CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
En la Lengua Española la palabra ambición (Del Latín ambitĭo, -ōnis, es el deseo ardiente de poseer algo que no se tiene, especialmente riquezas, fama, poder u honores o gloria), siempre ha tenido un significado peyorativo y se ha considerado que era propia de personas malvadas, ruines, viles, etc. y era considerada como una actitud íntimamente relacionada con el egoísmo irracional, con la codicia, con la envidia u otras emociones destructivas pero, al cabo del tiempo ha perdido, si no del todo, casi su significado originario y ha pasado a ser sinónima de el deseo de éxito, de victoria, de capacidad de aceptar retos, de luchar por lo que se quiere, de perseverar hasta conseguir determinados objetivos, de determinación al fin y al cabo y también de valentía (que no de temeridad).
Cuando se afirma con intención de criticar, que a alguien le falta ambición de alguna manera, también se está diciendo, poco más o menos, que es un deber, una obligación social e incluso moral ser ambicioso.
¿Qué manera existe para que la gente, de forma individual y colectiva avance para mejorar, prospere, sino siendo ambiciosa… cómo puede progresar la Humanidad si no es de forma ambiciosa?
En la actualidad la ambición es considerada algo imprescindible, o como poco necesaria, una virtud equiparable a la valentía y se considera que ambas van de la mano. Claro que, hay que estar alerta pues, siempre se corre el riesgo de un exceso de ambición y de valentía acaben convirtiéndos en codicia y temeridad y acaben creando, amamantando y haciendo crecer algo monstruoso.
¡Cuán terrible sería el mundo si todos los humanos fueran ambiciosos! De alguna manera, aquellos que no se sienten impulsados a tratar de lograr determinados objetivos, grandes metas, son y se sienten afortunados, hasta felices… no sienten que hayan fracasado, tampoco les quita el sueño el pensar que deben seguir hacia delante, mejorar… Estoy hablando de quienes se sienten contentos con su situación de confort, de tal manera que los que poseen ambición nunca se sentirán.
Por supuesto, tal sensación de conformidad, de satisfacción nunca ha tenido buena prensa; pero eso se debe a que los escritores, los periodistas, etc. pertenecen al grupo de los ambiciosos o escriben al dictado de ellos, como la historia está escrita por los vencedores, no por los perdedores.
Los ambiciosos tienden a considerar a los poco ambiciosos como revolcándose en la basura y el barro de la existencia ordinaria. Sienten desprecio hacia los poco ambiciosos, el mismo desdén que siente una persona lectora habitual hacia quienes nunca han leído un libro. Claro que, esta actitud está especialmente acentuada en los arrogantes, soberbios que han logrado un triunfo, aparente o real, de manera inmerecida, sin poseer ningún talento pues a veces también «triunfa» gente mediocre, ruin, cobarde, despreciable.
España, tal como afirmaba Joquín Costa hace más de un siglo, es una meritocracia a la inversa. El actual régimen político selecciona a los peores y prescinde de los mejores individuos, de las personas componentes de la sociedad española. En el régimen caciquil oligárquico sólo triunfan los peores.
Si leemos el diagnóstico que Joaquín Costa hace de la España de 1899 (OLIGARQUÍA Y CACIQUISMO COMO FORMA DE GOBIERNO) aquella España, la España de la «monarquía alfonsina» se parece demasiado a la España actual. Joaquín Costa afirmaba que el régimen político existente en España era un régimen oligárquico y caciquil. España, decía, estaba gobernada por una oligarquía de “notables.” Y por tal motivo afirmaba Costa que, España no era una nación libre y soberana; en España no había propiamente un parlamento, ni partidos; entonces existía lo que algunos hoy denominan “partitocracia”.
Pero si esto es ya reprobable, hay algo que lo es muchísimo más, y de lo que también Joaquín Costa ya hablaba: el régimen caciquil posee un elitismo perverso impide lo que más tarde Wilfredo Pareto denominaría «la circulación de las elites»; en el régimen caciquil los más capaces y los mejor preparados son apartados, es la postergación sistemática, la eliminación y exclusión de los elementos superiores de la sociedad, tan completa y absoluta, que el país ni siquiera sabe si existen; es el gobierno y dirección de los mejores por los peores; violación torpe de la ley natural, que mantiene lejos de la cabeza, fuera de todo estado mayor, confundida y diluida en la masa del servum pecus (Del latín, significa rebaño servil) a la elite intelectual y moral del país, sin la cual los grupos humanos no progresan, sino que se estancan, cuando no retroceden.
Para que “triunfen los peores” es imprescindible que esté presente lo que los psiquiatras y psicólogos denominan “trastornos de mediocridad”, el defecto, la ausencia, o inhibición de la presión por la excelencia, en sus varios grados de intensidad.
Me dirán que la mediocridad es una característica común a todos los grupos humanos, que no es una cuestión gravemente preocupante, y que la mediocridad incluso favorece la conformidad, y, en muchas culturas, la conformidad asegura la felicidad de muchos, si no de la gran mayoría de los individuos…
Y ciertamente así es, pero cuando pasamos a hablar de quienes padecen un grado de mediocridad más aguda o severa, estamos hablando de “palabras mayores”:
Mientras que el mediocre simple sigue razonablemente las directrices predominantes, sin esforzarse más allá de las mínimas exigencias externas, en este segundo tipo están presentes elementos pasivo- agresivos. Al darle todo igual, al traerle al fresco todo o casi todo, y no distinguir lo bello de lo feo, ni lo bueno de lo malo, el mediocre inoperante no siente inclinación por propiciar progresos de ningún tipo, y todo aquello en lo que participa suele estar condenado al estancamiento.
El mediocre inoperante produce y estimula maniobras repetitivas e imitativas, es más proclive al consenso que al descubrimiento, y prefiere lo trillado a lo innovador.
En la mayoría de los casos, esta patología no tiene grandes repercusiones sociales, excepto cuando el mediocre inoperante ocupa puestos clave o de cierta responsabilidad (el mediocre inoperante suele estar bastante satisfecho de su inoperancia o pseudo creatividad, siendo las personas de su alrededor quienes sufren las consecuencias de sus actos) la organización que tiene la triste fortuna de tener a un mediocre inoperante en cabeza, empieza pronto a dar muestras de parálisis funcional progresiva, generalmente acompañada de hiperfunción burocrática, con la que se intenta disimular la falta de operatividad…
Cuando la mediocridad inoperante ya es severa, Mediocridad Inoperante Activa, el individuo afectado tiende a desarrollar fácilmente una gran actividad, inoperante, por supuesto, acompañada de un gran deseo de notoriedad y de control e influencia sobre los demás, que puede llegar a revestir tintes casi mesiánicos (Cuando un individuo afectado de Mediocridad Inoperante Activa está presente en ambientes académicos, por otra parte muy susceptibles a la infección por MIA, tiende a adoptar poses de maestro, sin ningún mérito para ello)
Fácilmente puede llegar a encapsularse –a la manera de un virus- en pequeños grupos o comités que no producen absolutamente nada, pero que se asignan funciones de “seguimiento y control” que les permiten entorpecer o aniquilar el avance de individuos brillantes y realmente creativos.
El MIA que tiene algún poder en puestos burocráticos tiende a generar grandes cantidades de trabajo innecesario, que activamente impone a los demás, destruyendo así su tiempo, o bien intenta introducir todo tipo de regulaciones y obstáculos destinados a dificultar las actividades realmente creativas/productivas.
Por otra parte, el Mediocre Inoperante Activo es particularmente proclive a la envidia, y sufre ante el bien y el progreso ajenos. Mientras que las formas menores de mediocridad inoperante presentan simplemente incapacidad para valorar la excelencia, el MIA procura además destruirla por todos los medios a su alcance, desarrollando sofisticados sistemas de persecución y entorpecimiento. Ni que decir tiene que entre estas formas de actuación destructiva se encuentra lo que se denomina “mobbing” o acoso institucional, o laboral, o vecinal, etc.…
Y, ¿Quiénes son los individuos que corren riesgo de padecer mobbing? Pues los estudiosos de esta forma de violencia consideran que existen tres grandes grupos:
1) Los «envidiables», personas brillantes y atractivas, pero consideradas como peligrosas o competitivas por los líderes implícitos del grupo, que se sienten cuestionados por su mera presencia;
2) Los vulnerables, individuos con alguna peculiaridad o defecto que los hace diferentes, o los simplemente depresivos, necesitados de afecto y aprobación, que causan la impresión de ser inofensivos e indefensos;
3) Los «amenazantes», activos, eficaces y trabajadores, que ponen en evidencia lo establecido…
Las maniobras principales que el mediocre inoperante activo utiliza para el acoso psicológico de su víctima son las siguientes:
a) Someterlo a acusaciones o insinuaciones malévolas, sin permitirle defenderse o expresarse.
b) Aislarlo de sus compañeros, privarlo de información; interrumpir o bloquear sus líneas de comunicación.
c) Desconsiderar e invalidar su trabajo, distorsionar o tergiversar sus actividades y comentarios, atribuirle motivaciones espurias o vergonzantes.
d) Desacreditar su rendimiento, dificultar el ejercicio de sus funciones, ocultar sus logros y éxitos, exagerar y difundir, fuera de contexto, todos sus fallos, tanto reales como aparentes.
e) Comprometer su salud, física y psíquica, mediante una constante presión estresante que favorece las alteraciones depresivas, psicosomáticas, y actos de huida que pueden llegar hasta la renuncia brusca al puesto laboral o al suicidio.
Lamentablemente todos nosotros tenemos un idiota cerca, estoy hablando de la persona que, sea cual sea la razón, va a intentar arruinarnos el día solo por deporte.
No hay que negar que existan, siempre existieron y siempre van a existir, como las cucarachas.
Este tipo de personas tienen una enorme capacidad para trasladar su toxicidad a otras, convirtiendo a los demás en idiotas improductivos. Si a alguien le suena excesiva la denominación, he de decir que no he encontrado otra que mejor defina a esta clase de ser humano (homo stultus, mejor dicho) no obstante de lo que sí tengo certeza es de que, si ya con leer estas breves líneas le vienen a la mente una o más de una personas, lo mas probable es que estos consejos le sean de utilidad.
¡Ojalá que también los tuvieran en cuenta quienes nos gobiernan, aunque algunos ya han sido contagiados del virus de la mediocridad inoperante activa!
Antes de finalizar, permítanme señalarles algunas actitudes a adoptar, que les serán muy útiles para lidiar con idiotas es:
Primero de todo, identificarlos.
Segundo paso: Mentalizarse
Tercer paso y ultimo: Vacunarse
Si reflexionan un poco sobre todo lo descrito, llegarán a la conclusión de que no caben muchas más soluciones… Y nunca olviden que quienes pretenden enfrentarse, encarar un problema, buscan soluciones, no buscan pretextos, y menos se dedican a crear “observatorios inoperantes”…
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