Ljubiša Malenica
http://www.elespiadigital.org/index.php/tribuna-libre/33628-2021-04-06-22-36-52
A medida que nos adentramos en la tercera década del siglo XXI, podemos afirmar sin lugar a dudas, teniendo en cuenta todos los elementos importantes de la vida social, que las mujeres han alcanzado la misma condición que los hombres. Es más, en algunos casos, las mujeres pueden considerarse justificadamente más privilegiadas.
Según una investigación de Sonia Starr, los hombres suelen cumplir sentencias un 63% más severas que las mujeres que han cometido el mismo delito. [1] [2] Un análisis realizado en Estados Unidos reveló que el riesgo de muerte en el lugar de trabajo es diez veces mayor para los hombres que para las mujeres. [3] Según un informe de 1994 elaborado por Andrew Knestaut, entonces empleado de la Oficina de Seguridad, Salud y Condiciones de Trabajo, «las mujeres tienen menos probabilidades de morir en el trabajo porque ocupan muchos menos puestos en los grupos profesionales más peligrosos»[4].
Las estadísticas utilizadas por la autora se refieren a los Estados Unidos, pero dado que el feminismo como proceso patológico es más observable dentro de los Estados Unidos y otros países occidentales, las cifras presentadas son útiles como indicador de la influencia que tienen las nociones feministas en la configuración de las reacciones de la sociedad y sus instituciones.
Las mujeres son mucho más privilegiadas que los hombres a la hora de adquirir la custodia de los hijos durante los litigios de divorcio. Según las estadísticas de fuentes norteamericanas, en Estados Unidos, hasta en el noventa por ciento de los casos, es la mujer quien adquiere el derecho de custodia sobre los hijos. Además, en lo que respecta a las consecuencias de un divorcio, las mujeres son igualmente mucho más privilegiadas que los hombres.
Los casos mencionados anteriormente son sólo algunos ejemplos en los que la situación privilegiada de las mujeres es más que evidente. Algunos podrían señalar que hay una razón lógica y justificable para este estado de cosas, una afirmación con cierto mérito. Sin embargo, si seguimos este razonamiento, llegamos fácilmente a la conclusión de que también existe una explicación lógica y justificable para el «privilegio» de los hombres en determinadas esferas sociales, que es, según los defensores del feminismo, el problema esencial.
Si, por ahora, ignoramos los casos de privilegio femenino y reiteramos el hecho de que a los ojos del sistema legal, en una parte importante del mundo, las mujeres gozan de los mismos derechos que los hombres, es lógico preguntarse cuál es el propósito ulterior del feminismo. Todos los grandes objetivos se han alcanzado. Las mujeres tienen derecho a trabajar, a participar en la vida social y política, tienen derecho a votar y a ser elegidas, pueden emprender y desarrollar sus propias ideas empresariales. Además, sin temor a sanciones legales, las mujeres pueden matar a sus propios hijos no nacidos en los casos en que el embarazo, por una u otra razón, se considere un obstáculo para la mujer.
Con cierta ironía observamos que las mujeres han ganado el derecho a decidir de forma independiente, sin ninguna aportación del padre, sobre la vida y la muerte de las generaciones futuras, y sin embargo, los representantes de las organizaciones feministas siguen actuando como si a las mujeres se les negaran derechos básicos, que les fueron concedidos hace mucho tiempo.
Para los fines de este texto, y de acuerdo con el título del artículo, es necesario comenzar por definir tanto el término de feminismo como el de patología social.
El feminismo no siempre tuvo las características que hoy se encuentran en él. Se entiende que hay cuatro olas diferentes de feminismo que, temporalmente hablando, se extendieron desde la mitad del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XXI. La primera ola del feminismo, circunscrita al siglo XIX y principios del XX, englobaba los movimientos que luchaban por el sufragio femenino. La segunda ola, marcada por las demandas de igualdad legal y social y la revolución sexual, afectó a una parte importante de la década de 1960. La década de los 90 se caracterizó, entre otras cosas, por el feminismo de tercera ola, mientras que la cuarta ola, desde 2012, se caracteriza por el amplio uso de las redes sociales y la supuesta lucha contra «la violencia hacia las mujeres, la cultura de la violación y las agresiones sexuales»[5].
Por necesidades de consumo ideológico, el feminismo se define como un movimiento por la igualdad de género, es decir, una teoría de la igualdad política, económica y social de los géneros[6]. Forma parte integral de la narrativa feminista la idea de que a lo largo de la historia las mujeres han sido oprimidas por los hombres dentro de una sociedad tildada de patriarcal, que en sí misma es vista como una forma de organización social esencialmente mala, sin cualidades redentoras.
La definición de feminismo hace hincapié en la dimensión política, económica y social de la lucha de las mujeres por la igualdad. En 2021, ninguno de los tres ámbitos mencionados está fuera del alcance de las mujeres. En cada uno de ellos existen mujeres que han llegado hasta allí gracias a su propio trabajo y talento o a la corrupción y el nepotismo.
Las mujeres, dado que la categoría de ciudadanas también las incluye, tienen los mismos derechos ante la ley que los hombres. En algunos estados, dada su biología específica, disfrutan de beneficios inaccesibles para los hombres, como ya se ha señalado. A la luz de estos hechos, que son indiscutibles, parecería que el propósito del feminismo actual es la perpetuación de la narrativa del victimismo y, a través de ella, la lucha por el poder.
Las características del feminismo moderno son la desviación de la percepción objetiva de la realidad, los ataques agresivos a las estructuras actuales de la sociedad, la demonización de los hombres como categoría y el efecto destructivo sobre la capacidad de una determinada sociedad para renovarse, tanto en un sentido puramente biológico como cultural y nacional.
En cuanto a la patología social, suele entenderse de dos maneras, como disciplina científica del mismo nombre o como fenómeno social negativo.
Uno de los diccionarios digitales más conocidos en inglés, Miriam-Webster, define la patología social como «un estudio de los problemas sociales (como la delincuencia o el alcoholismo) que los considera enfermedades del organismo social»[7] La Wikipedia, la mayor enciclopedia en línea, observa este fenómeno de forma similar. Un artículo dedicado a la patología social la define «en el sentido más amplio como la ciencia sobre un complejo de hechos relacionados con trastornos socialmente condicionados, nocivos, inaceptables e indeseables»[8].
Las definiciones relativas a la propia naturaleza del fenómeno caracterizan la patología social como «factores sociales, como la pobreza, la vejez o la delincuencia, que tienden a aumentar la desorganización social y a inhibir el ajuste personal»[9][10].
El fenómeno de la adaptación personal de un individuo se explica dentro de las ciencias sociológicas como un proceso de «adaptación de un individuo a las condiciones de su familia y su comunidad, especialmente en las interacciones sociales con aquellos con los que es necesario un contacto personal regular»[11][12].
En el libro titulado «La patología social como forma trágica de la existencia humana»[13], el profesor Branko Milosavljevic define las anomalías sociopatológicas como fenómenos «que, manifestándose como una forma de agresión de tipo delictivo o suicida, drogadicción y perversiones sociales, afectan negativamente a la vida, las condiciones y las posibilidades de desarrollo de los individuos, los grupos sociales pequeños y grandes»[14].
Como podemos ver, hay ciertas características comunes a todas las definiciones dadas anteriormente. Independientemente de que hablemos de la explicación de la ciencia en cuestión o del fenómeno en sí, cada una de las explicaciones ofrecidas reconoce la existencia de un determinado proceso dentro de la comunidad y hace hincapié en su impacto negativo sobre el grado de cohesión social y el desarrollo de los individuos dentro de la sociedad en cuestión.
Si aceptamos esta síntesis y las definiciones que la generaron, el feminismo, tal como lo conocemos hoy, puede clasificarse dentro de la categoría de las patologías sociales.
El feminismo como proceso, además de que su significado es cuestionable en 2021, está estimulado por pulsiones que afectan a la estabilidad interna de una determinada sociedad de forma degenerativa. Estas pulsiones incluyen una forma específica de revisión histórica, la deformación de los principios jurídicos y las normas sociales, la fundamentación de los argumentos en premisas falsas y la observación unilateral de fenómenos patológicos como, por ejemplo, la violencia doméstica.
Una de las reivindicaciones básicas del feminismo, en la que se basa la justificación de todo el movimiento, es la opresión histórica de las mujeres por parte de los hombres. Los defensores del feminismo reconocen esta opresión en la mayoría de las esferas de la actividad social. Desde la política, pasando por la legislación, las artes marciales, las capacidades militares, el arte, la ciencia, hasta la economía y la religión, la historia de la humanidad es para las feministas una historia de esfuerzos activos por parte de los hombres para subyugar a las mujeres e impedir su pleno desarrollo.
Según Susan James, una de las feministas más destacadas del siglo pasado, el movimiento feminista «se basa en la creencia de que las mujeres están oprimidas o en desventaja en comparación con los hombres, y que su opresión es de alguna manera ilegítima o injustificada»[15].
Nótese el uso del tiempo presente, que implica que las mujeres están actualmente oprimidas y en desventaja. Históricamente hablando, los casos de subyugación femenina o de privilegio masculino existieron y nadie puede argumentar en contra de eso, sin embargo, podemos notar aquí el mencionado tipo de revisionismo histórico, resultante de la aplicación de las ideas sociales modernas con respecto al papel y el estatus de las mujeres, de manera retroactiva, a toda la duración de la civilización humana. Todo el curso de la historia de la humanidad se observa e interpreta a través de la dicotomía hombre-mujer, en la que las connotaciones negativas del perpetrador se atribuyen sin reservas al sexo masculino, mientras que la mujer se convierte en víctima, sin posibilidad de cambiar su posición.
Al observar la comprensión feminista de la historia, se tiene la impresión de que estamos considerando una especie de teoría de la conspiración dentro de la cual se asume que la población masculina de cualquier sociedad trabajó activamente para impedir que las mujeres alcanzaran su pleno potencial. Para dar más peso a esta narrativa, se sugiere que las mujeres, independientemente del período de tiempo en cuestión, pudieron lograr mucho más de lo que lograron, si sólo no hubiera habido «opresión patriarcal» por parte de los hombres.
Este enfoque de la historia deja de lado un gran número de factores que influyen en la formación de las sociedades humanas y crea una imagen extremadamente distorsionada de la historia y de las relaciones de género en diferentes períodos. A los efectos de este texto, nos fijaremos en dos factores que, interrelacionados, permiten comprender mejor las razones de la naturaleza de la historia tal como la conocemos. El primero de estos factores se denomina dimorfismo sexual, mientras que el segundo engloba un conjunto de fenómenos naturales, en sentido global, que han influido en el desarrollo de las comunidades humanas y las circunstancias sociales, permaneciendo al margen de la influencia humana.
El dimorfismo sexual, definido de forma más sencilla, representa las diferencias entre machos y hembras de la misma especie en cuanto a color, tamaño, forma y estructura corporal, que son causadas por la herencia de uno de los dos patrones sexuales presentes en el código genético[16]. Dentro de la especie humana, este tipo de dimorfismo se observa más fácilmente al comparar las características físicas del cuerpo masculino y femenino. Un artículo científico publicado a principios de 2020, que trata del dimorfismo sexual en la estructura de los brazos humanos, señala que «al igual que otros grandes simios, los machos humanos luchan con frecuencia y las peleas pueden ser muy perjudiciales o letales. La selección sobre el rendimiento de la lucha masculina en los humanos ha conducido a un dimorfismo sexual similar al de otros grandes simios: los machos tienen un 41% más de masa corporal libre de grasa, un 75% más de masa muscular en los brazos y, en consecuencia, un 90% más de fuerza en la parte superior del cuerpo que las hembras (frente a un 50% más de masa muscular y un 65% más de fuerza muscular en las piernas)»[17].
A menudo, el dimorfismo sexual, como realidad biológica, se asocia a la noción de determinismo biológico, como su continuación lógica. Los defensores del determinismo biológico creen que el comportamiento humano es innato y está determinado por los genes, el tamaño del cerebro y otras características biológicas[18]. La teoría en cuestión fue criticada por ciertas conclusiones a favor del racismo, y más tarde se le opuso la tesis de que la cultura, y otros fenómenos sociales, son de hecho las verdaderas fuentes del comportamiento humano.
Hoy en día, está más que claro que el determinismo biológico influye en el comportamiento de las mujeres y los hombres y que no se puede rechazar como una teoría sin fundamento[19]. Además, una encuesta realizada en 2017 en Suecia, la capital del progresismo y el liberalismo, descubrió que los jóvenes suecos de ambos sexos, al matricularse en la escuela secundaria, eligen ocupaciones que se ajustan a la concepción tradicional de su papel de género [20][21]. Independientemente de las necesidades ideológicas del feminismo, el determinismo biológico sigue siendo uno de los factores importantes a la hora de elegir una profesión, y para el comportamiento dentro de la sociedad.
Cuando aceptamos la situación de hecho descrita a través del dimorfismo sexual y el determinismo biológico, podemos observar el curso de la historia con un mayor grado de comprensión y entender los papeles que los dos sexos desempeñaron en cualquier periodo. Concretamente, si tenemos en cuenta la historia de las civilizaciones humanas conocida hasta ahora, una de las primeras conclusiones que se impone, con razón, es que las relaciones mutuas entre las distintas sociedades estuvieron marcadas a menudo por la brutalidad.
Desde sus inicios, la historia de la Humanidad ha estado marcada por las batallas, las guerras, la esclavitud y las matanzas, y hay que señalar que el genocidio no fue un fenómeno extraño en ningún período histórico. Basta con observar los conflictos que construyeron los grandes imperios del pasado, desde Roma hasta Gran Bretaña, para encontrar momentos históricos caracterizados por un alto grado de crueldad y falta de humanidad, tal como la entendemos hoy. La destrucción de Cartago, la caída de Constantinopla, la conquista de Bagdad por los mongoles, la ofensiva alemana en Oriente, son sólo algunos ejemplos de la brutalidad humana hacia los pueblos diferentes a ellos.
Incluso antes de que nuestra especie empezara a desarrollar sus diversas civilizaciones, la necesidad de esfuerzo físico que favorecía a los hombres más que a las mujeres estaba presente en forma de lucha contra otras tribus primitivas y de caza de animales salvajes para la supervivencia de la comunidad. Las mujeres, al ser físicamente más débiles y la parte de la especie que pasa por el embarazo, eran mucho menos adecuadas para las expediciones de caza o la brutalidad del combate cuerpo a cuerpo que ha caracterizado la guerra durante la mayor parte de la historia de la humanidad.
La dura realidad de la existencia humana y la necesidad de luchar por la supervivencia, primero de la tribu y luego de la ciudad-estado, el imperio o la nación, exigían confiar, ante todo, en la fuerza pura y dura. Incluso en los casos en los que se produjo el desarrollo de altas civilizaciones, la necesidad de lucha para preservar lo conseguido fue clara y constante. No está de más recordar que los bárbaros no fueron detenidos por un alto grado de cultura y arte romanos, sino por la fuerza desnuda de las legiones romanas.
Como excepción a este curso histórico, aunque la brutalidad de los siglos anteriores reapareció, destacan los siglos XIX y XX. Durante estos doscientos años, varios procesos han influido en la formación de una comunidad humana globalizada, y uno de los más influyentes fue sin duda la formulación gradual de normas jurídicas que guían la interacción de toda la Humanidad, tanto a nivel individual como nacional y supranacional. A diferencia del siglo X, hoy es inconcebible que la población de Escandinavia saquee las costas de las Islas Británicas utilizando su poderío naval.
Los ideólogos del feminismo aprovechan cualquier oportunidad para señalar que las mujeres lucharon por sus derechos, pero lo que pasan por alto, accidental o intencionadamente, es el hecho de que circunstancias ajenas a los esfuerzos de las primeras feministas favorecieron el desarrollo de normas jurídicas que se aplicaban no sólo a las mujeres sino también a los niños, y que abarcaban también una serie de otras cuestiones sociales.
La visión feminista de la historia como subordinación de las mujeres a los hombres es muy superficial y, a efectos de su construcción ideológica, descuida una amplia gama de otras relaciones dentro de las diferentes comunidades históricas, junto con una larga lista de mujeres que se han distinguido en diversos papeles de importancia social. Hay más indicios de que, a lo largo de la historia, la relación entre hombres y mujeres ha descansado en la complementariedad de sus roles y no en una supuesta opresión. Si realmente hay que ver la historia como una relación entre el oprimido y el opresor, mucho más cercana a la realidad es la existencia de privilegios basados en la clase, más que en el género. Independientemente del sexo, ser miembro de la élite significaba, y todavía significa, ser privilegiado en comparación con el resto de la sociedad.
La supuesta injusticia histórica se utiliza en el contexto moderno como una excusa adecuada para violar los mecanismos legales básicos, las leyes y las normas sociales no escritas.
Uno de los ejemplos más evidentes de abuso de las normas legales para privilegiar a las mujeres frente a los hombres es la campaña #MeToo. En 2017, Harvey Weinstein, un antiguo productor estadounidense, fue acusado de una serie de agresiones sexuales, lo que condujo a su detención y a una condena de 23 años de prisión[22]. Paralelamente al drama que rodeó este caso, el hashtag #MeToo se hizo extremadamente popular en la red social estadounidense Twitter, y pronto un número creciente de mujeres comenzó a describir sus propias experiencias de agresión sexual. Poco después, empezaron a surgir en todo el mundo acusaciones contra hombres que ocupaban altos cargos, lo que llevó a un número importante de ellos a perder los puestos de trabajo y la reputación de la que habían disfrutado anteriormente. Este fenómeno se conoció como «efecto Harvey Weinstein»[23].
No cabe duda de que todos podemos estar de acuerdo en la injusticia fundamental de la violación y otras formas de agresión sexual. La violación, como ataque a la personalidad de la mujer, se entendía negativamente incluso en la antigüedad y en el periodo medieval. Los esfuerzos de las comunidades humanas por proteger a sus miembros femeninos de la violencia física y sexual no son cuestionables, pero con la llegada del movimiento #MeToo se ha vuelto parcialmente cuestionable lo que constituye una agresión sexual e incluso lo que se define como violación.
Después de que el movimiento #MeToo alcanzara su punto álgido en 2018, un grupo de científicos de la Universidad de Houston realizó una investigación sobre sus posibles consecuencias negativas. Según la Harvard Business Review, los investigadores primero «trataron de entender si los hombres y las mujeres tenían diferentes puntos de vista sobre lo que constituye el acoso sexual»[24].
Esto implica la existencia de un cierto espacio indefinido en lo que respecta al acoso sexual, es decir, qué es realmente el acoso sexual y qué lo caracteriza como fenómeno social. Llevadas por el momento del movimiento #MeToo, las feministas radicalizaron el espacio en cuestión y esto, consecuentemente, llevó a la violación de las normas legales. Al mismo tiempo, esto tuvo el efecto de privilegiar a las mujeres y así infantilizarlas aún más.
Durante la presidencia de Barack Obama, las universidades de Estados Unidos, bajo la influencia de las teorías feministas, ejecutaron cambios en las normas legales internas relativas a los casos de abuso sexual, haciéndolas mucho más sesgadas hacia quienes se presentan como víctimas de acoso sexual.
Los resultados de esta decisión no tardaron en salir a la luz. En septiembre de 2013, dos estudiantes del Occidental College de Los Ángeles, tras una noche caracterizada por la excesiva ingesta de alcohol, mantuvieron una relación sexual. Siete días más tarde, el joven (John Doe) fue acusado de violación por una chica con la que había pasado la noche[25]. A pesar de que los testigos confirmaron un grado significativo de intimidad e interacción entre los individuos en cuestión, John Doe fue informado al cabo de tres meses de que había sido expulsado de la universidad por violación.
La chica, cuya identidad se mantuvo en secreto por razones de seguridad, señaló durante la investigación que no recordaba en absoluto el contacto íntimo. Sin embargo, a pesar de sus afirmaciones, los investigadores descubrieron mensajes en su teléfono que indicaban claramente que ella era consciente de la situación[26]. A pesar de que tanto John como Jane Doe estaban bajo la importante influencia del alcohol, y de que ambos, en la medida de lo posible en su estado, habían iniciado voluntariamente un acto íntimo, sólo el estudiante masculino cargó con las consecuencias. Como admitió el propio decano de la facultad de la Occidental, «durante una relación heterosexual, es el hombre quien debe obtener el consentimiento y quien carga con la culpa en el caso de que ambos estén bajo la influencia del alcohol»[27][28].
Esta declaración, viniendo del más alto funcionario de la facultad, parecería estar divorciada del sentido común, considerando que trata a las mujeres como completamente desprovistas de responsabilidad por su propio comportamiento, pero casos como este no son desconocidos en las universidades estadounidenses. Durante 2014, los medios de comunicación estadounidenses siguieron de cerca la acusación de violación en grupo a una estudiante de la Universidad de Virginia[29] Antes de los sucesos de la Universidad de Virginia, durante 2006 y 2007, los medios de comunicación cubrieron el caso de tres estudiantes de la Universidad de Duke que también fueron acusados de violación en grupo[30] En ambos casos, los acusados resultaron ser inocentes.
Una de las razones de este tipo de comportamiento entre las mujeres jóvenes es el sentimiento de vergüenza, que, según un estudio conjunto[31] de científicos de Escandinavia y Estados Unidos, es mucho más frecuente en las mujeres que en los hombres a la hora de mantener relaciones sexuales casuales y de corta duración. La preocupación, el asco, la presión, la gratificación sexual, la competencia sexual de la pareja y la toma de iniciativa son un conjunto de seis factores que se controlaron durante la investigación. Los resultados mostraron que la mayoría de los factores tenían un mayor impacto en el sentimiento de vergüenza en las mujeres que en los hombres. Los resultados de un estudio de 2012[32] realizado por la Universidad de California demostraron que las mujeres sienten un mayor grado de vergüenza o remordimiento tras un acto íntimo puntual, debido a su naturaleza específica, derivada de la evolución. A saber, las hipótesis que guiaron la investigación, y que fueron confirmadas por ella, señalaban que «las mujeres, según la Hipótesis 1, evolucionaron para arrepentirse de las acciones sexuales erróneas, lo que les ayudó a evitar los costes reproductivos. Los hombres, según la hipótesis 2, evolucionaron para lamentar las inacciones sexuales equivocadas, lo que les ayudó a evitar la pérdida de oportunidades reproductivas»[33].
Si seguimos la lógica de la investigación mencionada, que está de acuerdo con los principios del determinismo y el dimorfismo biológicos, no es difícil advertir que la promiscuidad sexual representa, por varias razones, un comportamiento que afecta negativamente a las mujeres. Los hechos que implican que los sexos son diferentes, que los hombres desean tener relaciones sexuales frecuentes y que, dada la posibilidad de embarazo, una relación íntima de corta duración puede afectar a las mujeres en mayor medida que a los hombres, no son nada nuevo. Incluso sin la ciencia moderna, diferentes culturas de la Tierra y en diferentes épocas eran conscientes de estas características y las aceptaban como algo natural.
El objetivo de las instituciones sociales que se desarrollaron en respuesta a estas tendencias humanas naturales no era eliminarlas o suprimirlas, sino integrarlas en la compleja estructura de una comunidad humana para reducir las consecuencias negativas y reforzar las positivas del comportamiento en cuestión. La institución del matrimonio es una de esas adaptaciones, que satisface al mismo tiempo las necesidades de los individuos y del grupo social. A través del matrimonio y de la institución de la familia, estrechamente relacionada con él, la comunidad asegura su propia renovación biológica y cultural, mientras que los hombres y las mujeres proporcionan su propia continuación a través de la descendencia, con lo que las mujeres también adquieren un entorno seguro en el que no tendrían que soportar todas las dificultades de criar a los hijos por sí solas.
Si se tiene en cuenta la posibilidad de contraer una de las muchas enfermedades de transmisión sexual, la posibilidad de embarazo, el desarrollo de otras enfermedades y el impacto en la salud psicológica de las mujeres, el aumento de los sentimientos de vergüenza y remordimiento en las mujeres, después de participar en actividades cuyo objetivo principal y único es el placer inmediato, aparece como un sentimiento natural y comprensible.
Un ejemplo ilustrativo es la carta anónima enviada a la redacción del London Guardian[34] de 2008, que contiene la confesión de una mujer cuya juventud estuvo marcada por relaciones íntimas de corta duración con varios hombres. Una consecuencia de este comportamiento fue el desarrollo de una neoplasia intraepitelial cervical, una condición precancerosa. En una parte de la carta dedicada a su vida en el momento de la escritura se destaca que «sólo mis amigas más cercanas (y desde luego no mi pareja) conocen todos los detalles de mi historia sexual», lo que indica la presencia de vergüenza y remordimiento por el comportamiento anterior, y una clara comprensión de que la verdad tendría consecuencias muy indeseables para su vida en ese momento, una vida de esposa y madre. Dado el anonimato del texto, la existencia de esta persona puede ponerse en duda, pero las consecuencias de su comportamiento son una posibilidad real.
La ideología feminista, que durante décadas alentó la llamada revolución sexual, atacó la institución de la familia como una creación negativa del orden «patriarcal», al tiempo que redujo el acto de la intimidad sexual a la mera satisfacción de la necesidad física, puede ser caracterizada sin duda como la culpable del estado actual de las mujeres. Con el pretexto de la libertad, el feminismo abogó por la aceptación de un comportamiento autodestructivo entre las mujeres. Guiadas por los principios del feminismo, las mujeres modernas se encuentran inevitablemente atrapadas entre la Escila de su propia feminidad y la Caribdis de la noción feminista de lo que debe ser una mujer.
Uno de los objetivos originales del movimiento feminista estaba relacionado con el derecho de las mujeres a la igualdad de oportunidades en el empleo y la supuesta «liberación» de la población femenina de la vida pasada en la cocina. Posiblemente el resultado más llamativo de la entrada de las mujeres en el mercado laboral, en gran medida paradójico, es el fenómeno confirmado estadísticamente de la disminución de los sentimientos de felicidad y satisfacción en la población femenina.
Según un estudio, de 2009, realizado por Justin Wolfers y Betsey Stevenson, la felicidad entre la población femenina de Estados Unidos ha mostrado una tendencia a la baja durante el periodo de 35 años anterior a la propia investigación. Los dos expertos señalan cómo «las medidas de bienestar subjetivo indican que la felicidad de las mujeres ha disminuido tanto en términos absolutos como en relación con los hombres». La paradoja del descenso del bienestar relativo de las mujeres se encuentra en varios conjuntos de datos y medidas de bienestar subjetivo, y es generalizada en todos los grupos demográficos y países industrializados. Los descensos relativos de la felicidad femenina han erosionado una brecha de género en la felicidad en la que las mujeres en la década de 1970 solían informar de un mayor bienestar subjetivo que los hombres. Estos descensos han continuado y está surgiendo una nueva brecha de género, con un mayor bienestar subjetivo para los hombres»[35].
Durante 2017, apareció una nueva investigación[36] con un tema similar, realizada por Adam Kozaryn y Rubia Valente. A diferencia del estudio anterior, Kozaryn y Valente exploraron la relación de satisfacción vital entre las mujeres que eligieron una carrera y las que decidieron ser amas de casa. La investigación realizada determinó «que, hasta hace poco, las mujeres eran más felices siendo amas de casa o trabajando a tiempo parcial que a tiempo completo, sobre todo, las mujeres de más edad, casadas, con hijos, de clase media o alta y que viven en suburbios o lugares más pequeños». El tamaño del efecto del ama de casa sobre el bienestar subjetivo (SWB por sus siglas en inglés) es de leve a moderado, entre una cuarta y una tercera parte del efecto de estar desempleada. Por lo tanto, argumentamos que una posible razón para el descenso de la felicidad media de las mujeres fue el aumento de la participación en la fuerza laboral. Sin embargo, la ventaja de la felicidad del ama de casa está disminuyendo entre las cohortes más jóvenes y es posible que las mujeres con carrera profesional sean más felices que las amas de casa en el futuro»[37].
Se tiene la impresión de que, desde la perspectiva de la ideología feminista, una mujer sólo puede realizarse cuando se asemeja a un hombre. La emancipación de la mujer, si seguimos la lógica feminista, significó enfatizar los rasgos negativos, que antes se atribuían a los hombres en la mayoría de los casos. La intemperancia en el alcohol, la promiscuidad sexual, la indulgencia en los estupefacientes y el comportamiento violento, a través del prisma del feminismo, se han convertido en características clave para lograr la supuesta liberación de la mujer de las presiones y expectativas opresivas impuestas por la comunidad en general. Estas presiones y expectativas sociales, como la adhesión a la castidad, la modestia, la entrada en el matrimonio y la maternidad, se definieron sin excepción como negativas.
El énfasis constante en la consecución de la igualdad de género, entendida dentro del feminismo como la representación 50-50 en todas las esferas de la acción social, es un factor negativo en el desarrollo social, independientemente de su ilusoria corrección. Es un hecho claro e incuestionable que esta proporción en todos los ámbitos posibles sólo puede alcanzarse de forma artificial y a través de medios de coacción, que en la mayoría de los casos son monopolio del Estado.
Las normas jurídicas de un Estado suelen modificarse para dar a este proceso una apariencia de legitimidad. Uno de los ejemplos ilustrativos del entorno del autor sería la notificación del Ministerio del Interior de la República de Srpska por la que se convocaba la inscripción de 300 cadetes en la Academia de Policía, en la que se reservaban 20 plazas para mujeres[38]. Independientemente de los resultados de las pruebas, una vez completado el contingente masculino, el resto de la plaza debía pertenecer a las candidatas, y ahí radica el problema. El principio de meritocracia se convierte en la primera víctima de la interpretación feminista del principio de igualdad.
En el marco de las normas jurídicas modernas, las mujeres han conseguido el derecho a la igualdad de representación ante la ley y a la igualdad de oportunidades tanto en la educación como en el empleo y en las actividades de otras esferas de la actividad humana. Todo lo que vaya más allá de estos dos principios pone en cuestión la estabilidad general de la sociedad. Como hemos señalado al principio del texto, el principio de igualdad ante la ley ya ha sido violado en ciertos ámbitos, lo que ha llevado a la posición privilegiada de las mujeres.
Dado su carácter patológico, con la ideología del feminismo tal y como es hoy en día, no es posible debatir ni alcanzar un compromiso mediante el cual las ideas feministas se incorporen al tejido social sin causar daños permanentes o fomentar una drástica transformación negativa de la sociedad. Un ejemplo ilustrativo en este sentido es el fenómeno de la violencia doméstica. Basta con escuchar a una representante feminista hablar sobre este tema o echar un vistazo a diversas campañas publicitarias creadas en el seno de las ONG feministas, para tener una clara impresión de una narrativa en la que las mujeres son siempre víctimas inocentes mientras que los hombres son siempre los culpables.
Al igual que en el caso de las agresiones sexuales, la definición de violencia doméstica debe ser lo más difusa posible, abarcando así el mayor número de situaciones que se definirían como violencia doméstica, independientemente de que sean realmente violencia doméstica o no. Es inconcebible cuestionar la narrativa establecida de los hombres como fuente de violencia doméstica y, por lo tanto, las feministas no están interesadas en entablar un debate sobre este tema, sobre todo teniendo en cuenta que la investigación en este ámbito y la literatura profesional presentan un panorama bastante diferente.
Según un estudio[39] publicado en 2010, cuya importancia radica en el hecho de que se trata de una revisión de un mayor número de artículos científicos que tratan de casos de violencia doméstica o de violencia dentro de las relaciones en los que las mujeres fueron responsables de agresiones físicas, hay muchas más mujeres que ejercen violencia física hacia sus parejas de lo que permite la narrativa feminista esterilizada.
El resumen de la investigación señala, entre otras cosas, que «en general, las mujeres y los hombres perpetran niveles equivalentes de agresión física y psicológica, pero las pruebas sugieren que los hombres perpetran abusos sexuales, control coercitivo y acoso con más frecuencia que las mujeres, y que las mujeres también resultan heridas con mucha más frecuencia durante los incidentes de violencia doméstica; las mujeres y los hombres tienen la misma probabilidad de iniciar la violencia física en las relaciones que implican una «violencia de pareja situacional» menos grave…»[40].
Las investigaciones mencionadas no cambian el actual consenso social sobre cuál de los sexos tiene una mayor participación en los casos de violencia doméstica, pero al mismo tiempo proporcionan una visión de la realidad mucho más compleja de este fenómeno social. Está claro que las mujeres tienen parte de la responsabilidad, como autoras de la violencia doméstica, por muy políticamente incorrecto que suene. Las razones de este comportamiento de las mujeres son numerosas, traumas vividos durante la infancia o experiencias de relaciones anteriores, autodefensa o miedo, pero el hecho es que las mujeres como agresoras en una relación no son esporádicas e indican la existencia de problemas socio-psicológicos más profundos que sólo pueden seguir haciendo metástasis si el fenómeno de la violencia doméstica se sigue viendo a través de una visión distorsionada y coloreada ideológicamente por el feminismo.
Una revisión más reciente del material científico relacionado con el comportamiento violento de las mujeres dentro de las relaciones íntimas, de 2012, basada en artículos científicos que abarcan el período comprendido entre la década actual y los años ochenta del siglo pasado, sugiere que, en comparación con los hombres, las mujeres son igualmente, y en algunas circunstancias incluso más, propensas a la violencia física en una relación íntima. El número total de encuestados de todos los trabajos incluidos en este estudio asciende a más de 370.000 personas[41].
Al principio de este artículo, definimos la patología social como los factores sociales que tienden a aumentar la desorganización social e impiden el ajuste individual. La aceptación de la ideología feminista, como se desprende del texto anterior, aumenta la desorganización en cuestión mediante la transformación de hombres y mujeres en elementos conflictivos de la sociedad, en contraposición a su complementariedad natural. Si aceptamos que el feminismo rechaza las diferencias biológicas entre los sexos, y todo lo que se deriva de esas diferencias, podemos concluir que es una construcción ideológica que se niega a aceptar los principios de la propia realidad.
A la larga, el feminismo perjudica a las propias mujeres al propugnar comportamientos contrarios a la naturaleza femenina. La noción feminista de la progresión de la mujer a lo largo de la vida, completamente opuesta a la realidad biológica femenina, conduce a una situación en la que a menudo es demasiado tarde para la familia y los hijos cuando estas categorías se vuelven imperativas en la vida de la mujer. La liberación sexual, que en realidad incita a la promiscuidad, disminuye el valor de las mujeres como esposas y madres, mientras que las distorsiones de las leyes hacen que el matrimonio sea indeseable a los ojos de los hombres, lo que lleva a una reducción del número de familias, a bajas tasas de natalidad y a la lenta pero segura desaparición de una determinada comunidad. Teniendo en cuenta todo lo anterior, no es difícil concluir que el feminismo no tiene nada que ofrecer ni a las mujeres ni a los hombres. Además, dado que las consecuencias de la ideología feminista tienen un impacto patológico en la estructura de la sociedad, es deseable suprimir la difusión del feminismo, tanto a través de iniciativas individuales como de normas legales y contenidos educativos.
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