Diálogos entre Antonio Miguel Rodríguez y del Castillo y Carlos Aurelio Caldito Aunión.
Como recordarán nuestros lectores y fieles seguidores, el día 27 de octubre de 2020 entrevistamos a Antonio Miguel Rodríguez y del Castillo, Director Jurídico e Institucional de VOZ IBÉRICA, y hablamos con él acerca de la Hipnoterapia. https://www.voziberica.com/la-hipnoterapia-podria-resolver-casos-del-pasado-bio-informacion-genetica/; desde entonces, hemos publicado algunas reflexiones resultado de los diálogos habidos entre Antonio Rodríguez y Carlos Caldito…
Antonio es un hombre especialmente sorprendente, gratamente sorprendente, posee una grandísima experiencia profesional como criminólogo… y múltiples conocimientos de cuestiones que, para mí eran inimaginables. Desde que nos conocemos, aparte haber hecho amistad, hemos tenido largas, larguísimas conversaciones, sobre lo divino y lo humano, sobre cuestiones a cual más interesante… conversaciones realmente provechosas, enormemente enriquecedoras.
Las que siguen son reflexiones de ambos que, pensamos que deben ser publicadas, así que, ahí van:
Nos ha tocado vivir una época en la que los niños son “adultizados” muy tempranamente y se infantiliza a los adultos.
Los niños suelen ser tratados como “colegas”, tanto por parte de sus padres como de sus profesores y, obviamente son “maleducados”, pues, es imposible que alguien que es percibido como “amigo”, como “un igual” por parte de un niño, tenga capacidad de influencia sobre él, ya que los amigos no educan a los amigos, ni los reprenden, ni tienen capacidad de sancionarlos.
Sí, vivimos una situación realmente paradójica en la que, los adultos están instalados en una adolescencia permanente, con atributos psíquicos y físicos propios de la infancia, como el narcisismo, la fiesta y el juego. Los medios de información, las instituciones en general, la administración del estado, tratan a los adultos como si fueran niños, y estos tienden casi de forma inevitable a infantilizarse, incluyendo entre otras características la irresponsabilidad, pues, como haría un niño o un adolescente, cualquier adulto recurrirá a decir que no es responsable de sus actos, ni asumirá sus consecuencias, ya que han sido otros quienes han decidido por él… Son muchos los adultos que padecen el llamado “síndrome de Peter Pan”, la incapacidad para aceptar las responsabilidades que conlleva el paso de la infancia a la vida adulta.
Esta infantilización del adulto tiene como contrapunto la adultización de los niños, que son tratados como adultos en miniatura, seguros de sí mismos e, inevitablemente, tiranos, déspotas… También sexualizados de forma precoz. Son el ejemplo de otro síndrome muy distinto: el síndrome del emperador, por el cual los niños pierden el sentido de compromiso moral y el sentimiento de culpa.
El caso es que, salvo excepciones, los jóvenes cuando se acercan a lo que se denomina “mayoría de edad” (18 años) tienen el convencimiento de que ya saben suficiente, de que la experiencia acumulada les permite poder caminar de forma autónoma, independiente (aunque la mayoría no se marcha de la casa de sus papás y casi hay que acabar expulsándolos), y que ya tienen la mochila suficientemente llena para emprender su camino, y aunque apenas saben dar sus primeros pasos, ya pretenden ponerse a correr… Esta mentalidad conduce a la mayoría a negarse a aprender nada nuevo, y menos a tener una actitud de humildad frente a la realidad, pues, como ya indicaba, dan por definitivos su esquema de acción y su esquema mental…
Aparte de todo lo anterior, también nos ha tocado vivir una época en la que, el mayor deseo de la gente (independientemente de su edad o cualquier otra circunstancia personal) es “tener un millón de amigos”:
… Quiero llevar este canto amigo a quien lo pudiera necesitar, yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar… (Roberto Carlos).
Aparte de que una gran mayoría demuestra día tras día que, desconoce el verdadero significado de la palabra amistad, los hombres y mujeres contemporáneos demuestran también que, una de las cuestiones que más les importa es ser “populares”, o como poco no suscitar antipatías. Pero, para que se den tales situaciones, para participar del “consenso” es imprescindible no manifestar lo que uno piensa y siente, para no entrar en confrontación con los demás,…
Pero lo más grave es que, la gente tiene el convencimiento de que si dice lo que piensa, muestra su desacuerdo, expresa lo que siente, en suma “existe” tal cual es de fondo, logrará enemistarse con el grupo de “amigos” del que dice formar parte.
Otra característica muy importante de quienes dicen ser miembros de un determinado grupo es que, también tienen la idea de formar parte de un “todo homogéneo”, en el que sus miembros participan de los mismos intereses, las mismas aspiraciones, los mismos objetivos, las mismas inquietudes; de tal modo que, lo que le ocurre a uno de sus colegas le afecta a todos los miembros del grupo y nadie puede no sentirse concernido, o permanecer ajeno… y más todavía, llegan a tener la opinión de que quienes forman parte del grupo tienen una forma particular y exclusiva de discurrir, de pensar, de “razonar”, diferente a la forma en que discurre el común de los mortales.
Considero que es muy importante explicar esto último, es lo que los algunos llaman “polilogismo”:
El vocablo “polilogismo” se utiliza para nombrar la creencia de que, las personas razonan de forma fundamentalmente diferente, dependiendo de su pertenencia a un determinado sexo, a un determinado grupo, o una determinada raza, o clase social, o a una determinada época de la Historia, o cualquier otra circunstancia personal.
El polilogismo extremo, por tanto, niega el principio de no contradicción (nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido) o/y afirma que no existe una realidad objetiva epistemológicamente. (Epistemología: Parte de la Filosofía que trata de los fundamentos y los métodos del conocimiento científico)
El filósofo objetivista Leonard Peikoff dice que el polilogismo no es una teoría de la Lógica, sino más bien una negación de la misma, ya que se centra en la verdad relativa, subjetiva, en lugar de la verdad universal objetiva. Generalmente todas las formas de fanatismo, y los diversos totalitarismos recurren al polilogismo.
Hasta mediados del siglo XIX nadie se atrevió a discutir el hecho de que la estructura lógica de la mente es inmutable y común a todos los seres humanos. Todas las relaciones humanas se basan en la suposición de una estructura lógica uniforme. Si podemos hablar, conversar, comunicarnos unas personas con otras es porque podemos invocar algo que nos es común a todos, es decir, la estructura lógica de la razón. Unas personas tienen pensamientos más profundos y refinados que otras. Hay personas que desgraciadamente no pueden seguir el proceso de la inferencia en largas cadenas de razonamiento deductivo. Pero mientras una persona pueda pensar y seguir un proceso de pensamiento discursivo, siempre sigue los mismos principios básicos del razonamiento que aplican las demás personas. Hay personas que no saben contar más allá de tres, pero hasta esos tres su manera de contar no difiere de la de cualquier eminente matemático. Ningún historiador ni viajero nos ha traído noticia de personas para quienes “a” y “no-a” fueran idénticos, o que no pudieran comprender la diferencia entre afirmación y negación. Es verdad que la gente viola a diario principios lógicos al razonar. Pero no es menos cierto que quien examina sus deducciones con atención acaba descubriendo sus errores.
Si se producen discusiones, si las personas conversan, confrontan ideas y opiniones, si escriben cartas y libros, si tratan de demostrar o de refutar algo, es porque a todo el mundo le parecen indiscutibles estos hechos. Si no fuera así, la cooperación social e intelectual serían imposibles. Nuestras mentes no pueden imaginar un mundo habitado por humanos de distintas estructuras lógicas o de una estructura lógica distinta de la nuestra.
Sin embargo, en el siglo XIX se comenzó a cuestionar, a discutir esta realidad hasta entonces considerada innegable. Marx y los marxistas comenzaron a propagar la idea de que el pensamiento está determinado por la clase social a la cual pertenece el que piensa.
Para Carlos Marx y sus seguidores, el pensamiento no produce la verdad, sino «ideologías», palabra que en la filosofía marxista significa disfraz egoísta del interés de la clase social a que pertenece el individuo que piensa. Es por ello que para los marxistas, es inútil discutir nada con personas que pertenecen a otra clase social. Los marxistas son de la opinión de que, las ideologías no hay que refutarlas mediante el razonamiento discursivo; hay que desenmascararlas denunciando la posición y el ambiente social de los autores. Por ello, por ejemplo, los marxistas no analizan la veracidad o la eficacia de las teorías físicas; se limitan a revelar el origen «burgués» de los físicos.
El polilogismo no es una filosofía ni una teoría epistemológica. Es una actitud de fanáticos de mentes estrechas que no pueden imaginar que nadie pueda ser más razonable o más inteligente que ellos. Nada tiene de científico. Es más bien la sustitución de la razón y de la ciencia por supersticiones. Es la mentalidad característica de la época caótica y de relativismo moral y de toda clase que nos ha tocado en suerte.
Bien, después de esta digresiones, explicaciones imprescindibles, a mi entender; entremos en el meollo de la cuestión, hablemos de autoengaño, de lavado de cerebro y de hipnosis.
Como recordarán nuestros fieles seguidores, hace aproximadamente un mes publicamos un texto en el cual les hablábamos de cómo los dirigentes socialistas y comunistas utilizan la hipnosis para anular la voluntad de las personas, y en su propio beneficio… Les contábamos cómo actúan los autodenominados “progresistas” para lograr anular la voluntad de la gente, mediante hipnosis, para lograr también que, la sociedad esté formada por hombres y mujeres que son arrastrados tal como si fueran zombis, a realizar actividades contrarias a sus intereses reales. Les hablábamos de cómo los dirigentes comunistas y socialistas se las apañan para conseguir establecer relaciones de sumisión, docilidad y ausencia de crítica, y para que la gente carezca de opiniones propias.
Terminábamos el artículo afirmando con rotundidad que, los socialistas y comunistas recurren a la hipnosis para doblegar la voluntad de los ciudadanos, y que para ello recurren a mensajes subliminales insertos en sus múltiples discursos, en sus mítines, en las televisiones (a las cuales controlan en su totalidad), lo hacen mediante “mensajes cifrados”, siguiendo las mismas estrategias a las que recurre cualquier experto hipnotizador…
Son abundantes los estudios que se han realizado, de análisis de sus discursos, que demuestran que están diseñados en tal dirección, por hipnotizadores sin escrúpulos que se pasan por la entrepierna todo lo que guarde relación con ética o deontología profesional.
Lo que fue diseñado como un instrumento psiquiátrico con fines psicoterapéuticos, es desafortunadamente empleado por los regímenes totalitarios, con la finalidad de imponer sus perversas y liberticidas ideologías. Los regímenes que pretenden un hombre y una mujer nuevos, y practican la ingeniería social, utilizan la persuasión, para conseguir un cambio en el pensamiento, en las creencias o en la conducta de un individuo o de una sociedad.
Para ello, si es preciso los “lavadores de cerebros” recurren al uso de la violencia verbal, psíquica (e incluso física) contra los individuos a los que pretenden “lavar”; su objetivo es conseguir el “control mental” de la población y muy especialmente de los más ignorantes… ese es el modus operandi de las diversas sectas religiosas y otras sectas como las de los hitlerianos, los estalinistas, el fascismo de Benito Mussolini y las agrupaciones cívico-militares de la Venezuela Chavista, o en España los autodenominados “círculos” del partido estalinista “Podemos”, a los que también llaman “mareas”, “confluencias”, “colectivos” y vocablos similares.
Es bien sabido que en los hospitales psiquiátricos de la URSS de Stalin y de los países satélites de la Europa del Este; a los que eran llevados los políticos opositores y sospechosos de disidentes en general; los siquiatras los acusaban de poseer una personalidad paranoica, como pretexto para psiquiatrizarlos, hospitalizarlos, y así tener un motivo para someterlos a electroshock, shock insulínicos, drogas psicotrópicas, aislamiento, trabajo forzado, etc. Internamientos en los que muchos morían, a otros les causaban daños cerebrales irreparables y a unos pocos les producían “lavado cerebral” y eran “reeducados” por el sistema.
En Alemania, Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Adolf Hitler, empleó en las masas el método denominado “Argument ad nauseam”, o falacia nauseabunda, para lavar el cerebro a la masa inculta alemana. Un argumento ad nauseam, o falacia ad nauseam, es una falsedad en la que se argumenta a favor de un enunciado mediante su prolongada reiteración, por una o varias personas. Aquello de una mentira repetida mil veces, se acaba convirtiendo en “verdad”.
Es un mecanismo habitual para reforzar lo que algunos llaman en la actualidad “leyendas urbanas”, al repetir determinadas falsedades hasta asentarlas como parte de las creencias de la sociedad, convirtiéndolas en verdades incontestables.
En la España social-comunista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, estos objetivos de “Lavado Cerebral en Masa” son impuestos mediante el control de los medos de comunicación y el sistema de enseñanza, para promover el “autoengaño” de la juventud y de los ciudadanos corrientes.
Para conseguir sus objetivos, el gobierno social-comunista recurre a intervenciones periódicas de los líderes y de sus caciques y oligarcas, de larga duración, lo cual provoca un estado de somnolencia o sueño-hipnótico, que permite no racionalizar lo oído.
¿Entienden ahora las frecuentes apariciones de Pedro Sánchez en las diversas televisiones…?
Otro procedimiento utilizado por los social-comunistas es el recurso a la ridiculización o la criminalización de actos, opiniones, religión, etc. de grupos de personas que ellos consideran nocivas, lo cual les permite poder emplear -posteriormente- alguna forma de represión.
Tras todo lo que venimos describiendo, es seguro que más de uno que haya llegado hasta aquí, se habrá ya preguntado:
¿Y por qué la gente está tan receptiva a dejarse engañar y se “auto-engaña”? Porque, al fin y al cabo, de eso se trata ¿No?
Sin duda alguna, todo ello no sería posible si las personas no recurrieran con frecuencia a evadirse de la realidad, a desviarse o alejarse de la realidad, cuando ésta no es soportable o las hace infelices.
Como es bien sabido, el embuste, la mentira o la falsedad son lo contrario de la verdad, de lo cierto, de lo real. Las personas mentirosas son las que tienen por costumbre decir falsedades o medias verdades a propósito, por necesidad, o con motivo o sin ellos, o por puro placer.
La mentira no discrimina por razón de edad, de sexo, de raza, formación académica, o cualquier otra circunstancia personal, la practican los niños, los adultos, los hombres y las mujeres, los universitarios y los ignorantes, los padres o los hijos, los amantes o los esposos, los ricos y los pobres,…
La mentira está presente en cualquier lugar, en cualquier contexto: en las relaciones familiares, entre amigos, en las relaciones de pareja, en el trabajo, en la investigación científica, en la política, en la administración de justicia… en cualquier momento y lugar, allí donde haya gente.
Pero… ¿por qué miente la gente, por qué mentimos?
El engaño no es exclusivo de la especie humana sino que es también una característica que está presente en los primates y en otros animales que viven en entornos sociales de gran complejidad; y en los reinos animal y vegetal son numerosos los seres vivos que han desarrollado, en el proceso evolutivo, capacidades de camuflaje y de adaptación muy elaboradas, que han prosperado gracias al efecto de confundir a sus competidores o a sus depredadores.
La supervivencia en un medio social complejo ha favorecido el desarrollo de la neocorteza cerebral en el ser humano y en otros mamíferos superiores, que ha hecho posible la adquisición de habilidades mentales extraordinarias, como son la auto-conciencia y la teoría de la mente, permitiendo, no sólo reconocer características personales sino también anticipar los pensamientos e intenciones de los congéneres, aumentando así las habilidades sociales y la cohesión grupal.
Generalmente, la gente miente por miedo a ser castigado, para protegerse, o para salir airoso de una situación embarazosa, o para no ser descortés, o evitar ser impertinente, por vergüenza, también por carecer de ella, hay quienes mienten para obtener algún beneficio de los demás, sea “provecho psicológico” o sea provecho material o de cualquier tipo… En resumen, la experiencia cotidiana nos conduce a la conclusión de que las personas mienten esencialmente por dos cuestiones: por debilidad (porque se sienten vulnerables) y por poder.
“El mal político” miente por poder, o para conservarlo, o para conseguirlo; por la misma causa lo hacen el estafador, el falso mendigo, los falsos amigos, las personas manipuladoras para conseguir alguna ventaja económica, o sentimental, o simplemente “fama”, reconocimiento público.
Los falsarios, quienes mienten, poseen en apariencia, una cierta ventaja respecto de los demás, respecto de los que han logrado ganarse su confianza, respecto de sus palabras y acciones… Pero, tarde o temprano acaban siendo descubiertos y desenmascarados para su humillación y vergüenza; claro que esto último poco importa a quien no la posee…
Los mitómanos (quienes tienen por norma mentir de forma patológica, continuamente, distorsionando la realidad y haciéndola más “soportable”), los perfectos mentirosos empiezan a incubar su enfermedad, a ejercitarse en la mendacidad, en la mala costumbre de faltar a la verdad cuando pequeños, por lo general imitando u obedeciendo a sus padres o familiares mentirosos. Como digo, la mayoría de los humanos aprenden a mentir cuando niños, y seguirán haciéndolo si acaban comprobando que poseen cierto poder ante sus “víctimas”, que puede manipularlas e conseguir influir en su comportamiento.
Todo ello comienza en la más tierna infancia, es más, los niños más inteligentes, los que mejores notas consiguen en el colegio, aprenden a mentir hacia los dos o tres años. Los expertos en psicología infantil consideran que la mentira es un claro síntoma de inteligencia, pese a que la veracidad sea considerada una virtud, la habilidad para la mendacidad es cosa propia de los más inteligentes, mentir exige un desarrollo cognitivo avanzado y habilidades sociales que la veracidad no necesita.
La mayor parte de los niños hacen uso de la mentira para evitar castigos y cuando comprueban que es eficaz, acaban repitiendo, lo cual lleva al riesgo de que se convierta en costumbre. La mayoría de los padres oye mentir a su hijo y supone que es demasiado pequeño para entender qué es una mentira o que mentir está mal. Suponen que dejará de hacerlo cuando sea más grande y aprenda a distinguir. Craso error, pues es al revés: los que entienden temprano la diferencia entre la mentira y la verdad, usan ese conocimiento para su provecho, lo que los hace más proclives a mentir cuando se les da la oportunidad.
A medida que los niños crecen, librarse de ser castigados sigue siendo el motivo primordial por el que siguen recurriendo al embuste, y recurrirán con una mayor frecuencia al comprobar que es un medio eficaz para aumentar el poder y el control sobre otras personas. Los niños manipulan a sus amigos con burlas, se jactan para afirmar su status, y aprenden que pueden engañar a sus padres.
La mayoría de los estudios sobre la infancia demuestran que más de la mitad de los niños y niñas mienten, y si tras experimentar, llegan a la conclusión de que el embuste es útil para salir exitoso de situaciones relacionales más o menos complicadas, seguirán haciéndolo, hasta convertirse en adictos.
Pero el disimulo y el engaño a los demás no hubiera alcanzado tal magnitud si los humanos no hubiéramos desarrollado también la habilidad de engañarnos a nosotros mismos. El autoengaño nos ayuda a mentir a otros de manera más convincente, y la capacidad para creernos nuestras propias mentiras nos ayuda a embaucar más eficazmente a los demás. Por otra parte, nos permite alcanzar el grado de perfección de “mentir con sinceridad”, sin necesidad de hacer un montaje teatral para fingir que estamos diciendo la verdad. Ésta es la tesis del socio-biólogo Robert Trivers (2002), el cual afirma que la función capital del autoengaño es poder engañar más fácilmente a otros, por cuanto la credulidad en el propio cuento lo hace más convincente para los demás.
Así pues, el disimulo, la mentira implícita o el engaño deliberado forman parte de todos los escenarios en los que transcurre la vida social humana. En un proceso evolutivo cuyas etapas se van consumiendo desde la infancia, se va perdiendo la espontaneidad conforme se asienta la convicción de que la sinceridad no siempre es posible ni conveniente, porque puede perjudicar a la otra persona o a uno mismo. Por eso, mienten los amigos bien intencionados con el fin de halagar, de edulcorar la realidad, de dar apoyo o de proteger a la persona estimada; mienten los gobernantes y los líderes sociales para conseguir sus propósitos, para evitar problemas o para seducir al electorado (llegando a la paradoja de que son los más mentirosos quienes muestran el mayor empeño en desenmascarar las mentiras de sus adversarios); mienten los medios de comunicación, ocultando información o publicando información interesada, enfatizando noticias o contrarrestándolas con otras; mienten los publicistas y los vendedores en todas las transacciones comerciales para persuadir a sus clientes; y, entre otros, mienten también los profesionales para defender sus intereses, el reconocimiento social o para lograr la satisfacción de sus clientes. En definitiva, todas las personas intentan acomodar la realidad a sus propias intenciones, expectativas o necesidades; pero lo sorprendente es que, a sabiendas de que el mundo es así, actuamos como si todo fuera verdad o tal vez necesitamos persuadirnos de que lo es…
¿Por qué nos auto-engañamos, por qué somos mendaces con nosotros mismos en el día a día?
Decía Aristóteles, hace ya más de 2500 años que, los humanos somos animales “potencialmente racionales”, pues podemos optar por utilizar nuestro raciocinio o renunciar a él. Es por ello que, cuando elegimos no utilizar nuestra capacidad lógica, pasamos a instalarnos en creencias irracionales; lo cual ya nos da alguna pista sobre por qué nos auto-engañamos.
Efectivamente, en algunas ocasiones preferimos renunciar a los hechos y a la racionalidad y nos abrazamos a formas de discurrir que no tienen sentido y que desafían a toda lógica, tratando de convencernos a nosotros mismos de ellos.
De todas maneras, hay que saber diferenciar entre la mentira y el autoengaño. En la mentira existe un componente importante que lo cambia todo: sabemos que lo que decimos no es verdad. La persona que miente sabe perfectamente que lo que afirma es falso.
Sin embargo, con el autoengaño no somos conscientes de ello, sino que, a pesar de los indicios que tenemos en sentido contrario, hemos aceptado como verdad algo que no lo es.
Ese es uno de los motivos de por qué nos auto-engañamos. El auto-engaño es un mecanismo mucho más poderoso que la pura y simple mentira, ya que al no ser conscientes del embuste, sus efectos pueden llegar a ser mucho más profundos, adhiriéndonos al razonamiento falaz que lo ha generado en un primer momento y creyendo por lo tanto que se trata de una verdad, cuando en realidad no lo es.
Inevitablemente, tras hablar de autoengaño, debemos pasar a preguntarnos:
¿Somos realmente animales racionales o también emocionales?
Comúnmente se considera que lo emocional es algo que no puede ser expresado en términos lógicos, y por eso queda «encerrado» en la subjetividad de cada uno. Por ejemplo: las formas de arte pueden ser una manera de expresar públicamente la naturaleza de las emociones que se sienten, pero ni la interpretación que cada persona haga de estas obras artísticas ni las emociones que esta experiencia vaya a evocar son iguales a las experiencias subjetivas que el autor o autora ha querido plasmar.
En definitiva, el hecho en sí de que lo racional sea más fácil de definir que lo emocional nos habla sobre una de las diferencias entre estos dos reinos: el primero funciona muy bien en teoría, y permite dar expresión a ciertos procesos mentales haciendo que otras personas los lleguen a comprender de un modo casi exacto, mientras que las emociones son privadas, no pueden ser reproducidas mediante la escritura.
Sin embargo, que el reino de lo racional pueda ser descrito de un modo más exacto que el de lo emocional, no significa que defina mejor nuestro modo de comportarnos. De hecho, en cierto modo ocurre lo contrario.
Lo que acostumbraríamos a llamar «emociones» quedaría así sepultado en un montón de tendencias y patrones de conducta que, son fáciles de describir: son todo aquello que no es racional.
La realidad cotidiana de cualquier humano está determinada por los atajos mentales que elegimos para tomar decisiones, en el mínimo tiempo posible y con la cantidad limitada de recursos e información de la que disponemos… todo eso, mezclado con las emociones, forma parte de la no-racionalidad, porque no son procedimientos que puedan ser explicados a través de la lógica. Al final, hemos de llegar a la conclusión de que es la no-racionalidad la que está más presente en nuestras vidas, como individuos y como especie.
Algo especialmente demostrativo de todo ello es cómo responde la gente ante la publicidad:
Spots publicitarios, anuncios de televisión que duran apenas 30 segundos en el que las explicaciones acerca de las características técnicas de un automóvil son nulas, y ni siquiera podemos ver bien cómo es ese vehículo, pueden hacer que queramos comprarlo, invirtiendo en ello varios sueldos.
Lo mismo ocurre con toda la publicidad en general; los diversos anuncios son procedimientos para hacer que algo se venda sin tener que comunicar detalladamente las características técnicas (y por lo tanto, objetivas) del producto. Es evidente por qué las empresas se gastan en publicidad millones anuales, y lo hacen a sabiendas de cómo toman decisiones los clientes, los potenciales compradores. La psicología conductual ha ido generando muchas investigaciones que, muestran cómo la toma de decisiones basadas en intuiciones y estereotipos son muy frecuentes, y en el comercio es prácticamente la estrategia de compra por defecto.
Y, ya, para terminar, nos vamos a permitir hacerles algunas recomendaciones:
Como quienes leen VOZ IBÉRICA estamos convencidos de que son gente que pretende estar no solamente informada, sino bien informada, hemos de suponer que, han sabido que el Coronel del Ejército de Tierra en la reserva, Pedro Baños y ex jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo del Ejército Europeo en Estrasburgo, ha publicado hace pocos meses su “penúltimo” libro que, lleva por título “El dominio mental” (Editorial Ariel).
En “El dominio mental”, Pedro Baños nos habla de la manipulación cultural y psicológica, de la deformación de las voluntades personales, del control de la información y también de las posibilidades que se abren con la evolución de las neuro-tecnologías o la inteligencia artificial en todos los campos, incluido el militar.
Además de combinar una rica divulgación con un abundante caudal de información puesta al día, esta obra se presenta como un claro “aviso a navegantes”, porque se trata, en palabras del propio autor, «de abrir los ojos para estar alerta.
Solo si conocemos en qué consiste y cómo se consigue esta forma perfecta de dominación mental, tendremos la posibilidad de ofrecer cierta resistencia a ella y preservar nuestras libertades».
Aferrémonos, pues, a esa posibilidad porque todos ―niños, adolescentes y adultos― estamos aún a tiempo de desintoxicarnos, de desengancharnos del dominio mental, utilizando el arma más potente de la que disponemos: pensar por nosotros mismos.
Como decía un tal Enmanuel Kant: “Sapere aude”, atrévete a saber, atrévete a pensar, ten el valor, la valentía de servirte de tu propia razón, ten criterios propios…
Aprovecho la ocasión para invitarles a leer “El dominio mental” y a acercarse a los diversos libros de Pedro Baños, estoy seguro de que no se sentirán defraudados.
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