MANUEL ROMÁN.
Ha muerto el cómico Arévalo a los setenta y seis años, de manera inesperada, en su casa de Valencia. Fue su hijo Paco quien lo encontró sin vida. Llevaba unos días fastidiado, pero nadie de su entorno podía presentir este final, a media tarde de este pasado miércoles. Hacía algún tiempo que iba reduciendo sus actuaciones. Su biografía profesional contiene dos facetas: la de torero cómico y la de actor, también haciendo reír al respetable. Sin embargo, su vida estuvo teñida por la tristeza interior. Varios dramas hubo de soportar a lo largo de los años. La muerte de dos hijos, la de su mujer, y la enfermedad mental y cardiovascular de Nuria, su hija, para quien siempre tuvo una permanente atención hasta ahora.
Francisco Rodríguez Iglesias se llamaba. Pero todos lo conocíamos por el segundo apellido de su padre, Arévalo, que adoptó para su profesión. Nacido en Madrid el 2 de septiembre de 1947, pasó su infancia en la localidad levantina de Catarroja para, ya mayor, radicarse en Valencia, que es de donde muchos lo creían oriundo. Ciertamente, así lo consideraba él mismo y es donde le ha sorprendido la Parca.
Su padre era torero cómico anunciándose con su apellido antedicho. Arévalo senior formó parte de varios espectáculos taurinos, principalmente «El Bombero Torero», en donde asimismo tomó parte Arévalo junior. Desgraciadamente, y así lo lamentaba éste apenas hace una semana en una entrevista , el Gobierno prohibió temporadas atrás esta suerte de toreo bufo, muy en concreto en donde participaban enanitos. Arévalo hijo toreaba bastante bien en serio, pero no considerándose lo suficiente apto para competir con diestros amigos suyos, como José María Manzanares entre otros paisanos, optó por continuar la saga paterna. Y se dejaba coger por los becerros toda vez que les hacía toda clase de diabluras en el ruedo, entre las risotadas del público. Hay que recordar que en ferias populares nunca faltaba la programación de estos espectáculos cómicos, a los que iba una muchedumbre infantil, cada niño de la mano de sus padres.
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Aquella faceta taurina la cultivó en la década de los 70 y fue en la siguiente cuando ya se decantó por el teatro, el cine, sus actuaciones en salas de fiestas, luego más tarde en la televisión. Y lo más chocante: los chistes de gangosos, sobre todo, que se comercializaban grabados en «cassettes» en las gasolineras. Historietas comunes, salpicadas de sal gruesa en ocasiones, en particular cuando sus protagonistas eran homosexuales.
La primera de sus películas fue «Su Majestad la risa», fechada en 1981. En la gran pantalla Arévalo intervino en unas cuantas cintas de las que dirigió Mariano Ozores, con Pajares y Esteso encabezando los repartos. Pero su verdadera popularidad la consiguió a partir de 1983 cuando apareció en el programa «Un, dos, tres…», y también cuando años más tarde, en 2004, volvió a emitirse. Sus chistes y chascarrillos resultaban ingenuos, a veces intencionados al referirse a los mariquitas: eran la comidilla al día siguiente en los bares y en ambientes familiares. Arévalo tenía que renovar constantemente su repertorio. Una vez lo descubrí en una feria del libro en el madrileño paseo de Recoletos demandando a uno de los vendedores de cierta caseta: «Oiga ¿tienen algo con chistes de baturros?»
Las apariciones en televisión le permitían después cobrar su buen caché en salas de fiestas. De aquellas, recordamos su paso por la serie de El Fary, «Este es mi barrio» y en muchos otros espacios de música y variedades. Se hizo muy querido del público. Ciertamente podrían criticarlo por su estilo, algo tosco, de sal gruesa. Pero su humor, tan directo, llegaba a todos, a gentes que no podían exigirle otras sutilezas. En la actualidad, muchas de sus ocurrencias acaso estuvieran fuera de moda, o simplemente censuradas, así como lo leen. Les pasa a muchos humoristas. ¡Qué cosas, en los albores de este 2024! Manda, dicen, lo políticamente correcto, frase que siempre me ha parecido una imbecilidad.
Mientras Arévalo hacía reír a la gente, guardaba sus penas para sí. Se había casado con una guapa mujer, rubia, llamada Elena. Se conocían desde niños. Con diecisiete años él, se ennoviaron. Y con dieciocho celebraron su boda. Estuvieron casados medio siglo. Durante ese largo tiempo, vivieron dos tragedias: se les murió un niño al nacer. Pero es que otro, a la edad de veintisiete años, falleció víctima de un infarto. (Causa que parece es lo que le ha llevado a Arévalo a la tumba). Después de esa última desgracia, el cómico recordaba a su hijo continuamente, incluso cuando pisaba un escenario: llevaba una medalla colgada al cuello en su recuerdo.
No eran sólo esas tragedias las que parecían interponerse en la felicidad del matrimonio. Porque Elena dio a luz una hija, Nuria, afectada por el síndrome de Williams, enfermedad mental y cardiovascular. Puede suponerse que sus padres se volcaron en ella para que su existencia transcurriera lo más apacible. Paco, como los amigos llamaban siempre a Arévalo, dedicó muchos años a una fundación sita en Villena en favor de niños necesitados. Organizaba un festival anual con la intervención de muchos de sus compañeros. Ni qué decir que el pueblo alicantino siempre le ha tenido un gran afecto y el Ayuntamiento supo agradecérselo nombrándolo hijo adoptivo.
Le unía a Bertín Osborne, además de una sólida amistad, la circunstancia de que también el cantante tuviera un niño discapacitado. La sensibilidad de ambos hacia las criaturas con dificultades es algo que a menudo se suscitaba en sus encuentros. Un día, no sé a quién de los dos, se le ocurrió formar compañía teatral propia; los dos, únicamente. Idea que les vino al caletre recordando la película «Gemelos», que protagonizaron Arnold Schwazenagger y Danny de Vito, que en el caso de aquellos venían a ser, de alguna manera, lo mismo: uno midiendo cerca de dos metros y el otro llegándole a éste a mitad del pecho.
Bertín y Arévalo dieron en la diana del éxito y la taquilla. Se forraron con varias funciones que representaron por toda España, a partir de 2011: «Dos mellizos», «Más mellizos que nunca», «Dos caraduras en crisis»…Tenían un libreto, claro está, urdido por ellos, pero improvisaban con «morcillas» (así se llaman en el argot escénico) sobre asuntos de actualidad. Y el público se partía de risa.
La última comedieta que estrenaron fue «Por humor al arte». Encontrándose actuando en un teatro de Ciudad Real, le llegó a Arévalo una terrible noticia: su esposa acababa de morir. Llevaba cinco años librando una batalla contra un cáncer. Sus últimos tiempos en silla de ruedas o en la cama. Hasta que perdió el habla. Paco Arévalo pasó con ella todo el tiempo posible, cumplía con sus compromisos artísticos y volvía siquiera para unas horas a casa para seguir junto al gran amor de su vida. El entierro fue en la más completa intimidad. Entre los pocos asistentes al sepelio se encontraban Bertín y Fabiola. Fue el 12 de diciembre de 2015.
Desde entonces, Arévalo se enfrentó a su amarga soledad, en los escenarios. Hasta que poco a poco incluso su físico fue cambiando, algo ya envejecido. Cometió un error del que se arrepintió mucho tiempo. Bertín Osborne organizó una comida con muy señalados asistentes, en torno a una paella en honor de don Juan Carlos de Borbón y la infanta doña Elena. Alguien tomó unas fotografías con el pacto de que no serían publicadas. Arévalo se lo saltó, divulgando esas imágenes en su cuenta de twitter. A Bertín le sentó muy mal; parece que ello no gustó tampoco al monarca. Durante unos meses, cantante y cómico dejaron de hablarse. Hasta que Arévalo le pidió perdón, incluso públicamente también, sellando la paz entre ellos.
No fue la única metedura de pata de un hombre tan bonachón como Arévalo, quien en el programa «Deluxe» no se le ocurrió mejor frase que meterse con los homosexuales. De él fue esta frase: «Un hombre de verdad es un hombre que no es gay». Al día siguiente se armó la marimorena en otros programas y medios de información en general. Y eso que él siempre contaba: «A mí los mariquitas me quieren mucho, se ríen con mis chistes».
No se le conocían a Paco Arévalo amores de ninguna clase desde la muerte de su querida esposa. Hasta que hace dos o tres años dio en enamorarse de Malena Gracia. Extraña pareja que duró lo que un pastel a la puerta de un colegio. Ninguno de los dos especificó las razones de su ruptura. ¿Fue sólo un ardid publicitario? No lo pareció, desde luego. Mas raro sí que fue lo que pensó la mayoría, amigos de los dos, y reporteros de la prensa rosa.
«No pienso jubilarme. La caducidad la pone el público», declaró Arévalo en cierta ocasión. Lo cierto es que en los últimos tiempos ya se sabía poco del popular cómico, al que echaremos de menos. Era un buen tipo, sencillo, con un gran don para crearse amigos en todas partes. El mundo del humor hoy está de luto. Se ha ido para siempre quien mucho nos hizo reír, imponiéndose siempre por dentro a su infortunio familiar.
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