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España, ¿Nación de cobardes, miedosos y estúpidos que caminan hacia el matadero sin mostrar ningún tipo de rebeldía?

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

«La cobardía es la madre de la crueldad.» Michel de Montaigne

«Quien controla el miedo de la gente se convierte en el dueño de sus almas». Nicolás Maquiavelo.

España es el único país del mundo con un sistema político pensado para que aquellos que quieran destruirlo dispongan de los instrumentos institucionales, culturales, financieros, del sistema de enseñanza pública, y de los medios creadores de opinión y manipulación de masas para hacerlo con total comodidad; se llama «estado de las autonomías».

Los que hayan tenido la oportunidad de presenciar la muerte de algún animal a degüello, sabrán que el único animal que no hace el menor signo de protesta cuando le cortan la garganta, ni se rebela, ni patalea y se deja morir sin inmutarse, desangrándose lentamente tras recibir un corte en la garganta es el cordero.

Santo Tomás de Aquino en su ensayo acerca de los tontos y las tonterías afirma que no sólo hay infinitos tontos («stultorum infinitus est numerus«), sino que los hay de distintos grados: unos más ligeros; otros, más graves; y añade que hay tonterías inocentes; otras que son grave pecado…

Una de las características definidoras de la tontería es el estupor, una forma de parálisis, de ahí la palabra «estúpido»; Tomás de Aquino hace derivar «estulticia» de estupor; y añade que la estulticia lleva aparejada el embotamiento del corazón y hace obtusa la inteligencia…  de ahí que la estulticia sea contraria a la sensibilidad de quien sabe: sabio (sapiens) se dice del que sabe, y destaca que «saber» y «sabor» tienen el mismo origen etimológico: así como el gusto discierne los sabores, el sabio discierne y saborea las cosas y sus causas: a lo obtuso se opone la sutileza y la perspicacia de quien sabe.

La metáfora del gusto, de la sensibilidad en el gusto como paradigma para quien sabe saborear la realidad encierra una de las principales tesis de Tomás sobre la tontería. Subraya, igualmente que lo que caracteriza fundamentalmente al estulto – la estulticia como antónima de la sabiduría – es el no ser capaz del darse cuenta de la conexión entre medios y fines, la incapacidad de relacionar el efecto con la causa. Santo Tomas habla de que la máxima expresión de la estupidez la encontramos en la oveja.

Hasta tal punto es así que, cuando los corderos van al matadero «ninguno dice nada», ninguno protesta, ninguno espera nada… No se dicen nada ni esperan nada. La diferencia con los humanos es que los corderos no votan, no eligen por el procedimiento que sea, al matarife que los sacrificará ni al que luego se los comerá…

Más estúpidos que cualquier animal, más corderos que los corderos, quienes participan en las elecciones designan a su matarife… sorprende de verdad del grado de estupidez al que se ha llegado, y que nadie o casi nadie cuestiona; según parece la sandez, aparte de lo festivo, y la transgresión como complemento de la festividad, son sinónimos de modernidad, aparte de la omnipresente intimidación por parte de una especie de reaccionarismo igualitaro pseudoprogresista, acompañado de unos enormes relativismo social y moral, que frenan el esfuerzo y la meritocracia, motores ambos de la evolución individual y colectiva, y en definitiva de la properidad, del progreso propiamente dicho, de avanzar a mejor.  

Es absolutamente increíble de qué manera se han ido instalando en nuestra sociedad ideas, corrientes de opinión, tan extremadamente estúpidas (fracaso de la inteligencia lo llama el filósofo José Antonio Marina) sin apenas habernos dado cuenta, hasta que han acabado tomando posesión de nuestras vidas y acabado por ser omnipresentes, abrumadoramente, siempre presentes en todas partes y en todo momento.

Afirma la filósofa Ayn Rand que los seres humanos no somos animales racionales, sino “potencialmente racionales”, es decir que podemos optar, elegir y mover nuestra voluntad para hacer uso de nuestra capacidad intelectiva, pensar y obrar de forma racional, o por el contrario renunciar a ello. Si hacemos uso de nuestro intelecto, podremos comprender el mundo que nos rodea, así como “nuestro mundo interior”. Este proceso está vinculado al conocimiento de la naturaleza de las cosas y la capacidad de implicar la consciencia en los actos que llevamos a cabo en nuestra vida cotidiana, y conduce a crecer como personas, madurar, generar buenos hábitos.

En una comunidad en la que predomina la estupidez, también existe temor (el miedo es siempre absolutamente alienante, por más que algunos digan que “el miedo es libre”), y sobre todo cuando la gente sabe que quienes gobiernan son estúpidos, mediocres y malvados; todos los miembros de la comunidad procuran siempre proteger sus espaldas… y cuando se les ocurren ideas para mejorar o ayudar a la comunidad, se retraen por temor, y no las suelen expresar… cuando la gente no se siente bien tratada, casi nadie está dispuesto a hacer ningún “esfuerzo extra”, o implicarse de manera especial…

Cuando la gente tiene el convencimiento de que quienes gobiernan son gente estúpida, pocas veces está nadie dispuesto a “dejar lo que en ese instante está haciendo, para ayudar…”

Ninguna Nación medianamente sensata está constantemente poniendo a debate su forma de “jefatura de Estado”, o su forma de organización territorial, o las competencias de su Ejecutivo, o de su Legislativo, o de su Poder Judicial; tampoco hay ningún país de nuestro entorno cultural en el que se esté constantemente cuestionando su política exterior (en España cuando cambia el Gobierno los que hasta entonces eran aliados pasan  a no serlo, y viceversa…) Tampoco en ningún país civilizado se está constantemente cambiando el sistema de sanidad pública, o el sistema público de enseñanza, y tantas y tantas cosas más que conducen a los ciudadanos a pensar que en España las reformas nunca se acaban, con el consiguiente desánimo que produce la constante transitoriedad en la que nos tienen instalados quienes nos “mal-gobiernan” desde hace cinco décadas.

No me negarán que todas esas formas de conducta son claros síntomas de estupidez; pues, cualquier grupo social que esté en sus cabales, cuyos miembros no estén embrutecidos o encanallados, procura evitar que la gente viva inmersa en continuos sobresaltos, busca la manera de que quienes la integran se sientan miembros de una sociedad estable, perdurable, próspera; y para que eso sea posible es imprescindible que existan “absolutos”, sí, asideros incuestionables.

Nunca debe consentirse que la mayoría tenga capacidad de decidir sobre los principios básicos sobre los que ya existe consenso y a nada conduce estar constantemente poniéndolos a debate y refrendo… El sistema no debe consentir que una mayoría pueda tener capacidad de solicitar, y menos de conseguir, que se infrinjan los derechos individuales o de las minorías…

Asistimos a un caos intelectual de tal magnitud (derivado de la estupidez y del miedo de los que vengo hablando a lo largo del texto) que a menudo olvidamos que, el gobierno correcto es aquel que protege la libertad de los individuos. Y la única forma es reconociendo y protegiendo sus derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad, y a la búsqueda de la felicidad (que no es lo mismo que “hacerlos felices”). Y como es lógico, debe identificar y castigar a aquellos que violan los derechos de sus ciudadanos, sean criminales nacionales o agresores extranjeros.

En estos momentos tan terribles como los que sufre España, es seguro que ninguna nación muestra mayor cobardía, estupidez y miedo con la intensidad que lo hacen los españoles, hasta el extremo de que España está en camino de convertirse en un estado fallido… los españoles manifiestan falta de voluntad, a la vez que pereza mientras asisten a la demolición de la nación española y la destrucción de la Monarquía Parlamentaria, los derechos y libertades constitucionales, nuestra forma de vida y la unidad de la patria.

España está a punto de convertirse en el primer país del mundo que será destruido, no por ser agredido desde el exterior, sino por el enemigo interno.

Un régimen democrático y de derecho no propicia estupideces, ni encumbra a los mediocres y malvados; una democracia fuerte y con idea de perdurar, no es permisiva ni condescendiente con los delincuentes; una democracia real no es débil con el fuerte y fuerte con el débil. Tener piedad, compasión con los delincuentes, tal como pretenden Pedro Sánchez y sus secuaces con la «amnistía» que pretenden aplicar a quienes en 2017 intentaron destruir España, es traicionar a quienes los delincuentes ha causado daño; una democracia fuerte no admite que una de sus regiones intente separarse de la nación, como ocurrió en Cataluña, y no tenga consecuencias para los responsables de la rebelión. Una democracia fuerte no admite que la corrupción la tengan que pagar sus ciudadanos, mientras que los corruptos campan por sus fueros…

En resumen, debemos dejar de lado la comodidad y ponernos manos a la obra. No estaríamos en la situación en la que estamos si todos los que afirman ser partidarios de la libertad adoptaran una actitud de «demócratas militantes» en lugar de mirar para otro lado; estamos en un momento terrible en el que el riesgo de que nuestra forma de vida desaparezca. No vale aquello de limitarse a cuidar de los asuntos personales, pensando que no corren ningún peligro y que les toca a otros cuidar y defender la libertad de cada uno. Es responsabilidad de todos contribuir a que exista eso que se llama sociedad libre, abierta, y no se debe olvidar que nada está garantizado. Como decía Thomas Jefferson“el precio de la libertad es la eterna vigilancia”.

Sin duda es más reconfortante dedicarse a la vida pacífica en familia, con los amigos y en el trabajo, pero no es posible evitar el inmenso riesgo de que desaparezcan esos derechos si no se está alerta y no se hace nada por defenderlos. No se trata de abandonar las tareas en las que uno está ocupado habitualmente, se trata de destinar una parte de nuestro tiempo para que nuestras ocupaciones cotidianas puedan continuar de modo pacífico.

Y, además de todo lo anterior, el asunto no es preocuparse sino ocuparse, no es suficiente con estar inquieto, alarmarse… tampoco sirven las críticas de sobremesa, o tomando copas con los amigos para después de beber y comer dedicarse a los intereses personales cortoplacistas.

 Cuando uno abandona las responsabilidades de las que vengo hablando y las buenas personas no actúan y dejan hacer a los malvados, acaba produciéndose de forma inevitable un desastre. Hacer como que nada de todo ello va con nosotros es un acto de cobardía, dejarse llevar por el miedo.

Tenemos la obligación de evitar que los peores, los malvados, los mediocres vuelvan a tomar las riendas y nos lleven definitivamente al desastre.

¿Y nuestro Rey a qué está esperando para intervenir?

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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