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«Es enorme la proporción de ciudadanos que viven del Estado en España». Miriam González

Miriam González (Olmedo, Valladolid, 1968) es abogada especializada en comercio internacional y derecho comunitario, y en una entrevista reciente se definía como «una niña de la Transición». Considera que la Constitución del 78 nos trajo la modernidad política, pero también que se quedó a medias, porque omitió un capítulo de controles y garantías. Aparentemente, confiamos su desarrollo a la buena fe de nuestros representantes, pero resultó que los españoles no somos «justos y benéficos», como establece la Constitución de Cádiz. Nadie lo es, en realidad, y ahora echamos en falta una mayor claridad sobre lo que pueden y no pueden hacer el Gobierno y sus confluencias.

Se da la circunstancia de que Miriam González es una mujer de mundo. Está casada con el ex viceprimer ministro británico Nick Clegg, ha tenido ocasión de experimentar en carne propia cómo funcionan esos controles y garantías en el Reino Unido y se le ha ocurrido que sería una buena cosa importarlos a España.

Pero lo más llamativo de su caso es que no se ha limitado a impartir instrucciones desde la barrera, algo en lo que los españoles somos grandes expertos, y no hay más que ver a todos esos jubilados que vigilan la buena marcha de las obras en cualquier ciudad. Miriam González considera que cuando uno cree en algo, lo que tiene que hacer es arremangarse y saltar al ruedo, y ha impulsado España Mejor, una organización sin ánimo de lucro cuyo objetivo es dinamizar a la sociedad civil para que sean los propios ciudadanos, y no los políticos, quienes rematen la labor de modernización que dejaron a medias nuestros padres constituyentes.

Aunque la propuesta que más se ha destacado de España Mejor es, por razones que están en el ánimo de todos, su Código Ético del Gobierno, la iniciativa también contempla Una política de vivienda realista, además de Una fiscalidad para crecer todos y medidas para mejorar el sistema educativo o la Administración.

Lo primero es, de todos modos, lo primero, y eso es Inspiring Girls, otra criatura de Miriam que ya está presente en 40 países y con la que intenta «elevar las aspiraciones de las jóvenes de todo el mundo».

Por ahí arranca nuestra conversación, que puede escucharse íntegramente en la web de THE OBJECTIVE y de la que sigue una versión extractada y editada.

Pregunta-¿Cómo surgió la idea de Inspiring Girls?

Respuesta- Se me ocurrió cuando mi marido era vicepresidente del Gobierno británico. En ese momento recibía yo mucha atención mediática no deseada, algo habitual en el Reino Unido. Allí, como no lo dejes todo para convertirte en una esposa florero, a lo que yo me negué, terminas en las portadas de los periódicos tachada de mala mujer.

P.- Te acusaban de abandonar a la familia…

R.- Exacto. Aunque a la sociedad le encantaba mi postura, la campaña de prensa era constante. Fue entonces cuando decidí aprovechar esa atención para hacer algo positivo. Muchas niñas se lamentan de que no tienen acceso a mujeres que las inspiren. Eso siempre me ha llamado la atención. ¿Cómo es posible? Mires donde mires, está todo lleno de referentes femeninos, y no hablo de quienes ocupan los puestos más altos, como Melinda Gates [presidenta de la Fundación que lleva su nombre] o Sheryl Sandberg [exdirectiva de Google y Facebook y fundadora de Leaning.org], sino de cajeras de supermercado. De cada una de ellas se puede aprender algo valioso, y a todas ellas las hemos invitado a participar en nuestras campañas.

«La Transición fue un éxito extraordinario, yo me siento muy orgullosa. Pero provocó mucha concentración de poder y hemos acabado con un Estado intimidatorio»

P.- En alguna entrevista comentabas que cuando ibas a veranear a Olmedo…

R.- ¡El mejor pueblo de España!

P.- Después del mío, jejeje… Cuando ibas a veranear a Olmedo, decía, advertías en muchas chicas una falta de fe en sí mismas.

R.- No es algo exclusivo de España ni de mi pueblo. Está demostrado que a partir de los 12-14 años se produce en las niñas una pérdida de confianza. Los informes PISA [Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes, por sus siglas en inglés] también corroboran que entre ellas el miedo al fracaso es mayor. Y la culpa la tenemos los padres, porque educamos a nuestros hijos con mensajes subliminales que varían con el género. A las chicas les decimos pórtate bien, sé buena y tal, y a los chicos los animamos a asumir riesgos. Yo no he tenido más que tres hijos varones, pero cualquiera que tenga niñas percibe cómo, al alcanzar cierta edad, abandonan asignaturas o deportes porque creen que no son para ellas. Y como ese malestar no se ataje, crece y acaba manifestándose en muchos ámbitos.

P.- ¿Por ejemplo?

R.- Ese no atreverse a renegociar el salario, ese no presentarse para un puesto si no se cumplen absolutamente todos los requisitos, incluso esa tendencia a hiperespecializarnos para que nadie pueda discutir que somos las mejores… Todo ello revela una falta de confianza.

Pero más que eternizarnos analizando las posibles causas, lo que a mí me interesa es ponerle remedio, y una manera es que las protagonistas de experiencias exitosas las compartan.

«Considerados de uno en uno, los españoles destacamos en cualquier ámbito: deportivo, empresarial, científico… Ahora bien, nos coges a todos juntos, como país, y nos caemos un poco»

P.- A mí me pasa como a ti, solo he tenido chicos, pero tengo una nieta y el otro día le decía a su madre: «¿Sabes que ayer casi me equivoco en el cole?» El miedo al fracaso está ya presente en ella… Tu experiencia con Inspiring Girls, ¿ha fortalecido tu fe en la sociedad civil?

R.- No es cuestión de fe, sino de evidencia empírica.

P.- He formulado mal mi pregunta. Lo que quería decir es que en España la sociedad civil no es particularmente vigorosa.

R.- La sección española de Inspiring Girls es una de las más dinámicas, hasta el extremo de que parte del equipo lleva a cabo actividades en el exterior. En España tenemos una sociedad civil muy activa en educación, en ciencia, en deporte… Todo eso se mueve mucho. Lo que tenemos poco trabajado es el ámbito político.

«El sistema electoral ha convertido a los partidos en agencias de colocación. Si a eso le añades la falta de controles, tienes una Administración llena no de gente capaz, sino afín»

P.- Bo Rothstein, el fundador del Instituto para la Calidad de Gobierno, sostiene que esa resistencia a involucrarnos en lo público tiene que ver con cómo se financiaban las parroquias. Como la Iglesia se encargaba de su mantenimiento, los católicos no desarrollamos el hábito de control que sí existe en la Europa protestante, donde el pastor cobra un diezmo a los feligreses y debe rendirles cuentas al céntimo. Aquí, si vemos al cura en un BMW, decimos: «Qué suerte, qué bien le va».

R.- Y quien dice el cura, dice el alcalde. [Refiriéndose probablemente al de Majadahonda, al que Francisco Correa, principal implicado en la trama Gürtel, regaló un Jaguar]. Quizás existan razones culturales más profundas, pero yo atribuyo la falta de implicación política a la Transición. Fue un éxito extraordinario, yo me siento muy orgullosa y me ponen enferma quienes la cuestionan alegremente sin considerar el contexto. ¡Querría yo haberlos visto a ellos, cogiendo el país de manos de Franco y aterrizándolo!

Pero sí es verdad que se produjo una concentración de poder que, lejos de haberse diluido, ha ido a más. Un momento crucial fue la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985 [que confirió al Parlamento la designación de los 20 vocales del Consejo General e inspiró a Alfonso Guerra la famosa frase: «Montesquieu ha muerto»]. Aquello lo hizo Felipe González, pero la tendencia ha continuado con los siguientes Gobiernos y el resultado es un Estado intimidatorio, que inhibe la denuncia de irregularidades y genera frustración y distanciamiento. Es un problema contra el que no valen las iniciativas individuales. O damos todos un paso al frente o no lo vamos a solucionar.

«En el Reino Unido yo viví cómo un ministro iba a la cárcel por intercambiar los puntos de su carné de conducir. Aquí a unos los amnistían y a otros les anulan la condena y miramos para otro lado»

P.- En España la familia se ocupa de muchas tareas que en el norte de Europa corresponden al Estado. ¿Cómo afecta eso al desarrollo de una sociedad civil vigorosa?

R.- La familia funciona en España como una excelente red de seguridad. Cuando hay dificultades económicas, todos nos ayudamos. Lo mismo ocurre con la educación, cuyas carencias suplen los padres. Esta autoorganización es estupenda, pero tiene el reverso del clientelismo y de cierta pasividad a la hora de exigir cuentas al Estado, y eso es lamentable, porque no hacemos un uso eficiente de los recursos públicos, lo que a su vez obliga a las familias a asumir más cargas, y vuelta a empezar.

P.- Es un poco lo que dice Ortega y Gasset: «Aquí lo ha hecho todo el pueblo, y lo que el pueblo no ha podido hacer se ha quedado sin hacer»… Háblame de España Mejor. ¿Cómo surgió la idea?

R.- Nació de mi frustración ante el desfase que se da entre lo que los españoles conseguimos individualmente y lo que somos como conjunto. Considerados de uno en uno, resulta que destacamos en cualquier ámbito: deportivo, empresarial, científico… Ahora bien, nos coges a todos juntos, como país, y nos caemos un poco. ¿Por qué? Porque el sistema no acompaña. Todo lo conseguimos luchando contra él. Si al menos fuera neutral, y no te digo ya si remara a favor, nuestro potencial sería extraordinario. España no está claramente donde le correspondería por capacidad. Así que un día, harta de quejarme, decidí hacer algo constructivo.

«España está dividida en dos bandos: el de quienes desean genuinamente facilitar la fiscalización de los políticos y el de quienes se escandalizan solo cuando no son los suyos los que cometen las irregularidades»

P.- Antes has mencionado el clientelismo. ¿Por qué hay tanto en España?

R.- Confluyen varias circunstancias. Al principio, cuando Franco murió, estábamos muy centrados en la Transición. Después, como todo iba bien, pues tampoco importaba que unos se estuvieran enriqueciéndose más de la cuenta. Y cuando estalló la crisis, pues todo iba mal y teníamos cosas más urgentes en que centrarnos… Así que ha sido ahora cuando finalmente hemos cobrado conciencia y estamos reaccionando.

Para mí el principal problema es el sistema electoral, que ha convertido a los partidos en agencias de colocación. Si a eso le añades la falta de controles, resulta que tienes la Administración llena no de gente capaz, sino afín a quien gobierna. Un ejemplo lamentable lo tenemos en los servicios de emergencia. Después de la desastrosa gestión de la DANA en Valencia, hemos realizado una investigación y solo cuatro comunidades disponen de personal verdaderamente cualificado en ese ámbito. ¿Cómo hemos llegado a semejante situación? Pues porque se nos ha hecho bola con todo: con el desinterés por lo público, con el sistema electoral, con la falta de controles…

«Es enorme la proporción de ciudadanos que viven directa o indirectamente del Estado en España»

P.- ¿Qué medidas podríamos importar del Reino Unido que hayas visto tú que funcionan?

R.- Del Reino Unido lo más admirable es la conexión con la ciudadanía. Los parlamentarios reservan un día a la semana para reunirse con los electores de sus circunscripciones. A mí eso me da auténtica envidia, y es una práctica que podría implementarse aquí perfectamente sin necesidad de cambiar nada ni aprobar ninguna ley. Bastaría con que los líderes de cada partido se lo dijeran a sus diputados y senadores.

En España Mejor también hemos puesto sobre la mesa un código de conducta para presidentes y ministros inspirado no solo en el Reino Unido, sino en otros muchos países. El mejor es el de Canadá, pero Bélgica y Portugal tienen sus propios modelos. Incluso [Giorgia] Meloni tiene en Italia normas más estrictas que las nuestras en materia de transparencia. Y en Estados Unidos disponen de mecanismos para supervisar la actividad profesional de sus expresidentes. Aquí, por el contrario, ocurren las cosas que ocurren y, simplemente, pasamos página y miramos para otro lado.

P.- ¿Y eso por qué es?

R.- Porque España está dividida en dos bandos, y no hablo de derecha e izquierda. Me refiero a que, por un lado, están quienes genuinamente desean reformar el sistema [para facilitar la fiscalización], independientemente de quien ocupe el Gobierno, y por otro, quienes se escandalizan únicamente cuando no son los suyos los que cometen las irregularidades.

P.- Se escudan en la presunción de inocencia.

R.- Es cierto que en España es relativamente fácil acabar imputado, y eso complica el equilibrio entre la exigencia de dimisión inmediata y las garantías procesales, y te puedo asegurar que, como abogada, tengo muy clara la importancia de la presunción de inocencia: es un pilar fundamental del sistema jurídico. Pero la responsabilidad política trasciende la legal, porque en una democracia no puedes gobernar si careces de la confianza de la sociedad. En el Reino Unido yo viví cómo un ministro del Gobierno [Chris Huhne, responsable de Energía] tuvo que dimitir y sufrió pena de prisión por intercambiar los puntos del carné de conducir con su esposa. Cuando comparas eso con lo que pasa aquí, donde a unos los amnistían y a otros les anula la condena el Tribunal Constitucional, se te abren las carnes. Incluso en mi pueblo, he visto cómo un alcalde imputado [Alfonso Centeno, del Partido Popular] permanecía en el cargo hasta después de iniciado el juicio oral. [Dimitió tras ser condenado a nueve años de inhabilitación por prevaricación].

«Una agencia independiente habría detectado los posibles conflictos de interés de Begoña Gómez antes de que se judicializaran. Lejos de limitar su poder, estos sistemas protegen a los políticos»

P.- Y no es infrecuente que los votantes los reelijan. Ahora mismo y a pesar de todos los escándalos, el barómetro del CIS da la victoria al PSOE en las generales.

R.- No sé quién se toma ya en serio al CIS…

P.- La verdad es que ni la prensa más afín a Sánchez destaca sus sondeos.

R.- Hay dos explicaciones a la lealtad de determinados votantes. La primera, más justificable, es que en política las opciones son necesariamente limitadas y muchas veces ninguna es completamente convincente, así que optas por la que consideras menos mala. La segunda es que en determinados municipios la relación entre el ciudadano y el candidato es más directa y la lealtad obedece a que el primero depende económicamente del segundo. Eso ya es clientelismo puro.

P.- ¿Y no ocurre igual en otros países de nuestro entorno?

R.- ¡Pero cómo va a ocurrir igual en los países de nuestro entorno! Mira, me he encontrado con muchos empresarios a los que les encanta Imagina [un proyecto orientado a los jóvenes, cuya primera fase fue una macroencuesta para saber qué les preocupa y qué necesitan]. «Es fabuloso», te dicen. «¿Lo apoyarías?», les preguntas, y entonces surgen las dudas. «No sé —te dicen—, es que si me significo igual tengo problemas en la adjudicación de esta licencia o aquel contrato». ¡Es inadmisible que apoyar una iniciativa de la sociedad civil pueda tener consecuencias personales en tu negocio! Hemos normalizado el miedo al Estado y eso se tiene que acabar.

«¿Cómo es posible que tengamos unas cotizaciones que generan desempleo y cuya recaudación usamos luego para mitigarlo? ¿No sería más lógico empezar por no generar desempleo?»

P.- ¡Qué me vas a contar a mí! Invité a este mismo programa a un economista de mucho renombre que declinó participar porque, casualmente, estaba pendiente la designación de un cargo y temía que su aparición en THE OBJECTIVE pudiera perjudicarle. En fin, sigamos… Últimamente está de moda hablar de élites extractivas, pero Benito Arruñada cree que el problema son las masas extractivas, toda esa gente que depende de los Presupuestos Generales y se resiste a cualquier reforma.

R.- Es enorme la proporción que vive directa o indirectamente del Estado en España… Echo en falta unas élites activas y valientes, como las del norte de Italia. En realidad, nunca las hemos tenido, y no me extraña, porque significarse tiene consecuencias. Durante los debates del Brexit, participé activamente como negociadora comercial y como europeísta convencida, e ingenuamente dije cosas que nunca imaginé que pudieran perjudicarme, al contrario, me decía: «Van a pensar que soy superindependiente». Pero no. En España expresar determinadas opiniones puede repercutir en tu carrera.

P.- ¿Has sufrido represalias?

R.- Me han ocurrido cosas, no de manera muy abierta, pero me han ocurrido… Por fortuna, tengo las espaldas bien cubiertas con mi cartera internacional de clientes, pero me he vuelto muy consciente de que es importante tomar precauciones. Por eso, cuando presentamos el código ético, me ofrecí a liderarlo y asumir el impacto. Sabía que podía tener consecuencias… Esto es algo que únicamente se puede erradicar con la fuerza de los números: cuantos más seamos, mejor. Es una asignatura pendiente de la Transición.

«La sociedad ha entrado en una deriva de desesperanza y lo que escuchas un montón cuando hablas con la gente es que los políticos son todos iguales y van a lo suyo»

P.- Existe el mito de Eliot Ness, el hombre recto que lucha solo contra la corrupción y acaba con ella. Pero Bo Rothstein, el experto en corrupción que mencioné antes, me explicó que eso no funciona. Como luches tú solo contra la corrupción, acabas en el fondo del lago Michigan.

R.- Efectivamente, debe ser toda la sociedad la que reaccione.

P.- ¿Cómo habría afectado a la actuación de Begoña Gómez el que hubiera habido en España una oficina como la que proponéis en vuestro Código Ético del Gobierno?

R.- Se habrían detectado los posibles conflictos de interés y se habría actuado antes de que llegaran a darse situaciones comprometidas, algo de lo que nos hubiéramos beneficiado todos: la sociedad, los miembros del Gobierno y sus familiares. En España carecemos de cualquier mecanismo para la prevención de conflictos de interés y lo que intentamos hacerles ver a los políticos es que, lejos de limitar su poder, estos sistemas los protegen. He tenido controversias con la prensa británica antieuropea que habían quedado aclaradas en 48 horas. En el caso de España, muchos problemas no habrían llegado a los tribunales.

«Los políticos se han encerrado en su burbuja y ahí se dedican a lanzarse unos a otros argumentos baratos»

P.- Aparte del código ético, en España Mejor tenéis otras iniciativas. ¿Qué proponéis para resolver la carestía de la vivienda?

R.- Trabajamos con grupos mixtos de expertos y de ciudadanos que aportan su experiencia y sentido común. Nuestro objetivo es establecer un marco dentro del cual quepan luego los diferentes enfoques ideológicos. En el caso de la vivienda, nos hemos centrado en el alquiler accesible, que es el asunto más urgente. Según nuestras estimaciones, habría que construir unos 700.000 pisos y esto es algo de lo que no se va a ocupar el mercado, pero que tampoco puede resolver por sí solo el Estado. Tenemos que involucrarnos todos, partidos, fondos, promotores, gestores y organizaciones del tercer sector, y despolarizar el debate.

P.- Aquí desde siempre hemos puesto mucho énfasis en las restricciones, y no me refiero solo a la limitación de alquileres, sino a la oferta de suelo. En España, por defecto, no es urbanizable, lo cual es sorprendente, porque luego tienes el país medio vacío.

R.- Sí, pero el país que está medio vacío no es necesariamente donde la gente quiere vivir. Dicho esto, falta oferta y eso no va a solucionarse ni con las 80.000 o 180.000 viviendas del Gobierno ni con las 50.000 de esta comunidad [de Madrid]. Las restricciones reglamentarias tampoco ayudan, pero nosotros llevamos meses trabajando en ello y lo que hemos visto es que hay mucho talento en el sector, mucha gente que entiende el problema y está dispuesta a portar soluciones. Lo que hace falta es voluntad política para juntarlos a todos y establecer una solución integral, en lugar de mantener el enfrentamiento ideológico.

«Todo el debate sobre lo ‘woke’ es completamente artificial. Ese fenómeno apenas existe aquí, es un debate que está metido con calzador por la clase política»

P.- La vivienda es un desafío universal y no parece que se haya dado con la tecla en ningún lado.

R.- Es verdad. De hecho, es una de las prioridades de la Unión Europea, aunque no tengo muy claro qué competencia tiene en esto, me imagino que simplemente dedicarán fondos… En cualquier caso, en cada país encuentras una problemática diferente. Tienes las megaciudades donde las empresas han ido concentrándose, porque les resulta más fácil captar el talento, y el suelo escasea. En otras zonas, la avalancha de turistas poscovid ha tensionado los precios. En Holanda falta espacio físico y, en España, tenemos que lidiar con las malas prácticas del pasado. Algunas Administraciones han especulado con el suelo para financiarse, incurriendo en ocasiones en prácticas delictivas. También existía un importante parque de pisos de alquiler, pero ha desaparecido porque en un momento dado se decidió que los inquilinos podían comprarlos a precio de saldo, como si les hubiera tocado la lotería. Este historial de decisiones desafortunadas, adoptadas por Gobiernos de todos los colores, supone una pesada mochila.

P.- En España Mejor habláis de «una política fiscal reorientada al crecimiento». ¿Los impuestos son un obstáculo al crecimiento?

R.- Uno de nuestros males son las altísimas cotizaciones [a la Seguridad Social]. ¿Cómo es posible que en un país con tanto paro, especialmente juvenil, tengamos unas contribuciones que generan desempleo y cuya recaudación usamos luego para mitigarlo en parte? ¿No sería más lógico empezar por no generar el desempleo? Pues no. Lo que te dicen cuando propones una bajada de las cotizaciones para los jóvenes es: «¿Y cómo pensáis compensar la caída de la recaudación?» Esto no te lo preguntan en ningún otro lado. Entienden que el propio crecimiento que genera la rebaja tributaria impulsará los ingresos de Hacienda.

«Adolfo Suárez supo ver que la sociedad se movía en una dirección y tuvo el valor de cabalgar esa ola. También ahora debemos ser los ciudadanos quienes indiquemos por dónde hay que caminar»

P.- Los países nórdicos se apoyan más en la fiscalidad indirecta, porque el IRPF y Sociedades distorsionan mucho [al desincentivar el esfuerzo y la inversión]. Aquí el discurso predominante es que el IVA es regresivo.

R.- Europa insiste constantemente en que imitemos a los nórdicos, pero el argumento de la regresividad (que no es tal, el IVA simplemente no es progresivo) intimida mucho. En realidad, se podría modular el tributo para que no afectara por igual a todos los niveles de renta, pero también debemos tener cuidado con lo que demandamos a nuestros gobernantes, porque igual te dicen: «Vale, vamos a subir los impuestos indirectos, como en Dinamarca», pero después no te bajan los directos. Y no se trata de aumentar la presión fiscal. La reforma fiscal debe vincularse con el debate pendiente sobre la eficiencia del Estado: cómo podemos mantener los servicios que consideramos indispensables sin gastar más y más.

P.- ¿Y cómo podemos? Porque por falta de funcionarios no será…

R.- De funcionarios y de personal no funcionario… Creo que parte de la respuesta está en la transparencia. Hay gastos que aceptamos sin examinar ni su propósito ni su eficiencia. El otro día tenía esta discusión con un presidente autonómico. Se quejaba de que no tenía dinero y yo le dije: «¿Pero tú estás seguro de que todo lo que tienes se está gastando bien?» Y me respondió: «Hombre, es que todavía no puedo saberlo». Pues eso es un problema, claro.

P.- Incluso cuando hay dinero, el nivel de ejecución es manifiestamente mejorable, como sucede con los fondos europeos.

P.- En la eficiencia del sector público pueden ser de mucha ayuda las nuevas tecnologías. Estonia está aplicando soluciones de inteligencia artificial (IA) para agilizar la administración de justicia. Le confía los veredictos de los asuntos menores y así los jueces pueden dedicarse a los expedientes más complejos. En educación, la IA podría ayudar por las tardes a los chicos que necesitan un refuerzo. Por desgracia, todas estas discusiones apenas figuran en la agenda de nuestros políticos.

P.- En IA hay dos bandos. Los doomers [de doom, catástrofe] solo ven los aspectos negativos y los boomers [de boom, explosión], los positivos. ¿Tú eres optimista o pesimista?

R.-Yo soyboomer total, pero sobre todo humilde, porque, con independencia de lo que opinemos cada uno, esto va a ocurrir y deberíamos centrarnos en cómo aprovecharlo de la mejor manera posible. Los doomers tienen razón cuando señalan los posibles riesgos de la IA. Toda innovación los tiene y conviene estar al quite, pero sin perder de vista las oportunidades que abre. Y a mí me da la impresión de que en Europa estamos más pendientes de reglamentar que de participar activamente en el desarrollo.

P.- Un elemento fundamental para sacar partido de la IA es el sistema educativo y ese no es precisamente el punto fuerte de España. Los resultados de PISA lo confirman edición tras edición.

R.- Sí, es un hecho, pero casi nadie se atreve a tocarlo.

P.- O sí lo tocan, pero para imprimirle una orientación ideológica.

R.- Exacto. Nos ofuscamos con la educación para la ciudadanía y la religión, con la historia y la lengua, mientras el abandono escolar sigue disparado. En otros países han comprendido que debes disponer de una oferta alternativa, para que el alumno no se quede atascado en un curso y se desmoralice y termine tirando la toalla. Hay que darle alternativas, que pueda coger otro camino [como la formación profesional] si no puede continuar por el principal [el bachillerato]. Eso, claro, requiere medios, pero tampoco creo que ese sea el mayor obstáculo, es que ni siquiera lo tenemos sobre la mesa porque hay demasiados intereses creados. Ocurre lo mismo con las universidades. Sabemos que no dan la calidad que deberían, pero nadie se atreve a tocarlas.

P.- Sin embargo, tenemos tres escuelas de negocios entre las mejores del mundo.

R.- Es paradójico: la misma gente, el mismo país y resultados tan dispares…

P.- ¿Cuál es la clave de su éxito? ¿La libertad? ¿Que pueden escoger a sus profesores y sus alumnos y enseñarles lo que quieren?

R.- La tendencia mundial es hacia contenidos más flexibles, no la rigidez de grados que tenemos nosotros. También me preocupa la experiencia y estamos trabajando con expertos para ver cómo se pueden aumentar las prácticas de los estudiantes, tanto de la universidad como de la formación profesional, pero es dificilísimo. Se ha impuesto el relato de que las becas son un ardid de los empresarios para hacerse con mano de obra barata y a quienes argumentan así yo les digo: «Mire usted, si conoce a algún empresario que abuse, mándele a un inspector de trabajo, pero no penalice a todos los jóvenes, porque necesitamos que adquieran experiencia». En Estados Unidos, los graduados acumulan ocho o nueve meses de prácticas durante sus estudios, lo que se traduce en una ventaja competitiva.

P.- Todas las reformas que se plantean en España requerirían un amplio consenso entre los dos grandes partidos de gobierno. Sin embargo, nunca ha habido peor disposición a pactar entre PSOE y PP. ¿A qué atribuyes tanta polarización?

R.- Yo no soy especialmente partidaria de los grandes consensos, ya me he aburrido de los grandes consensos. No digo que no fuese ideal un pacto de Estado, pero claramente no se dan las condiciones para ello. Es más, el pacto de Estado se ha convertido en un pretexto. Los partidos se escudan detrás de él, dicen que están dispuestos a un gran pacto y que lo que pasa es que la otra parte no apuesta por el diálogo, pero cuando les pides que te muestren sus propuestas de reforma y modernización, no tienen ninguna, ni en su agenda ni en lo que dicen en el día a día. En España Mejor pasamos mucho tiempo viajando, celebrando reuniones con dirigentes regionales y municipales y con ciudadanos y, sinceramente, hemos detectado un profundo desánimo. La sociedad no está polarizada, o lo está muchísimo menos que los políticos. La población lo que ha entrado es en una deriva de desesperanza y lo que escuchas un montón cuando hablas con la gente es que los políticos son todos iguales y van a lo suyo. Y esa sensación se ha acrecentado tras la DANA.

P.- Si la sociedad no está polarizada, ¿por qué lo están los políticos?

R.- Por su mediocridad y por su distanciamiento del ciudadano. No tienen que rendir cuentas, se han encerrado en su burbuja y ahí se dedican a lanzarse unos a otros argumentos baratos. Por ejemplo, todo el debate cultural sobre lo woke [lo políticamente correcto] es completamente artificial. Me entran ganas de decirles: «Vente conmigo a vivir a California y entenderás lo que significa de verdad ser woke». Ese fenómeno apenas existe aquí, es un debate que está metido con calzador por la clase política, que invierte una enorme cantidad de energía posicionándose a favor y en contra. Los españoles son mucho más sensatos, y precisamente de ahí surgen su frustración y su melancolía.

P.- La verdad es que me siento un poco más esperanzado después de hablar contigo, pero querría romper una lanza en favor de los políticos, y es que para sus contemporáneos nunca están a la altura que deben. Como niño de la Transición, recuerdo cómo rajábamos de Adolfo Suárez, Felipe González o Manuel Fraga. Los comparábamos con Ortega, con Azaña, con Sánchez Albornoz y decíamos: «¡Aquellos sí que eran grandes tribunos!» Y sin embargo el experimento de la Segunda República acabó en la Guerra Civil, mientras que Suárez nos trajo la democracia y quedará probablemente como el político más importante del siglo XX.

R.- Necesitamos ese tipo de dirigentes, dispuestos a sacrificarse por el bien del país. Y aunque es verdad que recibió muchas críticas en su momento, supo ver que la sociedad se movía en una dirección y tuvo el valor de cabalgar esa ola. También ahora debemos ser nosotros quienes indiquemos por dónde hay que caminar. Tenemos que dejar de quejarnos y exigirnos un poco más.

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RedaccionVozIberica

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