Más de 50 países llevan a cabo programas destinados a disminuir el granizo o estimular las precipitaciones, y España es uno de ellos. A pesar de las inversiones millonarias, las dudas sobre su eficacia siguen sin resolverse.
Aunque la idea de provocar lluvia artificialmente parezca ciencia ficción, más de 50 países llevan a cabo programas de modificación del tiempo, y España es uno de ellos. Conocemos factores, como algunos volcanes, que alteran el tiempo meteorológico de manera temporal. Aunque el volcán de La Palma no ha tenido consecuencias de este tipo, se ha calculado que la erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, que tuvo lugar en 1991 provocó un descenso de la temperatura de la Tierra de 0,6 ºC.
¿Es posible reproducir fenómenos similares de manera deliberada?
¿Se puede impedir que llueva?
Sí, se pueden evitar precipitaciones en un día concreto utilizando el yoduro de plata que aseguran que vierten los aviones rompe-nubes. Pero esta sustancia no evita la lluvia, sino que la provoca durante los días anteriores para que las nubes se diluyan.
A esta práctica se la conoce como siembra de nubes. Lleva realizándose desde los años cuarenta cuando fue desarrollada por el químico y meteorólogo Vincent Schaefer, y ya hay alrededor de 34 empresas privadas en todo el mundo que se dedican a ella. Se realiza virtiendo sobre las nubes compuestos químicos para provocar una nucleación de cristales de hielo a partir de las gotas de agua y hacer que llueva donde normalmente no lo hace.
Países como China ya están acostumbrados a ella. La utilizaron para evitar que lloviese en Pekín durante la inauguración de los Juegos Olímpicos, y siguen haciéndolo para mantener limpias sus ciudades y aumentar las lluvias para mejorar la agricultura. Empresas como Oliver’s Travels también recurren a ella para ofrecerle a sus clientes la posibilidad asegurarse un día soleado en su boda.
Aunque esta técnica ha generado debates sobre si supone robarle la lluvia a las ciudades a la que se dirigen las nubes, científicos como el meteorólogo Dave Reynolds aseguran que estas se regeneran constantemente, por lo que provocar precipitaciones no hace que llueva menos en otros lugares sino que lo haga más en varios sitios diferentes.
En cuanto al granizo que también hemos mencionado, para impedir los daños que provocan en las cosechas también se recurre a la cosecha de nubes. En esta ocasión su utilidad es la de acelerar las precipitaciones de granizos de menor tamaño antes de que lleguen a ser gruesos y dañinos.
Efectivamente, también existen programas destinados a disipar la niebla, disminuir el granizo, y estimular las precipitaciones de lluvia o nieve. El detonante, como se ha mencionado anteriormente, fue un descubrimiento de mediados del siglo XX: añadir cristales de yoduro de plata al vapor de agua puede hacer que se creen cristales de hielo. Si estos cristales son suficientemente grandes, su peso hace que caigan en forma de precipitación.
Pero no basta con sembrar cualquier nube con yoduro de plata. La dificultad de los programas de creación de lluvia artificial radica en encontrar las nubes adecuadas. Si ya existe suficiente hielo en una nube, la estimulación no tiene consecuencias.
Por eso se buscan nubes que estén en disposición de precipitar pero que no ejerzan esa capacidad. Además, dependiendo de la altura de la nube, de la contaminación y de la latitud (que afecta a la temperatura), se utiliza yoduro de plata u otras sales. Recientemente se llega a emplear la sal común para estimular la precipitación.
En cualquier caso, la siembra de nubes no es una solución contra la sequía, ya que actualmente no es posible provocar lluvia donde no hay ni siquiera nubes. Pero el objetivo de los programas es crear más lluvia donde no hay suficiente. Otras estrategias similares pretenden reducir el tamaño de los cristales que forman el granizo para que este sea menos peligroso, o disipar la niebla para aumentar la visibilidad, por ejemplo en los aeropuertos.
Desde Wyoming, en Estados Unidos, hasta las Montañas Nevadas de Australia, los proyectos de estimulación de lluvia o nieve se llevan a cabo de manera regular. China invierte millones de dólares anuales en estrategias para controlar el tiempo, más que ningún otro país en el mundo. También España participa en estos programas: en la Laguna de Gallocanta, en Aragón, la siembra de nubes se lleva a cabo desde hace medio siglo. Su objetivo es disminuir el tamaño del granizo para evitar que dañe los cultivos.
En este marco, surge una pregunta fundamental: ¿funcionan estas estrategias? A pesar de las grandes inversiones y el largo historial con el que cuentan los programas de estimulación de lluvias, la respuesta no está clara.
El problema principal es que no es fácil evaluar el éxito de estos programas. Si fuera posible provocar lluvia en un terreno afectado por la sequía, los efectos serían más sencillos de observar.
Pero la estrategia se limita, en el mejor de los casos, a aumentar la lluvia o a mermar el granizo. Por eso, establecer una relación causa-efecto entre la siembra de nubes y la cantidad de lluvia o el tamaño del granizo es ciertamente complicado. ¿Habría llovido lo mismo si las nubes no estuvieran sembradas? ¿Cómo de grande habría sido el granizo sin intervención?
La dificultad para predecir el tiempo y la enorme variabilidad entre unas nubes y otras hace aún más ardua la tarea de evaluación. Si acaso, los experimentos deberían seleccionar una gran muestra de nubes propensas a ser sembradas, sembrar solo la mitad de ellas (dejando la otra mitad como grupo de control), y comparar las lluvias de cada grupo. Pero este método es caro y quienes promueven estos programas a veces prefieren concentrar sus esfuerzos en sembrar las nubes antes que en evaluar si tiene sentido hacerlo.
Con todo, hay maneras indirectas de medir el éxito de las intervenciones. Se espera que los avances en los modelos numéricos que simulan la siembra de nubes y las mejoras en las herramientas de observación para comprender los procesos físicos que ocurren en las nubes sembradas contribuyan a progresar en la evaluación de la siembra de nubes.
Por ahora, la mayoría de los estudios se centran en medir los niveles de yoduro de plata u otras sales en forma de aerosoles y su acumulación en la tierra y en la vegetación. Aunque los resultados no ofrecen pista alguna sobre el éxito de los programas, sí son muy importantes para evaluar la posible contaminación que puedan provocar.
Afortunadamente, todo indica que, en condiciones normales, la concentración de yoduro de plata que se observa en las zonas con siembra de nubes es segura. Por eso, la Asociación Meteorológica Internacional considera que el yoduro de plata en las concentraciones que se utilizan para sembrar nubes es seguro para el medioambiente.
Sí hay sospechas de efectos no deseados en áreas especialmente sensibles, como reservas de la biosfera, o de que la contaminación ambiental podría diluirse y dispersarse más si la lluvia aumenta. Pero la evidencia científica no confirma estos fenómenos. Con todo, algunas personas, o plataformas como la aragonesa “¿Quién seca nuestros campos?”, acusan a estos programas de provocar sequías en zonas vecinas a las intervenidas. De nuevo, no hay consenso sobre el fundamento de estas acusaciones.
Eso sí, los peligros potenciales de llevar a cabo programas sin evidencias que avalen su eficacia van mucho más allá de la contaminación o los efectos colaterales en zonas vecinas. Estas intervenciones son costosas, y solo el presupuesto del Consorcio para la lucha antigranizo de Aragón llegó a los cientos de miles de euros en un año, financiados con dinero público. De no ser eficaces, supondrían un desperdicio de recursos que se podrían utilizar para otros fines.
Al menos, 76 estados se han adherido a la Convención sobre la Prohibición del Uso de Técnicas de Modificación del Medio Ambiente con Fines Militares o con cualquier otro Fin Hostil, en vigor desde 1978. La Convención prohíbe, entre otras cosas, la siembra de nubes con fines militares.
Pero el foco de la industria sigue siendo desarrollar estos programas (con fines pacíficos) antes que conocer si funcionan. Esta orientación no es nueva: todavía se ven generadores de ozono en algunos locales, si bien se ha demostrado que la concentración de ozono segura para el cuerpo humano no es suficiente para eliminar el coronavirus ni otros contaminantes. La falsa sensación de seguridad que provocan y el derroche de recursos que supone utilizarlos no impiden que se sigan vendiendo estos generadores de ozono.
Si no compraríamos un artefacto sin evidencias de que funcione, no nos conformemos con intervenciones meteorológicas sin tener clara su eficacia.
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