CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
¿Por qué tantos jóvenes desean cursar estudios universitarios?
Cuando se interroga a los adolescentes que están en su último curso de bachillerato o en el primer curso de universidad, generalmente suelen contestar cuestiones tales como la que sigue:
«Para poder conseguir un mejor trabajo». Entre el 75 y el 85 por ciento de los jóvenes da esa respuesta, aunque muchos también añaden: “Para ganar más dinero. ” Otros, los menos, contestan que «Para aprender más sobre las cosas que me interesan». Y, una ínfima minoría afirma que desea estudiar en la universidad para «Obtener una buena formación, una mayor cultura, etc.».
Esas respuestas apenas arañan la superficie, las verdaderas razones por las que los jóvenes aspiran a cursar estudios universitarios guardan relación con expectativas sociales, ambiciones familiares, cuestiones de gregarismo (iré a la universidad como mis amigos, para seguir en contacto con ellos…), también por inercia, o simplemente porque es lo política y socialmente correcto y aceptable.
Una mezcla de todo ello mueve a más del 60% de los jóvenes españoles (y en muchos más lugares del mundo), después de graduarse en la enseñanza secundaria a matricularse en alguna facultad universitaria, en lugar de buscar un trabajo, formarse en algún oficio, o ingresar en las fuerzas armadas o en las diversas policías… Son minoría los jóvenes que optan por quedarse en casa, con sus papás, para holgazanear, jugar con video-consolas, o cuestiones similares.
Para la mayoría de los españoles, ir a la universidad en estos momentos parece la mejor opción, pero la realidad demuestra que cada vez son más los estudiantes que terminan sus estudios de secundaria que están comenzando a poner en cuestión la idea de que la universidad es necesariamente el mejor camino.
Antes de la pandemia del covid19, cerca del 66 % de los graduados de secundaria se matriculó en la universidad. En 2020 los graduados de secundaria que se matricularon en la universidad disminuyó, pasando al 62,7 por ciento. Quienes se hacen llamar «expertos» en lo que respecta a matrículas universitarias esperaban una mejora post-pandemia. En cambio, no fue así, sólo el 61.8 por ciento de los graduados de secundaria de 2021 y el 62 por ciento de 2022 se inscribieron en la universidad. Por supuesto, los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas se han olvidado de hablar de este asunto.
Las únicas carreras universitarias en las que ha aumentado el número de matriculados son las llamadas «técnicas», en las que supuestamente existe mayor empleabilidad una vez terminados los estudios.
El mercado laboral, por supuesto, no es la única explicación a los problemas de la enseñanza superior. Otro factor importantísimo es la demografía: la fuerte caída en la tasa de natalidad. También están quienes afirman que el retroceso del número de matriculaciones guarda relación con la «enseñanza en línea», «on-line». Otros se consuelan y justifican afirmando que la principal causa es la inteligencia artificial, que está causando estragos en las formas tradicionales de enseñanza y eliminando la necesidad de trabajadores con formación universitaria en numerosos ámbitos.
Tampoco hay que dejar de lado el hecho de que la enseñanza superior se inclina cada vez más hacia el fanatismo político y, por lo tanto, pierde la confianza de gran parte los españoles, aunque aparentemente sean minoría…
Posiblemente estemos asistiendo a una transición de «enseñanza universitaria para todos» a la idea de «la universidad es innecesaria y, a menudo, inútil». Es probable que ir a la universidad “para poder conseguir un mejor trabajo” se desvanezca como la razón principal por la que los estudiantes se matriculan. Al paso que vamos, las universidades están en peligro de convertirse en reliquias culturales y dejar de ser propiamente «universidades».
El vocablo Universidad proviene de la palabra latina universĭtas, en la Edad Media Europea el término universitas se usaba para designar a la comunidad de estudiantes y profesores que formaban parte de los primeros centros de enseñanza superior al margen de las órdenes religiosas.
Entre los siglos XII y XIII se fundaron universidades como las de Bolonia, Oxford, París, Cambridge, Salamanca… A ellas llegaban estudiantes de toda Europa y, en este sentido, se respiraba un ambiente universal. Las universidades eran consideradas como entes generadoras del saber, y más que centros de estudio eran consideradas «corporaciones», gremios para la defensa de quienes de ellas formaban parte; es por ello que, se les atribuyó el carácter de «Alma Mater» en el sentido de engendrar y transformar al hombre por obra de la ciencia y el saber.
El rey Alfonso X el Sabio, en Las siete partidas dio una de las definiciones más célebres y precisas de lo que es una universidad: “Es el Ayuntamiento de maestros y de escolares, que es hecho en algún lugar con voluntad y entendimiento de aprender [todos] los saberes”.
En la actualidad se afirma que una universidad “es el establecimiento de enseñanza superior, formado por facultades, colegios o institutos, en donde se enseñan carreras profesionales, se investigan materias como la Física, la Filosofía, la Ingeniería, etc. y se otorgan los grados académicos correspondientes”. Claro que, una cosa es la teoría y otra la práctica, y las actuales universidades cada vez están más lejos de tal definición.
Sin duda, son una gran mayoría los padres españoles que todavía piensan que sus hijos deben obtener un título universitario para su bienestar y felicidad. Generalmente, estos padres están aplicando tanto su particular visión de cómo funciona el mundo como su recuerdo de su paso por la universidad. La universidad que ellos vivieron era la vía de acceso a una vida adulta de éxito. Pero, la situación de las universidades españolas es ahora muy distinta.
Aunque los estudios de opinión no lo digan, son mayoría los estudiantes universitarios que afirman que buscan «vivir esa experiencia”. Esa es la principal conclusión que se saca cuando una adopta una escucha atenta. Y, cuando hablan de «experiencia» se están refiriendo a conocer gente nueva, hacer amigos, asistir a eventos deportivos, a conciertos de música…, a beber en exceso y embriagarse, a coquetear con las drogas, a acceder a relaciones sexuales, a caer bajo el hechizo de un profesor carismático, a protestar contra las injusticias, lo cual da posibilidad de conocer a más gente nueva, tener conversaciones nocturnas «profundas» e interesantes, y, más fiestas. Todo ello, y mucho más, hace sentir a nuestros jóvenes que son parte de algo de mayor magnitud que su clase de secundaria; también está la posibilidad de descubrir la vida más allá de su ciudad natal, seguir conociendo a más gente nueva y, posiblemente hacer amistades duraderas, enamorarte, romper, volver a enamorarse, e incluso leer algunos libros, trabajar como becario, acceder algún tiempo en el extranjero (programas erasmus), sentirse reprimido y dominado, manipulado, enojarse con las estructuras opresivas, y lo más paradójico (y hasta cómico) la posibilidad de considerarse más inteligente, cualificado, sabio, etc. que las personas con las que fue a la escuela y luego no continuaron estudiando…
Por supuesto, es exagerado generalizar, algunos estudiantes universitarios no abusan del alcohol ni coquetean con las drogas. Algunos se centran en el estudio en lugar de las fiestas. Algunos pasarán por la universidad con un claro objetivo, como ser médico, o ingeniero… Pero, desgraciadamente son una minoría.
La universidad contemporánea es un lugar que exige que los estudiantes tomen en serio su supuesta búsqueda de «identidad» y sus responsabilidades con los de diferentes «identidades», cuando es una etapa en la que las personas todavía son muy frágiles, inexpertas psíquicamente, a pesar de que sea fácil tener acceso al sexo. A la vez que todo esto, la universidad es un lugar en el que determinadas ideologías se han convertido en hegemónicas y no se pueden discutir y mucho menos criticar: el racismo, el catastrofismo del cambio climático y el patriarcado encabezan la lista. Estos deben entenderse no tanto como sistemas de creencias como síntomas de confusión cultural.
La universidad contemporánea no posee intelectuales coherentes, de tal manera que cualquier cosa con la que los estudiantes se topan y que suene a una defensa apasionada de una causa noble, gana inmediatamente prestigio y admiración. Por supuesto, el resultado es la negación y persecución de todo lo que huela a “pensamiento crítico”. Por encima de todo se alza la versión actual de la “justicia social”.
Pero esto no quiere decir que la universidad contemporánea se entienda mejor como un adoctrinamiento fanático y fundamentalista. El dogmatismo, el fanatismo, y otros «ismos» están presentes, pero en realidad es solo el helio que infla el globo de la enseñanza contemporánea. El globo en sí es el vacío de una enseñanza universitaria hueca. La enseñanza superior actual está vacía de contenido civilizatorio digno y, a pesar de todo sigue siendo atractiva para millones de estudiantes que desean todavía vivir esa “experiencia universitaria”.
También hay otros factores que determinan la supervivencia del modelo de universidad que vengo describiendo: El primero se llama dinero. La universidad española cuesta mucho dinero y no se paga sola. Son muchas las familias que se endeudan, se hipotecan y como mucho logran un diploma para colgar en el salón principal de sus casas… Aparte, por supuestos, está la enorme cantidad de dinero que gastan los gobernantes con pobrísimos resultados, una burbuja que, como ya he anunciado en ocasiones, acabará explotando más pronto que tarde.
Cada vez son más los trabajos que supuestamente exigían una formación universitaria que están quedando obsoletos.
¿Realmente la universidad enseña habilidades valiosas?
¿Qué sucederá cuando el «trabajo de cuello blanco» sea realizado principalmente por inteligencia artificial?
¿Acaso no es más interesante no perder cuatro años y por el contrario, comenzar a ganar un salario decente y acumular antigüedad en alguna profesión pueda tener futuro e ir formándose profesionalmente al mismo tiempo que se trabaja?
Por otro lado, cuando una persona que acaba la enseñanza secundaria pregunta a hermanos mayores, o amigos, o vecinos, acerca de la actual universidad acaba sabiendo que es un lugar en el que cada vez existe mayor hostilidad hacia los hombres. Bueno, tal vez no para los hombres que creen que dicen «sentirse mujeres», o los hombres que quieren explorar sus «identidades de género», o afirman que están en búsqueda de su lado femenino y piden perdón por haber nacido con pene, cada vez que abren la boca. Por otro lado, las mujeres se encuentran con un entorno universitario donde el porcentaje de hombres heterosexuales ha caído significativamente por debajo del porcentaje de mujeres heterosexuales.
La universidad solía ser un lugar donde las relaciones con frecuencia conducían a matrimonios. Eso ha decaído enormemente en las últimas dos décadas. Las escuelas, los institutos de secundaria y bachillerato, y las universidades podrán hacer la publicidad que deseen y tratarán de adoctrinar «desde la perspectiva de género» a todas las personas que se les acerquen, pero, pero la mayoría de los humanos seguirán sintiéndose atraídos por personas del otro sexo, y si las autoridades universitarias siguen en el empeño de fomentar lo contrario, harán que cada día sea menor el número de jóvenes a los que les resulte atractiva la «experiencia universitaria».
Los españoles se irán dando cuenta cada día más, que la universidad se ha convertido en una institución que rechaza sus costumbres, sus tradiciones, sus hábitos, sus inquietudes e ideas, su cultura. Se está creando una situación en la que la enseñanza superior será la perdedora. Una institución que pone en cuestión la nación e incluso el ideal de nación no está bien situada para prosperar. Por mucho que enseñe a sus estudiantes que son “ciudadanos del mundo”, la universidad depende del apoyo de ciudadanos reales a quienes no les divierte la idea de que su país es solo un «constructo social», y que oprime a algunos y privilegia a otros y que hay que avergonzarse de su historia, de sus antepasados que, fueron los más malvados en su época y que nada aportaron a la humanidad, nada más que desgracias…
Sin duda, cada día que pasa es mayor el número de escépticos. Y ese escepticismo se acaba convirtiendo en desafección y rechazo cuando los padres acaban llegando a la conclusión de que las universidades, con demasiada frecuencia, fomentan lo peor en los jóvenes: la ingratitud hacia sus familias y su nación, el egocentrismo y la alienación sin rumbo. Las universidades adoctrinan en el odio, en el resentimiento, el orgullo injustificado o la vergüenza igualmente injustificada, en el victimismo…
La enseñanza superior se ha vaciado de cualquier contenido beneficioso para nuestros jóvenes, ha perdido, si no del todo, cualquier sentido; los estudiantes se gradúan con una supuesta formación, con un supuesto conocimiento que, cuando se hurga un poquito, acaba comprobándose que no son tales. Y, todo ello a pesar del mucho, mucho ruido del que las universidades son capaces y el dulce encanto que, todavía, son capaces de conseguir en algunos jóvenes.
Los jóvenes y adolescentes que tienen la valentía de atreverse a pensar están buscando y encontrando alternativas viables a la universidad. A medida que pase el tiempo, cada vez serán más los españoles que acabarán percibiendo que la universidad amenaza el bienestar psicológico y el futuro de sus hijos.
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