PALOMA HERNÁNDEZ GARCÍA.
El pasado 18 de abril, cientos de estudiantes de la Universidad de Columbia en Nueva York cubrieron el campus de tiendas de campaña para denunciar «los crímenes contra la Humanidad que Israel está cometiendo contra los palestinos». En pocas horas, las acampadas se reproducían en otras universidades del país, daban el salto a distintas naciones americanas y llegaban a España tras replicarse en otras ciudades europeas. Este artículo no tiene por objeto tomar partido por uno u otro bando y sus respectivos aliados, ni tampoco realizar un análisis de las razones histórico-políticas de dicho conflicto, sino que nos conformaremos con hacer visible el Síndrome del Pacifismo Fundamentalista que practican muchos de nuestros políticos, periodistas, artistas, claraboyas intelectuales, estudiantes y profesores universitarios. Este Síndrome del Pacifismo Fundamentalista, definido por el filósofo español Gustavo Bueno en 2003, consiste, dicho de forma muy breve, en confundir la ética con la política, y «en asumir una actitud ideológica incapaz de concebir siquiera la existencia de alguien que argumente, no ya a favor de la guerra, sino tratando de entender, por ejemplo, las razones antropológicas o políticas de las partes contendientes». Y se trata de una actitud ideológica precisamente porque no atiende a contraargumentos o razones.
FUENTE: https://www.libertaddigital.com/cultura/historia/2024-05-23/paloma-hernandez-garcia-gustavo-bueno-definio-a-los-estudiantes-propalestinos-fundamentalismo-pacifista-o-mala-fe-7129565/
El pacifista fundamentalista simplemente considerará que aquel que no comparta su «NO A LA GUERRA» está dominado por la maldad, la necedad o la locura y que, por tanto, debe ser derribado. El Síndrome del Pacifismo Fundamentalista se caracteriza, además, por su infantilismo. A modo de ejemplo, podemos leer esta declaración de Eva Aladro, Catedrática de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid: «La universidad tiene que tomar una clara posición llamando a la conciencia. Las universidades estamos llamadas a defender la humanidad».
Clasificamos las proclamas del «NO A LA GUERRA» como pensamiento Alicia por cuanto no nos advierten sobre las dificultades insalvables que se interponen para alcanzar la situación que se propone: LA PAZ. Esta forma de conciencia simplista «pretende organizar el mundo en virtud de ciertos ideales siempre confortables, amables, pacíficos encubriendo la realidad en lugar de analizarla». Simplemente se dice, como si fuera un clamor universal, «¡No a la guerra! ¡Sí a la Paz! ¡Deben cesar los ataques de Israel!», que suena muy bonito en las redes sociales y en los mítines políticos, pero que no explica los increíbles obstáculos de la dialéctica de Estados, ni la tremenda complejidad a nivel de fronteras y defensa, ni las variables económicas y energéticas, ni las espinosas cuestiones religiosas, culturales e identitarias que se dan en dichas regiones desde hace siglos. Es muy interesante observar, por cierto, que este Síndrome del Pacifismo Fundamentalista suele ser más intenso en los llamados Estados del Bienestar, de tradición secular belicista, y resultantes —estos Estados con mayor índice de bienestar— del colonialismo abrasivo y depredador del siglo XIX.Hay que ser muy ingenuos para no ver pastoreo político en las acampadas universitarias propalestinas
Los mensajes administrados por los estudiantes acampados destilan una ideología donde la guerra aparece como vestigio de una barbarie ajena a la civilización, y así algunos exclamarán, escandalizados, que no se puede tolerar la barbarie de la guerra «en pleno siglo XXI». La guerra será vista, como decimos, como vestigio de una conducta infrahumana, miserable, que nunca podrá ser solución de nada, verdad ésta que sólo los progresistas serían capaces de comprender. Desde esta perspectiva, la Paz (con mayúsculas) quedaría no sólo como un concepto disociado de la guerra, sino también «separado» de ella, puesto que los caminos que conducirían a la Paz no tolerarían el empleo de las armas y de la violencia. Pero resulta que la Civilización, nuestros adorados Estados del Bienestar y hasta la «conciencia pacifista» de nuestros acampados, están asociados a la guerra, con todos los dolores y tragedias que ella comporta.
Guerra y paz son las dos caras de una misma moneda, puesto que la paz sólo se mantiene a través de la guerra, es decir, siempre es la paz «de unos» contra la paz de «los otros». Decir esto no significa, como algunos tontos piensan, que a nosotros nos chiflen las bombas o que nos recreemos gustosamente en el conflicto, pero sí queremos dar a entender que no se puede reducir la política a la ética o, dicho en otras palabras, que gobernar se gobierna desde la política, no sólo desde la ética. Y es que ética, moral y política son cosas distintas.
La finalidad de la política es conservar al Estado de referencia —la Polis—. Por su parte, la ética tiene como fin preservar la vida de los cuerpos individuales, mientras que la moral tiene por objeto preservar la vida del grupo (partido político, iglesia, mafia, familia, empresa, club, etnia, equipo deportivo, etc.). Esto es, la moral es el conjunto de valores o de normas que ya son grupales, no individuales, que son aceptados por costumbre y que varían de unas culturas a otras. Unas veces los valores éticos coinciden con los valores morales y otras las normas éticas y las normas morales entran en conflicto y ocultar estas contradicciones objetivas sólo puede explicarse desde la mala fe. Ética, moral y política son cosas distintas y ninguna de ellas puede reducirse a categorías puramente psicológicas —los judíos son «malas personas»— porque entonces no entenderemos nada o, peor aún, lo complicaremos todo —»hay que acabar con los judíos»—.
Muchos de estos pacifistas actúan desde la mala fe al exigir el cese de los ataques de Israel sobre el pueblo palestino mientras se niegan a condenar a Hamas, tal y como le sucede a Errejón. Podría ser que el pacifismo de Errejón no se alimente tanto de combustibles éticos como políticos. Y lo mismo le sucede a la ministra Sira Rego, pues no hay ningún tipo de ingenuidad cuando decide difundir en redes sociales el célebre lema «Desde el río hasta el mar», que significa extinción total del Estado de Israel, tal y como aclara el grupo terrorista Hamás al incorporar dicho lema a su carta fundacional, rechazando «cualquier alternativa a la liberación total y completa de Palestina, desde el río hasta el mar», refiriéndose a la eliminación de la soberanía judía en la región. Por su parte, la Yihad Islámica declaró «el compromiso de que Palestina —desde el río hasta el mar— es una tierra árabe islámica que tiene legalmente prohibido abandonar cualquier centímetro de ella, y la presencia israelí en Palestina es una existencia nula, que tiene prohibido por ley reconocerla».
La paz en abstracto no existe, como bien saben Hamas y la Yihad Islámica, que no pecan de fundamentalismo pacifista. La paz es siempre la paz del vencedor y cualquier institución que alardee de pacifista se asienta sobre un suelo conseguido previamente a través de las armas y del derramamiento de sangre. Y ni siquiera en tiempo de paz la fuerza desaparece, aunque permanezca en un segundo plano. Por eso mismo decimos que esta idea de paz abstracta que manejan nuestros universitarios propalestinos se ha convertido en un mero formalismo, un término sin parámetros que ignora el «para quién» sea esa paz y, por ende, el «contra quién» se establece dicha paz. No es casualidad que esta idea sea subsidiaria de otra igualmente metafísica, la de «Humanidad» en abstracto, esa humanidad a la que apela la catedrática Eva Aladro, una idea según la cual los hombres, a través de su buena intención, deberán conseguir la paz no ya desde un Estado y para un Estado concreto frente a otros Estados, sino a pesar precisamente de los Estados. Este sí a la paz perpetua universal procedería, según nuestros pacifistas fundamentalistas, de las mismas entrañas del «Género Humano», como si emanara de la conciencia pura de la «Humanidad».La situación en Oriente Próximo no es un conflicto dado entre un Orden (el israelí) y «La Justicia Global»
Pero la paz nunca puede ser propuesta al margen de la política, esto es, sin tener en cuenta a los Estados y la coyuntura internacional. Pedir la paz desde la «conciencia de la Humanidad» es un acto infantil que denota mala voluntad cuando es invocado por los políticos. Y hay que ser muy ingenuos para no ver pastoreo político en las acampadas universitarias propalestinas. Pedir la paz nunca es algo neutro pues, para conseguirla, todos partimos de unas condiciones históricas que confrontan los intereses de unos frente a los de otros. Porque, insistimos, lo que tenemos no es a la «Humanidad» actuando histórica o políticamente, sino que lo que tenemos son españoles, franceses, alemanes, colombianos, marroquíes, rusos, chinos, estadounidenses y también israelíes o palestinos, que buscan un territorio donde imponer su paz; una paz donde desarrollar sus intereses éticos y sus propios intereses morales y políticos, que nunca pueden ser simultáneamente los de todos los hombres porque entre los intereses de unos y otros se dan contradicciones objetivas insalvables.
En suma, si somos prudentes, las decisiones políticas no han de dejarse arrastrar por las imágenes desagradables de quienes mueren o son asesinados. Precisamente porque, aunque no se pretenda, tales imágenes están ya al servicio de los intereses de unos, pero no al servicio de los intereses de todos, y el tratamiento que los medios de comunicación están haciendo de la escalada bélica entre Israel y los palestinos da buena muestra de ello. Como conclusión, podemos asegurar que la situación en Oriente Próximo no es un conflicto dado entre un Orden (el israelí) y «La Justicia Global» —con mayúsculas, una Justicia superlativa que, supuestamente, ampararía los derechos del pueblo palestino—, sino que el conflicto se da entre un «Orden» y otro «Orden» que trata de sustituirlo: «Desde el rio hasta el mar».
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