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¿Ideologías? ¡No, gracias! Los sueños de la razón producen monstruos…

Cuando yo ejercía como profesor de Educación Física (también impartí otras asignaturas), año tras año mis alumnos me formulaban, sin excepción, la misma pregunta cada principio de curso:

Y tú, profe… ¿De qué equipo «eres»?

Todos ellos suponían que yo debía ser seguidor de algún equipo de fútbol. Todos sin excepción consideraban que era poco menos que obligatorio ser fan (o sea, fanático) de algún club, o el Barça o el Madrid, o el Sevilla o el Betis,… nunca se daban por satisfechos cuando yo les respondía que, aunque a mí me gusta el fútbol -el buen fútbol- y jugarlo, yo siempre he procurado disfrutar viendo un partido, tal como de cualquier otra clase de espectáculo, y si durante un determinado periodo de tiempo el equipo que mejor fútbol practicaba yo procuraba verlo para disfrutar de ello… si era -como fue durante años- el Barcelona, pues yo afirmaba sin dudarlo que en aquel tiempo era el que más me gustaba; así sucesivamente cuando hubo otros clubes que acabaron haciéndolo mejor… Es más, cuando he ido a algún campo de fútbol (años atrás, hace ya unas cuantas décadas iba a menudo con algunos amigos a ver al Club Deportivo Badajoz, cuando practicaba buen fútbol y estuvo varias temporadas a punto de subir a la primera división española), y me he aburrido pues, he dejado de ir, porque como decía anteriormente yo voy a disfrutar del espectáculo…

Otra cuestión que no entienden los fanáticos seguidores de cualquier equipo de fútbol, con el que supuestamente hay que estar «hasta que la muerte nos separe», «a las duras y a las maduras», sufriendo en los malos momentos y disfrutando, extasiados, felicísimos en los buenos… es que alguien «se cambie de equipo» y deje de ser seguidor del que hasta entonces era… Tal cosa es considerada una traición, y si se trata de un jugador, al que los fanáticos tienen idolatrado, entonces pasa a ser una persona aborrecible, al que los hooligans acaban deseándole lo peor de lo peor, hasta incluso la muerte.

Quienes dicen participar de alguna ideología, también poseen el mismo esquema mental y los mismos sentimientos. Si con un seguidor de un determinado equipo de fútbol (también de otros deportes individuales o colectivos) es imposible conversar acerca de las bondades, del buen juego, de otros clubes, con los fanáticos de cualquier ideología ocurre exactamente lo mismo; y si alguien se le ocurre cuestionar sus dogmas, sus creencias, enseguida se enfada, se irrita, se pone furioso, e incluso recurre a la violencia.

Las personas dogmáticas, los partidarios de cualquier ideología, están instalados en un «equilibrio inestable», tienen las cuatro ideas que repiten como haría un loro, cogidas con alfileres de tender la ropa, carecen de argumentos para defenderlas y no dan para más que repetir los eslóganes que sueltan de vez en cuando sus líderes, a los que los más fanáticos acaban acompañando en los mítines y, además, buscan para hacerse un «selfi» para luego colgar en las redes sociales… También son los encargados de intentar arrastrar a todo el que puedan a los colegios electorales en las diversas convocatorias.

Pues sí, como afirma Jason Brennan en su libro «Contra la democracia», con frecuencia damos por sentado que la democracia es la única forma justa de gobierno y creemos que es honesto y de sentido común que todos tengamos derecho a voto. Pero la realidad, la «democracia realmente existente» demuestra que esto no es así. La democracia debe ser valorada sólo por sus resultados … y éstos, sin duda no son buenos, no son los mejores. El votante medio suele estar mal informado o ignora la información política básica, lo que hace que apoye medidas políticas y candidatos con los que en realidad no está de acuerdo, o incluso, van en contra de sus propios intereses. A menudo también ocurre que la participación en la deliberación política nos vuelve más irracionales, sesgados y crueles.

Brennan considera que una buena solución sería privar a los fanáticos e ignorantes de la posibilidad de participar en las diversas elecciones y darles únicamente posibilidad a los que saben, a los bien informados, a los que realmente les preocupa y ocupa lo de dar solución a la problemática social y hacerla avanzar… Pero no se trata de eliminar los derechos políticos universales para entregárselos a una pequeña élite de sabios. Su propuesta se basa en asumir que quizá resultaría más eficiente dar un poder político – de voto – distinto a cada persona. Éste se establecería en función de los conocimientos, la capacidad para comportarse de manera racional y el compromiso con el interés general.

Aunque afirmar lo anterior pueda horrorizar a algunos y sea política y socialmente incorrecto, lo que sí está claro es que si la actual forma de elegir a los gobernantes no es la mejor, ya que mediante el actual sistema no se elige a los mejores, a los más preparados, a los más expertos en la buena gestión de los dineros ajenos, de lo público; sino a los que más gritan, a los que practican de forma exitosa el sentimentalismo tóxico y arrastran y se apoyan en una muchedumbre de fanáticos, inculta y ruidosa… entonces ha llegado el momento de buscar otra forma de elegir a los gobernantes.

Estamos hablando de optar por Platón o por su discípulo Aristóteles. Cualquiera que posea suficiente formación intelectual (lo cual no es corriente en quienes han sido y siguen siendo víctimas de las leyes educativas “progresistas”) sabe que la cultura occidental se basa en dos personajes claves que existieron hace alrededor de 2.500 años: Platón y Aristóteles.

Platón y su discípulo, Aristóteles imponen su presencia, se quiera o no se quiera, en la aventura intelectual de los humanos occidentales, tanto el uno como el otro se han hecho notar, influyendo constantemente en la civilización occidental (aparte, indudablemente de la religión judeocristiana) para bien y para mal; y se van alternando a lo largo de los siglos, siendo unas veces referente y otras veces proscritos, dependiendo del momento histórico de que se trate.

Pero si hay un personaje que, aunque una mayoría lo ignore, es el sostén de la Civilización Occidental, ese es Aristóteles. Para muchos el gran desconocido, unas veces repudiado, otras malinterpretado, otras falseado, e incluso “usado” por sus enemigos cuando deciden negarlo, renegar de él. Por más que algunos no quieran reconocerlo, se puede afirmar, sin caer en la exageración que la totalidad del progreso intelectual (base de todos los demás progresos) se apoya en las ideas de Aristóteles.

Se puede afirmar con rotundidad que Aristóteles es el indicador, la herramienta de medición cultural de la historia occidental. Cuando sus ideas fueron influyentes, éstas produjeron una de las épocas más brillantes de la historia; cuando Aristóteles cayó en desgracia, la Humanidad corrió la misma suerte.

La época conocida con el nombre de “Renacimiento” en el occidente europeo, sería el resultado lógico del predominio de las ideas aristotélicas durante el final de la llamada “Edad Media”. Posteriormente tuvo lugar una “contrarrevolución” que condujo a los hombres del Renacimiento, nuevamente, a la caverna de su antípoda: Platón.

Hay una cuestión fundamental en filosofía: la eficacia cognitiva de la mente de los humanos. El combate entre Aristóteles y Platón es el combate entre razón y misticismo. Sería injusto no reconocer que fue Platón el que enunció la mayoría de las preguntas básicas – y también las dudas – de la filosofía. Pero fue Aristóteles el que puso los cimientos, las bases para la mayoría de las respuestas. A partir de Aristóteles la historia de la Filosofía es la historia de la larga lucha de los seres humanos por optar o renunciar, por negar o afirmar la validez de su forma específica de consciencia, de adquisición del conocimiento…

Con Aristóteles se produjo la emancipación del intelecto. Aristóteles es el padre de la lógica, y como tal debería ser reconocido como el primer intelectual de la Historia, el más importante, en el más puro y noble sentido de esa expresión.

Aunque su esquema de pensamiento tuviera restos de platonismo (normal que así fuera, habiendo sido discípulo de Platón), el incomparable hallazgo de Aristóteles, radica en que él fue quien definió los principios básicos para una visión racional de la existencia y de la consciencia del hombre: que hay sólo una realidad, la que el hombre percibe; que existe como algo absoluto y objetivo (es decir, es independiente de la consciencia, los deseos o las emociones de quien la percibe); que la tarea de la consciencia del hombre es percibir, no crear, la realidad; que las abstracciones son el método que tiene el hombre para integrar su material sensorial; que la mente del hombre es su única herramienta de conocimiento; que lo que es, es, y además no puede ser contradictorio.

Sí, no es exagerado afirmar que debemos estar eternamente agradecidos a Aristóteles.

Aristóteles tuvo la valentía de enfrentarse a Platón y afirmar que sólo existe una realidad: el mundo de cosas concretas en el que vivimos, el mundo que los humanos percibimos a través de los sentidos físicos. La realidad se compone, no de abstracciones platónicas, sino de entidades individuales, concretas, cada una con una naturaleza definida, cada una obedeciendo a leyes inherentes en su naturaleza. El universo de Aristóteles es el universo de la ciencia. El mundo físico, desde su punto de vista, no es una proyección de sombras controladas por una dimensión divina, sino un reino autónomo y autosuficiente. Es un reino ordenado, inteligible, natural, accesible a la mente del hombre.

En tal universo, el ser humano no puede acceder al conocimiento mediante relevaciones especiales que vienen de otra dimensión; no hay lugar para intuiciones inenarrables, que no pueden explicarse con palabras, revelaciones del “más allá”. Aristóteles repudia los elementos místicos de la epistemología de Platón, y se convierte en el padre de la lógica y el defensor de la razón como el único medio de conocimiento que tiene el hombre. Aristóteles afirma que el conocimiento debe basarse en, y derivarse de, los datos de la experiencia sensorial; debe ser formulado en términos de conceptos objetivamente definidos; debe ser validado por un proceso lógico.

Pese a que no lo reconocieran, los científicos de hace varios siglos basaron sus avances, sus descubrimientos en teorías aristotélicas. Fue Aristóteles quien formuló por primera vez los principios para construir definiciones correctas. Fue Aristóteles quien identificó el hecho de que sólo lo concreto existe.

Y basándose en todo lo indicado hasta ahora, Aristóteles afirma que una buena vida es aquella llena de realización personal, y que los humanos debemos disfrutar de los valores de este mundo, haciendo uso de nuestra mente, al máximo, y trabajando cada cual para lograr su propia felicidad personal aquí en la tierra. Y en ese proceso debe de ser consciente de su propio valor. El orgullo, escribe Aristóteles – un orgullo racional en uno mismo y en su propio carácter moral – es, cuando se logra, la “corona de las virtudes”. Una persona orgullosa no niega su propia identidad, no se niega a sí mismo, no renuncia a existir; no se borra desinteresadamente –de forma “altruista”- en la comunidad., siguiendo el esquema del Estado Platónico, la “República” de Platón.

A lo largo de la Historia, la influencia de las ideas aristotélicas siempre ha estado en la dirección de la libertad individual, de la liberación del hombre del poder del Estado. Aristóteles -a través de John Locke- fue el padre filosófico de la Constitución de los EEUU y por lo tanto de la economía de libre mercado, también llamada “capitalismo”.

Por el contrario, fueron Platón y Hegel los antepasados filosóficos de los diversos totalitarismos y los llamados “Estados del Bienestar”, los regímenes de la Alemania de Bismarck, o Hitler, o los regímenes marxista-leninistas en sus múltiples formas.

Tal como afirma Karl Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos”, Platón es el precursor de todos los gobiernos totalitarios; Platón era enemigo de la sociedad denominada “abierta “, es decir, de aquella sociedad en la que los individuos pueden elegir su futuro, su vocación y su profesión sin tener que depender del Estado.

No hay futuro para la Humanidad salvo que se produzca un renacimiento de la filosofía aristotélica, una filosofía para la vida aquí, ahora, en la tierra, en la que impera la realidad de la existencia, la soberanía de la razón… Están en juego, nada más y nada menos que la supervivencia de nuestra especie, el futuro de la Humanidad.

Hay que elegir de nuevo entre Platón o Aristóteles, ese es el dilema.

Pues sí, se trata de optar por ideologías, todas sin excepción con pretensiones de instaurar un mundo feliz, con una mentalidad absolutamente infantil, a la manera de la canción de mi paisano Pablo Guerrero cuando cantaba aquello de “Islas hay en el tiempo donde vivir querrías y pueblos donde son las tareas comunes, en la escuela se aprende a manejar cometas y a vivir que es lo mismo lo mío que lo tuyo” …. ¡Paraíso ahora…! o, por el contrario no despegar, no alejarse de la realidad que es una, sólamente una, aceptando sus inconvenientes, sus limitaciones, y después de hacer un buen diagnóstico de la situación, con los pies en el suelo, dejándose de fantasías, no dejándose llevar por los deseos, por caprichos, por lo que «me apetece», etc. hacer un buen programa de gobierno, ajustado a la realidad, con objetivos concretos, temporalizados… y, por supuesto, cambiar de opinión si fuera necesario y emprender un nuevo camino cuando uno acaba dándose cuenta de que optó por el camino equivocado…

Decía Aristóteles, aparte de que la realidad es UNA, una sólamente, independientemente de cómo nos la contemos a nosotros mismos, cosas tan elementales como que, si algo es cierto, verdad, correcto, no puede ser contradictorio; nada puede ser bueno y malo al mismo tiempo (tampoco existe otra tercera opción), nada puede ser bueno para mí y malo para otros, nada puede ser éticamente aceptable e inaceptable al mismo tiempo… Este esquema es necesario aplicarlo a todos los ámbitos de la vida: economía, política, relaciones sociales en general, enseñanza, sanidad, justicia… Si no es así, los sueños de la razón acaban produciendo monstruos -tal como decía Francisco de Goya y Lucientes-, monstruos que, tal como ha sucedido durante el siglo XX y lo que va del XXI siempre, sin excepción, han pretendido ser puestos en práctica, hacerlos realidad individuos llevados por su «bondad extrema», «por nuestro bien», por gentes que se consideran poseedores de una sapiencia especial y legitimados para convertirse en los nuevos gestores de la moral colectiva…

Como nunca me canso de repetir, los humanos no somos «animales racionales», sino «potencialmente racionales», es decir que, podemos optar por tener un pensamiento y un comportamiento racional, lógico, o no hacerlo. Si renunciamos a ello nos dejaremos llevar por el deseo, el capricho, despegaremos de la realidad, engañarnos y llamar racionalidad a lo más alejado de ella.

Como pretendía dejar claro Goya en su aguafuerte de la colección de «los caprichos», cuando la razón “se duerme” y surgen los “monstruos” y, por el contrario, la razón, cuando está activa y alerta, desempeña un papel crucial en la regulación de nuestros impulsos y en la diferenciación entre la realidad y la fantasía desenfrenada, y acaba imponiéndose la imaginación disparatada, característica fundamental de las ideologías… nada más lejos de las ideas lógicas… Las ideologías están impregnadas de miedos, obsesiones, deseos descontrolados y pensamientos irracionales que surgen cuando no hay un freno racional.

Tal como decía Aristóteles hace más 2500 años, la razón es una herramienta crucial para mantener la coherencia, la estabilidad y la comprensión de la realidad.

Los sueños de la razón dan como resultado utopías extremas, deshumanizantes… las ideologías no son el mejor medio para lograr objetivos de clase alguna y alcanzar resultados prácticos, desde una perspectiva de eficacia y de utilidad. Las ideologías son alienantes, provocan falsas conciencias de la realidad en quienes de ellas participan e incapacitan para interpretar el entorno y la propia realidad de los individuos.

Para dar solución a los problemas sociales, los que realmente inquietan y preocupan a las personas decentes no son necesarias las ideologías sino, gente de buena voluntad, personas sabias, bien preparadas, con experiencias exitosas en la gestión de dineros ajenos, con afán de servicio y sin aspiraciones de servirse de quienes pagamos impuestos y de hacer carrera de la política…

Mientras los que poseen una ideología están enzarzados, con otros que también tienen una ideología, en discusiones acerca de cuál es el mejor color de los gatos, quienes siguen a Aristóteles (aunque haya algunos que no lo sepan) conversan, buscan información, confrontan ideas basándose en que el mejor gato es el que es capaz de cazar ratones, independientemente del color…

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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