Borja Martínez
@BorjaMzGz
Nació hace hoy cien años y murió hace ocho, pero la obra de Gustavo Bueno está hoy más viva que nunca gracias a internet y las redes sociales. Hablamos con su hijo, presidente de la fundación que difunde el legado del único filósofo español del siglo XX con un sistema propio.
Cuando llegó el año 2000, fecha escatológica y horizonte clásico de la ciencia ficción, los ordenadores no se estropearon ni se terminó el mundo, pero se estrenó en España un concurso de televisión de nombre orwelliano. Con coartada de experimento sociológico, Gran Hermano –diez personas encerradas 90 días en una casa y observados las 24 horas a través de las cámaras– parecía representar todos los excesos y temores de la sociedad pasada de vueltas del nuevo siglo. Fueron muchos los llamados intelectuales que entraron al trapo para criticarlo superficialmente o simplemente denigrarlo. Pero solo uno, el filósofo Gustavo Bueno, se lo tomó realmente en serio. Tanto, que su figura quedó vinculada en adelante al fenómeno social y mediático que se formó alrededor del polémico programa de Telecinco.
Después de que la prensa, excitada por la novedad, recabara su opinión, el catedrático emérito de la Universidad de Oviedo fue invitado por la revista Interviú a escribir semanalmente sobre Gran Hermano y acabó acudiendo al plató para ofrecer su análisis del concurso y de los concursantes. Una exótica presencia con la que el programa presentado por Mercedes Milá obtenía del sabio la legitimidad que deseaba, y Bueno un altavoz privilegiado para expresar su corrosivo punto de vista sobre la realidad. En una época en la que Gran Hermano alcanzaba cuotas de pantalla del 60 por ciento, concitando ante la pantalla a más de diez millones de espectadores, la figura venerable del filósofo, austeramente vestido, siempre con su camisa cerrada al cuello, alcanzó el estatus de celebridad nacional.
”Observar la basura es mirar la realidad. Y observar la realidad está dentro de aquella célebre máxima de Terencio: Nada de lo humano me es ajeno”, dirá después Bueno, que ese verano recibió en Asturias a Ismael Beiro y Iván Armesto, ganador y finalista de la primera edición de Gran Hermano, que incluso pernoctaron en La Montaña Mágica, un hotel rural perteneciente a la familia.
A partir de aquella insospechada aventura, el pensador publicó uno de sus libros más populares, Telebasura y democracia (2002). Y comenzó para él una segunda vida como autor de éxito, con títulos como El mito de la izquierda, Panfleto sobre la democracia realmente existente, España no es un mito, Zapatero y el pensamiento Alicia, La fe del ateo, El mito de la derecha o El fundamentalismo democrático. En ellos tuvo la oportunidad de desplegar ante el lector medio el escalpelo impertinente de su pensamiento, diseñado para llegar hasta el hueso de los mitos, lugares comunes y espejismos que falsean cotidianamente nuestra experiencia como humanos y ciudadanos.
Pero, antes de Gran Hermano, Bueno había trazado una larga y brillante trayectoria intelectual. Es, de hecho, uno de los pocos filósofos españoles del siglo XX merecedores de tal nombre y probablemente el único con un sistema filosófico propio, el llamado materialismo filosófico, que presentó en 1972 en sus primeros Ensayos materialistas (Taurus) y que desarrolló a lo largo de toda su vida. Un sistema que, desde lo que él consideraba un saber de segundo grado como la filosofía, le permitía analizar de manera crítica y metódica los saberes de primer grado –técnicos, políticos, matemáticos, biológicos–. Y con ello abordar todos los aspectos de la vida social y el conocimiento humano, desde la ciencia, con su ambiciosa teoría del cierre categorial, a la religión, con su ensayo El animal divino, pasando por la historia.
Gran conocedor de la escolástica pero irremediablemente ateo, «contracapitalista» pero enemigo de los lugares comunes de la izquierda convencional, Bueno fue un pensador a contracorriente que ni buscó ni encontró acomodo en el dualismo dominante en la academia y el debate público. Pensó contra todos, y muchos trataron de arrinconarle de un modo u otro.
Jubilado a su pesar en 1998 como profesor de universidad –se despidió con una lección improvisada en la escalera de la facultad, invocando el espíritu del 68 y de las huelgas mineras–, estableció en Oviedo la fundación que lleva su nombre y desde allí siguió ejerciendo su magisterio con una actividad incansable en forma de cursos, conferencias y vídeos, sus conocidas «teselas», hasta que murió el 7 de agosto de 2016 a los 91 años, solo dos días después que su mujer, Carmen. Desde entonces, la Fundación Gustavo Bueno, encabezada por el mayor de sus cinco hijos, el también filósofo Gustavo Bueno Sánchez, viene velando por la conservación y difusión de su legado.
Pocos más autorizados que Bueno hijo (Salamanca, 1955) para hablar del trabajo de su padre, que este domingo 1 de septiembre hubiera cumplido cien años. También profesor, retirado hace cinco años, de la Universidad de Oviedo, desde muy joven fue el amanuense, el transcriptor al dictado de los textos de Bueno, como se refiere en todo momento a su progenitor y maestro. «Ensayos materialistas, que es del 72, todavía no lo tecleé yo, pero Metafísica presocrática, que sacamos en el 74 y con el que se fundó Pentalfa», la editorial familiar creada hace ahora 50 años, «ese ya lo tecleé yo entero. Y desde entonces, todos», explica a El Independiente en la casa familiar de Niembro, situada el concejo asturiano de Llanes.
Construida poco a poco desde los años 60, antes de que la especulación llegara a este enclave privilegiado de la costa asturiana, y en buena medida con materiales de derribo –las ventanas, por ejemplo, proceden de la reforma de un hotel de Oviedo–, esta casa fue el refugio de Bueno, el torreón en el que concibió buena parte de su caudalosa obra rodeado de su biblioteca, protegido por una estatua de Diana Cazadora obsequio de sus hijos y por la colección de helechos plantada por el pequeño, Álvaro, botánico de profesión.
«Lo curioso del sistema y de la presencia de Bueno actualmente es que su difusión se ha producido fundamentalmente después de su muerte», explica Gustavo sentado a la mesa de la tejavana del jardín. «Y ha sido por las redes sociales, por YouTube, mucho en Hispanoamérica, y también a medida que se han ido muriendo y jubilando todos los catedráticos de filosofía que han sido los verdaderos diques y frenos» para la difusión de la obra de Bueno, asegura. «Salvo excepciones, la norma ha sido el silencio absoluto o la denigración».
Bueno fue un heterodoxo que siempre despreció los corporativismos, transitó al margen de su gremio y desafió alegremente las fronteras entre disciplinas, hiriendo muchas susceptibilidades académicas. Pero según su hijo, el rechazo de sus colegas fue sobre todo por causas ideológicas. Y vino por los dos flancos. De nuevo, los hunos y los hotros de Unamuno.
En el momento de la muerte de Franco, «la mitad de los profesores de filosofía de la universidad procedían del Opus Dei. De ahí viene todo el sistema de amaño de tribunales de oposiciones, y en filosofía, más que en otras disciplinas, porque era lo que más cuidaban desde el punto de vista del nacionalcatolicismo», relata Bueno hijo. Ateo y materialista, su padre encajaba con dificultad en una academia de estas características.
Pero la situación no mejoró después de la Transición. A partir del 82, con el triunfo del PSOE, «se impuso una visión socialdemócrata, que enlazaba con el krausismo de mediados del XIX, de donde bebió todo el PSOE, y que tampoco quiso saber nada de la obra de Bueno. En El País, siempre que hablaban de él, era ‘el filósofo marxista’. Y eso, una vez que el PSOE había abandonado expresamente el marxismo, se esgrimía con voluntad de marcar, tenía carga negativa. Se convirtió en una losa». O se insistía en la teoría del cierre categorial, una forma de oscurecer el sentido de su obra «relegando a Bueno a la teoría de la ciencia, para no querer reconocer su teoría política ni su filosofía de la religión».
Bueno hijo establece otro punto de inflexión: fue el 14 de abril de 1998, cuando su padre pronunció la conferencia «España» (al escribir estas líneas, más de 250.000 visionados en YouTube), una defensa vehemente de la nación y de los valores de la cultura católica española frente al protestantismo y de la necesidad de esgrimirlos en defensa propia. Germen, asimismo, del libro España frente a Europa que publicó un año después.
Ya entonces, pronunciamientos de ese tipo bastaban para tachar de reaccionario a quien los emitiera, pese a que, tratándose de Bueno, sus palabras fueran fruto del análisis y la reflexión. «Su teoría del Estado es potentísima. Había desarrollado su teoría de los imperios, distinguiendo entre imperio generador e imperio depredador, lo que también molestó a los historiadores, que le ningunearon. Ahora los historiadores son especialistas en cosas, no hay una historia global, y Bueno hacía filosofía de la historia, pero es que la historia, o es filosofía de la historia o es periodismo, antropología, sociología, o directamente ideología», protesta Bueno hijo, quien recuerda pronunciamientos pioneros de su padre sobre la amenaza del islam o el problema de la inmigración.
«Ayer alguien subió unas declaraciones de Bueno en el 2000 sobre la cuestión de la inmigración, y cómo había que introducir la diferencia entre ética y moral para abordar el fenómeno. Desde el punto de vista ético existe la obligación de cuidar el cuerpo del otro; si te llega una patera tienes que ayudar a los que van en ella. Pero hay una colisión entre el deber ético y la realidad moral política. Y esto es lo que se está viendo ahora en Europa. Es un conflicto real, y o se toman medidas de regulación o nos encontraremos en la antesala de regímenes autoritarios como los de los años 30″.
La web de la Fundación Gustavo Bueno y el repositorio documental de filosofia.org , una gran biblioteca online sobre filosofía mantenida y alimentada desinteresadamente por la institución, son los dos principales bastiones del apostolado buenista. Y lo hace sin subvenciones, monetizando las ventas de los libros que edita Pentalfa –embarcada ahora en la publicación de las Obras Completas de Bueno–. Y rentabilizando su experiencia con proyectos como el que tiene en marcha con la Fundación Universitaria Iberoamericana, Funiber, una potente pero discreta organización educativa con sede en Barcelona y una creciente red de centros universitarios en Europa, América y África. Para ellos han diseñado un Máster en Filosofía del Presente y un curso de Fundamentos de Filosofía, que ofrecen una visión de la filosofía contemporánea desde el prisma del materialismo filosófico.
Un sistema que, según Bueno hijo, sintetiza armónicamente las dos corrientes dominantes del pensamiento contemporáneo, la marxista y la de tradición clásica cristiana. «Crítico del todo con el dogma soviético, Bueno logró sobreponerse a esas dos tradiciones fuertes, y por supuesto al pensamiento débil dominante hoy, que es el ideológico. Fue encontrando una serie de distinciones que aplicó a diversas áreas hasta crear un sistema potentísimo, que después de muchos años de neutralización y ocultación la gente está descubriendo como una herramienta de filosofía aplicada para comprender el mundo».
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