Thierry Meyssan
Occidente y Rusia tienen percepciones totalmente diferentes del conflicto en Ucrania. Es realmente un caso digno de estudio. Y no son los intereses materiales de los antagonistas los que determinan esa diferencia en la percepción del conflicto sino concepciones muy diferentes de lo que es el Hombre y formas diferentes de ver la Vida. Uno de los bandos estima que el “enemigo” pretende restaurar el imperio zarista o la Unión Soviética mientras que, para los demás, ese bando cree ser la encarnación misma del Bien.
FUENTE: https://www.voltairenet.org/article218742.html
Se mantiene el conflicto entre los partidarios de «un mundo basado en reglas» y los que defienden el regreso a «un mundo basado en el Derecho Internacional». Ese conflicto se inició con la intervención militar rusa en Ucrania y está llamado a prolongarse por años.
En el terreno, la situación militar está estancada, como siempre sucede durante el invierno en esa parte del mundo. Los partidarios de «un mundo basado en reglas» siguen negándose a poner en aplicación la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU mientras que los defensores de «un mundo basado en el Derecho Internacional» realizan una operación militar especial para imponer la aplicación de la resolución antes mencionada. En definitiva, estos últimos están estabilizando la situación de las poblaciones de la Novorossiya.
El paso de una guerra de movimiento a una guerra de posiciones ha permitido a cada protagonista reflexionar sobre las razones de su participación en la guerra. Ya no se trata de dos visiones antagónicas de las relaciones internacionales sino de dos concepciones diferentes de lo que es el Hombre.
Entre las tropas ucranianas hay que distinguir la diferencia entre los “nacionalistas integristas” y el grupo conformado por los militares profesionales y los ciudadanos movilizados por el ejército.
Los “nacionalistas integristas” son individuos cuya ideología los lleva a creer que “matar rusos” es un deber sagrado e histórico. Citan como referencia los escritos de Dimitro Dontsov y el ejemplo de Stepan Bandera. Dontsov (1883-1973) fue administrador del Instituto Reinhard Heydrich, con sede en Praga, y desde allí, estuvo entre quienes idearon la «solución final de las cuestiones judía y gitana», y Bandera (1909-1959) fue el segundo jefe de los ucranianos que colaboraron con los nazis en contra de los soviéticos.
El otro grupo (los militares y los movilizados) –dos terceras partes de las fuerzas de Kiev– ha perdido la moral combativa. Sus miembros ven como el armamento occidental es entregado esencialmente al grupo anterior, el de los nacionalistas integristas, mientras que ellos son considerados carne de cañón y sufren gran cantidad de bajas. En las redes sociales ucranianas pululan los mensajes de unidades militares enteras que protestan por el tratamiento que reciben de sus oficiales. En otoño se vio una primera oleada de descontento. Otra está teniendo lugar precisamente ahora. Los militares y movilizados, que inicialmente creían estar defendiendo su patria frente a una invasión, saben ahora que su país está en manos de una pandilla que ha “expurgado” las bibliotecas, impuesto su control a todos los medios de prensa del país, prohibido 13 partidos políticos y la iglesia ortodoxa y que, en definitiva, está imponiendo a los ucranianos un régimen autoritario. La semana pasada, el ex consejero del presidente Zelenski, el coronel Oleksiy Arestovitch, les dijo claramente que Ucrania ha asumido una lucha equivocada y que Kiev considera erróneamente que al menos 6 millones de ucranianos son «agentes rusos». Ahora saben también que la mayoría de los periodistas han sido arrestados y que la mayor parte de los abogados han huido al extranjero. Ahora se sienten amenazados por el ejército ruso… y también por su propio gobierno. Los múltiples casos de corrupción que salieron a la luz la semana pasada, les confirman que son sólo peones atrapados en un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia.
Del lado ruso puede verse la situación inversa. Al inicio de la «operación militar especial», las tropas profesionales obedecían sin entender por qué el Kremlin las enviaba a Ucrania, región considerada la cuna de la nación rusa. La población rusa temió entonces un regreso a las masacres de otras épocas. Poco a poco, esos temores desaparecieron. Los refractarios y acomodados… se fueron de Rusia. Yo mismo me sorprendí cuando un amigo ruso me dijo simplemente: «¡Que se vayan! ¡Tanto mejor!». Mi amigo no parecía inquieto sino más bien aliviado de verlos irse de Rusia. La población rusa, muy sorprendida e indignada ante las medidas de Occidente contra sus artistas y contra las glorias rusas del pasado, se dio cuenta de que Ucrania es sólo un pretexto para justificar otra cosa. Los rusos también se sorprendieron al ver a los países de la Unión Europea alinearse detrás de Washington. El pueblo ruso ve ahora que Occidente está en guerra contra su civilización, que no es una guerra contra el presidente Putin sino contra el legado de Tolstoi y de Pushkin. Ese pueblo orgulloso, siempre deseoso de evaluar su propia capacidad para defender a los suyos y batirse por su honor, hoy observa con tristeza la arrogancia de los occidentales, el hecho que Occidente no está interesado en ponerse al servicio del Bien sino que cree ser el Bien.
Los argumentos políticos que el presidente Putin exponía en diciembre de 2021, cuando publicó su proyecto de Tratado entre Estados Unidos y Rusia sobre Garantías de Seguridad [1] han quedado atrás. Ya no se trata de una guerra en defensa de intereses.
Mientras los rusos entienden ahora que no están luchando por obtener algo sino para sobrevivir, los occidentales no ven el conflicto de la misma manera. Los occidentales creen que los rusos luchan cegados por la propaganda, que luchan, sin saberlo, para restaurar el imperio zarista o la Unión Soviética.
Estamos ante un tipo de conflicto extremadamente raro, que nos hace pensar en aquel que existió entre Roma y Cartago y que terminó con la destrucción de todo vestigio de la civilización cartaginesa, al extremo que hoy ignoramos prácticamente todo sobre ella. Todo lo que hoy se sabe de Cartago es que fue construida por poblaciones procedentes de Tiro (ciudad del actual Líbano) y que su líder, Aníbal Barca, busco inútilmente refugio en Damasco y en otras ciudades de la actual Siria después de la destrucción de su ciudad. También sabemos que Cartago se desarrolló en paz y armonía con sus vecinos y socios, mientras que Roma conquistaba su imperio por la fuerza de las armas. Ya hice antes esa observación, al analizar la agresión contra Siria, cuando Rusia intervino para ayudar a ese país. Esa comparación se hace cada vez más pertinente. Estamos ante dos bloques que ya no tienen nada en común.
En Occidente, la gente comienza a ver lo que sucede en Ucrania como una guerra que Estados Unidos libra contra Rusia, a través de los ucranianos. En Ucrania, los nacionalistas integristas ni siquiera creen que están resistiendo ante quienes ven como invasores, están convencidos de que están derrotando a ese invasor en lo que ven como «el combate final» y creen que ese es su destino. Pero, si dejamos de lado los delirios místicos que esos elementos han bebido en los escritos de Dimitro Dontsov, ¿cómo puede alguien creer que 40 millones de ucranianos van a derrotar a 140 millones de rusos, sabiendo además que estos últimos cuentan ahora con un adelanto de al menos 20 años sobre Occidente en materia de armamento?
Los participantes en la reunión de la base estadounidense de Ramstein, en Alemania, donde en realidad se reunieron Estados Unidos y la Unión Europea, ya han gastado más de 250 000 millones de dólares en el conflicto ucraniano –o sea, en un año de guerra en Ucrania han gastado tanto como en 10 años de guerra contra Siria. Si comparamos los dos conflictos, veremos que, a la luz del Derecho Internacional, Rusia tiene razón en ambos casos, mientras que Estados Unidos reunió contra Siria una gran coalición y ahora está implicando considerablemente más a sus aliados en el conflicto de Ucrania.
Y si comparamos al presidente Putin con el líder cartaginés Aníbal, veremos que el presidente de la Federación Rusa no tiene intenciones de tomar la capital del adversario: Washington. También veremos que Putin está consciente de la superioridad militar rusa y que no piensa enemistarse con los pueblos de Occidente llevando la guerra a sus territorios… exceptuando quizás a sus “élites” del ministerio británico de Exteriores y del Pentágono estadounidense.
Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las «primaveras árabes» (2017).
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