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El verano sangriento que asola Francia: degollamientos, agresiones y emboscadas a la Policía…

Luis Rivas

Pasearse por la calle con la cabeza de su víctima en una mano y un cuchillo en la otra se convertiría en noticia de primera página en cualquier país europeo. En Francia, los principales medios de comunicación ocultaron este «suceso» ocurrido 14 de agosto en Saint-Priest, una ciudad cercana a Lyon. El autor del asesinato, un marroquí de 25 años con antecedentes judiciales, se resistió a la policía gritando consignas islamistas.

El mismo tratamiento de «omertà» tuvo semanas antes el degollamiento de un médico militar en Marsella, en presencia de sus hijos de 3 y siete años, que había ido a buscar a la salida del colegio. El autor del ataque, Mohamed L., dijo actuar «en nombre de Alá».

La prensa francesa -salvo excepciones- quizá por la repetición de casos sangrientos, tiende a considerar hechos similares como noticias de segunda categoría. Su obsesión, compartida por el segmento político que abarca del centroderecha macronista a la extrema izquierda, es rebajar la realidad de la barbarie cotidiana y, como es inevitable, tratar de esconder la nacionalidad o el origen étnico de la mayoría de los culpables. «La negación de la realidad no tranquiliza a nadie», dice el criminólogo más conocido del país, Alain Bauer.

Para la expolítica socialista, ahora ensayista, Celine Pina, «a falta de una respuesta adecuada, es más fácil convertir a las víctimas en culpables y juzgar que sus reacciones son exageradas o racistas». «Una parte de la élite -dice Pina- considera facha o de extrema derecha a quien alerta sobre el aumento del salvajismo del país«.

Banalización de la violencia

La banalización de la violencia no convence a los franceses, que conocen -aunque con dificultades- los números oficiales que aclaran la realidad: un homicidio o intento de homicidio cada dos horas; una agresión física o sexual cada 29 segundos. Casi siete de cada diez franceses consideran que hay que dejar de conceder derechos y dar muestras de autoridad y orden.

Otra noticia que habría pasado inadvertida en el sopor mediático del verano, si no es por la aparición de un video en las redes sociales, fue el linchamiento de tres policías que pretendían arrestar al autor de un robo. La agresión se produjo en uno de los barrios más peligrosos de Francia, La Guillotière, en pleno centro de la ciudad de Lyon. En la secuencia se ve a una manada de individuos golpear a tres policías, uno de ellos mujer, hasta que el ladrón pudo escapar.

El enésimo caso de agresión a agentes de policía, que denunciaron los sindicatos a través de las redes sociales, engrosó lo que algunos políticos de derecha definen como «la conspiración de silencio». Hasta el mismísimo ministro del Interior tuvo que reaccionar y desplazarse a la tercera ciudad de Francia.

Lyon, una ciudad tranquila hace solo 30 años, se ha convertido en una urbe peligrosa, donde las mujeres, como en otras ciudades de Francia, temen volver a casa por la noche sin ser acompañadas, una ciudad donde conviene mirar al suelo cuando te cruzas con una «racaille»

La Guillotière es un barrio de Lyon donde centenares de extranjeros sin papeles se buscan la vida a diario vendiendo drogas, cartones de tabaco de contrabando y cualquier otro producto con el que sacarse unos euros. Por supuesto, los mafiosos que los controlan no pisan la zona. En una «banlieue» -barrio marginal- dentro de la ciudad y fuera del control efectivo de la autoridad, para desesperación de los vecinos que han interpuesto una querella al alcalde ecologista de la ciudad, al que acusan de inacción.

Lyon, ciudad sin ley

Además de traficantes «mayores», en el barrio deambulan como zombis decenas de supuestos «menores no acompañados» -argelinos en su mayoría, según las organizaciones sociales- que aterrorizan a cualquier visitante despistado o a cualquier vecino o comerciante del barrio. Por supuesto, La Guillotière, que en los años 50 acogió a la inmigración asiática que ahora intenta huir del lugar, es una zona donde proliferan los comercios «halal», donde los homosexuales nunca se pasearían con su pareja y donde las mujeres son perseguidas y, en muchas ocasiones, manoseadas si no cubren totalmente su cuerpo y su cabello. Basta un paseo en automóvil -es más seguro- para darse cuenta también que en los cafés del área los únicos clientes son hombres.

Gerald Darmanin, el responsable de Interior, visitó el barrio en pleno «ferragosto» y anunció el aumento de efectivos policiales y la apertura de un segundo centro de retención de delincuentes extranjeros. Lyon, una ciudad tranquila hace solo 30 años, se ha convertido en una urbe peligrosa, donde las mujeres, como en otras ciudades de Francia, temen volver a casa por la noche sin ser acompañadas, una ciudad donde conviene mirar al suelo cuando te cruzas con una «racaille» (así se denomina a los delincuentes de «banlieue») que no solo pueden robarte, sino que te apalearía hasta hartarse si no accedes al atraco. Gerard Corneloup, 76 años, era una figura del periodismo y parte de la historia de la ciudad de Lyon. El 26 de julio fue dejado en coma a golpes en su portal por resistirse al robo de su mochila. Murió pocas horas después; el asesino sigue suelto.

La ciudad, ahora en manos de la extrema izquierda ecologista, está «irreconocible», según el exalcalde socialista, Gerard Collomb, que fue el primer ministro de Interior de Emmanuel Macron en 2017. Collomb ya había advertido antes de dejar el gobierno del peligro del comunitarismo en Francia y, como recuerda cada vez que puede, la seguridad era una de sus prioridades durante su mandato como alcalde de Lyon durante casi 20 años. Hoy denuncia que su ciudad ya ha llegado a un grado de inseguridad comparable a las «banlieues» que rodean París o al barrio Norte de Marsella, retratado en la reciente película ‘BAC Nord’. Collomb nunca ha tenido reparos en señalar a la inmigración masiva y descontrolada como una de las causas de la inseguridad. Está claro que su actitud chocaba con la ambigüedad demostrada hasta ahora por el presidente Macron.

El pasado viernes, en la ciudad de Venissieux, pegada a Lyon (una vez más), tuvo lugar otro de los episodios que ha marcado el verano francés en asuntos de delincuencia e inseguridad. Dos policías se acercaron a un coche estacionado en el aparcamiento de un supermercado, a las dos de la madrugada. Tras confirmar que se trataba de un vehículo robado, intentaron arrestar a los dos ocupantes. El conductor arremetió el auto contra uno de los policías para intentar huir; su compañero hizo uso de su arma y los dos ocupantes resultaron muertos. Eran delincuentes, de 20 y 26 años, con un amplio currículo delictivo.

Violencia antipolicial

Hacer caso omiso a los requerimientos de las fuerzas del orden se ha convertido en un deporte nacional entre los delincuentes franceses. En 2021 las autoridades policiales contabilizaron 26.320 negativas a obedecer, tanto para pedir documentación, como para parar un automóvil o moto: un rechazo a órdenes de la policía cada 30 minutos. La trivialización de la violencia contra las fuerzas policiales es directamente proporcional al desinterés político por las cuestiones de inseguridad durante los últimos años, los que coinciden con el mandato del conservador Nicolas Sarkozy, el socialista François Hollande y el de su sucesor, Emmanuel Macron.

El verano comenzó para la policía como había acabado la primavera: tres policías arrollados por un joven de 24 años en Tolouse. Tres policías heridos en Villeneuve- Saint por cócteles Molotov; unana comisaría atacada en Vitry sur Seine; emboscadas en Limoges y Sevran; un CRS quemado por el lanzamiento de mortero (tubos utilizados en los fuegos artificiales). Entre enero y abril, 1070 policías han sido víctimas de la violencia durante una misión, es decir, 9 cada día. Un miembro de las fuerzas policiales admitía que su primer objetivo es “llegar a casa vivo.”

Hacer caso omiso a los requerimientos de las fuerzas del orden se ha convertido en un deporte nacional entre los delincuentes franceses. En 2021 las autoridades policiales contabilizaron 26.320 negativas a obedecer

Para la extrema izquierda, sin embargo, y en especial para Jean-Luc Melenchón, «la policía mata». Fue uno de sus argumentos electorales para ganarse a los jóvenes de las «banlieues». Una actitud que comparten los ecologistas, pero no socialistas y comunistas, aliados todos coyunturalmente en la Asamblea Nacional. Pocas instituciones policiales en Europa cuentan con un control como el que ejercen los servicios internos (la policía de policías) entre sus propios camaradas.

Para el abogado William Goldnadel, habitual en los debates de televisión y prensa, «una de las principales causas de la criminalidad en Francia es que los jueces no tienen que dar cuentas a nadie de sus decisiones. Un magistrado puede dejar libre 30 veces a un delincuente multireincidente, sabe que va a volver a cometer un delito y el juez magistrado nunca será sancionado».

Un conocido juez retirado, Philippe Bilger, colega televisivo de Goldnadel se muestra resignado: «Francia es un país devastado cotidianamente por una inseguridad violenta, a menudo colectiva, que se complace en la destrucción de todo lo que es oficial y naturalmente respetable». Bilger lo tiene claro. «Hemos importado por centenares de miles personas cuya cultura banaliza totalmente la violencia, incluso la valora, para establecer una jerarquía interna y más todavía cuando permite la depredación en beneficio del grupo: familia, clan, barrio».

«Menas» delincuentes

El tabú sobre la relación entre inseguridad e inmigración se ha desvanecido, a pesar de que una parte de la izquierda sigue negando la realidad que desvelan las cifras y el estudio de ciertos especialistas. El 75% de los menores sometidos a juicio «son menores no acompañados» llagados del extranjero, según la Fiscalía de París. Solo en Burdeos, el 40% de actos delictivos son protagonizados por «menas», según el senador de Los Republicanos, Henry Leroy. El ministerio del Interior señala que el 93% de los robos con violencia en los transportes públicos -otra especialidad local- son cometidos por extranjeros.

Los extranjeros censados representan un 7,4 % de habitantes, pero son un 24% del total de población reclusa. De ellos, un 54% son magrebíes y de otros países africanos; un 33% europeos, especialmente del Este del continente. Argelinos y marroquíes encabezan la lista del número de presos, entre los que hay entre un 40 y un 60% de musulmanes, según el sociólogo Farhad Khosrokhavar, autor, entre otros, del libro ‘Prisons de France’ (2016).

Pero no se trata solo de los recién llegados o los «sin papeles». En su libro ‘Sobre la violencia gratuita en Francia’, el psiquiatra especializado en adolescentes, Maurice Berger, escribe que el 88% de los jóvenes que trata en su centro educativo son de origen magrebí.

Una parte minoritaria de la tercera generación de inmigrantes magrebíes sigue arrinconada en los barrios donde fueron alojados sus abuelos y sus padres, zonas, en muchos casos fuera del control del Estado, y donde la ocupación más excitante -además de vender droga- es apedrear a bomberos y policías llamados para atraerles hacia una emboscada. Pero en los últimos años, muchos de esos jóvenes han encontrado otra ocupación ilegal que hace la vida imposible a sus propios vecinos, aunque también se atreven a desplazarse hacia el centro de las ciudades y a las zonas más «burguesas».

Rodeos mortales

Lo que en Francia se llama «rodeo urbano» consiste en desplazarse a gran velocidad en motos -robadas- por aceras y calles haciendo «el caballito» (con la rueda trasera). El fenómeno ha contagiado a las principales ciudades francesas a través, claro está, de las hazañas mostradas en las redes. Pero esa práctica ha causado y sigue provocando víctimas mortales entre transeúntes y los propios motoristas. Una de las últimas tragedias provocadas por un rodeo se produjo el pasado 5 de agosto en la ciudad de Pontoise: dos niños fueron heridos gravemente por una moto. El ministro del Interior -vaya verano- anunció una intensificación de los controles a los rodeos urbanos, a los que calificó como «actos criminales» que, según él, deben ser penados más seriamente.

Pero lo que para el responsable de Interior es un acto criminal, para una parte de la progresía francesa es un objeto de obra cinematográfica. En el último festival de Cannes, la película ‘Rodeo’ fue invitada en la sección ‘Una cierta mirada’. El film se estrena en las salas el 7 de septiembre y es obra de Lola Quivoron, de 33 años, que ha debido defenderse de hacer apología de esta práctica y de acusar de las muertes de jóvenes en moto a la policía por perseguirles. Un pequeño ejemplo de la esquizofrenia de una parte de la sociedad de este país.

Para el ensayista y escritor quebequense instalado en París, Mathieux Bock-Côté, cuando se aborda el asunto de la inseguridad «no se trata de presentar un panorama apocalíptico de Francia, sino de constatar, simplemente, que el interés de los medios para no parecer apocalípticos les empuja a restar importancia a los hechos».

‏Fuente: www.vozpopuli.com

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