Europa ante la Guerra de Ucrania: negocio, hipocresía y vasallaje

Infografía comparativa que muestra, por un lado, el aumento del gasto militar entre 2021 y 2024 en varias potencias europeas y EE.UU., y por otro, las principales empresas —todas estadounidenses— que se han beneficiado con contratos millonarios para la reconstrucción de Ucrania.
PERO GRULLO DE ABSURDISTÁN
Por más que nos repitan como loros que se trata de “una guerra por la libertad” o de una “lucha por los valores democráticos”, lo de Ucrania tiene menos de epopeya moral que de negocio redondo, geoestrategia sucia y sumisión europea a los dictados del imperio atlántico. Pero como siempre, Europa aplaude mientras le mean en la cara, convencida de que está lloviendo libertad.
La guerra de Ucrania ha dejado de ser, hace mucho, un conflicto de soberanía para convertirse en un negocio colosal, un teatro de propaganda y una trampa geopolítica para Europa. Mientras el relato oficial sigue hablándonos de libertad, resistencia y solidaridad, la realidad es que la guerra se ha transformado en una formidable máquina de enriquecimiento para el complejo militar-industrial estadounidense, en una vía de sumisión estratégica para la Unión Europea y en una catástrofe demográfica, económica y moral para Ucrania.
Vamos por partes. La invasión rusa de Ucrania — brutal, condenable— ha sido la excusa perfecta para abrir la caja registradora del complejo militar-industrial. Miles de millones de euros y dólares fluyen en una orgía obscena de contratos, comisiones, préstamos y reconstrucciones futuras que harían palidecer al Plan Marshall. Y no, no es conspiranoia: es capitalismo geopolítico de manual.
Basta con mirar el calendario. Desde el minuto uno, empresas norteamericanas como Raytheon, Lockheed Martin o Northrop Grumman vieron subir sus acciones como cohetes. Europa, mientras tanto, abría la cartera y vaciaba sus arsenales, para luego correr a Washington a comprar más. Porque si vamos a hacer de vasallos, al menos que sea con armamento Made in USA.
Y lo que viene será aún más jugoso. Porque una Ucrania devastada es también una mina de oro para las constructoras, los fondos de inversión y las tecnológicas occidentales. BlackRock ya tiene oficina en Kiev. McKinsey, también. Y no lo hacen por altruismo ni por amor a la bandera azul con estrellitas. Van por el botín de la guerra.
Pero en este aquelarre de cinismo, la Unión Europea se lleva la palma. No solo ha sacrificado su autonomía energética, industrial y diplomática en el altar de la OTAN, sino que encima se flagela con sanciones que la empobrecen, mientras Estados Unidos recoge beneficios estratégicos y comerciales. El Nord Stream vuela por los aires, Alemania calla, y a nadie se le ocurre preguntar quién sale ganando. He aquí una pista: no es Europa.
Y mientras tanto, la narrativa se repite como una letanía: Rusia es el mal absoluto, Zelenski es el nuevo Churchill, y quien no aplauda con las orejas es “putinista”. El pensamiento crítico ha sido sustituido por la obediencia atlantista, el debate por el linchamiento, y la geopolítica por el catecismo woke de Ursula von der Leyen.
¿Alguien recuerda que Ucrania era el país más corrupto de Europa antes de la guerra? ¿Que su gobierno ha ilegalizado partidos, medios de información y perseguido a disidentes? ¿Que la represión de las regiones del Donbás duraba años antes de la invasión rusa? Todo eso se borra en aras del relato oficial. Porque en este juego, la verdad molesta y la propaganda da dividendos.
La rentabilidad del conflicto: Washington gana, Europa paga
Desde febrero de 2022, Estados Unidos ha aprobado más de 170.000 millones de dólares en ayudas a Ucrania, la mayor parte de ellas en forma de armamento. Gran parte de ese dinero no ha salido realmente del país norteamericano: ha ido a parar a empresas como Raytheon, Lockheed Martin o General Dynamics, que han visto dispararse sus beneficios y sus acciones en bolsa. El modelo es claro: Washington imprime dólares, transfiere material, cobra contratos y genera dependencia.
Europa, en cambio, ha sacrificado sus intereses energéticos, industriales y sociales. Al romper con el gas ruso, Alemania ha visto desplomarse su competitividad, mientras que Francia e Italia sufren la hemorragia de industrias electrointensivas. El Viejo Continente ha optado por suicidarse económicamente para cumplir el guion estratégico de Washington, que desde hace décadas persigue desacoplar a Europa de Rusia y evitar cualquier eje euroasiático autónomo.
Zelenski, símbolo de una ficción
La figura de Volodímir Zelenski ha sido instrumentalizada hasta el delirio: convertido en un héroe mediático global, aplaudido en parlamentos y festivales, es el rostro perfecto para una guerra fotogénica que oculta su verdadero rostro: ciudades devastadas, una generación de jóvenes muertos o mutilados, y una economía ucraniana completamente intervenida.
Lo que en 2022 se presentó como una guerra por la soberanía, en 2025 es una guerra por la supervivencia asistida. Sin la inyección permanente de dinero occidental, Ucrania colapsaría en semanas. El país ha sido desangrado como carne de cañón geopolítica, mientras los contratos de reconstrucción ya se negocian en los despachos de BlackRock, Bechtel, Halliburton y compañías similares, antes incluso de que haya terminado la contienda.
La reconstrucción como botín
Estados Unidos no solo gana en el frente bélico: también gana en el negocio de la posguerra. Desde 2023, el gobierno de Zelenski ha firmado acuerdos con entidades financieras y fondos internacionales para estructurar la “reconstrucción” del país. Pero lejos de ser una operación altruista, se trata de una recolonización económica encubierta: empresas norteamericanas participarán en las infraestructuras, la energía, las telecomunicaciones, el transporte, y se quedarán con buena parte del futuro ucraniano.
Y, por si fuera poco, ahora nos venden la reconstrucción como un nuevo acto de solidaridad europea. Lo llaman “Plan para la Paz”, pero en realidad es una reedición descarada de la doctrina Halliburton: primero destruimos, luego reconstruimos, y siempre cobramos con intereses. ¿Quién pagará todo eso? Tú, querido ciudadano europeo, mientras congelas en invierno y ves cómo cierran tus industrias.
Para Europa, la reconstrucción de Ucrania será un pozo sin fondo de transferencias fiscales y condonaciones de deuda. La lógica es clara: Washington pone las bombas, Europa pone los impuestos. Y los beneficios vuelven a cruzar el Atlántico.
Guerra moral, guerra colonial
El relato imperante presenta a la guerra como un conflicto entre democracia y autoritarismo, entre libertad y barbarie. Pero los hechos contradicen esa simplificación infantil:
- Ucrania ha ilegalizado partidos políticos y medios de comunicación.
- El servicio militar obligatorio es forzoso y ha generado una fuga masiva de jóvenes.
- El poder ejecutivo concentra hoy más prerrogativas que nunca.
Europa ha cerrado los ojos ante estos abusos mientras repite el dogma del apoyo incondicional. Pero lo que realmente se está produciendo es una colonización moral: se ha impuesto la obligación de posicionarse, de aplaudir, de financiar sin rechistar. Quien duda, es acusado de prorruso o extremista.
La gran paradoja: vasallaje voluntario
Lo más trágico de esta guerra no es solo su coste humano o económico, sino el hecho de que Europa la abrace como una causa propia sin tener control alguno sobre su curso. La UE ha renunciado a su autonomía diplomática, ha roto sus puentes energéticos y comerciales con Eurasia, y ha reforzado su dependencia militar de la OTAN, es decir, de EE. UU.
El resultado es una Unión Europea más débil, más pobre y más sumisa. Mientras tanto, los ciudadanos europeos pagan con inflación, con recortes, con industrias deslocalizadas y con un horizonte de crisis prolongada. Todo ello para sostener una guerra que beneficia a otros.
Pues, sí, esto no va de apoyar a Putin. Va de no tragar con ruedas de molino. Es necesario llamar a las cosas por su nombre. Es imprescindible entender que Europa no está liderando nada: está siendo arrastrada, de manera servil y obediente, hacia una guerra que no es suya, bajo una agenda que no controla, para unos beneficios que no recibe.
Conclusión: una Europa en ruinas sin haber combatido
El drama de la guerra de Ucrania no es solo el de los ucranianos: es también el de una Europa que ha renunciado a pensar por sí misma. Convertida en vasalla entusiasta, aplaude mientras se arruina, promete mientras se endeuda, y financia mientras se desangra. El conflicto ha sido rentable para Washington, devastador para Kiev y suicida para Bruselas.
Cuando todo termine —si termina—, Ucrania será un país arrasado, ocupado por intereses financieros. Y Europa será un continente envejecido, sin industria ni energía, moralmente humillado y económicamente devastado.
Porque esta guerra no la ha ganado ni la ganará Europa. Solo la paga.
La historia recordará esta época como el momento en que Europa renunció a ser sujeto político para convertirse en protectorado obediente, pagano fiel de la OTAN y cómplice entusiasta de los nuevos negocios de la guerra. Y todo ello con una sonrisa en la cara y la bandera ucraniana en la solapa…