Las «bocas de urna» – encuestas que se realizan a la salida de los establecimientos electorales después de que los votantes hayan emitido su voto– hicieron lo que debían hacer: arrojaron un poco de luz… en noviembre sabremos si todas estas cuestiones terminan en “algo” o no. Pero, por ahora, parece que sí.
“Algo” pasó en Argentina el domingo 12 de septiembre. El resultado de las elecciones PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) dejó a varios boquiabiertos y fue una sorpresa a nivel general, pues el hecho de que el Gobierno izquierdista de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (Frente de Todos) perdieran en casi todo el territorio nacional significó un imprevisto que definitivamente no estaba en sus planes.
Las PASO son elecciones que si bien no son determinantes, sí son excluyentes. Por un lado, marcan el rumbo de las decisiones que los políticos tomarán en los próximos meses de cara a las elecciones generales. Por el otro, aquellos partidos políticos que no hayan llegado a un “piso” (es decir, un porcentaje mínimo establecido) quedarán afuera de los comicios generales que se realizarán el próximo noviembre.
Para simplificar, podríamos decir que son una especie de gran encuesta eliminatoria en donde los 44 millones de argentinos dan su opinión entre las opciones que tienen, mientras que los políticos que logren superar el mínimo para continuar en carrera se miden a sí mismos, planifican y determinan en última instancia si deben o no cambiar el rumbo y cuáles son los nombres que finalmente irán en la papeleta de cada partido.
Estas elecciones, grosso modo, son una forma que tienen los argentinos de decirles a sus gobernantes: Estás haciendo las cosas mal, si no cambias tu política, tus decisiones, tus ideas, tu forma de hacer las cosas, no te votaré en las próximas.
Esas próximas elecciones son las que sí cuentan para quienes sigan en carrera, pues son las “generales”, y de esos resultados saldrán los nombres de los próximos en ocupar las bancas legislativas. Es decir, en noviembre en Argentina se renueva el Poder Legislativo o, en otras palabras, el Congreso (diputados y senadores).
Ahora bien, como hemos dicho al comienzo, en las PASO hubo una tremenda sorpresa, no solo por la aplastante derrota del kirchnerismo, sino que por primera vez una fuerza liberal liderada por el economista Javier Milei, con poco camino (pero con mucho para ofrecer), se impuso entre los principales partidos de toda la vida como lo son “Juntos por el Cambio” o el “Frente de Todos”, solo por nombrar los más populares.
Los datos son arrasadores. El Gobierno kirchnerista perdió en 17 de las 24 provincias del país (en realidad son 23 provincias y un distrito federal que es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y al oficialismo (kirchnerismo) no le quedó otra que salir el domingo, con cara de perro, cuando ya los resultados eran inminentes e irreversibles, a aceptar su gran derrota electoral, pero no sin perder su esencia combativa y cínica, cual izquierdistas, al decir que «algo no habremos hecho bien».
Sí, «algo». Algo, según la Real Academia Española (RAE) es un «pronombre», es «indefinido» y, por si fuera poco, es «neutro». Designa una realidad indeterminada cuya identidad no se conoce o no se especifica. Pues bien, nos toca ahora analizar ese «algo» y llenarlo de sentido.
La economía en Argentina tiene un gran déficit que viene de hace mucho tiempo. Sería injusto decir que es un problema es de solo hace un par de años, o que fue producto de la pandemia. Sin embargo, sería incluso más injusto decir que el kirchnerismo no avivó el fuego para que se quemara más rápido el poder adquisitivo de los argentinos.
La inflación con doble dígito (casi el 52 %), al mejor estilo venezolano, y los diversos tipos de dólar no dejan de subir. Además, las draconianas medidas del presidente Alberto Fernández para manejar la pandemia fueron la tumba de más de miles de pymes. Las empresas internacionales no aguantaron más la presión y las normas fiscales del país y terminaron yéndose a lugares con mayores libertades, seguridad y confianza. Un ejemplo de esto fue la internacional Falabella, que apenas pudo, a mediados del año pasado, hizo sus maletas y se fue.
Inflación, pérdida de poder adquisitivo, presión fiscal, desconfianza, dólar elevado. ¿Qué más falta? ¡Ah, sí! Algo de carga impositiva que se traduce en más de 145 impuestos. Algunos de ellos son: impuesto al cheque (IVA), al automotor, a las ganancias, a la seguridad social, a la riqueza, entre otros 140.
Lo más probable es que el lector horrorizado se pregunte ¿por qué tantos impuestos? La respuesta es simple. Para financiar los 31 tipos de asistencias sociales (solo a nivel nacional, pues a nivel local cada provincia tiene sus propias asistencias), los 19 programas sociales, las 5 pensiones no contributivas y los 7 planes destinados a la “seguridad social”. En consecuencia, Argentina es uno de los países con mayor carga impositiva del mundo.
¿Y por qué Argentina tiene esa carga impositiva? Dos factores que son concomitantes: el trabajo y la pobreza.
En el “país de las vacas” solo el 46.3 % de la población es económicamente activa (PEA), según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Mientras que la pobreza, según el Gobierno Nacional, para esta última parte del año alcanzó al 42 % de las personas. Aunque estimaciones paralelas sitúan ese porcentaje en 49.6 %, lo que significa que cerca de 22.7 millones de personas son pobres. Dentro de ese universo, nos encontramos con que en el país el 63 % de los niños están por debajo de la línea de pobreza, un porcentaje que equivaldría a 7 millones.
Todos estos números que asustan y entristecen no se pueden maquillar y nos indican que, una vez más, Argentina se encuentra en el top 10 en el Índice Anual de Miseria económica global ocupando el séptimo lugar. «Algo» es «algo».
Si en el ámbito económico a los argentinos no les ha ido bien, peor les fue en lo que respecta a la libertad bajo este último tiempo de Gobierno kirchnerista sumado al enfoque pandémico.
En marzo de 2020 Alberto Fernández decretó una cuarentena que duró prácticamente un año, “la eterna cuarentena” o “la cuarentena más larga del mundo”, según apodaron en otras partes del mundo. A mediados de marzo encerró a los argentinos y no los liberó hasta fines de noviembre.
El encierro afectó a comerciantes, pymes y ciudadanos de a pie que vivían con sus pequeños negocios. Los Fernández fulminaron a todos. Quebraron más de 20,000 pymes y se perdieron más de 100,000 puestos de trabajo. El Gobierno catalogó determinadas actividades laborales como «esenciales» y las que no entraron en ese listado no tuvieron más remedio que aguantar.
En medio de toda esta catástrofe económica y laboral hubo personajes del gabinete kirchnerista que se superaban a sí mismos día a día con peligrosas frases que salían de sus bocas. Por ejemplo, la ministra de Seguridad dijo que [el Estado] medía el «humor social» de las personas a través del ciberpatrullaje en las redes sociales, una medida que se llevó por delante cuanto derecho constitucional hubiera. Mientras los argentinos se fundían, el Gobierno los espiaba para saber cuál era la reacción.
Antes de que comenzara el confinamiento obligatorio, el exministro de Salud de la nación dijo que el «coronavirus no tenía ninguna posibilidad de llegar a Argentina» porque el virus estaba en Europa. Y Europa es lejos.
Eso es poco comparado a cuando en medio de la cuarentena contrataron a un payaso profesional para que en una conferencia de prensa del Ministerio de Salud comunicara las cifras de fallecidos por COVID-19. O cuando el ministro de Economía de la nación dijo que «vender los dólares era una decisión personal que uno no va discutiendo en público», cuando fue su mismo Gobierno que al llegar al poder instauró un cepo (es decir, una medida que prohíbe comprar libremente más de 200 dólares mensuales dentro del sistema).
No olvidemos tampoco cuando un diputado, también oficialista, en medio de una sesión virtual y televisada en la Cámara de Diputados apareció chupándole un seno a su novia. O cuando murió Diego Armando Maradona, el Gobierno que no te permitía reuniones de más de 5 personas en una misma casa decidió realizar un funeral multitudinario en la Casa Rosada al que asistieron millones de personas para decirle “adiós” al ídolo popular. Todo terminó en un desmadre que ni siquiera el presidente pudo frenar.
Una de las últimas gotas que colmó el vaso de la paciencia de los argentinos fue hace un par de semanas cuando se conoció que, en medio de la draconiana cuarentena en 2020 (en la que ningún argentino podía salir salvo que fuera «esencialmente» necesario), el mismísimo mandatario se reunió en secreto con varias personalidades del espectáculo para escuchar sus «demandas» y «problemáticas» que su propio Gobierno había causado.
Los personajes que desfilaron por los pasillos de Olivos (residencia donde vive el presidente) eran afines ideológicamente al Gobierno Nacional, por supuesto. Por si fuera poco, casi simultáneamente, la primera dama celebró su cumpleaños junto a por lo menos 12 personas para soplar las velitas con el descaro de retratar el momento con vídeos y fotografías que recientemente salieron a la luz. Aunque la lista sigue, todos estos factores que se entrelazan son las causas de los resultados en las PASO.
Frente a todo este descaro y abuso, evidentemente «algo» había que hacer. Y la respuesta llegó en las PASO. Una respuesta de un pueblo cansado de la hipocresía, usado para sostener la buena vida de la casta política y de quienes no trabajan, y finalmente quebrado moral y económicamente.
Las PASO no son definitivas, y sus resultados podrían variar un poco, ya que hay cerca de 10 puntos porcentuales en el aire de los partidos que no lograron superar los comicios y que serán un gran empujón para noviembre.
La tarea de los argentinos, una vez más, será la de resguardar sus propios intereses y decidir qué clase de país quiere tener. “Algo” un poco mejor, como sería un país con miras a la superación y el desarrollo, con trabajo, sin “pobrismo”, con educación, con un Estado chico, con una urgente reducción impositiva, sin pan y circo, con independencia judicial, republicano de verdad y definitivamente libre. O “algo” como lo que ya tenemos. Con mitómanos, hipócritas, sátrapas y autoritarios en el poder.
Frente a toda esta situación, las bocas de urna hicieron lo que debían hacer: arrojaron un poco de luz, descartaron candidatos y encaminaron a otros. En noviembre sabremos si todas estas cuestiones terminarán en “algo” superlativo o no. Por ahora, todo parece indicar que sí.
FUENTE: https://elamerican.com/en-argentina-perdio-la-izquierda-que-paso/?lang=es
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