CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
En España, aunque uno corra el riesgo de ser linchado, no solo metafóricamente, si se le ocurre nombrarlos, hay que decir que existen enemigos declarados del campo y de quienes viven en y del campo. Esos enemigos del campo español tienen nombre y apellidos, se llaman animalistas, ecologistas, prohibicionistas de la caza, de la pesca y de la tauromaquia… Sí, esos que pretenden que se prohiba cualquier tipo de actividad en la que se cace a palomas, codornices, faisanes, gallos, etc. y proponen que se «reintroduzca» a lobos, linces, osos, etc. en todo el territorio español; y también los burócratas y caciques de las diversas regiones españolas que les hacen caso, y los subvencionan con nuestros impuestos, por miedo, también, a ser linchados…
Los enemigos del campo español son miembros de la clase media urbana, víctimas de las leyes educativas progresistas, analfabetos funcionales que, pululan por doquier, y en especial en las facultades universitarias de ciencias sociales y humanidades. Muchos de ellos son hijos o nietos de emigrantes –andaluces, extremeños, castellanos, leoneses…- que, visitan el campo en vacaciones, o como mucho, algunos fines de semana.
Un alto porcentaje de quienes toman decisiones en España, se deja aconsejar por enemigos declarados del mundo rural que, a su vez son gente empeñadas en suprimir de un plumazo todo lo que huela a tradición, a español, a nuestras señas de identidad; para convertirnos a la nueva religión del globalismo multiculturalista. Los mismos que, hipócritamente, nos hablan de que hay que evitar el vaciamiento de lo que llaman «España vaciada» y de que hay que «dignificar» la vida de quienes aún viven en el centro de la península y aún no se han trasladado a vivir en la periferia (más del 80 por ciento de los españoles viven en las zonas costeras, apenas el 20% en el interior). Esos que nos hablan de biodiversidad, de conservación del entorno, de ser escrupulosamente respetuosos con las costumbres y la cultura de quienes nos llegan de otros lugares del mundo, y que el único ecosistema que conocen es el chalé de lujo en una urbanización plagada de gente como ellos, gente que no ha dado un palo al agua, y que posee una peculiar visión de la naturaleza, de la flora y la fauna; realidades que conoce a través de estadísticas elaboradas por gente como ellos, y a través de publirreportajes impregnados de sentimentalismo tóxico, realizados por alguna oenegé supuestamente conservacionista, generosamente regada con dinero de los contribuyentes.
Los oligarcas y caciques patrios les han otorgado un predicamento y una capacidad enorme de decidir sobre nuestras vidas, les han dado un enorme poder, y los medios de comunicación los presentan como los nuevos gestores de la moral colectiva y los defensores del entorno rural, frente a los brutos ganaderos y agricultores; y los cazadores y pescadores que, según su enorme sabiduría, son gentes de escasas entendederas que no respetan su propio medio de vida.
¡Hay que ver qué ignorante, brutita, torpe, cateta es la gente de pueblo… menos mal que tenemos a los niños pijos de la ciudad para darnos lecciones de cómo hemos de vivir en nuestra propia casa!
No existe mayor enemigo del campo español que, el dominguero urbanita, que dice ser ecologista, que acude al campo los domingos, montado en bicicleta o haciendo senderismo. Son los mismos que dejan abierta la verja de las explotaciones agrícolas y ganaderas, provocando que se escape el ganado; son los mismos que forman parte de organizaciones ecologistas, o las financian, para que suelten especies protegidas en los cotos de caza, cargándose de ese modo varios negocios de un solo tiro; son los mismos que están a favor del aborto –de humanos, claro- a la vez que pretenden prohibir los toros y que, si algún día lo consiguen, provocarán la ruina de las dehesas, y acabarán con la forma de vida de quienes habitan precisos parajes naturales que, existen exclusivamente, debido a la lidia y que sin ella carecen de sentido.
Estamos hablando de los mismos estúpidos que, un buen día, hace casi un lustro, tuvieron la feliz ocurrencia de manifestarse delante del «Museo del Jamón» de la Gran Vía madrileña, para protestar por las matanzas de cerdos, contra su aprovechamiento, contra la chacina. Es seguro que, estos urbanitas ignoran que sin el cerdo, y especialmente el de pata negra, las dehesas del oeste de España acabarían siendo deforestadas, y serían convertidas en campos para el cultivo extensivo de cereales, o algo semejante, ya que sin la cría del porcino ese paisaje carece de utilidad y la gente de algo tiene que vivir, o verse obligada a emigrar.
Una muestra de la peligrosa capacidad de influencia de los urbanitas, enemigos del campo, es la plaga del “meloncillo”.
El meloncillo estaba considerada especie de interés especial hasta 2011; una alimaña que trae de cabeza a los ganaderos y a los cazadores. Los meloncillos han acabado con la vida de conejos y liebres, allí donde campan por sus fueros; y es enemigo de reptiles y mamíferos.
Sin embargo, la legislación vigente prohíbe su caza, salvo que se demuestre a los técnicos de los diversos gobiernos regionales que, han provocado daños y previo informe correspondiente. O sea que, un ganadero o agricultor sólo podrá matar a un meloncillo, después de que le haya causado un grave perjuicio. Conclusión: un meloncillo tiene más derecho a la presunción de inocencia que un hombre acusado de haber ejercido violencia contra una mujer.
Los meloncillos son animales muy inteligentes y se agrupan para actuar como si fueran delincuentes profesionales. Por ejemplo, cuando una vaca está a punto de parir, se sitúan dos meloncillos delante de la vaca y mientras, otros se ponen detrás para atacar y comerse el choto en cuanto nazca.
El problema es que, se ha producido una enorme superpoblación y no se les puede cazar, ya que, de facto están protegidos…
Cuando un ternero es atacado por una de estas alimañas, devora sus morros, e incluso acaba haciéndole un agujero en el cuerpo para chuparle la sangre. Si es la madre la que es mordida por un meloncillo, es contagiada de tuberculosis y hay que sacrificarla de inmediato; lo cual supone un gasto más para el ganadero… Pero, ahí no queda la cosa; basta con que un meloncillo hiera e infecte a una sola res para que toda la explotación quede paralizada, con la consiguiente depreciación de la cabaña. Si el precio de una vaca ronda los 1.500 euros, el ganadero conseguirá no más de 400. Si tenemos en cuenta el escaso margen de beneficios de las explotaciones es mínimo, cualquiera que esté leyendo este artículo, habrá llegado a la conclusión de que los ecologistas y las diversas administraciones que los jalean y subvencionan, son los principales enemigos de nuestra ganadería y los cómplices de meloncillos, armiños, ginetas, garduñas y demás compañeras alimañas, a las que han concedido legalmente un poder terrible.
Respecto de lo que venimos hablando, es interesante destacar que un informe científico, publicado por la revista Mammalian Biology, en abril de 2018, llegaba a la conclusión de que la excesiva presencia de meloncillos es perjudicial para la fauna menor y otras especies como los reptiles.
Por este motivo, la Federación Española de Caza viene reclamando al Gobierno central y a los diversos gobiernos regionales que, las capturas de esta alimaña se autoricen con mayor agilidad y con menos trabas que, las que se vienen poniendo hasta ahora. La RFEC anima a quienes observen en los cotos un elevado número de meloncillos, a que informen a la federación, para que ésta realice las gestiones oportunas.
Y, ya puestos a hablar, no podemos olvidar a otro gran enemigo del campo español en general: La Unión Europea
En toda España el sector primario sobrevive a duras penas, de puro milagro, acosado por una Unión Europea, empeñada en implantar formas de explotación intensivas, frente a la ganadería española, tradicionalmente extensiva. La Unión Europea persigue y sanciona a la dehesa con, por ejemplo, los coeficientes de admisibilidad de pastos (CAP).
El gobierno central y los gobiernos regionales, dado que son rehenes de las políticas de Bruselas y del chantaje del ecologismo animalista, no hacen nada por facilitar las cosas a los que de verdad viven del campo, sino todo lo contrario.
Las terribles consecuencias están a la vista: fincas en las que vivía una treintena de familias hace varias décadas, ahora están vacías y las pequeñas explotaciones ganaderas van desapareciendo, dejando el campo baldío, y con riesgo serio de convertirse en un páramo.
La España vacía se muere, en estos momentos más del 80 por ciento de los españoles viven en apenas el 20 por ciento del territorio, todos ellos en el litoral; el resto, el 20 por ciento de los españoles, sobreviven en el territorio comprendido entre la Cordillera Cantábrica, Sierra Morena y el Sistema Ibérico… El campo es la base de la identidad de nuestra patria, su raíz. No es de extrañar que quienes quieren destruir España, persigan a sus campesinos y ganaderos, y a quienes practican la caza y la pesca, y pretendan abolir actividades como la tauromaquia.
En quienes aún viven en zonas rurales, como en la familia natural, reside la Tradición, algo que pretenden erradicar, para que, una vez destruida nuestra forma de vida, la civilización occidental judeocristiana, reine la Europa multicultural y urbana, rodeada de ginetas, meloncillos y alimañas de semejante calaña.
Acerca del panteísmo ecologista, la religión del Nuevo Orden Mundial.
El columnista Ethan Greenhart responde a sus preguntas en búsqueda de espiritualidad acerca de la manera de vivir o morir de una manera éticamente verde:
Querido Ethan:
Después de un cuidadoso análisis he decidido poner fin a mi vida. Las cosas no me han ido bien últimamente, pero más importante es que estoy deseoso de reducir mi impacto de carbono sobre el planeta. Como un inglés promedio probablemente yo produzca alrededor de 9,3 toneladas de dióxido de carbono cada año.
Tengo 26 años de edad, y reconozco que podría vivir otros 60 años más; si yo termino con mi vida ahora ahorraré un total de 558 toneladas de CO2, que las generaciones futuras deberían agradecerme por ello. Pero tengo una pregunta: ¿cuál es la manera más éticamente ecológica para suicidarme? No quiero que mi autodestrucción sea destructiva para el planeta!
Fielmente suyo, Zach Montague Richmod-upon-Thames.
“Querido Zach, simpatizo con su desinteresada decisión. Todos los estudios responsables muestran que hay demasiadas personas viviendo ya en este planeta como para que la vida siga siendo sostenible (mejor dicho, perdurable). Es de agradecer que usted tenga el coraje suficiente para remediarlo, aunque sea de una forma modesta…
Su suicidio podría ahorrar mucho más carbono de lo que imagina. Piense en los hijos que podría haber tenido (si usted no pone fin a su vida), y el vandalismo de CO2 que ellos habrían cometido. Su muerte también reducirá el impacto de carbono de amigos y familiares que usted deja atrás -todos esos viajes que ellos no harán para visitarle, regalos innecesarios que no habrán tenido que comprar y envolver. Yo estimo que a los 60 años de su suicidio, usted habrá conseguido que sus seres queridos no hayan producido 583,2 kg de carbono sólo en la compra de regalos evitados. De manera que su muerte será mucho más generosa de lo que usted imaginaba.
Paso a responder a su pregunta principal, ¿cuál es la “manera de suicidio más ecológicamente ética”?
Como usted sabe, muchos suicidios son perjudiciales para el ambiente.
A menudo me pregunto por el estado mental de la gente que se asfixia a ella misma con los gases del escape de sus automóviles -¿no saben ellos que por cada minuto que el motor de su coche está haciendo chug-chug envía al aire 70 gramos de CO2?
En cuanto a la gente que salta desde lo alto de los edificios, parece no tener ninguna consideración por la toxicidad de los productos usados para la limpieza fregando el pavimento. Los suicidas deberían tomarse un poco más de tiempo para pensar sobre el impacto de sus muertes en los alrededores del suceso.
Creo que la clave para un suicidio ético y verde es no dejar ningún rastro de su cuerpo. Las familias egoístas insistirán en una ceremonia para enterrar los cuerpos, a menudo sin pensar en el impacto ambiental. Un funeral en la iglesia significa que hay gente que conducirá su automóvil muchos kilómetros, quizás volando, para asistir al funeral, sin mencionar el daño hecho por el antiguo coche fúnebre que devora gasolina.
Se podría argumentar que, una vez enterrados, los cuerpos de humanos proveen de comida a otras especies, pero como un valiente comisionado ecologista de la Unión Europea nos recuerda, los líquidos para embalsamar son un grave peligro para los ‘organismos vivientes’ -gusanos y escarabajos que acaban dándose un festín con los cadáveres de los humanos muertos – y deberían ser prohibidos. ¿Acaso su familia se detendrá a pensar en los pobres bichos?
Existe otra opción peor aún, su familia podría optar por la cremación. ¿Sabe usted que 437.000 ataúdes de madera -el equivalente de 140.000 árboles- se malgastan quemándose en estas egoístas ceremonias en Inglaterra, TODOS LOS AÑOS?
La cremación contamina al ambiente con dioxina, ácido clorhídrico, dióxido de azufre y dióxido de carbono. Todas sus buenas intenciones de disponer de su propia vida podrían ser socavadas por el toque del botón de encendido del incinerador. De manera ideal, su suicidio no debería dejar nada que se pueda enterrar o quemar. Un colega en Norteamérica aconseja a los eco-guerrilleros que eligen el Suicidio al Carbón arrojarse ellos mismos por la borda de un barco, de manera que el cuerpo se desintegre en el lecho marino y apenas produzcan impacto sobre la capa de ozono. Sin embargo, no estoy muy seguro. Las ballenas, delfines y peces tienen ya un tiempo difícil con la contaminación y las redes sin tener que evitar ingerir esqueletos humanos, cordones de los zapatos, cinturones, hebillas y botones. Si elige usted un suicidio en el mar, por favor primero desvístase completamente (y done sus ropas a una obra de caridad antes de su muerte).
En mi opinión, probablemente la manera más ética de suicidarse es mediante la auto-cremación. Intérnese profundamente en un bosque, empape su cuerpo generosamente con nafta y préndase fuego.
Los ‘expertos’ aseguran que no hay todavía ningún otro líquido ‘amigable con el ambiente’ que iguale a la gasolina. Sin embargo, antes de volverse hacia el Gran Satán del petróleo, yo creo que un individuo total y realmente comprometido con la ecología debería experimentar con aceite vegetal o biodiesel -después de todo, si pueden hacer funcionar “autos verdes”, seguramente podrán quemar un cadáver verde. Pero aunque deba usted usar algunas pocas (¡muy cuidadosamente medidas!) tazas de combustible fósil, hará mucho menos daño al ambiente que una cremación tradicional. (Irónicamente, un obeso hiper-consumidor se quemará más fácilmente).
Más todavía, los pocos restos de su cuerpo podrán ser reciclados por zorros y otros carnívoros pequeños. De modo que estará usted ahorrándole al planeta sus 58 toneladas de dióxido de carbono y al mismo tiempo ayudando a la acosada vida silvestre de Inglaterra.
Y, antes de terminar, permítame unas últimas palabras: Zach, no deje una nota de suicidio al juez. Pues el uso de una simple hoja de papel contribuye a derribar árboles para el beneficio de la industria y a la extinción de muchas especies de animales. ¿Por qué arruinar su generoso momento de ética ecológica?
Y no se olvide: Haga divulgue usted cuanto le sea posible, por las redes sociales su generoso y heroico ejemplo para las generaciones futuras sobre la manera de vivir en el planeta y elegir cuando ha de terminar…
¡Buena suerte!
Debemos aclarar que Ethan Greenhart es un personaje ficticio del sitio web inglés “Spiked Online.com, donde opinan escépticos sobre diversos temas de actualidad, no sólo ecología. Los “consejos espirituales” de Ethan Greenhart son una divertida ironía sobre el trasfondo del pensamiento ecologista a ultranza que trata de unificar el pensamiento filosófico universal en uno solo y espantoso: un mundo Orwelliano donde no hay disenso y las catástrofes nos acechan como espantosas espadas de Damocles.
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