Guerra por la hegemonía en Europa

Raúl Fernández Vítores

FUENTE: https://www.nodulo.org/ec/2022/n199p12.htm

Desde el 24 de febrero de 2022 Europa está en guerra contra Rusia. Contra Putin, explícitamente. En realidad la guerra había comenzado ocho años antes, con la anexión rusa de Crimea, pero Europa no quería saberlo. Desde 2014, Rusia y Europa enfrentan sus modelos de hegemonía sobre un mismo espacio o tablero, el del continente europeo. Es preciso, por lo tanto, analizar las claves de este enfrentamiento. Pues sólo mediante el análisis del conflicto será posible atisbar su colofón.

Lo que está en juego es el futuro de las viejas democracias liberales europeas. Ni más ni menos. Es decir, ¿serán capaces, los países de la Unión Europea bajo el paraguas de la OTAN, de mantener su bienestar y libertad o, por el contrario, dejarán que Rusia se enseñoree totalmente del viejo continente? ¿Será Rusia la señora de Europa o los europeos lograremos construir a tiempo una verdadera independencia económica y militar frente a la amenaza oriental?

La realidad es que la economía europea depende directamente del gas ruso. Esta dependencia energética ha sido promovida en el interior de la Unión por sus propios gobiernos y organizaciones no gubernamentales con un acrítico discurso ecologista. Y fuera de la Unión ha sido apoyada por Rusia por razones obvias e, indirectamente, también por Argelia, por no menos obvias razones. Aliada tradicional de Rusia, Argelia surte de gas al sur de Europa mientras Rusia hace lo propio en el norte. Tal es la tenaza energética.

En cuanto a la independencia militar, la realidad es que Europa lleva sin gastar prácticamente un euro (o cualquier otro tipo de moneda) en defensa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Amparada por el Tratado del Atlántico Norte, gracias a su valor geoestratégico frente a la Unión Soviética y durante toda la Guerra Fría, Europa pudo ahorrarse los altos costes de la inversión en armas, sobre la base además de los fondos para el desarrollo que le brindó el Plan Marshall. 

La situación actual es que Europa es un gigante económico que goza del mayor (aunque ya progresivamente menguante) “Estado de bienestar” del mundo entero y que, a diferencia de los Estados Unidos de América, no tiene una verdadera fuerza armada que le permita defenderlo. Un gigante económico con pies de barro, pues su dependencia energética del exterior es muy fuerte.

Por otra parte, Europa ha perdido todo el valor geoestratégico que le confería la Guerra Fría. Los intereses económicos y militares de los Estados Unidos de América ya no están en el Mediterráneo sino en el Pacífico. El deseo de no seguir pagando la defensa europea ya ha sido verbalizado por este país. Si lo hace, es decir, si finalmente la mayor democracia del mundo se “retira” de Europa, entonces “alguien” ocupará inmediatamente su puesto.

Por supuesto que cualquier país europeo, y muy especialmente España, debe invertir más dinero de su PIB en defensa. Por supuesto que Europa debe buscar a toda costa su independencia energética, sin desconsiderar la energía nuclear. Todo esto parece más que razonable ahora. Nos costará más dinero y, sobre todo, no pocos sacrificios y recortes en nuestro tren de vida. Los parlamentos europeos pueden abrir debates y sopesar las alternativas, sí, pero el debate de fondo parece que llega demasiado tarde. ¿Gastaremos más dinero los europeos en armas y centrales nucleares en plena crisis económica, hoy agravada además por una crisis humanitaria que ha generado cerca de cuatro millones de refugiados?

Todo esto lo ha evaluado fríamente Putin, que partiendo de una economía mucho más pobre que la europea ha decidido “poner en valor” su arsenal, incluida su potencia nuclear. Ha lanzado su envite.

Cabe interpretar la invasión rusa de Ucrania en términos de una guerra tradicional de ocupación. Rusia busca atenazar militarmente a Europa y, para ello, necesita consolidar territorialmente la salida de su flota al mar Báltico, que ya está consolidada, y el acceso al Mediterráneo, acceso que consiguió con la anexión de la península de Crimea y que ahora va a consolidar extendiendo sus fronteras hasta el río Dniéper o incluso hasta Odessa.

Pero en el contexto de una economía globalizada, mientras Europa sigue comprando el gas ruso y argelino para calentar sus estufas (o a la Estación Espacial Internacional llegan en plena guerra –el pasado 18 de marzo– tres cosmonautas rusos para unirse a cuatro estadounidenses, un europeo y otros dos rusos que ya estaban compartiendo espacio y misión), no es descabellado intentar articular otra interpretación del conflicto. Lo que está en juego no es tanto la frontera ruso-ucraniana (aunque, posiblemente, también) cuanto la influencia de Rusia en toda Europa. ¿Será Rusia el nuevo sheriff de Europa?

Según esta hipótesis, Rusia no tendría verdadero interés en expandir sus fronteras pero podría estar buscando ocupar el espacio de gestión (no sólo militar) que ya están cediendo los Estados Unidos de América en Europa. Con la connivencia de Biden y, por supuesto, de Trump.

Ahora Europa, es decir, los países de la Unión Europea con los otros países europeos pertenecientes a la OTAN deben decidir. Lucha armada o servidumbre. Si la opción es la lucha, entonces el no haber mandado tropas de la OTAN y armas regulares a Ucrania en el mismo momento en que Rusia inició la invasión es un error estratégico mayúsculo. ¿Hasta dónde llegarían estos y el otro? La amenaza nuclear siempre estará en el horizonte. Pero Europa debe atender a la llamada ucraniana y arrastrar a los Estados Unidos hacia una intervención militar humanitaria en Ucrania. En nombre del derecho internacional y los valores humanos.

Pero si la opción final es, como parece, la servidumbre, el sometimiento de las viejas democracias a la fuerza bruta del poder postsoviético, liberando a los Estados Unidos de la rémora europea y a la misma Europa de asumir el gasto en defensa, entonces los pasos dados tanto por los gobiernos europeos como por los Estados Unidos de América encuentran especial justificación. Atemorizados ante la posibilidad de un conflicto bélico nuclear, los europeos no intervendremos militarmente en Ucrania, que es tanto como decir que no intervendremos realmente en el conflicto. Quedaremos al albur de Putin. Y éste derrotará a los ucranianos, pondrá un gobierno títere en Ucrania, igual que en Bielorrusia y, si es listo, no invadirá Moldavia, porque ya no será necesario, e incluso se retirará formalmente de Ucrania, dejando en el país sus bases militares, y restableciendo las fronteras reivindicadas por las Naciones Unidas.

Finalmente, el orden internacional será restablecido. Europa seguirá poniendo su motor en marcha con el gas ruso y argelino. Los rusos serán los señores de la vieja Europa y los chinos, sus intendentes. Los Estados Unidos comerciaran con las potencias pacíficas y habrá paz en Europa pero no, libertad.

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