PERO GRULLO DE ABSURDISTÁN
Hemos pasado el verano soportando falsas noticias acerca de que las temperaturas son las más altas de los últimos cien años, o mil años, o un millón de años, porque el efecto publicitario es el mismo. El País vuelve a la carga con el mismo fraude: “La crisis climática lleva al planeta al verano más caluroso jamás registrado” (1).
La revista Forbes repite la misma monserga y ElDiario.es se empacha de sensacionalismo: “Este mes de julio ha sido el más caluroso de nuestra historia documentada y, muy probablemente, de los últimos 120.000 años” (2).
Naturalmente, el calor ha estado acompañado de toda clase de calamidades naturales, desde los incendios de Canadá, hasta inundaciones “sin precedentes” porque, como en las olimpiadas, no hay noticia si no se supera un registro anterior.
Por supuesto, la intoxicación asegura que quienes no tragan con ese cúmulo de imbecilidades son unos reaccionarios “de derechas”, mientras que “los socialdemócratas de todo el mundo comparten un diagnóstico correcto de la crisis climática”, pontifica ElDiario.es.
Este tipo de declaraciones altisonantes son una manipulación desde el principio hasta el final. El aumento del vapor de agua en la atmósfera no está provocado por el calentamiento, como asegura ElDiario.es, sino por la erupción del volcán submarino Hunga Tonga, en el Océano Pacífico, que ha lanzado gigantescas masas de agua a la estratosfera y que explica las altas temperaturas de este verano en ciertas regiones del Hemisferio norte (3).
Los socialdemócratas se cuidan mucho de explicar el lugar en el que han calculado las temperaturas de hace 120.00 años, ni la manera en que la han calculado. Hablan de unas “mediciones directas” que se iniciaron “en el planeta” en 1850, una fecha mágica en la que sitúan el inicio de la revolución industrial y, con ella, del desastre climático.
Las temperaturas se han medido con termómetros, sobre todo desde que Daniel Fahrenheit creó en 1714 un modelo canónico de mercurio y una escala para medir los cambios. Era muy sencillo y bastante preciso. Pero hasta hace muy poco tiempo, casi nadie en el mundo tenía termómetro y, desde luego, no se dedicaba a registrar periódicamente las temperaturas.
Para poder comparar las temperaturas actuales con las de hace 1.200 ó 120.000 años hacen falta series homogéneas de datos que no existen. No hay mediciones directas ni tampoco indirectas obtenidas con un atisbo de fiabilidad. No se sabe cómo se ha podido calcular con un mínimo de certieza la evolución de las temperaturas oceánicas, que suponen el 70 por cien del planeta.
La vara de medir ha cambiado. Desde los años ochenta las temperaturas ya no se obtienen con termómetros sino con sensores de resistencia eléctrica. En otras ocasiones recurren a satélites espaciales, de los que hay varios, y cada uno de ellos muestra tempraturas que no coinciden entre sí. Finalmente, unas mediciones se entremezclan con otras y los datos se barajan como si fuera una partida de cartas con naipes diferentes.
La imagen es aún peor que en los sondeos electorales. Cada empresa obtiene datos diferentes y arroja previsiones muy distintas porque la “cocina estadística” cambia notablemente según el tratamiento de la información bruta. En consecuencia, no sólo ha cambiado la vara de medir. El procedimiento de obtención de las temperaturas es distinto y su tratamiento estadístico también lo es.
Para ilustrar la precaución con la que se deben obtener las temperaturas, hay que recordar artilugios curiosos, como la “garita de Stevenson”, inventado a finales del siglo XIX por el padre del novelista británico para establecer un canon de medida de las temperturas, que consistía en introducirlos en una especie de jaula de madera, a una cierta altura del suelo, con techo y rejilla lateral.
“La garita de Stevenson está hecha de madera con láminas pintadas de color blanco para facilitar la ventilación y, a la vez, proteger a los aparatos de medida de la radiación solar y de la lluvia. La puerta de la garita se orienta al norte con el fin de que el sol no perturbe la medida cuando se hacen las lecturas de las distintas variables”, dice MeteoGalicia.
La inmensa mayoría del mundo ha carecido de mediciones con termómentro y, desde luego, casi nunca se han utilizado el tipo de garitas propuestas por Stevenson, a pesar de lo cual han ingresado en los registros oficiales y se las tiene por buenas mediciones.
Hasta los años setenta del siglo pasado, las garitas estaban en las ciudades, donde el urbanismo ha formado “islas de calor”. Las series históricas están afectadas por su emplazamiento en grandes metrópólis que apenas representan el 4 por cien de la superficie terrestre. Por ejemplo, en Madrid la isla de calor del centro sube las temperturas 8,5ºC por encima de la periferia (4). Se ha tomado la parte (las ciudades) por el todo (el planeta).
Lo que se discute es hasta qué punto las “islas de calor urbano” han alterado las mediciones. En su último informe el IPCC estimó que las “islas de calor urbano” suponen menos del 10 por cien del aumento de la temperatura. Sin embargo, un reciente estudio de 37 investigadores de 18 países diferentes eleva ese porcentaje hasta el 40 por cien (5).
Según los autores, en un siglo la temperatura ha subido 0,89ºC, teniendo en cuenta las áreas urbanas y las rurales. Pero si sólo se tienen en cuenta estas últimas, la subida es de sólo 0,55ºC.
“La comunidad científica aún no está en condiciones de establecer con seguridad si el calentamiento desde 1850 es causado principalmente por el hombre, en su mayor parte natural o alguna combinación de ellos”, concluyen también los autores del estudio.
Si en todos los países del mundo las garitas se traladaran a las zonas rurales y los bosques, nos sorprenderíamos al escuchar que nos ha invadido una ola de frío intenso.
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