CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
Para empezar, quiero hacer llegar mi solidaridad y gratitud por su enorme valentía mediante el presente artículo; y a cuantos –cada día más- tienen lo que hay que tener para llamar a las cosas por su nombre a riesgo de sufrir las iras, el odio, la violencia de la “mafia de género”.
Omertá o ley del silencio es el nombre que recibe el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre los delitos considerados asuntos que incumben a las personas implicadas. Esta práctica está muy difundida en casos de delitos graves o en los casos en los que está implicada la mafia, y en los que un testimonio o una de las personas incriminadas prefieren permanecer en silencio por miedo a represalias o para proteger a otros culpables.
En la cultura de la Mafia, romper el juramento de omertá está castigado con la muerte…Hace ya más de un lustro, si la memoria no me falla, el Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, informaba de que alrededor del 60 por ciento de las mujeres víctimas de violencia doméstica (que el Observatorio de «Violencia de Género» del CGPJ denomina indistintamente “violencia de género” y “violencia machista”) volvió con su agresor, según el antedicho observatorio, “casi el 60 % de las veces, la víctima reanudó la convivencia con el agresor tras la denuncia e incluso después de que éste fuera condenado”.
De la noticia nada o casi nada se habló en los medios de información, de manipulación de masas; por más que busqué por doquier, no encontré nada de nada, ¡Silencio absoluto, omertá!
A los pocos días el escritor Luis Racionero (al que sorprendentemente no lincharon ni pidieron que se le empalara…) se preguntaba: “¿De qué van estas señoras? ¿De tontas, masocas, ignorantes y almas en pena? Y añadía: “La mayoría de las víctimas se acogió a su derecho de no declarar contra el agresor y tenía una valoración del riesgo entre medio y no apreciado. A ver cómo se soluciona semejante incultura o candidez…”
Inevitablemente me vino a la memoria un texto que publiqué años atrás, en el cual hablaba acerca de “las personas maltratadas y las personas proclives –adictas- a la violencia”, inspirándome en un estudio de la británica Erin Pizzey que, por más tiempo que transcurra sigue estando de plena actualidad.
Salvo error u omisión, que se sepa, Erin Pizzey fue la promotora y fundadora de las primeras “casas de acogida”, refugio para mujeres maltratadas y sus hijos que se pusieron en funcionamiento en el mundo, concretamente en Londres, Reino Unido, en el año 1971, con el nombre de Chiswick Women´s Aid; iniciativa por la cual deberían estar agradecidos todos los humanos –mujeres y hombres- de buena voluntad.
Fue también Erin Pizzey quien escribió, en 1974, el primer libro que aborda el asunto de las mujeres maltratadas, con el título de “Scream Quietly or The Neighbors Will Hear”. No tuvieron que pasar muchos años para que Erin Pizzey cayera en la cuenta de que en su casa de acogida-refugio, así como en las que fueron surgiendo a imagen y semejanza de la fundada por ella, se estaban atendiendo a dos tipos de problema, bien distintos cada uno; al refugio acudían lo que Erin Pizzey denominó “genuinas mujeres maltratadas” y otro tipo de mujeres nombradas por Erin Pizzey como “mujeres proclives a la violencia“. Es bien fácil definir-diferenciar a los dos tipos de personas:
– Una persona maltratada es la que es “víctima inocente” de la violencia de su compañero o compañera, por supuesto de forma “no deseada”.
– Una persona “proclive a la violencia” es una persona víctima de su propia violencia, por su puesto también, de manera no deseada.
En 1981 Erin Pizzey publicó en el periódico British New Society un artículo en el que diferenciaba claramente a las dos clases de mujeres (ni que decir tiene que también se dan las dos clases de hombres-varones). En su artículo hacía distinción entre las mujeres que accidentalmente se han visto relacionadas con un compañero violento, al que desean abandonar y no volver a ver nunca más, y las mujeres que debido a profundas razones psicológicas buscan una relación violenta, e incluso varias, y no tienen intención de clase alguna de abandonar a su compañero.
En sus escritos, Erin Pizzey, afirma que cualquier trabajador social honrado que desarrolle su labor en el ámbito de la violencia familiar, sabe que hay mujeres que pueden ser liberadas de sus relaciones violentas sin gran dificultad. Tales mujeres pueden estar necesitadas de encontrar un nuevo lugar o entorno donde vivir, o ayuda financiera, o ayuda legal o apoyo emocional para superar sus sentimientos de responsabilidad-culpabilidad, compasión e incluso pena de su compañero maltratador, que ella intenta abandonar… Esta clase de mujer es la que Erin Pizzey llama mujer ‘genuinamente maltratada’…
Proseguía, Erin Pizzey, afirmando en su artículo que, también cualquier trabajador social honrado del ámbito de la violencia familiar, debe admitir que hay mujeres a las que es difícil ayudar. A ese tipo de mujer se la puede intentar ayudar legalmente, en lo financiero/económico, y hacer todos los preparativos para que tenga una nueva vida independiente de su compañero abusador… Pero esta clase de mujer acaba volviendo una y otra vez con su compañero, o si deja al compañero acaba buscando una nueva relación con otro compañero, ¿casualmente? violento. Ésta es la clase de mujer que Erin Pizzey denomina ‘Mujer Proclive a la Violencia’…
Desde que puso en marcha aquella primera casa de acogida para mujeres maltratadas, Erin Pizzey ha colaborado (y alentado) en la creación de casas de acogida en todo el mundo, aportando sus enormes conocimientos sobre el asunto. Después de gran cantidad de estudios y viajes por todo el planeta, ha acabado afirmando que los “principios de la violencia familiar son universales“; los informes que ha ido recabando en sus seminarios con médicos y trabajadores del ámbito de la violencia familiar le han ido confirmando sus hipótesis y le han permitido establecer un programa terapéutico específico para tratar a las personas proclives a la violencia.
«Casualmente» la oposición a sus conclusiones y a sus planes de trabajo con individuos proclives a la violencia, ha procedido –siempre- de mujeres que trabajan en el campo de la violencia familiar que se hacen llamar a sí mismas “feministas”.
Han sido bastantes los grupos de mujeres “feministas” que han intentado vetar o censurar sus escritos aferrándose a un tipo concreto de política y de creencias retóricas. Desgraciadamente (son palabras de Erin Pizzey) muchas casas de acogida están dirigidas por esta clase de mujeres.
En 1982 su libro sobre las mujeres proclives a la violencia fue “secuestrado” por “feministas” trabajadoras de refugios británicos.En sus estudios Erin Pizzey afirma que sólo intenta descubrir la verdad subyacente a la problemática de las relaciones humanas, independientemente de cuales puedan ser las consecuencias políticas de la verdad. Por el contrario (son palabras también de la autora) las políticas y tendencias teóricas actuales de algunos grupos de mujeres feministas tienen el único propósito de conseguir financiación pública y gubernamental.
Las feministas son especialmente “cautas” en difundir cualquier información que pueda cambiar la simpatía de los gobernantes o de la opinión pública y correr el riesgo de que les retiren los fondos para su “causa”.
Erin Pizzey, para que no quepa duda alguna, afirma rotundamente que está lejos de su intención y es poco serio, decir que las mujeres permanecen en relación con maltratadores “porque a ellas les gusta”, “porque quieren”, o “porque se lo merecen”.
E. Pizzey denuncia que un gran porcentaje de las actuales investigaciones en el campo de la violencia doméstica está “motivado políticamente“.
En los últimos años ha aparecido una línea completa de estudio e investigación sobre la violencia familiar con el claro propósito de continuar con la actual situación política. La intención de Erin Pizzey es la de intentar probar que el asunto de la violencia familiar debe ser visto en el terreno de lo personal, psicológico, más que en el terreno de lo político. Ella afirma que los individuos proclives a la violencia “se crean” en primer lugar por las enseñanzas violentas recibidas en su infancia. La infancia, las familias violentas y las dinámicas familiares, deben ser consecuentemente tenidas en cuenta y ser foco de atención en los próximos estudios que se emprendan respecto de las relaciones violentas.
Las investigaciones de E. P. concluyen que una infancia violenta es muy probable que cree una adicción a la violencia que, lleve al individuo a seguir reproduciendo la violencia en sus sucesivas relaciones. Sus estudios demuestran que hay que hacer una clara distinción entre mujeres maltratadas y mujeres proclives a la violencia. Sus investigaciones también llevan a la conclusión de que la tendencia de determinadas mujeres, a verse envueltas en relaciones violentas surge de una historia infantil previa, de violencia familiar.
Otra de las conclusiones de sus investigaciones es la de que la violencia no es exclusiva de determinadas edades o sexos. E. P. ha atendido a hombres violentos, mujeres violentas, niños violentos, adolescentes violentos, familias violentas. La autora afirma rotundamente que, contra lo que se nos pretende hacer creer, la violencia no es un problema exclusivamente masculino.
Es especialmente llamativo que de cada cien mujeres que acuden a los centros de acogida, según los estudios de E. P., sesenta son mujeres calificables como de proclives a la violencia. Mujeres que generalmente, cuando acuden al refugio-centro de acogida para mujeres maltratadas suelen afirmar que sus problemas acabarían simplemente si se las alejara de su compañero abusador, o fuesen capaces de separarse de él. Desgraciadamente, estas mujeres al poco tiempo de estar en la casa de acogida suelen ser las causantes de innumerables peleas y alborotos con otras mujeres residentes. Esto lleva a la autora a concluir que la causa o responsabilidad de las relaciones violentas que suelen establecer este tipo de mujeres, no puede ser atribuida exclusivamente a la tendencia a la violencia de su compañero abusador-maltratador.
Otra característica interesante es la de que muchas mujeres proclives a la violencia han sufrido episodios violentos de sus compañeros, antes de haber tomado la decisión de cohabitar con él.
Los datos de los que hablamos son tan tremendamente trágicos, demuestran tal grado de sufrimiento entre los individuos que se ven envueltos en relaciones violentas; incluso si una mujer o un hombre son proclives a la violencia, hablamos de gente que evidentemente no es feliz viviendo este estilo de vida, que es de extrema urgencia abrir futuras investigaciones que abran el camino a acciones terapéuticas para cualquier individuo que participe de relaciones violentas: mujeres, hombres y niños.
Sin duda, todos hemos de estar de acuerdo en que las más trágicas, las más preocupantes son las repercusiones de las relaciones violentas en los menores, niños que han presenciado violencia entre sus progenitores o han sido maltratados por uno o por ambos padres. Los niños de la próxima generación es muy posible que crezcan reproduciendo relaciones violentas y consecuentemente, sus descendientes también serán niños violentos. Si un niño se convierte en adicto a la violencia, como cualquier adicto cuando llegue a adulto actuará para conseguir el objeto de su adicción: la violencia.
Es necesario que los trabajadores del ámbito de la violencia familiar sean informados de los hallazgos que se están realizando en estudios como el de Erin Pizzey, de forma que se pase a abordar de otra manera el modo en que los miembros de las familias violentas se relacionan.
La investigadora está en la actualidad centrando su atención especialmente en programas encaminados a evitar que se castigue innecesariamente e ineficazmente a los miembros de las familias violentas y que, por el contrario, con intervenciones cualificadas se rompa la historia familiar de violencia, antes de que futuras generaciones de niños sean adictos a la violencia.
DATOS SACADOS DE «ESTUDIO COMPARATIVO SOBRE MUJERES MALTRATADAS Y MUJERES PROCLIVES A LA VIOLENCIA». POR ERIN PIZZEY. (TRADUCCIÓN REALIZADA POR ANTONIO LUENGO DOS SANTOS CON AUTORIZACIÓN DE LA AUTORA.)
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