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Idiocia e izquierda van de la mano.

«El cerebro humano generalmente funciona desde el nacimiento hasta la muerte, pero suele dejar de funcionar cuando una persona se enamora o se convierte en izquierdista…» Anónimo que circula por Internet.

Supongo que soy de los pocos españoles que, cuando el año 2020 echaba a andar, se leyó el texto del acuerdo pactado entre el PSOE y Podemos para formar gobierno, el gobierno frentepopulista que España y los españoles padecemos desde hace 9 meses. Más que suposición, es casi certeza plena, pues el texto, aparte de ser pueril, demagógico (lo que ahora algunos llaman “populismo”) e imposible de cumplir; es un verdadero tostón lleno de tópicos (lugares comunes lo denominan ahora), eslóganes, brindis al Sol, y un largo etc. El texto era tan insoportable que era imprescindible hacer un esfuerzo tremendo para lograr llegar a la última línea.

Cuando uno lee semejantes bodrios (a los que nos tiene acostumbrados la gente de izquierda), a lo único que puede llegar es a la conclusión de que los escriben con la única intención de satisfacer a mentes infantiles, adolescentes, analfabetos funcionales, víctimas de las diversas leyes educativas “progresistas”; a esa tropa des-oficiada (como se dice en mi tierra, y que supongo no hace falta que les traduzca), subvencionada, consentida, que confunde deseos con derechos, y que nunca ha dado un palo al agua, ni conoce nada que tenga que ver con mérito, esfuerzo,… y que está acostumbrada a vivir de sus papás o de “papá-estado”.

En el texto se repetían hasta el hartazgo, hasta aburrir, expresiones como: “estudiaremos”, “propondremos”, “aprobaremos”, “regularemos”, “políticas específicas”, “financiación específica”, “en materia de”, “régimen específico”, “plan estratégico”, “plan de formación y capacitación”, “plan de mejora de la convivencia”, “plan de rehabilitación”, “plan de actuación”, “sostenibilidad”, “plan integral”,… y, por supuesto, no podía faltar “la perspectiva de género”, y el desdoblamiento “os”, “as”, insisto: hasta aburrir. ¡Pero, qué plasta es esta panda de progres! En resumen: más impuestos, más impuestos, más impuesto… más burocracia, más gastos, más despilfarro, más deuda pública, más subvenciones… pues, el dinero, como el maná bíblico, cae del cielo.

Por supuesto, en el pintoresco «acuerdo» subyacía la idea de que los empresarios son unos malvados chupasangres, a los que hay que odiar, esquilmar, perseguir, etc. Y por supuesto, los lumbreras que redactaron el «acuerdo» todavía siguen sin querer darse cuenta de que, cuando algunos gobiernos emprenden acciones contrarias a la propiedad privada, al libre comercio, a la libre contratación, etc. los empresarios acaban yéndose a otros lugares, que haberlos haylos, en los que los gobiernos los tratan de forma diferente.

Claro que, para fortuna de los españoles, estos golfos ignoran que, España no es una nación soberana en múltiples aspectos, y que sus gobiernos están obligados a actuar al dictado de la Unión Europea. Al parecer, esta gentuza ignora que España no posee moneda propia, como múltiples cuestiones más desde que nos integramos en eso que para simplificar se suele denominar “Europa”, o en muchos casos “Bruselas”… estos individuos demuestran que son entusiastas seguidores de un anciano, antiguo profesor de nombre Enrique, que llegó a ser Alcalde de Madrid, y de apellidos Tierno Galván que, decía que los programas se hacen para no cumplirlos, pues “eso”.

Desgraciadamente, los gánsteres que firmaron el «elogio a la estulticia» (permítaseme que plagie a Erasmo de Róterdam) acabaron haciéndose con el gobierno de España, con el apoyo (nunca se olvide) de separatistas y filoetarras… y, como era de esperar, si de algo han pecado ha sido de inacción, aparte de ineptitud, mediocridad y de maldad… Y, para colmo de los españoles y para fortuna de esta pandilla de gánsteres al poco tiempo de la firma del «acuerdo», se nos vino encima el cobid19, el coronavirus. El perfecto pretexto para poner en marcha su plan de reingeniería social, de implantar una dictadura, de limitar las libertades y derechos más elementales, al mismo tiempo que nos metían en una crisis económica sin precedentes (salvo la ocasionada por la guerra civil española) y una crisis institucional de la que nadie sabe cómo saldremos…

Esta gentuza que nos mal-gobierna, desde que firmaron el «acuerdo de la estulticia», aparte de dedicarse a destruir, no ocupa su tiempo en otra cosa que no sea «marear la perdiz», a hacernos perder un tiempo precioso respecto de los problemas reales que aquejan a España y a los españoles, tales como el asunto de las pensiones, la bajísima natalidad, la inconmensurable deuda pública, la burbuja universitaria, el riesgo de rotura de la nación española… y cada día que permanecen en el poder nos empujan un poco más hacia el abismo.

Inevitablemente, me viene a la memoria la frase atribuida a Albert Einstein: ““Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.

El último acto propagandístico emprendido por Pedro Sánchez, siguiendo las directrices de su «Pepito Grillo», Iván Redondo (que se les aguó, debido a que el mismo día, a la misma hora, se anunció que el vicepresidente estalinista Pablo Iglesias iba a ser enjuiciado…), sin duda está inspirado en las supuestas fórmulas que propone el «acuerdo de la estulticia», un texto vacuo, hueco, lleno de retórica vacía para engañar a ilusos, procedimientos que han sido ensayadas hasta hace no mucho tiempo en multitud de lugares del mundo, naciones hasta hace décadas con enorme futuro, naciones ricas (con multitud de recursos, tanto humanos como materiales), naciones prósperas, con un alto nivel y una altísima calidad de vida que, cayeron en manos de energúmenos, amigos de quienes han redactado el texto del que les vengo hablando, que han llevado a sus países a situaciones de absoluta miseria, aparte de crueles dictaduras.

Me vienen a la cabeza la multitud de ideas, de reflexiones, que ocuparon mi mente tras el ímprobo esfuerzo de haber leído el texto del acuerdo -de la estulticia- firmado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, pero especialmente, la de que la gente que desconoce su propia historia (y la Historia, con mayúsculas) está condenada a repetirla.

 Me doy cuenta,  esta alturas, de que olvidaba mencionar que, el texto macarrónico del que vengo hablándoles, también está aderezado, aliñado (no podían faltar semejantes especias) con una buena ración de “memoria histórica”, odio, codicia, envidia, confrontación, y por supuesto, de “calentología” y cambio climáticos.

Como decía, quien no conoce su propia historia, está abocado a repetirla. Es por ello que viene a cuento hablar de cómo y por qué cayó el Imperio Romana (no está de más recordarles a las víctimas de la Logse y demás leyes educativas progresistas que, España pertenece a la Civilización Occidental, resultado del mestizaje de la cultura griega, la cultura romana y la cultura y forma de vida judeocristiana).

Tras milenios de esplendor, de apogeo, la Civilización Romana entró en declive,  emprendió el camino hacia el abismo desde el momento en que sus ciudadanos perdieron de vista los valores en los que se asentaba su forma de vida, sus diversas fórmulas convivenciales que, habían demostrado sobradamente que funcionaban, tras ensayos, aciertos, errores…, y abrazaron el ideal del “homo festivus”, cuando se adoptó por parte de los gobernantes la máxima de “panen et circenses”, y se condujo a los romanos a una situación de igualdad en la necedad, igualdad en la mediocridad,… por supuesto, la administración del estado acabó endeudándose cada vez más, despilfarrando, provocando inflación, entrometiéndose en el mercado, recurriendo al control estatal de los precios, regalando generosamente subvenciones…, las ciudades se fueron empobreciendo, la gente productiva fue esquilmada por el estado, y como era de esperar acabó huyendo al campo, abandonando las ciudades…  ¿Por qué, y para qué, hacer el esfuerzo de trabajar tu propia tierra cuando sus productos no pueden venderse a precios rentables, ya que el estado los distribuye casi gratis en Roma?  Antes de la invasión de los “bárbaros” ya se había producido el colapso del estado, por haber aplicado durante largo tiempo políticas socialistas, por hacer que los ciudadanos llevaran una vida regalada…

Las similitudes entre la forma de vida de la España actual, del mundo occidental contemporáneo y del imperio romano en lo que respecta a decadencia son increíblemente turbadoras: la misma falta de objetivos éticos, la misma degeneración cultural y misma ausencia de creatividad, la misma brutalización, el mismo envilecimiento, la misma zafiedad y el mismo culto a la violencia sin venir a cuento. El circo romano en el que los gladiadores derramaban su sangre para la satisfacción sádica de las multitudes se sustituye ahora por el cine y la televisión, en los que el ketchup ha reemplazado a la sangre para satisfacción del mismo tipo de multitudes narcotizadas y alienadas. Pero el psíquicamente el significado es idéntico en ambos casos.

Como anunciaba en el título del artículo, idiocia e izquierda van de la mano.

Los “valores” de eso que se hace llamar izquierda son formas de estupidez que han anidado profundamente en la conciencia de la mayoría de la gente, estupideces propias de la modernidad que, se han colado en la Iglesia, en el Estado (en el poder ejecutivo, en el judicial, en el legislativo… e incluso en el “cuarto poder”), en la mente de todo quisqui y que, han acabado introduciéndose hasta en nuestras casas. De la mano de los “valores progresistas” se ha ido instalando entre nosotros, casi sin apenas darnos cuenta, la estulticia… habiendo llegado a tal extremo que la idiocia ha dejado de ser vergonzante; tal cual los diversos fanatismos religiosos . No se olvide que, al fin y al cabo, la izquierda es una forma de herejía del Cristianismo…

Tampoco debemos olvidar que, la idiocia y la maldad no son excluyentes; es más, como decía Sócrates, la maldad es solo un tipo de estupidez.

Uno de los rasgos más característicos de la estupidez es que generalmente ningún estúpido piensa que lo es. Por el contrario, el más estulto de los estultos actuará y hablará con la convicción de que posee una mente privilegiada. Tal cual dice, también Sócrates, si uno  cayera en la cuenta de cuan estúpido es en una determinada circunstancia, elegiría no actuar como un necio.

A poco que uno se acerque a la Historia de la Humanidad, y particularmente la de los últimos siglos, acaba llegando a la conclusión de que si ha habido una causa determinante, especialmente influyente en las tragedias, maldades, desgracias, genocidios… por los que se han visto afectados millones y millones de seres humanos esa ha sido la estupidez izquierdista. Y lo paradójico del asunto es que todavía las diversas utopías intervencionistas siguen teniendo buena fama y predicamento.

Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia, a la megalomanía, a la codicia, a la conspiración,… de las malas decisiones que se toman, y de los resultados de las mismas que, por supuesto existen pero, un estudio exhaustivo de la conducta humana nos lleva inevitablemente a la conclusión de que, el origen de los terribles errores que cometen los humanos está en la pura y simple estupidez.

Como dice el historiador italiano Carlo María Cipolla, cuando la estupidez se combina con otros factores -como la ideología izquierdista, los diversos socialismos o comunismos-, sus efectos son devastadores.

Los estúpidos son peligrosos, mortíferos porque a los individuos sensatos les es difícil comprender un comportamiento estúpido. Por el contrario, una persona racional, con una mente lúcida, puede entender la “lógica perversa” del malvado, ya que sus actos persiguen su provecho personal, y son previsibles. Pues, aunque una persona malvada no sea lo suficientemente inteligente como para conseguir beneficios sin causar daño a los demás; sus acciones no son éticamente admisibles, pero sí son “racionales” y por tanto podemos anticipar tanto sus movimientos como sus consecuencias; y por lo tanto, tomar precauciones para tratar de protegernos o defendernos.

Sin embargo, cuando se trata de personas estúpidas, todo ello es absolutamente imposible; no hay manera racional de prever cuándo, cómo y por qué, un estúpido llevará a cabo su pérfida y cruel embestida. Frente a un individuo estúpido nadie está nunca completamente a salvo.

Si todos los miembros de una sociedad fueran malas personas, la sociedad apenas avanzaría, pero no se producirían grandes desastres ya que los beneficios de unos serían los males de otros. Se produciría una cierta “redistribución de bienes y servicios” movida por vileza; aunque no se produciría apenas “riqueza”. Pero cuando los necios actúan las cosas cambian por completo: ocasionan trastornos, destrucción, daños a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas mismas e inevitablemente la sociedad entera se empobrece.

Tampoco debemos ignorar que cuando los estúpidos se “coordinan y organizan”, el encontronazo puede aumentar como una progresión geométrica, es decir, por multiplicación, no adición, de los factores individuales de estupidez. Esa es la situación que actualmente sufrimos España y los españoles.

Y, recordando una vez más a Carlo Cipolla: la combinación de la inteligencia en diferentes personas tiene menos trascendencia que la combinación de la estupidez, porque la gente no estúpida tiende siempre a subestimar la capacidad de causar daño que posee la gente estúpida.

Tal como también nos enseña Carlo Cipolla el poder tiende a situar a “malvados inteligentes” en la cima de cualquier organización (que en ocasiones acaban comportándose como “malvados estúpidos”); y ellos, a su vez, tienden a favorecer y proteger la estupidez y mantener fuera de su camino lo más que puedan a la genuina inteligencia. Esto es lo que los psicólogos denominan Mediocridad Inoperante Activa, y Joaquín Costa “meritocracia por lo bajo”.

Decía Carlo Cipolla que en determinados momentos históricos, cuando una nación está en situación de ascenso, de progreso, posee un alto porcentaje de personas inteligentes fuera de lo común que, intentan mantener al grupo de los estúpidos bajo control, y que, en el mismo tiempo, produciendo bienes y servicios, ganancias para sí mismos y para los demás miembros de la comunidad, suficientes para convertir el progreso en perdurable.

Así mismo, afirma Cipolla que, en cualquier comunidad en declive el porcentaje de individuos estúpidos es incesante; haciéndose notar, acabando por influir en el resto de la población, especialmente entre quienes ocupan el poder, un alarmante crecimiento de malvados con un alto grado de estupidez – y, entre aquellos que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento de la cantidad de individuos desprovistos de inteligencia. Cuando en la población predominan los estúpidos, inevitablemente la sociedad está abocada a la destrucción, a llevar hacía su propia ruina.

La reversión de esta tendencia a veces es posible, pero requiere una combinación de factores muy poco comunes, como la convergencia de personas inteligentes capaces de asumir poder, con un empuje colectivo para introducir un cambio trascendente.

España es una meritocracia a la inversa, como decía Joaquín Costa hace más de un siglo, donde se selecciona a los peores y se prescinde de los mejores individuos, se aparta a los competentes; en este régimen caciquil y oligárquico solo triunfan los peores.

El idiota izquierdista cree que somos pobres porque “ellos” son ricos y viceversa, que la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos en la que aquéllos siempre ganan y nosotros siempre perdemos (él está en todos los casos entre las pobres víctimas y los buenos perdedores), no tiene empacho en navegar en el cyberespacio, sentirse on-line y (sin advertir la contradicción), abominar del consumismo. Cuando habla de cultura, agita al aire –a la vez que levita- con frases del tipo: “Lo que sé lo aprendí en la vida, no en los libros, y por eso mi cultura no es libresca sino vital». ¿Quién es él? Es el idiota izquierdista…

Esa clase de idiota despierta el afecto y la simpatía, o, a lo peor, la conmiseración, pero no el enojo ni la crítica, y, a veces, hasta una secreta envidia, pues hay en los idiotas de nacimiento, en los espontáneos de la idiotez, algo que se parece a la pureza y a la inocencia, y la sospecha de que en ellos podría estar agazapada, escondida nada menos que, esa cosa terrible llamada por los creyentes, santidad.

La idiotez de la que se está hablando es de otra índole. Está presente “urbi et orbi”, corre como el azogue y echa raíces en cualquier parte. Postiza, deliberada y elegida, se adopta conscientemente, por pereza intelectual, modorra ética y oportunismo civil. Ella es ideológica y política, pero, por encima de todo, frívola, pues revela una abdicación de la facultad de pensar por cuenta propia, de cotejar las palabras con los hechos que ellas pretenden describir, de cuestionar la retórica que, hace las veces de pensamiento.

Ella es la beatería de la moda reinante, el dejarse llevar siempre por la corriente, la religión del estereotipo y el lugar común. Nadie está exento de sucumbir en algún momento de su vida a este género de idiotez (yo mismo he de reconocer que he pecado de ello durante años).

Existe la idiotez sociológica y la de la ciencia histórica; la politológica y la periodística; la católica y la protestante; la de izquierda y la de derecha; la socialdemócrata, la democristiana, la revolucionaria, la conservadora y — ¡ay! — también la liberal.

Todas las doctrinas que profusamente tratan de explicar realidades tan dramáticas como la pobreza, los desequilibrios sociales, la explotación, la ineptitud para producir riqueza y crear empleo y los fracasos de las instituciones civiles y la democracia se explican, en gran parte, como resultado de una pertinaz y generalizada actitud irresponsable, de jugar al avestruz en lo que respecta a las propias miserias y defectos, negándose a admitirlos —y por lo tanto a corregirlos — y buscándose coartadas y chivos expiatorios (el imperialismo, el neocolonialismo, las trasnacionales, los injustos términos de intercambio, el Pentágono, la CÍA, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etcétera) para sentirse siempre en la cómoda situación de víctimas y, no tener mala conciencia,… eternizarse en el error.

Pero lo más increíble es acabar comprobando lo enormemente reacios que son los idiotas izquierdistas a aceptar que, la realidad puede tener varias caras; resulta chocante hasta que, punto llegan a ignorar las desgracias, las injusticias, los abusos que no estén en su repertorio absolutamente maniqueo, no se olvide que para ellos, o se está con ellos –se es de “los nuestros”- o se está contra ellos, para el idiota izquierdista no existen tonos grises… quienes no están con “nosotros” dicen memeces, son “fachas”, amigos, nostálgicos, o simpatizantes del régimen franquista… Quienes no compartan sus ideas son seres perversos, egoístas, profundamente inmorales, o poseen algún tipo de fobia…; les hablo, por supuesto de quienes proclaman la necesidad de potenciar, dar prioridad a “lo público”, la escuela pública, la sanidad pública,… y luego llevan a sus hijos a colegios privados, y acuden a la sanidad privada… Son aquellos que ponen por locos a quienes se atreven a cuestionar el dogma de lo políticamente correcto, acerca de sancedes como el “calentamiento global”, o la versión progre de la historia reciente de España <el idiota izquierdista nunca dirá España, dirá “estepaís”>, o la llamada “perspectiva de género”… Curiosa panda la de los idiotas izquierdistas.

Pero, no debemos olvidar que aparte de los progres idiotas relativamente bienintencionados y aparentemente inofensivos, están los idiotas realmente peligrosos, ese grupo de sinvergüenzas, depredadores, cínicos, que ni tienen programa, ni principios, ni objetivos (bueno, sí, objetivo si tienen, CONSERVAR EL PODER A TODA COSTA…) y que proclaman que están al lado de los más desfavorecidos. Claro que, aunque suenen parecidas, una cosa es la Ética, y otra la Estética… Esta secta de “paripé”, poses, aparentar, mentir, y demás pues andan bastante bien; pero de “Moral”; de eso entienden poquito…

Lo que sí hay que reconocerles, en honor a la verdad, es su enorme habilidad anestésica, su enorme capacidad de manipular a la gente corriente y de crear falsas expectativas…

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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