En estos tiempos que nos han tocado vivir, en los que predominan la mediocridad, la maldad y la indigencia intelectual entre quienes nos mal-gobiernan, y que cada día que pasa se hace más urgente y necesaria una regeneración en España, es imprescindible releer a los clásicos, volver la vista atrás, no para regodearnos en la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino para aprender de los aciertos y de los errores de nuestros ancestros.
No hay día en el que quienes nos hablan de Europa y de la “identidad europea” no hagan referencia a la enorme aportación que hicieron a Europa y al mundo los antiguos romanos, pero nunca suelen decir qué aportaron y qué ha perdurado de aquella cultura, aquella civilización que surgió de una aldea de campesinos en el territorio de la actual Italia.
Aunque muchos lo ignoren, la antigua Roma y la cultura romana estaban dominadas por una oligarquía rural, de propietarios que explotaban directamente sus propias tierras: una clase social muy distinta de la nobleza guerrera de la epopeya homérica de la antigua Grecia.
Una de las razones fundamentales por la que Roma duró siglos y siglos fue por la forma en que los romanos eran educados.
La educación romana se basaba en el “mos maiorum”, conjunto de reglas y de preceptos que el ciudadano romano, apegado a la tradición, estaba obligado a respetar. Transmitir esa tradición a los jóvenes, hacerla respetar como un ideal incuestionable, como base de toda acción y de todo pensamiento, era la tarea esencial del educador.
Al joven noble no sólo se le educa en el respeto a la tradición nacional, patrimonio común a toda Roma, sino también el respeto a las tradiciones propias de su familia de origen.
En opinión de los antiguos romanos la familia es el entorno natural en el que debe crecer y formarse el niño. Incluso en la época del imperio, cuando la instrucción colectiva en la escuela, la enseñanza institucionalizada es ya una costumbre arraigada desde mucho tiempo atrás, se siguió discutiendo acerca las ventajas y los inconvenientes de ambos sistemas.
La educación de los niños y adolescentes en la antigua Roma se producía en el ámbito familiar hasta los diecisiete años; primero, hasta los siete años, bajo la supervisión de la madre; con posterioridad, bajo la vigilancia del pater familias, a quien acompañaban en sus actividades cotidianas.
En la antigua Roma el padre era considerado como el verdadero educador; El pater familias romano se entregaba con plena implicación, al cumplimiento de su papel de educador.
A los diecisiete años, cuando el adolescente abandona los símbolos de la infancia, entre los cuales estaba la toga praetexta, blanca y bordada con una tira de púrpura y adopta la toga viril, se inicia una nueva etapa de su educación que, aunque se realiza materialmente al margen del estricto marco familiar, no escapa enteramente al mismo, ya que en la mayoría de los casos ésta se realiza junto a individuos que se encuentran relacionados con la familia por estrechos lazos de “amiciti”.
La nueva etapa comprendía claramente dos fases, en las cuales el joven romano, perteneciente al patriciado o a la incipiente nobilitas (nobleza), aprenderá los elementos fundamentales necesarios para su posterior actividad en la vida pública o en el ejército; ante todo, procederá, durante el primer año después de haber tomado la toga viril, el aprendizaje de la vida pública, conocido con el nombre de tirocinium fori (etapa de formación como ciudadano civil), que se realizaba normalmente bajo la protección y las enseñanzas de algún amigo de la familia, especialmente adecuado.
Tras esta breve introducción en el conocimiento de la vida pública, que normalmente duraba un año, el joven romano pasaba a realizar su servicio militar, el tirocinium militiae; primero, como soldado raso; pero muy pronto, en correspondencia con el status social de la familia a la que pertenecía, se integraba, bien mediante elección del pueblo o por designación del jefe del ejército, entre los tribuni militum, es decir, la oficialidad de las legiones.
Dos elementos son dignos de destacar en los contenidos que están presentes en todo este proceso educativo: la subordinación del individuo a la comunidad y el peso de la tradición; el primero de estos elementos, que implica la consagración de todo ciudadano a la civitas de la que forma parte (Roma no se liberará jamás por completo del ideal colectivo que consagra el individuo al servicio del Estado; jamás consentirá en renunciar a él, ni aun cuando la evolución de las costumbres la haya alejado de aquél; Roma volverá sus ojos con nostalgia…); fenómeno que no es exclusivo del mundo romano en el periodo que tratamos, pues se trata de uno de los ingredientes fundamentales de todas las ciudades – estado en la Antigüedad. Lo peculiar, lo más característico del mundo romano es el hecho de que este idea se mantendrá o, al menos, será defendida incluso en momentos históricos en los que el tipo de ordenamiento territorial, social y económico propios de esta forma de organización, han desaparecido o casi desaparecido.
Este conservadurismo justifica el que Cicerón, a mediados del siglo I a. C., afirmara que el bien de la patria era la suprema ley (salus publica suprema lex esto) (Cic. Leg. 3.8), y años después estará presente en el intento de restauración de los viejos ideales morales que llevarán a cabo algunos emperadores siguiendo las directrices de Marco Flavio Quintiliano (originario de Calahorra, La Rioja) en el primer siglo de nuestra era.
Ésta subordinación del individuo a la comunidad, del ciudadano a la civitas, se expresa también en prácticas, de fuerte contenido religioso, ampliamente enraizadas en el mundo romano con anterioridad a la Primera Guerra Púnica,…
La importancia de la tradición, como ya he mencionado con anterioridad, se expresa básicamente en el peso que posee el mos maiorum que, hará afirmar a Cicerón que la fortaleza de Roma descansa tanto en las viejas costumbres como en el vigor de sus hijos (moribus antiquis res stat Romana virisque) y se manifiesta también en el profundo conservadurismo de la religión romana, que constituye uno de los elementos fundamentales de argamasa, de cohesión de la comunidad.
Pero, además, la importancia del mos maiorum tiene otro ámbito de expresión de una importancia similar; concretamente, al peso de las tradiciones familiares, que se manifiesta en los grandes funerales, donde se hacen desfilar las imágenes de los antepasados, las oraciones fúnebres, donde se exaltaba grandeza de éstos, a la vez que la del difunto, y el propio hogar familiar, con la exposición de las imágenes, de las mascarillas de los ascestros, en el atrium de la casa.
Si observamos con atención, el contenido de aquella “antigua educación”, advertiremos, en primer lugar, un ideal moral: lo esencial es formar la conciencia del niño o del adolescente, inculcarle un sistema rígido de valores morales, de reflejos seguros, un estilo de vida. En suma, como ya se ha dicho anteriormente, este ideal es el de la ciudad antigua, hecho a base de sacrificios, privaciones y devoción, de consagración total de la persona a la comunidad, al Estado.
Cuando los antiguos romanos acaban asumiendo la cultura griega y se “helenizan”, hacen suyas su filosofía, sus costumbres (no sin reticencias y múltiples protestas “nacionalistas”), adaptan su sistema educativo a las nuevas corrientes de pensamiento y pedagógicas que les llegan de oriente. El nuevo sistema de educación romano (a partir del periodo republicano) poseerá tres niveles: enseñanza elemental (ludus litterarius), enseñanza secundaria a cargo del grammaticus, y enseñanza superior, dirigida por los retóricos.
Los romanos crearon un sistema nacional-estatal de enseñanza, una red de centros educativos en todas sus provincias, que llegaba hasta los lugares más remotos del imperio. Aunque no fueron especialmente innovadores, pues calcaron el modelo de la los griegos, mejor dicho atenienses, sí fueron ellos quienes lo divulgaron e implantaron por todos los lugares que rodean el “Mare Nostrum”, el Mediterráneo.
Los antiguos romanos consideraban, como se ha dicho y repetido a lo largo de este texto, que la educación en las primeras edades de los niños y niñas correspondía en exclusiva a la familia, y bajo la dirección y supervisión de la madre. Es decir que, no existían parvularios, centros de educación infantil.
Transcurrido el tiempo de educación en familia, hacia los siete años los niños se incorporaban a la enseñanza elemental o primaria; transcurrido el tiempo (tal como en la actualidad en España) pasaban a la secundaria y finalmente a la enseñanza superior. A la misma vez que la red estatal de centros de enseñanza, existían centros educativos privados, obviamente de pago, a los que solamente se podía permitir acceder los hijos de la gente más acomodada, de las oligarquías urbanas y rurales.
Tanto en la red de centros estatal de enseñanza, como en los centros privados, el objetivo principal era preparar a la juventud para que acabase asumiendo cargos de responsabilidad, ya fuera en la empresa privada como en la administración de la cosa pública; tanto en un ámbito como en el otro, los antiguos romanos pensaban que debían estar presentes la honestidad, la laboriosidad y la lealtad. El sistema educativo romano pretendía formar personas de orden, metódicos y enérgicos; una élite activa, emprendedora y bien educada. Los romanos de entonces nunca perdían de vista su ideal de “ciudadanos hechos a sí mismos”, para lo cual, para progresar, tanto académicamente como profesionalmente, o en la política, eran tenidos en cuenta la capacidad y el mérito, sin olvidar el compromiso ético de servicio a sus conciudadanos.
Efectivamente, los antiguos romanos eran educados en la responsabilidad, en la justicia y en el sentido del deber… Todo lo contrario de lo que actualmente se practica en España.
En la época del Imperio los romanos, por decisión de los emperadores, crearon Universidades, la primera de ellas en Constantinopla (actual Estambul), centros de enseñanza a la vez que de investigación y experimentación.
Se puede afirmar con rotundidad que los antiguos romanos pusieron en marcha un sistema de instrucción pública equiparable a los actualmente existentes en el mundo desarrollado, y que este sistema educativo fue una de las razones de que la cultura, la civilización romana durara siglos y siglos.
Entre las muchas instituciones que heredamos de la antigua Roma está precisamente su sistema de enseñanza, que sin duda, si nos atenemos a sus resultados fue sumamente eficaz. Tal es así que todavía se sigue imitando en gran medida.
Y por ésta, y otras razones, la civilización romana superó en Europa Occidental más de un milenio de existencia (en la Oriental, sobreviviría hasta la toma de Constantinopla por los turcos).
Alguno dirá que olvido nombrar la principal aportación que los antiguos romanos nos hicieron: “El derecho romano”, por supuesto que no podemos ignorarlo, pero ése es un asunto para otro artículo.
La Civilización Romana emprendió el camino hacia el abismo desde el momento en que sus ciudadanos perdieron de vista los valores de los que he venido hablando, y abrazaron el ideal del “homo festivus”, cuando se adoptó por parte de los gobernantes la máxima de “panen et circenses”, y se condujo a los romanos a una situación de igualdad en la necedad, igualdad en la mediocridad,… por supuesto, la administración del estado acabó endeudándose cada vez más, despilfarrando, provocando inflación, entrometiéndose en el mercado, recurriendo al control estatal de los precios, regalando generosamente subvenciones…, las ciudades se fueron empobreciendo, la gente productiva fue esquilmada por el estado, y como era de esperar acabó huyendo al campo, abandonando las ciudades…
¿Por qué hacer el esfuerzo de trabajar tu propia tierra cuando sus productos no pueden venderse a precios rentables, ya que el estado los distribuye casi gratis en Roma?, antes de la invasión de los “bárbaros” ya se había producido el colapso del estado, por haber aplicado durante largo tiempo políticas socialistas, por hacer que los ciudadanos llevaran una vida regalada…
Auge y depresión en la antigua Roma: el «New Deal» en la antigua Roma:
New Deal es el nombre dado por el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt a su política intervencionista puesta en marcha, para luchar contra los efectos de la Gran Depresión ocurrida en los Estados Unidos, tras la crisis de 1929.
Cayo Julio César Octaviano, también llamado Augusto o César Augusto, fue el primer emperador de Roma, con él se inauguró la paz romana.
«Pax Romana» es la expresión utilizada para nombrar el largo periodo de estabilidad que vivió el imperio romano, caracterizado tanto por su calma interior como por su seguridad exterior, lo que le permitió alcanzar su máximo desarrollo económico y expansión territorial. Durante el mandato de Augusto (más de cuatro décadas) y los de sus sucesores durante casi 400 años, el imperio mantuvo a raya a los extranjeros («bárbaros») que amenazaban con destruir la civilización occidental. Durante este tiempo, la cultura grecorromana quedó tan firmemente establecida y estuvo tan extendida que fue capaz de sobrevivir a la desintegración del imperio que había sido su guardián. El legado de Grecia y Roma pasó así a convertirse en los cimientos de la vida del mundo moderno.
El imperio de Augusto fue celebrado, por sus contemporáneos, como lo más nuevo y glorioso que le había ocurrido hasta entonces a la Humanidad. Después de un siglo de cruel confusión, la humanidad parecía despertarse de una larga pesadilla…
En palabras del filósofo estoico, Epícteto, que había nacido esclavo: “César [Augusto] ha ganado para nosotros una paz profunda. No hay guerras ni batallas, ladrones ni piratas y podemos viajar y navegar a todas horas del este al oeste”.
Suetonio, en «Vida de los doce césares», nos cuenta el viaje final de Augusto hasta la costa de Capri. El anciano emperador escucha, reconfortado, los gritos de un barco procedente de Alejandría cuyos marineros decían que “vivían por él, navegaban por él, disfrutaban por él de su libertad y de todas las riquezas que tenían”.
No obstante, es necesario hacerse una puntualización: se habla de la paz romana como sinónimo del periodo iniciado con el reinado de Augusto; sin embargo, es muy posible que ésta no fuera la percepción que tenía el emperador, ya que, eran frecuentes las expediciones militares que hubo que emprender, tanto por su parte como por sus sucesores, para someter a pueblos indómitos. Había luchas en las fronteras de todo el imperio…
A pesar de estas guerras periféricas, Italia estuvo siempre pacificada, junto con el resto de las provincias del imperio. Sin dudas, se puede afirmar que los diversos emperadores gobernaron con bastante éxito, el pueblo romano vivía algo más que medianamente satisfecho, pues el gobierno establecido por Augusto, se puede considerar un inmenso homenaje a la justicia y eficiencia . Por ejemplo, en la Galia, con el extenso sistema de carreteras construidas en tiempos del primer imperio, el comercio se desarrolló rápidamente y el pueblo prosperó. El tributo pagado a Roma era ligero en comparación con el coste de las viejas guerras tribales. Es llamativo que después de que Bretaña se convirtiera en el siglo II en provincia romana, las únicas tropas necesarias lo fueron para protegerla ante invasiones. Los colonos estaban orgullosos de ser ciudadanos del imperio.
La prosperidad asociada con Augusto naturalmente contribuyó al prestigio que conllevaba su nombre. Los negocios se habían visto terriblemente dificultados por el desastre general y el caos de los últimos años de la República. Con el establecimiento de una paz firme bajo un gobierno honrado y competente y con libre comercio a lo largo del imperio (pues los bajos impuestos a los puertos no eran aranceles proteccionistas), iba a producirse una enorme reactivación de los negocios.
Pero… cuando Augusto volvió a la capital tras la batalla de Actium (en la que venció a Marco Antonio y Cleopatra) encontró a una Roma empobrecida y su estructura económica desorganizada debido a la guerra civil. Para aliviar la situación, recurrió a una política similar a la que llevó a cabo en los Estados Unidos después de la crisis de 1929. Tal como hizo el gobierno norteamericano, el gobierno de Augusto también recurrió al dinero fácil. Los tipos de interés se mantuvieron artificialmente bajos para animar a pedir prestado y hacer que mejoraran los negocios. Esta política llevó a una expansión exagerada de los créditos bancarios que trajo, como resultado, la consiguiente depresión. La política emprendida por Augusto promovió un auge inflacionista seguido por duros tiempos deflacionistas…
Durante los primeros 20 años del reinado de Augusto se despilfarró, se gastó de manera descontrolada. El emperador había heredado la fortuna de Julio César, y a la misma sumó el rico tesoro confiscado en Egipto. Como dijo Suetonio: “Cuando trajo los tesoros reales de Egipto a Roma, el dinero se hizo tan abundante que el tipo de interés bajó y el valor de las propiedades aumentó grandemente”.
Hizo repetidamente donaciones de dinero a los pobres, tal vez esperando aplacarlos mientras buscaban empleo. Además emprendió grandes obras públicas, en parte para aliviar el desempleo. Sus obras públicas repararon todas las carreteras en Italia y las calles en Roma. Ayudó a muchas ciudades con donaciones de acueductos, baños, templos y edificios públicos. La creación de empleo se tomó tan en serio que en la última parte del siglo I el gobierno rechazó utilizar un nuevo invento para mover grandes columnas en Roma porque se temía que el nuevo dispositivo ahorraría mano de obra y dejaría a los hombres sin empleos.
Según calculan los historiadores, en cuatro años fluyó al público el equivalente a 50 millones de dólares (aproximadamente cuarenta y dos millone y medio de euros). Toda Italia compartió la prosperidad. Se realizaron multitud de construcciones privadas y públicas en las ciudades.
Todo esto recuerda curiosamente a lo que ocurrió en Estados Unidos en los años veinte del siglo pasado.
También la política monetaria de Augusto fue similar a la del «New Deal» al mantener los créditos bancarios abundantes y baratos. El gobierno poseía minas de oro y plata. El producto estaba disponible para su acuñación. Durante los primeros 20 años del régimen, se abrieron varias cecas en España, una grande en Lyon, en la Galia, y hubo grandes acuñaciones en la ceca de Roma. Indudablemente, esta política contribuyó a la expansión de los negocios y el auge.
Per, una parte de la población no compartió la prosperidad general; la presencia en las ciudades romanas de un gran número de esclavos, ocasionó un desempleo continuo. La condición de los desempleados y los no empleables era un problema determinante y de difícil solución. Había que cuidar de ellos si no era posible emplearlos en las obras públicas o en los asentamientos coloniales. Incluso durante las guerras civiles, había resultado necesario continuar con la distribución gratuita de grano. De hecho, las ayudas habían aumentado desde la muerte de César de los 150.000 que había dejado a las antiguas cifras de 320.000.
Augusto redujo el número de subsidiados a 200.000. Suetonio habla de una crisis cuando el gobierno, para reducir los gastos de las ayudas, expulsó a los residentes extranjeros, excepto a médicos y maestros. Un estadista tan sabio no podía evitar darse cuenta del los efectos empobrecedores del sistema.
En otras palabras, la situación se había ido de las manos. Muchas personas preferían la ayuda a los salarios. A partir de entonces, durante la prosperidad imperial, el número de ayudas continuó en torno a las 200.000.
Casi 300 años después el subsidio se extendió y se hizo hereditario. Se entregaban dos libras de pan diarias a todos los ciudadanos registrados que lo solicitaran. Además, se distribuía cerdo, aceite de oliva y sal gratuitos cada cierto tiempo. Cuando se fundó Constantinopla, el derecho de ayuda se asoció a las nuevas casas para estimular la construcción.
La prosperidad de Roma durante el gobierno de Augusto, fue parcialmente el resultado de un gran programa de gasto. Fue posible principalmente por el botín conseguido en Egipto. Pero el dinero -inevitablemente- acabó terminándose. En sus últimos años, Augusto gastó mucho menos en edificios públicos y entretenimiento popular que en los primeros. También las guerras acabaron siendo un enorme lastre financiero. Grandes cantidades de dinero volvieron a las provincias para pagar productos de lujo importados por los ricos. Con el agotamiento de las minas, se controló el flujo de oro y plata a las cecas. La acuñación cayó a alrededor del 5% de su ritmo anterior. Fue deflación de verdad. Aumentaron los intereses y cayeron los precios. El siguiente emperador, Tiberio, con una economía rígida, acabó consiguiendo equilibrar el presupuesto sin aumentar los impuestos; en algunos casos fue capaz de reducirlos. Hombre severamente concienzudo (a pesar de las escandalosas historias que hacían circular sus enemigos), Tiberio se arriesgó a la impopularidad en la capital al recortar los costosos fastos públicos que su predecesor, Augusto, había pensado que eran necesarios para mantener al pueblo de buen humor.
Pero esta política esencial de gasto prudente de Tiberio, que continuó igual que la deflación augustea, produjo tiempos duros, que culminaron con el pánico del 33. En el año 33, los deudores preocupados, tal vez empujados por picapleitos, empezaron a demandar por usura a sus acreedores. Hubo tantos casos que el gobierno dio un plazo de 18 meses en los que los demandados podían arreglar sus asuntos de acuerdo con la ley. Esto precipitó una crisis, porque se reclamaron los préstamos y cayeron los precios de los terrenos.
Para reforzar el mercado, se recuperó la ley cesariana y se ordenó a los prestamistas invertir dos tercios de su capital en territorio italiano. El efecto del edicto fue el contrario del que se pretendía. Con un mercado a la baja, la reinversión en tierras se pospuso a causa de los bajos precios y el desplome continuó. Se autorizó a prestar a terratenientes con problemas el equivalente a 5 millones de dólares del tesoro, sin intereses, por un periodo de hasta tres años. Esto ayudó a estabilizar el mercado y acabó con la crisis. No era una civilización industrial compleja. Así que los resultados del pánico no fueron tan devastadores y duraderos como los del pánico que acabó con los años de auge en Estados Unidos.
Se produjeron dos experimentos más en este periodo, propios del New Deal. Se creó durante el gobierno de Domiciano una Ley de Ajuste Agrícola, tal como cuando el New Deal en los EEUU, en el año 91 y un sistema de crédito agrícola para proporcionar préstamos a corto, mediano y largo plazo para fines agrícolas, años más tarde cuando los emperdores fueron Nerva y Trajano.
Los campesinos italianos, especialmente los propietarios de grandes entensiones de terreno, habían descubierto que el vino y el aceite eran más rentables que el trigo. Cuando el cultivo de las viñas estaba en sus inicios, el los agricultores italianos fueron capaces de inducir al gobierno en distintos momentos a restringir la plantación de viñedos en las provincias. Sin embargo, la competencia provincial había continuado. En el año 91 hubo una mala cosecha de trigo y una sobreproducción de vino. Para estimular la producción de trigo y al mismo tiempo proteger los intereses de los vinateros, el Departamento de Agricultura decretó que no se plantarían más viñas en Italia y que se destruirían la mitad de los viñedos en las provincias.
Lo mismo se hizo en los Estados Unidos cuando se obligó por parte de las autoridades a arrancar el algodón el 1933. Tanto en el imperio romano, como en los EEUU siglos después, las medidas adoptadas“no consiguieron avanzar a la agricultura en general.
Transcurrido el tiempo, le llego el turno a Trajano que, había conquistado la Dacia, la actual Rumanía. El territorio de la Dacia poseía minas muy productivas y un gran tesoro acumulado. Según cálculos de algunos historiadores, el botín que obtuvo Trajano era el equivalente a 100 millones de dólares, o lo que es lo mismo, alrededor de 85 millones de euros. El inesperado premio conseguido por Trajano en la Dacia, permitió que el emperador pudiera actuar de forma generosa y expléndida. Como el dinero no se necesitaba en Roma, Trajano lo utilizó para crear el mayor fondo filantrópico de la historia hasta la Fundación Rockefeller.
El tamaño de las familias pobres había disminuido, porque era muy difícil mantener a los hijos. Las repercusiones se estaban sintiendo en la industria italiana, que necesitaba un mercado interior más grande. El gobierno del imperio ansiaba desesperadamente animar el crecimiento de la población; así que, se decidió que los intereses de los préstamos deberían destinarse en toda Italia para pagar a familias pobres para ayudar al mantenimiento de sus hijos. La historia muestra cómo acabó esta enorme filantropía. Fue desapareciendo gradualmente bajo la repetida devaluación del denario…
Los sucesivos emperadores romanos incrementaron gastos e impuestos, devaluaron la moneda con la consecuente inflación, y decretaron controles de precios y salarios. Finalmente, tanto el pobre como el rico rezaron para que los bárbaros los liberasen del yugo de la intervención del estado romano. Sirva como ejemplo que, en el año 378, los mineros de los Balcanes se pasaron en masa al bando de los invasores visigodos.
Si tanto gasto hundió al imperio romano por su propio peso, ¿Qué no acabará sucedieno con las frágiles economías de nuestros países?
Y paralelamente a todo esto, tal cual nos describe Amaury de Riencourt, en “Sexo y poder en la Historia”, a medida que el imperio romano ganó en extensión, la sociedad romana experimentó una extraordinaria mutación con asombrosa rapidez, pasando del sano estoicismo, de la sana austeridad y la simplicidad a una vida de libertinaje desenfrenado. […] La prostitución aumentó a pasos agigantados, la homosexualidad se importó de Grecia, y las mujeres se liberaron pronto de cualquier traba. No contentas con suprimir la autoridad absoluta del paterfamilias, las mujeres romanas empezaron a abandonar sus hogares para desempeñar un papel cada vez más importante en la vida política del Estado.
Fruto de la cultura grecorromana desequilibradamente masculina, esta rebelión feminista adoleció de un defecto decisivo: al revolverse contra la autoridad masculina y la supremacía de los valores viriles en términos estrictamente masculinos, las mujeres romanas destruyeron en definitiva los cimientos de su propia sociedad y civilización. […] Inconscientemente, las mujeres romanas destruyeron con sus propias manos sus bastiones femeninos en una sociedad patriarcal; las altivas, respetadas e influyentes madres de los primeros tiempos de la República pasaron a despreciar su función biológica primordial en la época imperial y comenzaron a competir con los hombres en términos masculinos. En ese proceso, fracasaron y no hicieron ninguna contribución significativa a la cultura romana; y al no ser capaces de restablecer el respeto por los valores específicamente femeninos contribuyeron a corromper la vida romana bajo el dominio imperial de los Césares sin lograr siquiera participar directamente en el poder político, cada vez más sujeto al influjo de las legiones y de la guardia pretoriana…
Las similitudes entre la forma de vida del mundo occidental contemporáneo y del imperio romano en lo que respecta a decadencia son increíblemente turbadoras: la misma falta de objetivos éticos, la misma degeneración cultural y misma ausencia de creatividad, la misma brutalización, el mismo envilecimiento, la misma zafiedad y el mismo culto a la violencia sin venir a cuento. El circo romano en el que los gladiadores derramaban su sangre para la satisfacción sádica de las multitudes se sustituye ahora por el cine y la televisión, en los que el ketchup ha reemplazado a la sangre para satisfacción del mismo tipo de multitudes narcotizadas y alienadas.
Pero el psíquicamente el significado es idéntico en ambos casos.
Es más, la rebelión de las mujeres tanto entonces como ahora tiene idéntico alcance y el mismo propósito de destrucción de la civilización y de la sociedad, ya que en ambos casos las mujeres se sublevan contra el marco de referencia masculino, en lugar de desplegar un enfoque creativamente femenino respecto de cómo restablecer el poder de la mujer y su influencia, sin destruir la sociedad y dándole al componente femenino su verdadero lugar en la sociedad…
Dicen que quienes no conocen su propia historia, la Historia, están condenados a repetirla… pues “eso”.
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