Mateo Requesens
FUENTE: https://posmodernia.com/iglesia-catolica-y-globalismo-v-el-caso-de-la-iglesia-espanola/
Lejos quedan las palabras del que fuera líder de los obispos españoles, el cardenal Antonio María Rouco Varela, que aseguró en 2013 que “la unidad de la nación española es una parte principal del bien común de nuestra sociedad que ha de ser tratada con responsabilidad moral”. A esta responsabilidad pertenece necesariamente el respeto de las normas básicas de convivencia –como es la Constitución española– por parte de quienes llevan adelante la acción política”. El Arzobispo de Pamplona, Mons. Fernando Sebastián Aguilar, decía en 2003, “España ha sido fundamentalmente católica” y que tiene unas “vigorosas raíces católicas tanto en la vida personal como familiar, como social, como cultural. No tenemos que caer en la tentación de pensar que ese patrimonio está caducado (…) Ha habido mucha gente que al pensar que entrábamos a la democracia ya podíamos tirar por la borda todo el bagaje religioso y moral que ha sido y sigue siendo el fundamento y la fortaleza interior de nuestra vida y nuestra cultura”.
En 2011 los obispos catalanes ya publicaron un documento denominado “Raíces cristianas de Cataluña”, que incluía un apartado sobre la nacionalidad catalana donde afirmaban: “Como obispos de la Iglesia en Cataluña, encarnada en este pueblo, damos fe de la realidad nacional de Cataluña, configurada a lo largo de mil años de historia”. La Conferencia Episcopal Española ha manifestado recientemente su respaldo a los indultos concedidos a los golpistas separatistas catalanes, apoyando a los obispos independentistas de Cataluña que llaman a “romper con actitudes inamovibles”, en referencia a la convocatoria de un referéndum sobre la independencia y ha coincidido con las tesis del gobierno social comunista de Pedro Sánchez abogando por “la fuerza que tienen el diálogo y las medidas de gracia en todas las situaciones de conflicto”. Evidentemente la Conferencia Episcopal Española no considera ya un deber moral la defensa de la unidad de España, lo cual, aunque no sea un efecto directo, sin duda conecta con el mundialismo que aboga por abolir fronteras y contemplar las “viejas” Naciones como un obstáculo al nuevo orden mundial. “El nacionalismo no es una opción para los cristianos”, es la postura que deben mantener los católicos, según el Cardenal Reinhard Marx, respecto a los movimientos nacionalistas y populistas que se extienden por Europa.
En materia de ideología de género la Conferencia Episcopal Española no ha tomado partido por posturas que favorecen la agenda globalista, pero en reiteradas ocasiones ha guardado una tibieza incomprensible con relación a cuestiones esenciales para los católicos españoles. Así, ha procurado poner distancia con Hazte Oír por defender lo que se supone debía ser la doctrina católica sobre ideología de género y familia o ni se ha planteado la movilización de los católicos, aceptando mansamente la ampliación de los supuestos del aborto legal y su consideración como un derecho. Ahora bien, a diferencia de la Conferencia Episcopal Alemana, la Española sí se ha mostrado contraria a la bendición de las uniones homosexuales.
En cuanto al problema de la inmigración masiva, aparte de la lógica asistencia humanitaria, la Conferencia Episcopal Española habla de la “la extraordinaria aportación de los que llegan a nuestras sociedades envejecidas” (sic) y por supuesto se hace eco de la doctrina del Papa Francisco que aboga por aumentar y simplificar la concesión de visados; abrir corredores humanitarios; garantizar la vivienda, la seguridad y los servicios esenciales; ofrecer oportunidades de trabajo y formación; fomentar la reunificación familiar; proteger a los menores; garantizar la libertad religiosa y promover la inclusión social. Al menos no olvida que lo verdaderamente importante no debería ser proteger los flujos migratorios, sino “crear en los países de origen posibilidades concretas de vivir con dignidad”. Pero la CEE abraza las directrices de la ONU y su Pacto Mundial sobre la Migración, porque debemos “hacernos cargo de su existencia a través de un conjunto de acciones que el Papa resume en acoger, proteger, promover e integrar”. Por tanto, parece que la Iglesia católica española, se muestra atemorizada ante las directrices mundialistas en materia de ideología de género, y titubeante respecto al desmantelamiento de los Estados-nación, pero totalmente abierta a la recepción de la inmigración masiva. Prueba de ello es su comunicado ante la última crisis en Ceuta y Melilla en la que 18.000 inmigrante ilegales saltaron la valla: La CEE, “Muestra su solidaridad con las diócesis de Cádiz y Ceuta y Málaga y Melilla, de reconocida trayectoria en la atención y acogida a migrantes, así como con las necesarias iniciativas en ambas ciudades autónomas, para acoger integralmente y custodiar los derechos de las personas migrantes, especialmente de los menores”. El discurso de la Conferencia Episcopal Española coincide exactamente con la agenda globalista y las proclamas de la ONU y Foro de Davos sobre la inmigración. El 26 de septiembre de 2021 se celebró en España, bajo el lema «Hacia un nosotros cada vez más grande»,la Jornada del migrante y refugiado, que se centra en “el desafío de las migraciones y las oportunidades que nos ofrecen de cara al futuro”.
Otra cosa parece respecto al cambio climático. En esta cuestión los obispos españoles aciertan de pleno cuando el obispo auxiliar de Valladolid, durante la inauguración de la Cumbre católica sobre el clima en 2019, alertaba: “Hay otro riesgo, que vemos aparecer en las corrientes llamadas ecológicas, que es pensar que es la especie humana la que verdaderamente supone un problema y, por lo tanto, lo mejor sea reducir el número de humanos, hacer propuestas de reducción de lo que significamos las personas”. El portavoz de la CEE advirtió de que “el sistema económico dominante” quiere imponer “un capitalismo verde”, demostrando que, cuando quiere, la Iglesia española es capaz de poner el acento de manera magistral en el auténtico trasfondo de las cuestiones, llevando incluso la contraria al mundialismo… y matizando el pensamiento que Berdoglio plasma en su Encíclica Laudato si.
Llama por ello la atención que la Conferencia Episcopal Española, por boca del cardenal Osoro, simplemente se haya remitido a los historiadores, para corregir la postura sectaria del Papa Francisco, cuando el Vaticano ha pedido perdón por los «pecados» cometidos por la Iglesia Católica en la evangelización de México, unida indisolublemente con la Conquista, por mucho que se haya querido disociar ambos hechos para salvar la metedura de pata de Bergoglio. De nuevo el Papa Francisco nos insta al revisionismo: “Es preciso hacer una relectura del pasado, teniendo en cuenta tanto las luces como las sombras que han forjado la historia del país. Esa mirada retrospectiva incluye necesariamente un proceso de purificación de la memoria, es decir, reconocer los errores cometidos en el pasado, que han sido muy dolorosos. Por eso, en diversas ocasiones, tantos mis antecesores como yo mismo, hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización”. Naturalmente que hubo abusos en la Conquista y Evangelización de América, pero las luces siempre han sido superiores a las sombras. Luces a las que el Papa no ha hecho referencia, y cuando se resaltan los defectos y se olvidan las aportaciones, no se está cumpliendo con la obligación de dar testimonio de la verdad. Teniendo en cuenta que fue la Iglesia española la encargada de la evangelización de aquellas tierras, parece que algo tendrían que decir los obispos españoles sobre la labor de sus antecesores. A lo mejor es que España debía haberse comportado como los amigos globalistas de Bergoglio, y en vez de preocuparse por a la evangelización y a la difusión de la fe católica en el Nuevo Mundo, debía haber imitado el modelo extractivo del imperialismo anglosajón y protestante, garantizando una abrumadora mayoría de población blanca en el subcontinente, mientras se encerraba en reservas a los indios, unos salvajes cuya espiritualidad importaba un bledo al imperio británico.
Que el Papa esté más cerca del indigenismo que pone en cuestión el legado español en América, que del agradecimiento a España por la difusión del catolicismo, por cuya defensa hizo tantos sacrificios nuestra patria, no deja de hacernos sospechar que de nuevo nos encontramos ante la infiltración de ideas mundialistas dentro de la Iglesia. En este caso, lo que se ha dado en llamar “cultura woke”, que pretende culpabilizar a Occidente por su pasado histórico hasta hacernos repudiar nuestros modelos culturales, para, una vez revisados, conseguir que abracemos ese mezcladillo multicultural que propugna la agenda globalista. De eso se trata cuando en Méjico vejan la figura de Hernán Cortes o cuando se derriban estatuas de Colón o Fray Junípero Serra en Estados Unidos. Por ello se echa en falta un comunicado de la Conferencia Episcopal Española señalando que junto a las sombras por las que hay que pedir perdón, están las luces por las que hay que dar las gracias.
Particularmente, la huida de situaciones polémicas por parte de la Conferencia Episcopal Española adquiere caracteres de indiscutible cobardía cuando se trata de cuestiones relacionadas con la Guerra Civil. El talante acomodaticio de la jerarquía eclesiástica española quedó de manifiesto cuando sólo el Prior de la Abadía del Valle de los Caídos mantuvo una posición honorable respecto a la exhumación de los restos mortales de Franco. Nada nuevo. La Conferencia Episcopal Española no sólo procura pasar de puntillas sobre las razones de la persecución religiosa de la II República, un auténtico genocidio, que ha dado el mayor número de mártires después de las persecuciones de cristianos de la época romana, sino que ha consentido, con una obscenidad e ignominia indescriptibles, la retirada de cruces y listados de caídos que dieron su vida por defender la fe católica de los muros de sus iglesias. Un gesto como el de colocar discretamente placas en el interior de los templos con esos listados que el gobierno ultraizquierdista obligaba a retirar del exterior, junto a un mensaje de reconciliación, habría dejado a salvo, no solo un testimonio de la verdad histórica, sino que habría hecho honor a ese dicho de que “ser agradecidos es de bien nacidos”. Pero qué podíamos esperar de un clero que en el País Vasco ha sido cómplice del terrorismo etarra y en Cataluña de los sediciosos, sin que el Vaticano moviese un dedo. Baste un botón de muestra. El Papa Francisco, en plena polémica por los indultos, se reunió con la monja separatista Sor Lucia Calam, conocida también por sus posturas a favor de las fronteras abiertas. La inoportuna reunión tenía que ver con las obras de beneficencia que lleva a cabo en Cataluña, pero lo cierto es que en ningún momento el Vaticano ha efectuado gesto alguno a favor de la unidad de España y en contra de las opiniones políticas que sostiene la monja. El Papa Francisco simplemente se ha limitado a decir: “la unidad nacional es fascinante, pero nunca se va a lograr sin la reconciliación de los pueblos”. Por ello, invitó a cualquier país a abrir un proceso de reconciliación con la “propia historia”. De nuevo el revisionismo. El pasado 2 de septiembre de 2021 en una entrevista concedida a COPE, apostó por el dialogo: “el hecho clave en este momento en cualquier país con este tipo de problemas es plantearse si se han reconciliado con su propia historia, sobre todo la historia del siglo pasado. No sé si España lo está del todo, sobre todo con la del siglo pasado. Si no lo está, creo que tiene que hacer un paso de reconciliación. Esto no significa claudicar de sus posiciones, sino entrar en un proceso de diálogo y de reconciliación; y, sobre todo, huir de las ideologías, que son las que impiden cualquier proceso de reconciliación”.
Indiscutible que existen sacerdotes y religiosos, incluso obispos y algún cardenal, que cumplen con su obligación de dar testimonio de la fe y la caridad de manera ejemplar. Intelectuales y Universidades católicas admirables por su aportación al pensamiento social, económico y político español e internacional. Pero desgraciadamente, con este panorama, en el que los pastores más señalados han abandonado el rebaño a los lobos, nadie debe extrañarse de no pocas perdidas de fe y del alejamiento, cuando no abandono, de la Iglesia por parte de muchos católicos españoles. Dice el canon 375 § 1. del Código de Derecho Canónico que “los Obispos, que por institución divina son los sucesores de los Apóstoles, en virtud del Espíritu Santo que se les ha dado, son constituidos como Pastores en la Iglesia para que también ellos sean maestros de la doctrina…”. Su principal preocupación debe ser enseñar “el magisterio de la Iglesia sobre la dignidad y libertad de la persona humana; sobre la unidad, estabilidad y deberes de la familia; sobre las obligaciones que corresponden a los hombres unidos en sociedad; y sobre el modo de disponer los asuntos temporales según el orden establecido por Dios” (canon 768). Dante situaba al Papa Nicolás III o a Clemente V en el infierno por sus pecados de simonía. Es decir, por traficar con las cosas espirituales para hacerse con ventajas materiales, anteponiendo el beneficio a corto o largo plazo al respeto inmediato de la moralidad. Los obispos españoles sabrán en su conciencia si corren el riesgo de unirse a esos Pontífices en el infierno por vender su patria y traficar con la moral católica.
En cuanto al Papa Francisco, que tan bien se lleva con el consenso capitalismo-socialdemocracia y su agenda mundialista, debería recordar las enseñanzas de su predecesor, el Pontífice Benedicto XVI, que afirmó que, “en los decenios sucesivos al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura al mundo no como una exigencia de ardor misionero” sino como “un pasaje hacia la secularización”, razón por la cual ha habido una pérdida de fieles dentro de la Iglesia católica. Jorge Mario Bergoglio parece que está empeñado en repetir y aumentar aquellos errores. La defensa de la tradición católica y su doctrina ética, como bien apuntaba el filósofo materialista Gustavo Bueno en su obra «El animal divino», implica mantener un referente objetivo que sirve a los fieles en tiempos de cambio y crisis como los actuales, lo contrario supone anular al catolicismo como religión y convertir a la Iglesia en una especie de ONG en la que muchos, en vez de consuelo, encontramos zozobra.
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