Itxu Díaz
Un libro es un montón de hojas de papel cosidas o pegadas en una encuadernación. Si tiene líneas escritas, lo llamamos libro. Si está en blanco, es una libreta o bien el célebre bestseller El pensamiento de Pedro Sánchez sobre el mundo contemporáneo. Si al empezar a leer sus líneas tiene algún sentido, es un libro, si no tienen ningún sentido, espera, porque es posible que estés ante la guía telefónica; el libro del que quería sacar William F. Buckley Jr. a su Gobierno aleatorio, antes que ser gobernado por profesores de la Universidad de Harvard.
Durante años, los maestros han mentido a sus alumnos sobre los beneficios de la lectura. Leer es una actividad de alto riesgo. Podría desprendérsete la córnea, o lo que sea que se le caiga a la gente de los ojos, o podrías quedarte ciego, o podrías aprender ideas subversivas que te hagan menos sumiso, o incluso, si es el peor día de tu vida, podrías estar engullendo pensamientos sobre amaneceres y astros firmados por el pesado de Paulo Coelho, esas mismas frases que luego utilizan las instagramers para sus pies de fotos en bikini, para tratar de darle cierta intelectualidad al hecho de que están presumiendo de tetas. Personalmente, prefiero un bikini no solicitado que una cita como «te amo porque el universo entero conspiró para ayudarme a encontrarte». Siempre que la leo me pregunto: ok, Paulo, todo el universo estuvo a favor, pero ¿por qué omites en la ecuación a la suegra? ¿Ella es de un universo paralelo? Pero me desvío del tema.
A algunas personas la lectura les causa lesiones graves en los pies. Esto suele ocurrirles a quienes son bastante torpes y se empeñan en ponerse a leer La broma infinita de Foster Wallace. Tengo un amigo que se lo compró, lo llevó a la playa, y cuando caminaba por la orilla se le escurrió de las manos: perdió tres dedos y el cuarto solo puede moverlo arriba y abajo girando una pequeña manivela; lo mismo que me pasa a mi estos días con el dedo corazón de la mano, pero lo mío no tiene nada que ver con Foster Wallace, si no con saludar al Gobierno.
Hay más. La lectura puede provocar sueño repentino, ataques de ira, de risa, de llanto, y otras locuras y, si lo practicas desde pequeño, puede hacer que te nazcan gafas de culo de vaso en los ojos. Pero, sin duda, mi mayor temor con la lectura es que, cuanto más nos dedicamos a los libros, menos tiempos disponemos para formar nuestra mente viendo bromas inteligentes de indios en TikTok, escotes pronunciados en Instagram, y leyendo insultos originales en las menciones de Twitter.
Es muy importante mantener a los niños alejados de los libros, si no quieres que, en vez de sumarse al típico reto viral de «electrocuta a tu madre y grábalo», se dediquen a recitar a Rilke como si estuvieran, no sé, drogados, hasta el culo de fentanilo, o algo peor. La juventud se está perdiendo por culpa de los libros.
Está demostrado que la gente que lee con frecuencia y selecciona bien a sus autores tiende a observar las cosas de la vida con un cierto espíritu crítico, y eso podría provocar que incumplas alguno de los mandamientos del pensamiento único woke contemporáneo. ¿Te has vuelto loco? No creo que quieras algo tan horrible para tus hijos.
Los adolescentes que leen a C. S. Lewis, por ejemplo, se convencen de la existencia del diablo y entonces se niegan a participar en las fiestas de Halloween, generando muchísima tristeza en sus amigos y vecinos, y más aún en el diablo. Quienes leen a Houellebecq, por su parte, creen realmente que el mundo posmoderno es una mierda nihilista, y que la socialdemocracia europea y su multiculturalismo terminarán por hacer de Francia un país musulmán. ¿Estoy hablando en futuro? Da igual, quienes leen a Cervantes descubren que existen cosas aberrantes como el honor, la justicia, la nobleza, o la libertad. ¿Qué será lo próximo? ¿Votar a la derecha? ¿Ir a misa? Me da muchísima lástima esta generación de degenerados lectores.
Da muchísima lástima ver a esos chicos jóvenes, con toda la vida por delante, consumidos por completo como yonkis por su adicción a la lectura. Como escritor, considero que debería llevar puesta todo el día una camiseta con las mismas advertencias que vienen en las cajetillas de tabaco; pero, de todos modos, no quiero ser el primero en hacerlo. Que empiece Obama, Lalachus, Íñigo Errejón, o Greta Thunberg, o cualquier otro autor de prestigio.
En definitiva, confieso que cada día siento más impotencia al explicarle a los jóvenes que no deben leer a todas horas, que es peligroso, que su cerebro se atrofiará y que su vida podría volverse excitante y descentrarlos de lo importante, que es grabar bailes sensuales en Instagram, aprender valores en Facebook con las publicaciones filosóficas de Lady Gaga, desmembrar al enemigo en las plataformas de juego online, pedirle a ChatGPT que te haga los deberes de Historia sin perspectiva falocrática, detener el calentamiento global a base de tuits, sumarte al reto del litro de absenta en TikTok, y aprender a fabricar armas químicas en YouTube.
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