CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Érase una vez… el arca de Noé, o mejor una jaula. ¿Una gran jaula de zoológico, con pájaros y pájaras, con hienos e hienas, con panteros y panteras… con mosquitos y mosquitas…?
Pues no, se trataba de una humilde jaula con ratas de laboratorio -y «ratos», claro está, como diría un portugués-, lo que los “progresistas” seguro que llamarían una solución habitacional para ratas, para experimentar en un estudio de laboratorio.
Pero, a pesar de todo no era una jaula cualquiera, un mero depósito de animales de experimentación. En realidad, era remedo, una imitación de lo que ahora algunos llaman aldea global, claro que a escala de laboratorio, en seguida veremos el motivo.
En un extremo de esa jaula, los científicos mantenían siempre claramente visible un trozo de queso rancio, que es, como sabe cualquier persona medianamente informada, un bocatto di cardinale para los roedores. Y, por encima, convenientemente disimulada una potente ducha, artilugio que las ratas consideran abominable.
Queso y ducha: tal era el procedimiento didáctico necesario para manipular a estas pobres mártires de la ciencia, siguiendo las teorías Paulovianas. Cuando alguna de ellas intentaba acercarse al queso, la ducha se ponía en funcionamiento de forma automática y las regaba a todas, tanto a la rata cercan al queso como a las más alejadas y ajenas al intento de acercamiento.
El mecanismo adiestrador funcionaba implacablemente, tanto de día como de noche: cada vez que una rata se atrevía a dirigirse hacia el queso, todas sus compañeras de la jaula sufrían las inclemencias de la ducha. Poco a poco, las ratas acabaron relacionando ambos hechos y empezaron a atacar colectivamente a todo miembro -o toda miembra- del grupo que hiciese ademán de tocar ese manjar prohibido y provocara la ira terrible del dios de la lluvia. Lógicamente, acabó llegando un momento en que todas las ratas habían comprendido la relación causa-efecto existente entre el intento de aproximación al pedazo de queso y que se produjera “lluvia”.
¡Queda prohibido acercarse al queso!
A partir de ese momento comenzó la segunda fase del experimento. Palautinamente las ratas del grupo inicial empezaron a ser sustituidas por otras. Las recién llegadas a la jaula desconocían la prohibición e inmediatamente se sentían atraídas por el olor del queso, pero,… cada vez que una de ellas trataba de probar el manjar prohibido, sus compañeras de encierro perpetraban un cruel ataque contra la transgresora. Poco a poco, las ratas nuevas fueron aprendiendo a castigar una infracción cuyo trasfondo desconocían y empezaron a reproducir ese comportamiento aparentemente absurdo.
Transcurrido un tiempo, en la jaula no quedaba ninguna rata del grupo inicial, pero el grupo reconstituido atacaba implacablemente a toda compañera que se dejara arrastrar por la tentación de aproximarse al queso. Por entonces, la ducha hacía tiempo que había dejado de funcionar y ninguna de las ratas nuevas conocía que existiera.
Y ahora toca la moraleja del cuento, pues como buen cuento tiene que tener un corolario:
Como podéis imaginar, nosotros, los humanos, somos las ratas, dicho sin ánimo de hacer insinuaciones maliciosas u ofender. Indudablemente no se puede afirmar que estemos encerrados en una jaula, tal como las ratas del experimento, pero, al fin y al cabo es casi lo mismo, pues en la era del conocimiento, de la información, el mundo ha llegado a ser un espacio de escasas dimensiones, del que nadie puede escapar.
Los señores “investigadores”, “científicos” son gente miembros del Club de Bildelberg y demás clubes de la élite globalista, el poder puro y duro. La ducha, evidentemente son los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas, y su constantes acciones de alienación colectivas. En nuestra sociedad de la información, casi todas las grandes corrientes de opinión y creencias son el resultado de la “ducha colectiva”, no son consecuencia de un acto reflexivo, racional de cada persona en particular.
Cuando alguien tiene la osadía de decir: «Pues, yo me voy a tomar la libertad de disentir, yo pienso que…», lo que le viene a continuación suele ser agua de la ducha. Más que ducha, agua torrencial. Concienzudamente utilizada, la ducha mediática puede infundir todo tipo de creencias y actitudes, incluso las más reñidas con la lógica, el sentido común y la verosimilitud. Entre la absoluta identificación con una tesis y la comunión a ultranza con la contraria sólo media una generosa ducha de preceptos y consignas. Una vez adquirido el reflejo pavloviano, nos mantendremos prudentemente alejados del queso o cualquier otro manjar, o lo que es lo mismo, viviremos alejados de la realidad enriquecedora y nutritiva, y nos abalanzaremos contra quien intenten de acercarse a ella, para disuadirlo, incluso llegando al acoso, la vejación, o cualquier otra forma de violencia.
¡Y mucho ojo a quien tenga la osadía de acercársenos con intención de alterar nuestro esquema de pensamiento y de acción, nuestra rutina mental, acotada y pautada con precisión por el brazo mediático del Poder!
Es más, como resultado de todo el proceso descrito, en las sociedades de democracia liberal, existe un grave problema: cuando una gran mayoría de la población acaba considerando que algo es “correcto”, también se acaba generalizando la idea de que debe ser aceptado por todos, de forma obligatoria, y que es legítimo imponerlo a la fuerza, aunque sea la creencia más estúpida y aberrante («Ventana de Overton»)
Pero, a pesar del pésimo panorama que les narro, me voy a permitir –a riesgo de recibir una lluvia torrencial, un verdadero diluvio, me voy a permitir, decía, invitarlos a que sean ratas curiosas y osadas, y tengan la valentía, de dejar de ser menores de edad, tal como decía un tal Enmanuel Kant, de sacudirse la tutela del poder, y atreverse a pensar por sí mismos, haciendo uso de su capacidad intelectiva, su capacidad de raciocinio en el sentido aristotélico, y apliquen la máxima del sabio griego de que algo que sea cierto no puede ser contradictorio. Atrévanse a aproximarse al queso o cualquier otro manjar que les parezca apetitoso…
Como ejemplo de alienación y manipulación colectivas, como resultado de una hábil y eficaz ducha mediática, semejante a la narrada anteriormente, podemos tomar un clásico: la mal llamada violencia «de género», o peor aún, «machista»: la violencia conyugal, de pareja, o como quieran denominarla, suele ser ejercida a partes iguales por hombres y mujeres, incluso un poco más por las segundas, e iniciada en mayormente por parte de las mujeres. El número de estudios que corroboran la veracidad de ambos fenómenos es abrumador, hay estudios internacionales para dar y tomar: http://escorrecto.org/500razones.pdf 500 RAZONES CONTRA UN PREJUICIO, Análisis comparativo de una recopilación de estudios internacionales sobre la violencia en la pareja.
Por otro lado, el común de los mortales tiene dos ojos, bien abiertos, que deberían bastarle para observar nítidamente la realidad cotidiana, tal cual es y tal como se ha venido viendo hasta hace treinta o cuarenta años, o sea, antes de que instalaran la ducha. Pero nos han repetido-duchado tantas veces, con agua fría, templada o caliente, los absurdos dogmas, tópicos y consignas de la ideología de género, que nadie osa ponerlos en duda, y los más fanáticos, los hooligans, los más adictos a las certezas que les han inculcado, los que no han adquirido la sana virtud de pensar por sí mismos, acabarán coaccionando, vejando, e incluso agrediendo de buena gana a quien tenga la osadía de disentir.
[Agitación vagamente perceptible al fondo de la jaula]
Como ya he advertido más arriba, la jaula de las ratas es una metáfora, un fiel reflejo de la aldea global, y ambas comparten los mismos valores, contravalores, y formas de comportamiento, como resultado de un eficaz y hábil domesticación.
Pese a que la denominada “violencia de género”, sea la mentira más grande jamás contada, no exista, o mejor dicho, exista, pero sin ser de género, la aldea global proseguirá, sin inmutarse, su cruzada contra esa mentira noble inexistente, aplaudiendo unas políticas y leyes cuyo único efecto visible y contraproducente es la incentivación de la propia violencia a la que dicen combatir.
Estamos ante el borracho tautológico de El Principito, que bebía para olvidar… para olvidar que sentía vergüenza… que sentía vergüenza… de beber.
Y alguno que lea estas líneas me preguntará ¿Qué hay de las mujeres muertas en disputas conyugales?
Bien, acerquémonos también a este queso, más intocable que ninguno.
Aunque los medios de información y creadores de opinión, y los “contertulios” de las diversas radios y televisiones no hablen de ello, en nuestra sociedad hay más asesinatos de hombres que de mujeres, aproximadamente tres veces más, pero sólo los asesinatos de mujeres y, entre ellos, el subconjunto de asesinatos de mujeres a manos de lo que ahora denominan “sus parejas” tienen valor político añadido. El foco mediático apunta con su máxima potencia a las víctimas femeninas «de género»; el resto del escenario –incluidas las víctimas femeninas no «de género»- se queda en la penumbra o en completa oscuridad.
La pregunta obligada es (a riesgo de recibir una ducha) ¿Con qué legitimidad moral han decidido ese apartheid de muertos? En realidad, para todas las formas de muerte violenta, el hecho de ser hombre es un factor de riesgo. La mortalidad masculina es el doble que la femenina en los accidentes de tráfico; tres de cada cuatro suicidios consumados corresponden a hombres; las víctimas mortales de la siniestralidad laboral son hombres en el 97 por ciento de los casos; y los homicidios se cobran la vida del triple de varones. [Agitación sorda al fondo de la jaula]
Sí, ya lo sé, me dirán que los homicidios en el ámbito familiar, entre cónyuges son especialmente condenables, se me repetirá lo de dormir con tu enemigo, etc. Y yo les contestaré que, hasta mediados de los años setenta de siglo XX, antes de que empezaran a funcionar las políticas de género, el número de perpetradores y víctimas de homicidios de pareja estaba bastante equilibrado entre ambos sexos en la sociedad estadounidense, que es donde se han recopilado datos al respecto. Y que la inmensa mayoría de los actuales homicidios conyugales (al menos entre ciudadanos españoles) se cometen entre gente que está en proceso de divorcio; procesos que son tremendamente injustos para los varones. Y que los homicidas «de género» serían predominantemente mujeres, si se diese la vuelta a la tortilla y se pasase a darles a las mujeres el trato legal que se da actualmente a los hombres en los casos de divorcio, y viceversa, si los hombres recibieran trato de favor, tuvieran anticipadamente ganado cualquier pleito de divorcio, por la custodia de los hijos y por la liquidación del régimen económico de gananciales. Y que las cifras de muertas seguirán aumentando mientras se mantengan en vigor determinadas leyes y prácticas judiciales que, por su falta de equidad, fomentan que haya gente que se tome la justicia por su mano. [Agitación amenazadora en la jaula].
Pero la inercia social es demasiado fuerte para cambiar de rumbo. Los intereses políticos y económicos en juego son gigantescos. Las partidas presupuestarias asignadas a España por la Unión Europea, los fondos que le dedica a “asuntos de género” el gobierno nacional, los de los de las 17 taifas hispánicas, los que asignan los ayuntamientos… han hecho que todo este tinglado fraudulento se haya convertido en el medio de vida de una enorme cantidad de personas (más de 100.000 “mujeres liberadas para asuntos de igualdad y género”, afirman las fuentes bien informadas), hablamos de una legión que defiende a capa y espada su sustento, aunque la mayoría sepa que todo ello es una grandísima mentira, el embuste más grande jamás contado.
La ducha ya ha conseguido su objetivo: hasta tal punto es así que, quienes forman parte de la industria del maltrato han logrado convencer a la multitud ratonil para que se acepte socialmente el endurecimiento ya de por sí abusivo de las medidas contra los varones, creando fomentando estados de ánimo, mentalidades que en el futuro estén receptivas a las peores formas de violencia. [Ira en la jaula]. Las leyes perversas, arbitrarias, de enorme vileza, como lo es la denominada “ley contra la violencia de género”, de 28 de diciembre de 2004 (que no se olvide que fue aprobada por el Congreso de los Diputados del Reino de España, por mayoría absoluta, y solamente una abstención) generan violencia, y esa misma violencia será el perfecto pretexto para decir que la alarma social exige que se aprueben leyes más malvadas todavía…
Y algunos borrachos, como el de “El principito de Saint Exupery, seguirán bebiendo para olvidar… y si a alguno le acaba tocando la mala fortuna de que le apliquen la LVIOGEN, siempre recibirá trato de favor, pues para eso existe en España la figura legal del “aforado”… y si finalmente es condenado, para eso también existe remedio: el Gobierno siempre tendrá la última palabra, que para eso se inventó aquello del indulto.
Pues, como decía el rótulo de la granja de los animales de la fábula de George Orwell, “todos somos iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros”.
La ley de “violencia de género” de 28 de diciembre de 2004 no funciona, la violencia conyugal con y sin resultado de muerte sigue años tras año más o menos en el mismo tono, pese a haber transcurrido 17 años desde su aprobación, y haberse asignado año tras año más y más dinero, más y más personas… pero sigue sirviendo para justifican cargos –y cargas, sobre todo “cargas”- políticos y partidas presupuestarias. [Hierve la jaula].
La mentira de la violencia de género es un negocio muy rentable, un negocio muy lucrativo para los parásitos, las élites extractivas que viven de nuestros impuestos.
¡Socorrooooo… Cuidado, nos atacan¡
¡Ay, ay!
¡Mardito roedore!
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