El Valor Subjetivo y la ilusión del ‘Bien Mayor’. La Escuela Austriaca de Economía.
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CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Introducción
La economía austriaca parte de dos principios fundamentales: los seres humanos actúan y el valor es subjetivo. Aunque pueden parecer afirmaciones evidentes, la realidad es que a menudo se ignoran o se malinterpretan, especialmente en el ámbito de las políticas económicas y la intervención estatal. La toma de decisiones individuales se basa en una compleja red de preferencias, motivaciones y circunstancias personales que hacen imposible la imposición efectiva de un «bien mayor» universal.
La Subjetividad del Valor y la Acción Humana
Cada persona percibe y valora el mundo de manera diferente. Lo que para un individuo es de suma importancia, para otro puede ser irrelevante. Un europeo puede considerar que 200 kilómetros es una distancia enorme, mientras que un estadounidense puede creer que cien años es muchísimo tiempo. Ninguno está equivocado, simplemente sus perspectivas están determinadas por factores culturales y experiencias personales.
Lo mismo ocurre con las decisiones económicas. Una mujer podría preferir un anillo de diamantes o un recipiente con agua dependiendo de su contexto. Si está en una joyería, optará por el diamante; si está perdida en el desierto, el agua se convierte en su bien más valioso. Esta variabilidad en las preferencias individuales demuestra la imposibilidad de establecer un valor absoluto para los bienes y servicios, ya que estos solo adquieren significado dentro de un contexto específico.
La Ilusión del «Bien Mayor»
Dado que las preferencias y valores individuales son tan diversas, el concepto de «bien mayor» se convierte en una abstracción sin aplicación práctica. La economía austriaca rechaza la idea de que un grupo de legisladores o burócratas pueda determinar de manera efectiva lo que es mejor para una sociedad.
El «bien mayor» no es más que una agregación de decisiones individuales, manifestadas en acciones y preferencias personales. Intentar definirlo de manera centralizada implica imponer sacrificios a ciertas personas en nombre de un ideal que no refleja necesariamente sus intereses y necesidades. Cuando se aprueban leyes o regulaciones para obligar a la gente a actuar de una manera determinada, se está interfiriendo con sus juicios individuales, asumiendo erróneamente que los planificadores conocen mejor que los propios individuos lo que les conviene.
Elecciones Individuales y Mercados
Las personas actúan basándose en lo que consideran que mejorará sus vidas, incluso si esas decisiones parecen irracionales para otros. Por ejemplo, el miedo a volar puede hacer que alguien prefiera conducir un vehículo largas distancias a pesar de que las estadísticas indican que los accidentes automovilísticos son más frecuentes y peligrosos. Esta decisión puede parecer ilógica desde un punto de vista objetivo, pero para el individuo en cuestión, la tranquilidad mental tiene más valor que el riesgo estadístico.
Este fenómeno se observa constantemente en los mercados. Si todos valoraran los bienes y servicios de la misma manera, el comercio sería imposible. El intercambio solo ocurre porque cada persona asigna un valor diferente a lo que está dando y a lo que está recibiendo. Quien compra un producto lo hace porque lo considera más valioso que el dinero que entrega a cambio, y quien lo vende, porque prefiere el dinero al producto. Es precisamente esta variabilidad en la valoración lo que permite el funcionamiento eficiente de los mercados libres.
La Falacia de la Regulación Estatal
Las regulaciones que buscan imponer un supuesto «bien común» terminan afectando negativamente a la sociedad en su conjunto. Cuando el Estado impone restricciones sobre qué se puede producir, vender o consumir, está interfiriendo con las preferencias individuales y restringiendo la capacidad de las personas para mejorar su bienestar. En muchos casos, tales regulaciones benefician a un grupo selecto (normalmente quienes tienen el poder de influir en los legisladores) a costa de la mayoría.
Un claro ejemplo de esta distorsión ocurre en el mercado laboral. Imponer un salario mínimo puede parecer una medida en favor del «bien común», pero en realidad, perjudica a quienes tienen menor experiencia o menos habilidades, pues las empresas estarán menos dispuestas a contratarlos si el costo de su empleo es artificialmente elevado. Así, una política diseñada para «proteger» a los trabajadores termina dejando sin empleo a los más vulnerables.
El Mercado es el Verdadero Reflejo de las Preferencias Individuales
Para descubrir lo que realmente desean los individuos, es necesario dejarlos actuar libremente. El deseo popular no se determina a través de encuestas ni de decisiones políticas, sino a través de las elecciones voluntarias que las personas hacen en su vida cotidiana. Desde la compra de un café hasta la elección de una carrera profesional, cada acción económica es una manifestación de lo que cada individuo valora en un momento dado.
El éxito en los mercados depende de la capacidad de entender y satisfacer estas preferencias. Harry Browne, en su libro El secreto de vender cualquier cosa, subraya que el éxito en las ventas no radica en la manipulación o la persuasión, sino en comprender lo que ya motiva a los clientes. Esto es cierto no solo para los vendedores, sino para todos los participantes de una economía de mercado. Servimos a los demás para obtener lo que queremos a cambio.
Conclusión
La escuela de economía austriaca nos enseña que el valor es subjetivo y que los seres humanos actúan según sus propias preferencias. Intentar imponer un «bien mayor» desde arriba es una tarea fútil que solo genera distorsiones y conflictos. La única manera de respetar la diversidad de valores y permitir el progreso económico es a través de la libertad de elección y la ausencia de coerción estatal. En un mundo donde las preferencias cambian constantemente y las necesidades son infinitamente variadas, la única manera de lograr un equilibrio es a través de la libre interacción de individuos en mercados voluntarios.