Manuel I. Cabezas González
Según la AEAFA (Asociación Española de Abogados de Familia), una de las consecuencias de la pandemia de la Covid-19 ha sido también el incremento de las consultas de los mayores tanto para hacer testamento y mejorar la herencia a aquellos hijos que se han desvivido por ellos, como para desheredar a otros. Ésta está siendo la respuesta de muchos padres mayores, abandonados por sus hijos o que, por ingratitud y maltrato psicológico, no han recibido las atenciones debidas. Este comportamiento de los mayores lo resume Marcelo Cornellá, Presidente de ACUMAFU (Asociación Cultural de Mayores de Fuenlabrada), con estas palabras: “Si no te cuidan, que no hereden”. Y, como dice el Papa Francisco, el abandono de los mayores, también por parte de sus retoños, es una lamentable y censurable manifestación de la “cultura del descarte”, al ser considerados material de desecho.
Es evidente y una perogrullada afirmar que todo ser humano, en las últimas décadas de la vida, sufre un proceso gradual, natural e inevitable de declive, que se traduce en cambios físicos (prevalencia de ciertos achaques y enfermedades), fisiológicos (deterioro de los sentidos), psicológicos (deterioro cognitivo), sociales (bajos niveles de confraternización y socialización) y también económicos (pensiones insuficientes). Y, a pesar de la escabechina de la pandemia de la Covid-19, el número de los mayores será cada vez mayor. En el 2020, lo eran más de 8 millones de españoles (20% de la población). Y, en el 2050, según proyecciones del INE, se llegará al 30%.
Estos cambios, debidos al paso del tiempo y a la edad, son síntomas evidentes de las debilidades de los mayores. Ahora bien y a pesar de esto, los mayores conservan unos poderes, que deberían utilizar, cada vez más, para preservar su dignidad y bienestar, ya que el que no llora no mama.
Éstos son sus poderes
Los mayores son el grupo etario más numeroso y más decisivo electoralmente. Ellos tienen la sartén por el mango. Por eso, no deben perder de vista que los de la casta política deben contar con ellos para ser elegidos. Y, por lo tanto, como con los nacionalistas-independentistas de todo cuño, estos yonquis del poder siempre estarán dispuestos o a engañarlos, prometiéndoles el sol y la luna, o a concederles todo lo que les pidan, para poder llegar al poder y satisfacer sus apetitos desenfrenados y patológicos de poder.
Por otro lado, a lo largo de su vida, los mayores de hoy han sido, en general, hormigas hacendosas y no cigarras jaraneras. Por eso, cuando ha llegado el otoño de sus vidas, no suelen tener deudas y sí un cierto patrimonio (vivienda propia, ciertos ahorros y una pensión). Además, con la posibilidad de utilizar, entre otras, la fórmula de la hipoteca inversa, su situación económica es o podría ser envidiable, autónoma e independiente de la de sus retoños. Como hubiera dicho el Cardenal Cisneros, aquéllos y éstos son sus poderes.
Y éstas, sus debilidades
Ahora bien, estas cartas hay que jugarlas y saber hacerlo para hacer frente a las debilidades. En demasiadas ocasiones, los mayores renuncian a jugarlas o las juegan mal. Algunas debilidades son congénitas e inevitables. Es el caso de los achaques de salud y el deterioro de los sentidos. Ahora bien, otras debilidades, los mayores las han ido creando y alimentando a lo largo de sus vidas. Por eso, ellos son, en buena parte, responsables de lo que les pasa y de las dificultades y problemas (soledad, aislamiento, descapitalización, falta de lazos afectivos, …) que tienen en la última etapa de sus vidas.
A lo largo de toda su vida, los mayores han puesto, en general, todos los huevos en el nido de la familia, olvidándose de cultivar la amistad y de incrementar y diversificar las amistades para construir con éstas nuevos nidos complementarios. Y, luego, para lo que pasa: olvidados y abandonados por sus retoños y sin amigos, se deben enfrentar a “la soledad no deseada”, que provoca mucho sufrimiento y que mata más que los años.
Por otro lado, demasiados mayores se dejan embaucar por los hijos y se descapitalizan al no aplicar el consejo que el Padre Juan Pérez Riesco, provincial de los PP. Redentoristas de España, daba a sus feligreses. En una de sus últimas estancias veraniegas en Almagarinos (Bierzo Alto), el Padre Juanme confesó que, en el contexto de la confesión o en las consultas post-misa, muchos feligreses le verbalizaron, después del consabido “Padre, nosotros ya tenemos la vida hecha”, el propósito de distribuir entre sus hijos tanto sus propiedades como sus ahorros. Y él siempre se lo desaconsejaba ya que, haciendo honor al refrán Cría cuervos y te sacarán los ojos y por su experiencia pastoral, los padres descapitalizados eran, en demasiadas ocasiones, padres abandonados o carne de residencia.
Además, los mayores se convierten muy frecuentemente en esclavos de sus hijos al no poder disponer de su tiempo y al tener que ser los canguros de sus nietos.. Así, se olvidan de vivir y de cultivar la amistad y de incrementar las tan vitales relaciones sociales,… ¿Por qué? Por miedo a ser ninguneados, olvidados y abandonados por sus hijos, algo que sucede, a pesar de todo, en muchas ocasiones. Y muchos mayores sufren también el síndrome de Estocolmo, justificando y disculpando los comportamientos de sus hijos. Y cuando deciden ir a una residencia es porque sus hijos, en numerosos casos, les han hecho sentir que son un peso y un estorbo para ellos.
Ergo
La esperanza de vida se ha alargado progresivamente a lo largo de la historia. Hoy, en las sociedades occidentales, cada década, aumenta 3 años. Para potenciarla y luchar contra las debilidades inevitables y evitables, los mayores deberían pensar más en ellos y en cuidar la montura para que nos lleve lejos, pero seguros y en buena salud. Para ello los gerontólogos y el sentido común coinciden. Las claves para una maduración adecuada o, como dicen algunos, “envejecimiento óptimo”, están en mantener activo el cuerpo, en mantener activo el cerebro y en mantener y ampliar las relaciones sociales. Como aconseja Paca Tricio, “la muerte va a llegar, pero tienes que procurar llegar viva a la muerte”. ¡Que no se diga que moriste a los 38 años y te enterraron a los 83!
© 2021 – Manuel I. Cabezas González
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