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Europa se está suicidando… y mientras, los europeos de fiesta en fiesta. La caída del Imperio Romano no fue debida a la invasión de los «bárbaros», se debió entre otras causas al socialismo y el feminismo…

CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS

Hay buenas razones para mirar a la antigua Roma en lugar de a cualquier otra civilización cuando se trata de ver hacia dónde se dirige la Unión Europea. La mayoría de la gente ha oído hablar de la caída del Imperio Romano, pero pocas personas saben por qué y como se produjo. Y, aún menos se dan cuenta de que la actual Europa ahora está en el mismo camino por más o menos las mismas razones

A principios del siglo XX Europa controlaba casi todo el mundo, política, financiera y militarmente. Ahora, en el siglo XXI, se ha convertido en un «Disneyland» con edificios reales y un zoológico interactivo para turistas asiáticos. En la actual Europa, como en los últimos momentos del Imperio Romano, falta sentido común, se camina hacia la bancarrota, debido al endeudamiento y al despilfarro, al mismo tiempo que existe una profunda crisis de moralidad y aumenta la corrupción. Ahora, en Europa, como entonces en el Imperio Romano, hay causas políticas, legales, sociales, demográficas, ecológicas, militares, psicológicas, intelectuales, religiosas y económicas que, salvo que alguien, algunos, les pongan remedio, conducen inevitablemente al caos y, posiblemente a su extinción.

Evidentemente, para ser exactos hay que hablar de una progresiva degración, más que de caída del Imperio Romano; el progresivo derrumbe se debió, como en la actual Europa, al enorme aumento del autoritarismo, la planificación centralizada de todo o casi todo, el totalitarismo (el afán de los gobernantes de dar una solución total a todas las facetas de la vida de los ciudadanos en general) y cada día más creciente burocracia.

El declive de Europa comenzó a principios del siglo XX, aunque ya había un factor desestabilizante que empezó a actuar como una carcoma en muchos de los países: el nacionalismo, estrechamente unido al romanticismo de finales del siglo XIX, del que proviene la idea de autodeterminación, frente a las monarquías existentes en la mayoría de las naciones europeas… Al mismo tiempo que esto sucedía, se introdujo en Europa una nueva religión -aunque «laica»-, la democracia; democracia supuestamente representativa en la que los ciudadanos de los diversos países europeos podrían participar en la toma de decisiones de todo lo que les concierne y elegir a sus gobernantes.

Evidentemente, la democracia realmente existente dista mucho de aproximarse a ello y más se acerca a lo que los antiguos griegos, especialmente Aristóteles, denominaban «oclocracia», el gobierno de demagogos, ignorantes, déspotas aupados al poder por una muchedumbre ruidosa. Estoy hablando de una situación que ya ha llegado: Cuando es posible que las personas voten sobre asuntos que implican la transferencia de riqueza de otros ciudadanos hacia ellos mismos, la urna se convierte en un arma con la que la mayoría saquea a la minoría. Ese es el punto de no retorno, el punto donde el mecanismo del fin del mundo comienza a acelerarse hasta que el sistema se autodestruye. Los saqueados se cansan de llevar la carga y eventualmente se unen a los saqueadores. La base productiva de la economía disminuye cada vez más hasta que sólo queda el Estado…

Transcurridas varias décadas, tras el fin de la segunda guerra mundial, en plena euforia democratizante por oposición al eje nazi-fascista derrotado y también, qué duda cabe, bajo la presión amenazadora de la Unión Soviética y sus países satélites, los países capitalistas europeos más avanzados proyectaron y pusieron en práctica políticas muy intensas de bienestar social, las cuales, a corto plazo, mejoraron el nivel de vida de su ciudadanía espectacularmente, aunque a la larga generaron un enorme afán recaudador, una cada vez mayor presión fiscal para mantenerse. Si a esto unimos el consabido incremento de la demanda laboral, la aparejada depreciación del trabajo, el aumento de la esperanza de vida y el alarmante descenso de la natalidad… Europa creó un enorme problema, cada día que pasa de mayor magnitud, y que crece sin límites y al que los gobernantes no parece que tengan deseos de hincarle el diente. No obstante, países que llevaban años de retraso respecto al esquema del «estado benefactor», como España, por ejemplo, los acabaron calcando sin ningún reparo y redefinen al Estado como el gran proveedor del bienestar, necesitado de aportes fiscales exorbitantes tanto para atender a los supuestos “derechos” que sufraga universalmente como para retribuir al ejército de funcionarios que acaba empleando; y no para de crecer.

Las políticas de bienestar social de la mayoría de los estados europeos responden puntualmente al futuro que diseñan, deciden e imponen las élites globalistas, con el apoyo entusiasta de la izquierda, refundada y reorganizada en torno a la ideología woke.

La nueva izquierda, el progresismo de ahora, su nueva utopía democrática, consiste en una estructura basada en la libre y subjetiva determinación de los individuos para conformar nexos de intimidad, vínculos completamente desvinculados de la función social que históricamente ha ejercido la familia, definidos por la obsesiva fijación sobre la identidad sexual de cada cual y con la plena realización de dicha identidad como objetivo máximo. Todo ello se complementa con la reeducación de la población con el objetivo de conseguir sociedades desvinculadas del pasado histórico que las conformaron e integradas a la par por autóctonos y por legiones de inmigrantes llegados de países subdesarrollados, quienes aportan intactas su cultura, religión, costumbres y leyes particulares; todos en una enorme amalgama, mejor dicho gazpacho con muy malos ingredientes, de trabajadores precarios, fijos discontinuos, mileuristas, desempleados, ociosos-dependientes y pobres en general, endeudados a perpetuidad y sin más horizonte en la vida que trabajar si es posible, recibir cuantas más ayudas del Estado mejor, consumir todo lo que puedan y durar un tiempo razonable sobre este mundo.

Ese es el paraíso que las élites nos tienen preparado y el que la nueva izquierda progresista presenta a sus seguidores como el no va más de la igualdad, la solidaridad y la bondad humana. Esa basura, propiamente hablando…

Hagamos nuevamente un viaje siglos atrás, milenios:

La Civilización Romana emprendió el camino hacia el abismo desde el momento en que sus ciudadanos perdieron de vista sus valores tradicionales y abrazaron el ideal del “homo festivus”, cuando se adoptó por parte de los gobernantes la máxima de “panen et circenses”, y se condujo a los romanos a una situación de igualdad en la necedad, igualdad en la mediocridad,… por supuesto, la administración del estado acabó endeudándose cada vez más, despilfarrando, provocando inflación, entrometiéndose en el mercado, recurriendo al control estatal de los precios, regalando generosamente subvenciones…, las ciudades se fueron empobreciendo, la gente productiva fue esquilmada por el estado, y como era de esperar acabó huyendo al campo, abandonando las ciudades…

¿Por qué hacer el esfuerzo de trabajar tu propia tierra cuando sus productos no pueden venderse a precios rentables, ya que el estado los distribuye casi gratis en Roma?

Antes de la invasión de los “bárbaros” ya se había producido el colapso del estado, por haber aplicado durante largo tiempo políticas socialistas, por hacer que los ciudadanos llevaran una vida regalada…

Auge y depresión en la antigua Roma: el «New Deal» en la antigua Roma:

New Deal es el nombre dado por el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt a su política intervencionista puesta en marcha, para luchar contra los efectos de la Gran Depresión ocurrida en los Estados Unidos, tras la crisis de 1929.

Cayo Julio César Octaviano, también llamado Augusto o César Augusto, fue el primer emperador de Roma, con él se inauguró la paz romana.

«Pax Romana» es la expresión utilizada para nombrar el largo periodo de estabilidad que vivió el imperio romano, caracterizado tanto por su calma interior como por su seguridad exterior, lo que le permitió alcanzar su máximo desarrollo económico y expansión territorial. Durante el mandato de Augusto (más de cuatro décadas) y los de sus sucesores durante casi 400 años, el imperio mantuvo a raya a los extranjeros («bárbaros») que amenazaban con destruir la civilización occidental.

El imperio de Augusto fue celebrado, por sus contemporáneos, como lo más nuevo y glorioso que le había ocurrido hasta entonces a la Humanidad. Después de un siglo de cruel confusión, la humanidad parecía despertarse de una larga pesadilla…

En palabras del filósofo estoico, Epicteto, que había nacido esclavo: “César [Augusto] ha ganado para nosotros una paz profunda. No hay guerras ni batallas, ladrones ni piratas y podemos viajar y navegar a todas horas del este al oeste”.

No obstante, es necesario hacerse una puntualización: se habla de la paz romana como sinónimo del periodo iniciado con el reinado de Augusto; sin embargo, es muy posible que ésta no fuera la percepción que tenía el emperador, ya que, eran frecuentes las expediciones militares que hubo que emprender, tanto por su parte como por sus sucesores, para someter a pueblos indómitos. Había luchas en las fronteras de todo el imperio…

A pesar de estas guerras periféricas, Italia estuvo siempre pacificada, junto con el resto de las provincias del imperio. Sin dudas, se puede afirmar que los diversos emperadores gobernaron con bastante éxito, el pueblo romano vivía algo más que medianamente satisfecho, pues el gobierno establecido por Augusto, se puede considerar un inmenso homenaje a la justicia y eficiencia…

La prosperidad asociada con Augusto naturalmente contribuyó al prestigio que conllevaba su nombre. Los negocios se habían visto terriblemente dificultados por el desastre general y el caos de los últimos años de la República. Con el establecimiento de una paz firme bajo un gobierno honrado y competente y con libre comercio a lo largo del imperio (pues los bajos impuestos a los puertos no eran aranceles proteccionistas), iba a producirse una enorme reactivación de los negocios.

Pero… cuando Augusto volvió a la capital tras la batalla de Actium (en la que venció a Marco Antonio y Cleopatra) encontró a una Roma empobrecida y su estructura económica desorganizada debido a la guerra civil. Para aliviar la situación, recurrió a una política similar a la que se llevó a cabo en los Estados Unidos después de la crisis de 1929. Tal como hizo el gobierno norteamericano, el gobierno de Augusto también recurrió al dinero fácil. Los tipos de interés se mantuvieron artificialmente bajos para animar a pedir prestado y hacer que mejoraran los negocios. Esta política llevó a una expansión exagerada de los créditos bancarios que trajo, como resultado, la consiguiente depresión. La política emprendida por Augusto promovió un auge inflacionista seguido por duros tiempos deflacionistas…

Durante los primeros 20 años del reinado de Augusto se despilfarró, se gastó de manera descontrolada. El emperador había heredado la fortuna de Julio César, y a la misma sumó el rico tesoro confiscado en Egipto. Como describe Suetonio: “Cuando trajo los tesoros reales de Egipto a Roma, el dinero se hizo tan abundante que el tipo de interés bajó y el valor de las propiedades aumentó grandemente”.

Hizo repetidamente donaciones de dinero a los pobres, tal vez esperando aplacarlos mientras buscaban empleo. Además, emprendió grandes obras públicas, en parte para aliviar el desempleo. Sus obras públicas repararon todas las carreteras en Italia y las calles en Roma. Ayudó a muchas ciudades con donaciones de acueductos, baños, templos y edificios públicos. La creación de empleo se tomó tan en serio que en la última parte del siglo I el gobierno rechazó utilizar un nuevo invento para mover grandes columnas en Roma porque se temía que el nuevo dispositivo ahorraría mano de obra y dejaría a los hombres sin empleos.

Según calculan los historiadores, en cuatro años fluyó al público el equivalente a cuarenta y dos millones y medio de euros. Toda Italia compartió la prosperidad. Se realizaron multitud de construcciones privadas y públicas en las ciudades.

Todo esto recuerda curiosamente a lo que ocurrió en Estados Unidos en los años veinte del siglo pasado y a los años de «prosperidad» de hace algunas décadas en la Unión Europea, especialmente en los países que, como España, se fueron incorporando…

También la política monetaria de Augusto fue similar a la del «New Deal» al mantener los créditos bancarios abundantes y baratos. El gobierno poseía minas de oro y plata. El producto estaba disponible para su acuñación. Durante los primeros 20 años del régimen, se abrieron varias cecas en España, una grande en Lyon, en la Galia, y hubo grandes acuñaciones en la ceca de Roma. Indudablemente, esta política contribuyó a la expansión de los negocios y el auge.

Pero, una parte de la población no compartió la prosperidad general; la presencia en las ciudades romanas de un gran número de esclavos, ocasionó un desempleo continuo (sorprendente la semejanza con la continua llegada de extranjeros a la Unión Europea, de manera más o menos regulada). La condición de los desempleados y los no empleables era un problema determinante y de difícil solución. Había que cuidar de ellos si no era posible emplearlos en las obras públicas o en los asentamientos coloniales. Incluso durante las guerras civiles, había resultado necesario continuar con la distribución gratuita de grano.

Augusto redujo el número de subsidiados a 200.000. Suetonio habla de una crisis cuando el gobierno, para reducir los gastos de las ayudas, expulsó a los residentes extranjeros, excepto a médicos y maestros. Un estadista tan sabio no podía evitar darse cuenta de los efectos empobrecedores del sistema.

En otras palabras, la situación se había ido de las manos. Muchas personas preferían la ayuda a los salarios.

Casi 300 años después el subsidio se extendió y se hizo hereditario. Se entregaban dos libras de pan diarias a todos los ciudadanos registrados que lo solicitaran. Además, se distribuía cerdo, aceite de oliva y sal gratuitos cada cierto tiempo. Cuando se fundó Constantinopla, el derecho de ayuda se asoció a las nuevas casas para estimular la construcción.

La prosperidad de Roma durante el gobierno de Augusto, fue parcialmente el resultado de un gran programa de gasto. Fue posible principalmente por el botín conseguido en Egipto. Pero el dinero -inevitablemente- acabó terminándose. En sus últimos años, Augusto gastó mucho menos en edificios públicos y entretenimiento popular que en los primeros. También las guerras acabaron siendo un enorme lastre financiero. Grandes cantidades de dinero volvieron a las provincias para pagar productos de lujo importados por los ricos. Con el agotamiento de las minas, se controló el flujo de oro y plata a las cecas. La acuñación cayó a alrededor del 5% de su ritmo anterior. Fue deflación de verdad. Aumentaron los intereses y cayeron los precios. El siguiente emperador, Tiberio, con una economía rígida, acabó consiguiendo equilibrar el presupuesto sin aumentar los impuestos; en algunos casos fue capaz de reducirlos. Hombre severamente concienzudo (a pesar de las escandalosas historias que hacían circular sus enemigos), Tiberio se arriesgó a la impopularidad en la capital al recortar los costosos fastos públicos que su predecesor, Augusto, había pensado que eran necesarios para mantener al pueblo de buen humor.

Pero esta política esencial de gasto prudente de Tiberio, que continuó igual que la deflación augustea, produjo tiempos duros, que culminaron con el pánico del 33. En el año 33, los deudores preocupados, tal vez empujados por picapleitos, empezaron a demandar por usura a sus acreedores. Hubo tantos casos que el gobierno dio un plazo de 18 meses en los que los demandados podían arreglar sus asuntos de acuerdo con la ley. Esto precipitó una crisis, porque se reclamaron los préstamos y cayeron los precios de los terrenos.

Para reforzar el mercado, se recuperó la ley cesariana y se ordenó a los prestamistas invertir dos tercios de su capital en territorio italiano. El efecto del edicto fue el contrario del que se pretendía. Con un mercado a la baja, la reinversión en tierras se pospuso a causa de los bajos precios y el desplome continuó. Se autorizó a prestar a terratenientes con problemas enormes cantidades de dinero, sin intereses, por un periodo de hasta tres años. Esto ayudó a estabilizar el mercado y acabó con la crisis. No era una civilización industrial compleja. Así que los resultados del pánico no fueron tan devastadores y duraderos como los del pánico que acabó con los años de auge en Estados Unidos.

Se produjeron dos experimentos más en este periodo, propios del New Deal. Se creó durante el gobierno de Domiciano una Ley de Ajuste Agrícola, tal como cuando el New Deal en los EEUU, y un sistema de crédito agrícola para proporcionar préstamos a corto, mediano y largo plazo para fines agrícolas, años más tarde cuando los emperdores fueron Nerva y Trajano.

Se habrán dado cuenta del enorme parecido de todo ello con la denominada Política Agraria Común -PAC- de la Unión Europea…

Los campesinos italianos, especialmente los propietarios de grandes extensiones de terreno, habían descubierto que el vino y el aceite eran más rentables que el trigo. Cuando el cultivo de las viñas estaba en sus inicios, el los agricultores italianos fueron capaces de inducir al gobierno en distintos momentos a restringir la plantación de viñedos en las provincias. Sin embargo, la competencia provincial había continuado. En el año 91 hubo una mala cosecha de trigo y una sobreproducción de vino. Para estimular la producción de trigo y al mismo tiempo proteger los intereses de los vinateros, el Departamento de Agricultura decretó que no se plantarían más viñas en Italia y que se destruirían la mitad de los viñedos en las provincias.

También guarda todo ello una enorme similitud con las políticas de la UE con el pretexto de Restauración de la Naturaleza. La Comisión Europea pretende, dice, restaurar la Naturaleza, reparar al menos el 20 % de los ecosistemas degradados antes de 2030 y la totalidad entes de mitad de siglo, incluidas las tierras de cultivo.

Transcurrido el tiempo, en el Imperio Romano le llegó el turno a Trajano que, había conquistado la Dacia, la actual Rumanía. El territorio de la Dacia poseía minas muy productivas y un gran tesoro acumulado. Según cálculos de algunos historiadores, el botín que obtuvo Trajano era el equivalente a 85 millones de euros. El inesperado premio conseguido por Trajano en la Dacia, permitió que el emperador pudiera actuar de forma generosa y espléndida. Como el dinero no se necesitaba en Roma, Trajano lo utilizó para crear el mayor fondo filantrópico de la historia hasta la Fundación Rockefeller.

El tamaño de las familias pobres había disminuido, porque era muy difícil mantener a los hijos. Las repercusiones se estaban sintiendo en la industria italiana, que necesitaba un mercado interior más grande. El gobierno del imperio ansiaba desesperadamente animar el crecimiento de la población; así que, se decidió que los intereses de los préstamos deberían destinarse en toda Italia para pagar a familias pobres para ayudar al mantenimiento de sus hijos. La historia muestra cómo acabó esta enorme filantropía. Fue desapareciendo gradualmente bajo la repetida devaluación del denario…

Los sucesivos emperadores romanos incrementaron gastos e impuestos, devaluaron la moneda con la consecuente inflación, y decretaron controles de precios y salarios.

Finalmente, tanto el pobre como el rico acabaron rezando para que los bárbaros los liberasen del yugo del intervencionismo del estado romano. Sirva como ejemplo que, en el año 378, los mineros de los Balcanes se pasaron en masa al bando de los invasores visigodos.

Si tan enorme gasto, para mantener el estado del bienestar socialista, acabó hundiendo al imperio romano, ¿Qué no acabará sucediendo con las frágiles economías de nuestros países?

Y paralelamente a todo esto, tal cual nos describe Amaury de Riencourt, en “Sexo y poder en la Historia”, «a medida que el imperio romano ganó en extensión, la sociedad romana experimentó una extraordinaria mutación con asombrosa rapidez, pasando del sano estoicismo y la simplicidad a una vida de libertinaje desenfrenado. […] La prostitución aumentó a pasos agigantados, la homosexualidad se importó de Grecia, y las mujeres se liberaron pronto de cualquier traba. No contentas con suprimir la autoridad absoluta del paterfamilias, las mujeres romanas empezaron a abandonar sus hogares para desempeñar un papel cada vez más importante en la vida política del Estado.»

«Fruto de la cultura grecorromana desequilibradamente masculina, esta rebelión feminista adoleció de un defecto decisivo: al revolverse contra la autoridad masculina y la supremacía de los valores viriles en términos estrictamente masculinos, las mujeres romanas destruyeron en definitiva los cimientos de su propia sociedad y civilización. […] Inconscientemente, las mujeres romanas destruyeron con sus propias manos sus bastiones femeninos en una sociedad patriarcal; las altivas, respetadas e influyentes madres de los primeros tiempos de la República pasaron a despreciar su función biológica primordial en la época imperial y comenzaron a competir con los hombres en términos masculinos. En ese proceso, fracasaron y no hicieron ninguna contribución significativa a la cultura romana; y al no ser capaces de restablecer el respeto por los valores específicamente femeninos contribuyeron a corromper la vida romana bajo el dominio imperial de los Césares sin lograr siquiera participar directamente en el poder político, cada vez más sujeto al influjo de las legiones y de la guardia pretoriana…”

Las similitudes entre la forma de vida del mundo occidental contemporáneo y del imperio romano en lo que respecta a decadencia son increíblemente turbadoras: la misma falta de objetivos éticos, la misma degeneración cultural y misma ausencia de creatividad, la misma brutalización, el mismo envilecimiento, la misma zafiedad y el mismo culto a la violencia sin venir a cuento. El circo romano en el que los gladiadores derramaban su sangre para la satisfacción sádica de las multitudes se sustituye ahora por el cine y la televisión, en los que el kétchup ha reemplazado a la sangre para satisfacción del mismo tipo de multitudes narcotizadas y alienadas.

Pero el psíquicamente el significado es idéntico en ambos casos.

Es más, la rebelión de las mujeres tanto entonces como ahora tiene idéntico alcance y el mismo propósito de destrucción de la civilización y de la sociedad, ya que en ambos casos las mujeres se sublevan contra el marco de referencia masculino, en lugar de desplegar un enfoque creativamente femenino respecto de cómo restablecer el poder de la mujer y su influencia, sin destruir la sociedad y dándole al componente femenino su verdadero lugar en la sociedad…

Dicen que quienes no conocen su propia historia, la Historia, están condenados a repetirla… pues “eso”.

Hemos llegado a tal punto que, ya no se trata de derechas o izquierdas, liberales o estatistas, conservadores o revolucionarios. El debate se centra entre la voluntad de ser y existir en la historia o la eutanasia activa de una civilización, entre la pervivencia de los valores y el modo de vida que hicieron grande a occidente o la renuncia y la entrega del futuro a otros que aguardan en nuestras fronteras. Otros que, por cierto, odian a occidente mucho más que los enterradores autóctonos. Entre unos y otros, nuestro porvenir cada vez es más oscuro.

Así que, estén atentos al telón porque, en este caso, caerá justo cuando menos se lo esperen.

Y, todavía hay quienes se extrañan de que en las últimas elecciones al parlamento europeo haya aumentado la abstención y el número de personas que han votado a quienes los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas denominan «la extrema derecha» … La UE se ha convertido en un tren fuera de control, un tren cuyos maquinistas dirigen hacia un precipicio. Y lo que es más preocupante: los maquinistas no paran de arrojar más y más carbón a la locomotora a un ritmo alarmante, acelerando el tren en lugar de ralentizarlo.

En Europa todavía, una gran mayoría prefiere ignorar que el tren se dirige hacia el precipicio. Lo cual, hasta cierto punto es comprensible, ya que a nadie le gusta la idea de saltar de un tren en marcha. Sin duda, no es una elección agradable de llevar a cabo. Pero, como decía Ayn Rand, se puede optar por ignorar la realidad, no tenerla en cuenta… pero no se pueden ignorar las consecuencias de ignorar la realidad…

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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