He aquí un cuento para entender el exceso de mortalidad
Cipriano Silva Camarzana
Érase que se era una gran familia, regular y comúnmente avenida, en esa familia cabían todas las creencias religiosas, todas las ideas políticas, todos los gustos culinarios, todas las edades y cualquier libertad de ser.
Las comunicaciones entre ellos también eran de todo tipo: afectivas, amigables, íntimas, frías, intercambio de información y de opiniones, confidencias, palabras intrascendentes, etc. pero había anunciada una gran sequía y calor y por supuesto, todos tenían sed.
Unos meses después de aquel verano, la mayoría de las conversaciones empezaron a girar en torno a la salud, que si tal o cual estaba aquejado de artritis, otro afectado por el lumbago, otro había enfermado de cáncer, otro tenía palpitaciones, otro mareos y lapsus de memoria,… e incluso algunos habían muerto repentinamente a pesar de no haber superado los 70 años, y otros incluso más viejos, a pesar de haber disfrutado de buena salud sucumbían de un día para otro sin previo aviso.
En definitiva, parecía que un montón de enfermedades múltiples y variadas habían socavado la salud de aquella gran familia en poco tiempo.
En la familia todos pensaron que era normal, puesto que el mal aquejaba a casi todos con los que se relacionaban y viendo que todos padecían múltiples y diferentes enfermedades consolábanse en “el mal de muchos, consuelo de…”
Algunos lo achacaban a la edad que a todos nos avanza, otros a los malos hábitos alimenticios, otros a los antecedentes familiares, otros incluso al calor…; fuera la causa que fuera en la que pensaran, la realidad era que en un plazo corto de tiempo habían caído sobre todos ellos muchos males de lo más variopinto.
A nadie se le ocurrió que toda esa gran familia reservaba habitaciones en diferentes hoteles, pero que pertenecían a una misma cadena hotelera y que todos voluntariamente pedían y consumían las mismas aguas embotelladas de la que la publicidad una y otra vez destacaba sus virtudes.
Y por supuesto, también desconocían que los dueños de la cadena hotelera tenían algunos acuerdos comerciales: con los proveedores del agua, los boticarios, los publicistas, el registrador de propiedades,… y por supuesto, con el amo de la funeraria.
Y colorín colorado este cuento ¿se ha acabado?
Cipriano Silva Camarzana
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