephant in the room”. Equivale a decir que hay un elefante en mitad de la habitación (el símbolo de un problema enorme y fácilmente visible) que los interlocutores deciden ignorar pese a que se encuentra claramente delante de sus narices. El elefante aquí viene a ser esta pregunta:
¿Cabe la posibilidad de que los hombres se suiciden más que las mujeres porque sufren más o son más infelices?
Casi parece una pregunta tabú, dado que aparentemente ningún medio de comunicación la ha sugerido, quizá por la narrativa de género dominante que describe al varón como privilegiado y opresor, o quizá por la tradicional indiferencia que hay con respecto a los problemas del varón por razón de género. Desde luego no quiero decir que la respuesta a esta pregunta sea necesariamente “sí”. Pero teniendo en cuenta los datos presentados, ¿acaso no merece la pena explorar esta posibilidad? La idea concordaría con los resultados del estudio de la Universidad de Chicago sobre la felicidad que encontró que las mujeres eran, de media, más felices que los hombres. ¿Podría esto tener algo que ver también?
Finalmente, el artículo de El País señala algo bien significativo:
Lo que nadie discute es que el suicidio es la primera causa de muerte violenta y que esas cifras superan a la suma de las víctimas mortales de todas las guerras y los homicidios que se producen en el planeta.
Si esto es cierto, estaríamos posiblemente ante el problema de género más importante de todos, teniendo en cuenta que entre el 70% y el 80% de los suicidios serían masculinos. Por desgracia, hasta ahora el tema se ha tratado principalmente como un asunto “social”, escondiendo la perspectiva de género que en muchas otras áreas se encuentra presente para favorecer a la mujer. Además, los pocos casos donde el género se analiza tienden invariablemente a culpar al varón por su suicidio y a señalar causas externas en la mujer.
No me cabe duda de que si las cifras se invirtieran, con las mujeres suicidándose el triple que los hombres y aquellos intentándolo tres veces más, se estaría haciendo una lectura diferente del fenómeno. Comenzaría a analizarse, justamente, qué ocurre en sociedad para que las mujeres se suiciden con una frecuencia mucho mayor que los varones. De hecho, ya se hizo en el caso de China. Más de un artículo, como éste del British Medial Journal, han señalado la brutal política del hijo único como la causa de que el suicidio femenino sea mayor que el masculino en el país.
Sin embargo, cuando se trata del hombre, en cualquier país, somos incapaces de admitir que quizá existan causas externas que afecten específicamente a los varones. Una vez más, el artículo de El País demostró su ineptitud con otra afirmación:
Javier Jiménez afirma que “no se puede generalizar, no existe una única razón. Es un simplismo decir que el hombre se suicida porque ella es una víbora que le ha dejado sin piso y sin ver a los niños. Igual que decir que la mujer se quita la vida porque él la maltrata. Nunca existe un único motivo”.
Por supuesto, no todos los suicidios obedecen a una misma causa. Creo que eso no hace falta que nos lo recuerde nadie, pero tampoco quita que existan condiciones que hagan el suicidio mucho más probable. Aunque desconozco su relación con el maltrato, sabemos que los hombres se suicidan ocho veces más que las mujeres tras el divorcio. ¿Se trata simplemente de una diferencia en la testosterona, como señalaban al principio? ¿O quizá se trate de la ruina económica en la que muchos hombres se ven sumidos tras el divorcio, unido al daño emocional que supone la mayor frecuencia con la que el hombre tiende a ser privado del contacto con sus hijos (amén de la ruptura con la pareja)? Sobre la parte económica, este vídeo puede arrojar luz al entorno que podría causar un suicidio.
A todo ello podríamos añadir la escasa compasión que despiertan los hombres divorciados en la narrativa de género, que como el resto de varones continúan siendo opresores y merecen la suerte que han encontrado.
También sabemos que con la crisis económica de 2008 aumentó significativamente el número de suicidios de varones debido al desempleo, mientras que el de mujeres se mantuvo estable. Ya hemos repetido varias veces que pese a la narrativa establecida de que la mujer es especialmente vulnerable a estas coyunturas, son los varones quienes constituyen la mayor parte de los indigentes, por lo que quizá tendríamos que replantearnos la cuestión. Y no es sólo un asunto meramente económico. La inmensa mayoría de las mujeres afirma que no tomaría como pareja a un hombre desempleado. Por otra parte, los varones que pierden su empleo cuentan con índices de divorcio más altos. La privación de afecto cuando el hombre no consigue cumplir las expectativas impuestas por el sistema de género supone sin duda un factor a tener en cuenta.
Esto es sólo el principio, pero parece claro que los hombres tienen problemas. Algunos coyunturales, como la crisis económica, y otros estructurales, como las leyes que los discriminan (incluyendo el servicio militar obligatorio en muchos países) o las actitudes sociales de rechazo cuando no cumplen con su rol de género. Sin embargo, en el caso del varón no hay necesidad de contemplar si quizá existen injusticias sociales, económicas y/o legales contra él. Resulta más fácil decir que los hombres se suicidan porque son impulsivos, egoístas y no saben o no quieren pedir ayuda. Culpemos, en definitiva, a la testosterona. Artículos como éste de El País no son parte de la solución. Son parte del problema.
¿Será la sociedad capaz de quitarse la venda y extender a los hombres la misma compasión que muestra hacia las mujeres? Comenzar a hablar de ello constituye sin duda el primer paso, aunque por lo que veo nos queda un largo camino por recorrer.
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