Thierry Meyssan
Se equivocan quienes acusan al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, de querer restaurar el imperio otomano. Para Erdogan, las conquistas territoriales no son un objetivo sino una manera de propiciar alianzas. Al cabo de largas vacilaciones, Erdogan ya no tiene intenciones de ser sultán sino califa, convirtiéndose en el jefe de los musulmanes sunnitas del mundo entero.
RED VOLTAIRE | PARIS (FRANCIA) | NOVIEMBRE DE 2020
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Recep Tayyip Erdogan saluda haciendo con las manos el gesto que lo identifica como miembro de la Hermandad Musulmana –la mano abierta pero con el pulgar hacia el interior de la mano. ¿Su objetivo? Reinstaurar el califato en su propio beneficio.
Hace un mes que Azerbaiyán reinició las hostilidades en el Alto Karabaj y los ejércitos de ese país y de Turquía siguen obteniendo éxitos militares en el terreno, mientras que Bakú y Ankara acumulan reveses diplomáticos.
En general, todo marcha como lo habíamos previsto, partiendo del principio que en realidad se trata de la preparación de una operación de los miembros de la OTAN contra el jefe de la Hermandad Musulmana, Recep Tayyip Erdogan, por demás presidente de Turquía. La verdadera operación podría comenzar cuando se inicie un nuevo genocidio contra la población armenia en el Alto Karabaj.
Sin embargo, la intervención de actores imprevistos en el conflicto del Alto Karabaj y el resultado de la elección presidencial en Estados Unidos son elementos que podrían perturbar el plan de Washington.
Esta lista de “asunto pendientes” está lejos de ser exhaustiva.
Estados Unidos comenzó a cuestionar las “actividades” del clan Erdogan cuando el presidente turco inició sus compras de armamento ruso y la construcción de un gasoducto con la Federación Rusa. Desde ese momento, Washington trató de deshacerse de Erdogan por la vía “democrática” –respaldando al Partido Democrático de los Pueblos (HDP). Como el partido de Erdogan –el AKP– logró manipular las elecciones legislativas realizadas en junio y noviembre de 2015, la CIA ha tratado de asesinar al presidente Erdogan en varias ocasiones. El 15 de julio de 2016, el cuarto intento de asesinato contra Erdogan acabó convirtiéndose en una intentona golpista improvisada en el último momento.
A partir de ahí, el presidente Erdogan, aun subrayando su adhesión a la OTAN, ha venido multiplicando las provocaciones. Por ejemplo, durante un viaje oficial a Estados Unidos, Erdogan ordenó a sus guardaespaldas personales arremeter a golpes contra seguidores del predicador Fehtullah Gulen que realizaban una manifestación frente a la embajada turca en Washington. También ordenó el encarcelamiento de un ciudadano estadounidense en Turquía.
El plan actual de Estados Unidos contra el presidente turco Erdogan consiste en empujarlo a cometer un error para deshacerse de él con cierto respaldo internacional –algo similar a la trampa en la que cayó el presidente iraquí Saddam Hussein con la invasión de Kuwait, hecho que sirvió para justificar la Operación Tormenta del Desierto. Hoy en día, una acción contra el presidente turco Erdogan podría justificarse internacionalmente mediante una masacre contra los armenios, en el marco del conflicto en el Alto Karabaj, y si se garantiza la continuidad en la Casa Blanca.
Durante todo el mes de octubre, el clan Erdogan ha repetido sin cesar que la OTAN necesita más a Turquía que a la inversa, o sea que la alianza atlántica nunca podrá excluir de sus filas a Turquía… ni tampoco atacarla.
Así que el presidente Erdogan sigue adelante con su ofensiva en todos los frentes. Incluso envió consejeros turcos a garantizar la formación de los guardacostas del gobierno libio de Trípoli, en lugar de los consejeros italianos. De esa manera, Erdogan vuelve a amenazar a la Unión Europea con “abrir la compuerta” a la migración, ahora desde África. Por otro lado, Turquía también favoreció últimamente nuevos ataques de los yihadistas contra los militares rusos en Siria.
Moscú ha sido el único en reaccionar ante las provocaciones turcas. El Kremlin ordenó la reanudación de los bombardeos aéreos contra los yihadistas en la región siria de Idlib, concentrando esas acciones sobre un grupo apadrinado por Turquía y anteriormente vinculado a al-Qaeda. El hecho es que esos ataques rusos violan los acuerdos ruso-turcos en Siria pero a la vez ponen de relieve la obediencia del movimiento yihadista a la autoridad personal de Recep Tayyip Erdogan.
Más recientemente, el presidente turco Erdogan abrió un nuevo frente arremetiendo contra el presidente francés, Emmanuel Macron, insultándolo incluso más que a la canciller alemana Angela Merkel hace 3 años. Aunque puede parecer banal, este asunto es mucho más importante de lo que parece ya que tiene que ver con el fondo del problema.
Después de muchas dilaciones, Recep Tayyip Erdogan está tratando de dar respuesta a la pregunta existencial que se plantea Turquía. Y lo hace definiéndola como la patria de la Hermandad Musulmana.
Erdogan abandona así los sueños neo-otomanos de su ex primer ministro, Ahmet Davutoglu, hoy en la oposición. También renuncia a los espacios naturales que son, para Turquía, el mundo turcoparlante y Occidente (la Unión Europea y la OTAN). Ahora espera extender su poder sobre el conjunto del mundo musulmán aferrándose al principio de una religión de Estado, de la que él mismo pretende convertirse en califa.
Es importante recordar aquí que Mahoma no fue, como Cristo, un simple carpintero sino un político y además un general victorioso, siendo a la vez un líder espiritual. Al morir Mahoma, sus discípulos lucharon entre sí. El «califa» –o sea, el «sucesor»– heredó el poder temporal del Profeta, no su poder espiritual. Por cierto, es evidente que muchos califas ni siquiera creían en Dios. Al final de la Primera Guerra Mundial, el «califa» era el soberano otomano que residía en Constantinopla (hoy Estambul). El ideal de la Hermandad Musulmana es reinstaurar el califato (el poder temporal del Profeta) gracias al derecho de la época del Profeta: la sharia. Al igual que los europeos del siglo XVI, los miembros de la Hermandad Musulmana estiman que un pueblo tiene que adoptar obligatoriamente la religión de su soberano, una visión del mundo radicalmente opuesta al principio de libertad de conciencia establecido en Francia desde la abjuración de Enrique IV, en 1593 [2], y también contrario al compromiso del laicismo, establecido en 1905 [3]. De hecho, Recep Tayyip Erdogan y la Hermandad Musulmana tratan así de imponer un retroceso, echando abajo el legado de Mustafá Kemal Ataturk, el fundador de la Turquía moderna.
Es por consiguiente muy lógico que el presidente turco Erdogan haya optado por designar a su homólogo francés como líder de sus adversarios.
El resultado de esta oposición va a definirse en Estados Unidos, que tendrá que elegir entre defender la herencia británica de los «Padres Peregrinos» (a través de Joe Biden, junto al canadiense Justin Trudeau) o asumir el legado de los inmigrantes europeos (representado por Donald Trump). Si la primera opción resulta ganadora, Washington tratará a toda costa de mantener a Turquía en la OTAN. Pero si gana la segunda, Estados Unidos defenderá su principio de coexistencia entre las religiones hasta hacer fracasar el proyecto de califato.
Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las «primaveras árabes» (2017).
[1] Killing Orders: Talat Pasha’s Telegrams and the Armenian Genocide, Taner Akçam, Palgrave Macmillan, 2018; Ordres de tuer: Arménie 1915 [en español, “Órdenes de matar: Armenia 1925”], Taner Akcam, CNRS éditions, 2020.
[2] Para convertirse en rey de Francia, Enrique de Navarra –quien era calvinista– abjuró del protestantismo en la basílica de San Denis, el 25 de junio de 1593, y se convirtió al catolicismo –debido a ello se le atribuye la frase «París bien vale una misa». Reinó como Enrique IV de Francia y proclamó para todos sus súbditos la libertad de religión que él mismo no había disfrutado.
[3] Al cabo de innumerables vacilaciones, avances y retrocesos, los republicanos franceses finalmente proclamaron la libertad de conciencia. Basándose en ese principio, establecieron por ley la separación entre el Estado y las iglesias, en 1905. Pero esa separación no es total ya que subsiste un control del Estado sobre el sacramento del matrimonio en ciertas religiones. Desde ese punto de vista, la creación de un «matrimonio gay» para garantizar a las parejas de homosexuales «la igualdad en derecho» es un error histórico. Para dar continuidad al movimiento de la sociedad hacia el laicismo era necesario más bien trasladar el matrimonio entre personas heterosexuales al marco de lo privado, opción que la iglesia francesa había aceptado y que hoy cuenta con el apoyo del papa Francisco.
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