CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
La “cultura de la muerte” es una visión social que considera la muerte de los seres humanos como algo «beneficioso» que, hay que favorecer, lo cual se traduce en una serie de actitudes, comportamientos, instituciones y leyes que la promueven y la provocan. En otras palabras, la “cultura de la muerte” implica una serie de actitudes y de comportamientos, originados a partir de un modo de valorar a los otros que deja abierta la opción (como legítimamente aceptada o tolerada) de suprimir algunas vidas humanas.
Cuando redacto este texto aún sigue por resolverse el recurso presentado, ante el Tribunal Constitucional Español, en 2010, por setenta y un diputados del Partido Popular contra la conocida como «Ley Aído», o la ley de plazos del aborto, promovida por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Mientras tanto, siguiendo el procedimiento de la «ventana de Overton» que ya hemos descrito en otra ocasión, quienes se hacen llamar progresistas han logrado que, algo que la mayoría de los españoles consideraban aberrante -el aborto, el infanticidio- haya acabado siendo considerado admisible por más del sesenta por ciento de la población, según los diversos estudios de opinión realizados últimamente. Esto fue el comienzo, luego acabó viniendo la ley de «eutanasia» para culminar el proceso e instaurar en España lo que muchos llaman «cultura de la muerte». Por desgracia, todo ello ha ido llegando, para quedarse, tal como ahora se dice, debido a la inacción de los españoles decentes que, apenas o nada han presentado batalla, considerando (una vez más) que las cuestiones más elementales, sobre las que existe general consenso, cuestiones para la mayoría irrenunciables, como el derecho a la vida, casi no es necesario «defenderlas» pues, se defienden por sí solas, ya que quienes las cuestionan son poco más o menos que necios, dementes y malvados.
Evidentemente, haber llegado a tal situación en la que, el aborto y la eutanasia son considerados «derechos sociales», no es un síntoma de progreso sino de absoluto fracaso social, cuando la Administración del Estado, los gobernantes y la propia sociedad fomentan la idea de que la muerte es una solución aceptable e incluso deseable para algunos problemas, por muy graves que estos sean, banalizando con ello su naturaleza y significado, algo importante está fallando. Y, mientras esto sucede, España posee el récord de menor número de nacimientos, año tras años, a la vez que aumenta la esperanza de vida (y por tanto, el número de ancianos) y se pone en riesgo el relevo generacional, y la supervivencia de España como Nación. Y, para más INRI, en España el aborto se lleva por delante, anualmente (según las cifras oficiales), alrededor de 100.000 niños; y como «solución» a la baja natalidadd, son muchos los españoles que deciden adoptar niños extranjeros… Luego, también está la «solución» de quienes dicen ser progresistas, para compensar la pérdida de población y la baja natalidad, abriendo las puertas a todo quisqui, sea cual sea el origen (por aquello del «multiculturalismo») y acogerlos, darles techo, vestirlos, asistencia médica y hospitalaria, escolarizar a sus hijos… y toda clase de ayudas y subsidios; ya que, los españoles autóctonos son incapes de procrear, de reproducirse. Por supuesto, quienes tienen semejantes ocurrencias son los mismos que un día tras otro demonizan la maternidad, por considerar que ésta esclaviza, aliena a las mujeres y, proclaman que, no tener hijos libera y hace más felices a las mujeres.
Argumentos cristianos y liberal-conservadores, a favor de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
En el momento que redacto estas líneas, nos acercamos a una triste efeméride: hace casi un año que, en España, entró en vigor la «ley de eutanasia» que, la izquierda partidaria de la cultura de la muerte, bautizó con el nombre de «interrupción voluntaria de la vida» -los mismos que al aborto lo llaman «interrupción voluntaria del embarazo»-, como si es que la vida, una vez interrumpida, se pudiera retomar…
Siempre es momento, y no sólo cuando se cumplen aniversarios, de expresar claramente, sin complejos, sin rodeos, sin ambigüedades, sin temor de clase alguna que somos muchos, millares, millones los hombres y mujeres españoles contrarios al feminismo de género, al femimarxismo, al femiestalinismo degenerado. Todos los días son momentos de alzar la voz y afirmar que, somos millones los hombres y las mujeres defensores de la vida y contrarios al aborto; somos millones los hombres y las mujeres defensores de la familia tradicional (con un papá, una mamá e hijos) y favorables a la custodia compartida, pues. los hijos tienen derecho a poseer una madre y un padre; que somos millones los hombres y mujeres contrarios a la ideología de género y sus terribles leyes, como la LVIOGEN, ley de violencia de “género” de 28 de diciembre de 2004, que fomenta la confrontación, la lucha entre hombres y mujeres, aparte de privar de la presunción de inocencia a los hombres y haberles hecho perder sus más elementales derechos legales… somos muchos hombres y mujeres, millones, los que consideramos que, no hay que dejar pasar ningún día sin que afirmemos , sin rodeos, sin circumloquios que, somos firmes defensores de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Por ello, es nuevamente necesario reiterar, repetir hasta aburrir algunos de los argumentos, de las razones, cristianas, liberal-conservadoras a favor de la vida, contra la cultura de la muerte.
Para empezar, es necesario señalar que no es obligatorio y menos imprescindible, recurrir a la teología para hablar de moral. También es importante indicar, frente a quienes desde la izquierda se arrogan una supuesta superioridad moral, que si hay algo íntimamente ligado a la moralidad, a poseer un compromiso ético, es el liberal-conservadurismo.
Tal vez sea oportuno explicar que la expresión liberal-conservador, aunque muchos la consideran un oxímoron, combinar dos vocablos de significado opuesto en una misma frase, no es una contradictio in terminis. Aunque el asunto dé para otro texto, es imprescindible afirmar que difícilmente alguien puede ser liberal si no es conservador, y viceversa… ¿Quién no es partidario de conservar lo que está sobradamente demostrado que funciona, que es bueno, aunque sea susceptible de mejora? ¿Quién duda a esta alturas de que, si no el mejor, el menos malo de los regímenes políticos es aquel en el que existe estricta separación de poderes y economía de libre mercado…? Pero, dejemos el asunto para otra ocasión.
Volvamos a los argumentos cristianos y liberal-conservadores, a favor de la vida :
Proteger la libertad empieza por proteger la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Y la vida comienza por el embrión, un ser humano que desesperadamente necesita que sus congéneres le demos protección. Por más que algunos lo nieguen, el embrión humano es humano desde su misma concepción, es obvio que su naturaleza y esencia son netamente humanos, incluso con una carga genética diferente al de la madre desde el primer instante de la concepción.
Todo ser humano tiene derecho a que su vida tenga un comienzo, una evolución y un fin no violentos.
Es evidente que un embrión ni tiene conciencia de sí mismo, ni la tendrá hasta mucho después del nacimiento del bebe. No podrá protegerse a sí mismo hasta mucho después del nacimiento. Pero es plenamente humano simplemente por su dotación genética. Si se le implantara un embrión no humano a una madre humana, no prosperaría. Si se implanta un embrión humano en una mujer que no es genéticamente su madre, el embrión puede perfectamente prosperar. No hay duda de su humanidad, como tampoco de su carencia de conciencia de sí mismo ni de su dependencia absoluta tras el nacimiento, y hasta muy avanzada edad.
No puede confundirse el embrión humano con el de un tejido cualquiera: el ser humano se reproduce mediante un mecanismo sexual que requiere de dos células distintas, especializadas, que contienen la mitad de la carga genética de una célula normal, para lo cual siguen un proceso de maduración distinto del resto de las células del organismo.
Bien, después de estas precisiones, pasemos al meollo de la cuestión:
Y si esas personas están siendo cuidadas, tuteladas, en una institución pública, ¿debemos entender que son propiedad del Estado?
Claro que, son muchos los que, sin ponerse colorados, afirman que los menores son educados por sus padres por delegación del estado, dando a entender que son propiedad del estado.
El liberalismo siempre ha considerado que tratar a otros seres humanos como una propiedad de otros, otorgándoles a esos otros el derecho a hacer lo que les venga en gana con aquéllos, es un planteamiento radicalmente antiliberal, aparte de una justificación de la esclavitud o del trabajo forzado.
Es posible que alguien me diga que, puesto que el gobierno no logra impedir miles de crímenes, miles de robos, ¿por qué no legalizarlos?
Cuando las leyes permiten pisotear los derechos de los demás, transmitiendo el mensaje de que pisotearlos es algo legal y por tanto positivo, los atentados contra esos derechos se disparan.
Continuemos con el argumento de la supuesta demanda social: las leyes españolas prohíben el robo, y sin embargo, según los Anuarios Estadísticos del Ministerio del Interior cada año hay en España una media de 100.000 robos con violencia e intimidación, más de 400.000 robos con fuerza, alrededor de 120.000 robos con fuerza en domicilios, casi 60.000 robos de vehículos a motor y entre 700.000 y 800.000 hurtos. ¿Podemos concluir que una “demanda tan exagerada de lo ajeno” no se puede evitar aplicando las leyes? ¿Acaso legalizar el robo conduce a proteger mejor el derecho a la propiedad?
Al parecer los contrarios a la vida, los partidarios del aborto están en Babia, alejados de la realidad, tan distraídos que todavía no se han enterado de que el aborto no está prohibido en España. Los partidarios del aborto ignoran que el aborto fue despenalizado en 1985, y está financiado con fondos públicos, o sea, con nuestros impuestos. Fue plenamente legalizado en 2010, por el Gobierno Socialista de José Luis Rodríguez Zapatero; y si la cifra de abortos no ha aumentado exponencialmente es porque de facto en España ya existía aborto libre antes de 2010.
Los apologistas, trovadores y demás propagandistas del aborto afirman que apenas un 1% de mujeres aborta en España, lo cual es absolutamente falso, pues si en España se producen no mucho más de 450.000 nacimientos anuales, y alrededor de 100.000 abortos también por año (un aborto por cada cuatro nacimientos) evidentemente, pese a que lo intenten minimizar y frivolizar, el aborto en España es una terrible realidad que ocasiona un enorme coste social, sin lugar a dudas. Y más si añadimos que al paso que vamos, siendo menor el número de muertes que de nacimientos caminamos inevitablemente al suicidio demográfico.
Este perverso argumento es tan aberrante como equiparar a los hijos a las bacterias y los virus, y considerar que abortar es lo mismo que tomarse un antibiótico. ¡Increíble, pero cierto!
Ésta es otra descomunal falacia, relacionada con la anterior: hemos llegado a una situación tan delirante que se delega en técnicos, médicos, y burócratas para que decidan el preciso instante en que un feto es considerable legalmente, vida.
Evidentemente, lo que la ciencia dice sobre los seres humanos en edad prenatal no es relevante para alguien que ya ha decidido equipararlos con un virus, claro. A lo largo de la historia hay multitud de episodios acerca de cómo no se tenía en cuenta la condición humana de ciertos individuos con el fin de arrebatarles sus derechos, y no se piense que ha sido una práctica exclusiva de regímenes totalitarios. En aquellos momentos no tan lejanos, como en la actualidad, hubo gente que decía ser “progresista” y defendía el “derecho” a poseer esclavos. Como en el caso del aborto, ¿qué importa lo que diga la ciencia?
Ésta es otra frase muy socorrida, usada también para justificar el aborto, es dar por hecho que los descuidos de una pareja tienen que pagarlos sus hijos. Todo un canto a la irresponsabilidad, a hacer dejación de aquella capacidad que va asociada a nuestra libertad y que nos exige asumir las consecuencias de nuestros actos. Imaginen que yo voy al volante de un automóvil, me despisto… y conduciendo atropello a una persona y acabo con su vida, ¿Soy o no soy responsable de su muerte? Según el argumento proabortista basado en que solamente importa la intencionalidad, y puesto que la mía era conducir, nadie debería acusarme de homicidio por imprudencia.
Se denomina falacia del Nirvana a la falacia lógica consistente en comparar situaciones reales con situaciones utópicas, irrealizables, e idealizadas. El peligro de este error es que cuando se presenta en el campo argumentativo, viene disfrazado como un enfoque comparativo. Éste es uno de los recursos más usados por quienes son partidarios del aborto. Suelen asociar la defensa de la vida desde la concepción a una utopía, y por supuesto, se olvidan de que hay países, incluso en Europa, con leyes que protegen la vida desde la concepción, tanto en la parte occidental como en los países del Este.
Quienes recurren a esta clase de argumentos, al parecer, poseen una memoria selectiva y olvidan que esos cambios sociales han sido promovidos, entre otros motivos, por las leyes abortistas, como parte de un proyecto de ingeniería social que, paradójicamente, ha sido asumido sin rechistar por demasiados liberal-conservadores. Pero no sólo la han integrado en sus esquemas de pensamiento y de acción, sino que también la consideran irreversible, y no porque no quepa marcha atrás, sino porque ellos ya lo han aceptado como dogma de fe.
Este mismo esquema de no cuestionamiento de los diversos proyectos de rediseñar la sociedad, es el que generalmente se aplica a otros ámbitos, como el adoctrinamiento nacionalista o la imposición lingüística en las escuelas, dos agresiones -como el aborto- contra derechos fundamentales que lamentablemente se han convertido en algo visto como normal y aceptable por parte de demasiada gente.
¿Acaso no se pueden cambiar las normas que han propiciado el auge del fanatismo nacionalista-separatista y la discriminación de los hispanohablantes en las diversas regiones españolas, recentralizar las competencias que un día se transfirieron/cedieron equivocadamente, y recuperar el estado unitario, y por lo tanto la plena igualdad legal, en derechos y obligaciones para todos los españoles? Qué duda cabe que cambiar las leyes no acabaría de golpe y porrazo con los perversos efectos de la ingeniería social, y que España tardaría en cicatrizar, en curar sus secuelas, pero ayudaría a conseguir ese objetivo.
En Polonia, por ejemplo, el aborto fue impuesto por los nazis en 1942 y continuó con la dictadura comunista instaurada tras la Segunda Guerra Mundial. En la década de 1990 se realizaban cada año en Polonia unos 60.000 abortos legales. Tras la aprobación de leyes disuasorias se redujeron los abortos a 159 en 2002 (solamente habían transcurrido dos años), y también disminuyeron las muertes derivadas de embarazos y partos, así como los embarazos no deseados en menores.
En el asunto del aborto no basta con cambiar una ley, por supuesto. Las madres necesitan ayuda – que no implica necesariamente la creación de más burocracia, más funcionarios, más Estado- y, optar por la vida implica no solamente mayor amparo legal, sino también social y educativo.
No debemos caer en la trampa de considerar que, ya no hay marcha atrás, que estamos en un camino sin retorno respecto de la situación producido debido a la aprobación y la aplicación de unas leyes lo único que han conseguido es disparar los abortos, generando demanda como consecuencia de promover políticas antinatalistas que, sin duda fomentan la irresponsabilidad de hombres y mujeres cuando realizan el acto sexual.
Es por ello que son muchos los que consideran que su derecho a una vivienda digna implica que el propietario de la casa que habitan, debe asumir el coste de los impagos, o que tiene que ser la administración la que lo asuma con el dinero de todos. Tampoco podemos olvidar a los empresarios que consideran que sus beneficios son suyos en exclusiva, pero en caso de pérdidas las debe asumir el Estado, o sea, TODOS.
En esta corriente de opinión se ubican quienes piensan que la libertad sexual lleva aparejado no tener que asumir un embarazo inesperado, y si eso, a su parecer, ha de lograrse a costa de los derechos de terceras personas, o incluso a costa de matar a los hijos por nacer, pues todo vale.
Ni que decir tiene que la dejación de la responsabilidad individual tiene como consecuencia la pérdida de los auténticos derechos y libertades.
Según los apologistas, los trovadores, los partidarios del aborto, prohibirlo es una agresión, desde el punto de vista moral y por lo tanto, las mujeres tienen derecho a defenderse de su agresor, de quienes las parasitan.
De veras que, el colmo de la perversión es apelar a semejantes argumentos –por supuesto, mendaces- para negar el derecho a vivir a los seres humanos más inocentes e indefensos, obviando lo que dice la ciencia y equiparando a esos seres humanos con virus y bacterias, hasta el punto de igualar un embarazo con una agresión patógena.
Tras estas reflexiones acerca de lo que suelen alegar los partidarios del aborto, solo cabe decir que es un insulto a la inteligencia tratar de justificar su actitud contraria a la vida, recurriendo a semejantes afirmaciones, absolutamente absurdas, irracionales, inmorales y anticientíficas.
Toda esta irracionalidad, subjetividad y manera ilógica, antiética y anticientífica de obrar y de pensar, viene de la mano de la relativización de valores y principios, propio de lo que algunos consideran “modernidad”.
Decía un tal Aristóteles, hace más de dos milenios, respecto de la Moral, que solo caben dos tipos de acciones (u omisiones) las buenas y las malas, y que cuando uno abandona lo bueno, por poco que se distancie, comienza a caminar hacia la maldad.
Y hablando de embarazos, tal como hemos venido hablando: a una mujer solo le cabe estar embarazada, o no estarlo; los “medios embarazos” no existen.
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