El 19 de octubre de 1934 finalizó el golpe de estado socialista en Asturias. Duró exactamente 14 días.
¿Cómo fue su final?
El gobierno de Alejandro Lerroux no cedió un ápice frente a la intentona revolucionaria, que consideró como el inicio de una guerra civil. José María Gil-Robles, presidente y líder de la CEDA, no confiaba en el jefe del Estado Mayor Central del Ejército, General Carlos Masquelet, por lo que solicitó a Lerroux que recurriera a otros jefes militares para sofocar la rebelión. El ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, eligió a los generales Manuel Goded y Francisco Franco para llevar a cabo las operaciones de defensa de la legalidad republicana desde Madrid.
La primera medida fue traer a la península a tropas de la Legión y de los Regulares destinadas en África, por tratarse de militares profesionales fogueados en la lucha contra las tribus rifeñas y, por tanto, de eficacia superior.
La segunda fue desplegar las tropas republicanas desde cuatro frentes. El primero en activarse (el propio día 5) fue el frente sur, que vio a las tropas gubernativas entrar a través del Puerto de Pajares al mando de los generales Carlos Bosch primero y Amado Balmes después. El segundo (día 7) fue el frente norte, al desembarcar en Gijón legionarios y regulares comandados por el teniente coronel Juan Yagüe. El tercero fue el frente oeste, compuesto por tropas provenientes de Galicia, comandadas por el General Eduardo López Ochoa. El cuarto fue el frente del este, abierto con la llegada de una columna procedente de Bilbao al mando del teniente coronel José Solchaga.
El frente sur de los alzados estaba compuesto por 3.000 mineros y obreros del metal que debían haber marchado contra Oviedo, pero hubieron de cubrir el frente sur por incomparecencia de los mineros de León. Lograron detener a las tropas oficiales hasta el día 10, cuando éstas lograron avanzar hacia Mieres. En el frente norte, las tropas rebeldes aguantaron hasta el mismo día 10 en el que las tropas de Yagüe marcharon sobre Oviedo.
Las tropas leales del frente del oeste ocuparon rápidamente la fábrica de armas de Trubia. Las procedentes del este fueron detenidas por blindados cerca de Oviedo, ya casi cercada. Al conocer el Comité Revolucionario Provincial el estado de los combates, ordenó la retirada de la capital y huyó, como sabemos. Bajo un nuevo Comité, los combates continuaron durante los dos días siguientes. Finalmente, el día 13 de octubre, Oviedo fue totalmente ocupada por las tropas gubernamentales. Los insurrectos se retiraron a las cuencas mineras. Allí se constituyó el tercer Comité Revolucionario Provincial, bajo Belarmino Tomás. El día 15, los insurrectos perdieron Mieres y pidieron negociar la rendición con el General López Ochoa, al frente de las operaciones del Ejército. Los términos del acuerdo fueron aceptados con alguna renuencia por las asambleas de mineros; algunos escondieron las armas y otros huyeron al monte. La rendición del último reducto subversivo tuvo lugar el 18 de octubre y el 19, todo había terminado.
De víctimas humanas y daños materiales ya hemos hablado hace dos semanas.
Las consecuencias de la sangrienta intentona contra la República fueron extraordinariamente leves para los alzados con significación política. El 16 de febrero de 1935 se celebró un Consejo de Guerra contra dos diputados socialistas implicados, Teodomiro Menéndez y Ramón González Peña, 17 miembros de los Comités Revolucionarios y dos sujetos más. Hubo sentencias de muerte para todos ellos, pero el presidente del gobierno, Niceto Alcalá Zamora, presionado por Lerroux, las conmutó, salvo dos: las del sargento Vázquez y la de Jesús Argüelles. Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto se libraron, el primero mintiendo en su enjuiciamiento y el segundo, huyendo a Francia.
La Revolución de Asturias forma parte de las referencias históricas más relevantes del Siglo XX español. La inmensa mayoría de los historiadores entiende que se trató del primer intento socialista de implantar violentamente la dictadura del proletariado en España. Muchos de ellos afirman que la guerra del 34 y la del 36 son el mismo proceso revolucionario: la guerra civil empezó en 1934 y se reanudó en 1936.
Según Gregorio Marañón, la sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en toda regla de ejecución del plan comunista de conquistar España. Para Claudio Sánchez-Albornoz fue el final de la II República: «La revolución de octubre – lo he dicho y lo he escrito muchas veces – acabó con la República. Ella y la vehementia cordis que Plinio atribuía ya a los españoles». Para Gerald Brennan, la Revolución de Asturias fue la primera batalla de la Guerra Civil.
Las valoraciones del levantamiento corren parejas a los arrepentimientos por el criminal error cometido. El político republicano liberal Salvador de Madariaga afirmó: ”El alzamiento de 1934 es imperdonable. La decisión presidencial de llamar al poder a la CEDA era inatacable, inevitable y hasta debida desde hacía ya tiempo”. En opinión de Julián Marías, la Revolución de Octubre fue desastrosa y sirvió para acabar con la República: «La República murió entonces. Fue la negación de la democracia, el no aceptar el resultado de unas elecciones limpísimas.» Juan Negrín criticó acerbamente el estallido de 1934. Manuel Portela Valladares lo denunció. Hasta José Maldonado, presidente de la República en el exilio, lo consideró un error.
No sólo fue un error cuyas consecuencias históricas ya conocemos. Fue un crimen. Un crimen diseñado, preparado, organizado y perpetrado por el Partido Socialista Obrero Español.
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