CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
En el contexto actual, marcado por tensiones geopolíticas y económicas, Europa se enfrenta a un dilema crucial: ¿es posible reindustrializarse y recuperar su economía sin recurrir a un discurso belicista o a estrategias que comprometan su autonomía energética? En este artículo se pretende analizar cómo las políticas económicas y militares están moldeando, al mismo tiempo que hipotecando el futuro del continente.
En Estados Unidos, el concepto de «keynesianismo militar» ha sido utilizado como una herramienta para estimular la economía mediante el gasto en defensa. La «lógica» es muy simple: un incremento del presupuesto militar genera inversión, empleo y dinamismo económico. Sin embargo, esta estrategia se basa en déficits públicos que generalmente no son ni remotamente razonables y que casi inevitablemente conducen al desastre… En Europa, la situación es más compleja debido a las normas fiscales de la eurozona, que limitan los déficits presupuestarios a un máximo del 5% del PIB.
A pesar de estas limitaciones, algunos líderes europeos parecen estar utilizando el discurso de una amenaza externa —en este caso, Rusia— como justificación para aumentar el gasto militar. Pero esto plantea dudas sobre la viabilidad y las verdaderas intenciones detrás de estas políticas. Más aún, este keynesianismo bélico se enfrenta a la falacia de «la ventana rota», formulada por el economista francés Frédéric Bastiat. Según Bastiat, el gasto en reparación de daños —en este caso, la inversión en defensa como respuesta a un conflicto artificialmente exacerbado— no genera riqueza neta, sino que simplemente redistribuye recursos que podrían haberse destinado a fines más productivos. En otras palabras, destinar fondos públicos a la industria armamentística en detrimento de sectores estratégicos como la enseñanza, la sanidad o la innovación tecnológica solo produce una ilusión de crecimiento económico, mientras erosiona la base productiva real de la sociedad.
Uno de los factores clave que explica el auge del keynesianismo bélico en Europa es la enorme capacidad de influencia del lobby armamentista sobre los principales gobernantes europeos y la burocracia de Bruselas. Los grandes contratistas de defensa, con estrechos vínculos con la OTAN y las élites políticas, ejercen una presión constante para incrementar el gasto militar bajo el pretexto de la seguridad.
Las empresas del sector armamentístico financian think tanks, campañas electorales y grupos de presión que moldean las decisiones estratégicas de la Unión Europea. Como resultado, muchas de las políticas adoptadas en Bruselas responden más a los intereses de la industria de defensa que a las verdaderas necesidades económicas y sociales de los ciudadanos europeos. Este fenómeno no solo contribuye al despilfarro de recursos públicos, sino que también refuerza la dependencia militar de Europa respecto a Estados Unidos, debilitando cualquier intento de autonomía estratégica real.
La idea de que Rusia es una amenaza inminente para Europa carece de fundamento sólido. Invadir un país europeo requeriría recursos militares de tal magnitud que Rusia no posee ni tiene intención de emplear. Por otro lado, Europa no tiene bienes estratégicos que sean particularmente deseados por Rusia.
Sin embargo, perpetuar este discurso permite a ciertos políticos y a la burocracia de Bruselas justificar un aumento en el gasto militar con el pretexto de la «seguridad nacional y europea». Este enfoque no solo desvía recursos de áreas esenciales como la enseñanza o la sanidad, sino que también refuerza una dependencia económica y política hacia Estados Unidos y la OTAN.
Europa se enfrenta al desafío de recuperar su capacidad industrial tras décadas de deslocalización y dependencia energética. Destinar casi un billón de euros, como algunos pretenden, al rearme podría impulsar temporalmente sectores como la industria alemana o francesa. Sin embargo, esta estrategia no aborda problemas estructurales como la falta de competitividad frente a China o las restricciones energéticas derivadas del fin del Nord Stream (Gasoducto Ruso-Alemán, Gasoducto del Mar Báltico que el 26 de septiembre de 2022 sufrió dos atentados con explosivos que reventaron un tubo del Nord Stream 2 y los dos tubos del gasoducto, quedando inutilizado… la autoría de los atentados se atribuye al gobierno estadounidense de Joe Biden).
La clave para una reindustrialización perdurable radica en diversificar las fuentes energéticas y fortalecer las cadenas de suministro internas. Esto implicaría invertir en tecnologías productivas, fomentar la innovación y reducir la dependencia tanto de Rusia como de China. No obstante, estas acciones requieren una visión estratégica a largo plazo que trascienda los intereses inmediatos del complejo militar-industrial. Europa debe reinventarse si quiere ser competitiva, apostar por la independencia en sectores clave como la industria, la energía y las nuevas tecnologías, donde se está quedando rezagada.
Uno de los aspectos más cuestionables de la política europea actual es la tendencia a desmantelar su industria nuclear, una decisión que muchos consideran precipitada e imprudente. Alemania ha emprendido lo que denomina «Energiewende» (transición energética), un ambicioso proyecto que incluye el cierre completo de sus centrales nucleares.
Esta transición energética alemana no está exenta de enormes costos:
Además, es imprescindible abandonar la estúpida idea de un «progresismo» basado en propuestas acientíficas como las energías «limpias» y el absurdo intento de controlar el clima bajo la premisa de que el planeta se degrada debido a la acción humana. El colmo es la pretensión de «restauración de la naturaleza», que supone el abandono de tierras cultivables y el asilvestramiento de esos terrenos con fondos públicos, además de políticas como «recuperar antiguos cauces de los ríos», evitar su limpieza o impedir la construcción de embalses, que han derivado en desastres naturales evitables como las recientes y mortales inundaciones de Valencia y provincias limítrofes hace pocos meses.
La Europa contemporánea vive una profunda crisis de identidad. El discurso belicista centrado en amenazas externas, sin duda tiene la intención de distraer la atención de las reformas estructurales que Europa necesita de manera urgente. Europa necesita un debate honesto sobre su modelo energético, sus políticas migratorias y su identidad cultural para definir un camino perdurable que respete tanto su legado histórico como las necesidades del futuro.
En lugar de apostar por estrategias de confrontación, los líderes europeos deberían resistir, hacer frente a la presión del lobby armamentista y construir un modelo económico basado en la independencia estratégica, reduciendo la burocracia y eliminando gastos ideológicos innecesarios como la Agenda 2030. Es crucial reducir la carga regulatoria, disminuir el número de empleados públicos y fomentar la libertad económica para incentivar la prosperidad. Europa debe centrarse en recuperar su competitividad y dejar de aplicar políticas que, lejos de impulsar el desarrollo, solo conducen a su estancamiento y declive económico.
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