CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
Imaginen que cuatro amigos van a cenar y les toca pagar 25 euros por persona: en total, 100 euros. Imaginen también que, deciden dejar una propina a los camareros. Preguntémonos… ¿dejarían 70 céntimos?, ¿Se arriesgarían a quedar como unos tremendos tacaños dejándoles esa pequeña cantidad de dinero? Pues, piensen que el 0,7%, esa “propina-limosna tan miserable, es la cantidad de dinero que acordaron en la Cumbre de Río de Janeiro de 1992, 22 países de los más ricos del mundo destinar de su Producto Nacional Bruto (PNB), «tan pronto como sea posible», para la ayuda al Tercer Mundo. Es decir que, de cada 100 euros que gastase un país, 70 céntimos se dedicasen a la ayuda al desarrollo de los países pobres. ¿Es mucho o poco?
Hay un dato, llamémoslo “tabú”, de esos que apenas o nada se divulga por parte de los medios de información y creadores de opinión: Desde el año 2000, todos los continentes han visto cómo aumentaba su riqueza per cápita, tanto si se mide considerado la moneda nacional como en dólares, sea en países de África, de América, de Asia, de Oceanía, o de Europa Occidental, incluso teniendo en cuenta que se ha vivido varias crisis financieras de una intensidad enorme, no ha habido ninguna región del mundo que no haya prosperado. Estos datos pueden confirmarse en el informe elaborado por Credit Suisse, datos de los que todos deberíamos alegrarnos y de los que –insisto- apenas se habla ni se divulgan.
Es verdad que sigue habiendo cientos de millones de personas que padecen situaciones trágicas, desesperadas, sobre todo en los países del llamado tercer mundo, y especialmente en países en guerra o recién salidos de una… Pero, a pesar de lo que se concluye leyendo determinados informes, de las llamadas “organizaciones no gubernamentales” (la mayoría gubernamentales de facto, y altamente y generosamente subvencionadas con dinero público), o de lo que divulgan algunos medios de información y manipulación de masas, de manera catastrofista y apocalíptica, los más desfavorecidos, los que menos tienen cada día están un poquito mejor. Y llegados a este punto, es necesario recordar que lo normal a lo largo de la historia de la humanidad ha sido la pobreza y que ningún tiempo pasado fue mejor. Lo extraordinario, lo excepcional se produjo a partir de 1700-1800, cuando sucedió que un grupo de países occidentales comenzaron a escapar del círculo vicioso de la hambruna, de la enfermedad y de la pobreza. Y lo más sobresaliente es que en la actualidad, por primera vez en la historia, se empieza a ver la posibilidad de erradicar la pobreza extrema en todo el mundo
Lo que vengo describiendo me recuerda inevitablemente a lo que Charles Dickens llamaba “filantropía telescópica” en el capítulo quinto de su libro “Casa desolada”, que aborda la idea de hacer el bien a quienes están lejos, aunque olvidemos los males de los que tenemos más cerca, olvidándonos del prójimo; palabra derivada de la expresión latina “proximus”, el de al lado, el más cercano.
Charles Dickens nos describe a la señora Jellyby que, posee un grandísimo interés en mejorar la Vida (así, en mayúsculas) de aquellos que sufren allende los mares mientras olvida mejorar la vida (así, en minúscula) de los que con ella conviven; por ejemplo, sus propios hijos. Ese Peepy, ese chiquillo que rueda escaleras abajo dándose cabezazos con los peldaños ante la tranquilidad e indiferencia de su madre, preocupada por la educación de los indígenas de Boorioboola-Gha, en la orilla izquierda del Níger. El telescopio le alcanza a ver las orillas del Níger pero no la escalera de casa. Ese Peepy, ese muchacho que tiene el atrevimiento de interrumpir la encomiable e inconmensurable actividad solidaria, caritativa de su madre, “con una tira de tafetán en la frente”, sucio y magullado, y que recibe como respuesta un exclamativo “¡Largo de aquí, Peepy!”, por parte de su progenitora bienhechora, que devuelve nuevamente la mirada a lo mal que lo pasan quienes viven en el continente africano. La señora Jellyby es la personificación de la solidaridad y la filantropía virtuales y con mando a distancia.
Lo que nos cuenta Dickens ocurría en la Inglaterra victoriana, pero actualmente son muchos, forman legión los que desean mundos perfectos, llevar a cabo fantásticas utopías…para los que sufren incluso más allá del río Níger, y son incapaces de poner en orden su propia casa, o les trae al fresco y no se sienten concernidos por la desgracia de los más próximos, y no se les pasa por la mente ser solidarios con el vecino que atraviesa una mala racha.
Al parecer es más fácil derivar una cierta cantidad de nuestra cuenta corriente para mejorar la vida de los desdichados que nos sacan por la televisión de vez en cuando, que para tratar de solucionar las penurias de quienes se cobijan bajo el puente de la autovía que utilizamos para salir de vacaciones.
A nadie se le ocurre criticar –y menos de forma negativa- esa solidaridad y esa filantropía virtuales y con mando a distancia. Llama poderosamente la atención que nadie (salvo que pretenda ser linchado, virtualmente o de facto) ose poner en cuestión ese esnobismo de las “oenegés” que organizan caravanas de ayuda que, atraviesan el Sahara mirándose el ombligo cuando no hace mucho andaban criticando a los monjes y monjas que ayudaban a los «negritos del África tropical» -como decía la canción del colacao- . El mismo riesgo correría quien tuviera la feliz ocurrencia de criticar a quienes cada verano dan asilo en sus hogares a niños saharauis, o de Europa del Este, mientras olvidan a los españoles o rumanos asaltadores de los contenedores de ropa usada que hay al doblar la esquina.
Me dirán que es injusto generalizar, y es cierto; es realmente admirable lo que hacen muchas de esas organizaciones (religiosas o no religiosas, estatales o no estatales en eso que llaman “ayuda al desarrollo”); también merecen mi aplauso esas familias que comparten su bienestar con quienes no lo tienen. Hay que ser justos y reconocer la magnífica labor que algunos realizan, pero no es menos cierto que también son muchos los que tienen «problemas de visión», incluso los que aparentemente gozan de una vista excepcional, prodigiosa, a veces se les mete una mota de polvo en los ojos que les impide ver sin distorsión de forma clara y diáfana el entorno más próximo y quienes en él lo están pasando mal. Algunos, en lugar de visitar al oculista acaban acudiendo a la persona equivocada que, los acaba convenciendo de que lo mejor es mirar lejos, más allá del horizonte, al otro lado del mar, para salvar a los niños de Boorioboola-Gha en la orilla izquierda del Níger, como pretendía hacer la señora Jellyby de la novela de Charles Dickens. De todos modos, más vale, mientras recorremos el mundo con nuestro telescopio, buscando negritos a los que socorrer y salvar, que no quitemos la vista de nuestros “Peepy” no sea que acaben rodando por las escaleras y rompiéndose la crisma.
Bien, pero ¿Qué hace realmente el llamado mundo desarrollado para compensar las desigualdades existentes entre los diversos países?
Hace ya varios lustros, en uno de esos eventos que algunos llaman “cumbres”, el Banco Mundial estimó necesarios más de 100.000 millones de dólares para alcanzar lo que denominaron el «Objetivo Milenio» de lucha contra el hambre y la pobreza en el mundo.
“Casualmente” hablamos del mismo presupuesto que EE.UU. dedicó a la invasión y posterior Guerra de Irak. Por esas mismas fechas, en 2005, el presupuesto total que los países ricos dedicaron a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) de los países pobres era sólo de 65.000 millones de dólares y a veces, como veremos, no se trata de tal ayuda sino que responde a los intereses del propio donante, financiando de forma indirecta sectores en crisis de la propia industria nacional.
Quienes hablan de la necesidad de mantener lo que se denomina Ayuda Oficial al Desarrollo, afirman que los países ricos podrían acabar con el hambre en el mundo si realmente lo desearan, y propusieron cuatro acciones a emprender con urgencia:
– la condonación de la deuda externa del Tercer Mundo, que a su entender ha sido pagada ya sobradamente, pero cuyos intereses devoran la riqueza de los países.
– la puesta en práctica de la llamada “Tasa Tobin” (impuesto del 0,1% sobre transacciones de mercados financieros).
– la supresión del proteccionismo de los países ricos a su agricultura: subvencionan sus productos que inundan a bajo precio los países pobres, cuya agricultura se hunde; e imponen aranceles a los productos de los países pobres impidiéndoles comerciar. Dos ejemplos: la UE y EE.UU. venden su trigo subvencionado entre un tercio y un 46% por debajo del coste de producción; y el arroz de los países del Sudeste Asiático se paga actualmente un 60% más barato que hace treinta años.
– y finalmente, el cumplimiento del compromiso del 0,7% del que ya hemos hablado.
No olvidemos que quienes hablan de Ayuda Oficial al Desarrollo –de los países pobres- están hablando, aparte de ejercer la solidaridad y la filantropía con mando a distancia, de hacerlo de forma obligatoria; sí, han leído bien, pues ¿De dónde piensan ustedes que salen esas subvenciones con las que riegan de dinero a las “oenegés” diversas, los gobiernos, sean nacionales, regionales, provinciales o locales? Evidentemente, dirán ustedes que, de nuestros impuestos.
El Gobierno social-comunista tiene previsto que, en 2022 la ayuda oficial al desarrollo (AOD) en 2022 alcance los 3.500 millones de euros… lo cual supone el 0,28% de la RNB, Renta Nacional Bruta, con la vista puesta en alcanzar progresivamente el 0,7 por ciento.
La principal partida presupuestaria dentro de la Administración será la del Ministerio de Hacienda, por 1.149,11 millones (un 36,45% del total), seguido por el Ministerio de Exteriores, con 909,61 millones (el 28,85%)… estos fondos se destinarán a apoyar a los países en desarrollo en su lucha contra la pobreza, la reducción de las desigualdades, la igualdad de género y la transición ecológica.
Ya en 2016, la Ayuda Oficial al Desarrollo española era de 2.396,30 millones de euros, lo cual supuso un 0.21% de la Renta Nacional Bruta, 582,95 millones de euros más de lo que se tenía previsto gastar en 2015, lo cual implicó un incremento del 32%. El incremento obedecía al aumento sustancial que experimentaron dos partidas: las contribuciones obligatorias a la UE (que pasaron de 777,26 millones de euros en 2015, a 947,02 millones en 2016), y las contribuciones a organismos financieros internacionales del Ministerio de Economía, que en 2016 supusieron 439,91 millones euros frente a los 35,80 presupuestados en 2015. La suma de ambas explica el 97% del incremento que experimentó el presupuesto. Se trataba de partidas en las que la cooperación española o tenía una capacidad de incidencia marginal en la orientación de su uso (fondos de la UE) o no había logrago probar suficientemente su impacto positivo en desarrollo (participación en fondos gestionados por Bancos de Desarrollo), pero que, por el contrario, poseen atractivo porque permiten elevar el porcentaje global de la AOD sin emplear apenas recursos propios en su gestión.
Tal vez algunos digan que no viene a cuento que les hable de lo que viene a continuación, -yo, por el contrario, soy de la opinión de que sí- la organización norteamericana World Priorities Institute destacaba, hace casi una década, en alguno de sus informes-estudios que en los países del Tercer Mundo hay ocho militares por cada médico y que las Fuerzas Armadas son el mayor contaminante de la Tierra: en EE UU producen anualmente más sustancias tóxicas que las cinco principales empresas químicas juntas. El Tercer Mundo gasta en armas más dinero del que recibe para desarrollo.
Tampoco está de más recordar que en los últimos veinte años, han sido alrededor de 60.000 personas las que han fallecido intentando llegar a Europa. La política del cierre de fronteras nos cuesta a los contribuyentes europeos alrededor de mil millones de euros al año. Las políticas de expulsiones y repatriaciones de inmigrantes han costado al cerca de veinte mil millones de euros a los países europeos desde el año 2000 en adelante. El control de las fronteras europeas para evitar la entrada de inmigrantes ha costado a los contribuyentes cerca de tres mil millones de euros en las últimas dos décadas.
¿No les parece a ustedes que algo está fallando, que algunas cosas no funcionan como debieran y que eso de la filantropía telescópica que pretendía hacer la señora Jellyby en el libro de Dickens, en los momentos actuales “solidaridad y filantropía virtuales y con mando a distancia” tampoco es la solución?
Y yo sigo preguntando ¿Solidaridad obligatoria o voluntaria?
¡Ustedes me dirán!
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