En el combate que tendrá lugar el próximo día 4 de mayo en Madrid, intervendrán dos contendientes: Todos los que dicen que quieren quitarle dinero a los ricos para dársele a los pobres… e Isabel Díaz Ayuso que, no pretende acabar con los ricos sino, acabar con la pobreza, hacer disminuir el número de pobres.
Quienes tienen como modelo a imitar a Robin Hood, dicen que la forma de eliminar la pobreza es “practicando la caridad, la solidaridad, con el dinero ajeno”… para ello, afirman que hay que subir los impuestos, para “redistribuir”, también aseguran que otra forma de eliminar la pobreza, es promoviendo regulaciones que hagan que las empresas asuman más costes, más gastos… en beneficio –supuestamente- de los consumidores o los trabajadores. Es por ello que, cuando están inmersos en campañas electorales se jactan sin recato de ser mejores recaudadores de impuestos, y mejores administradores de los dineros ajenos, y acusan a sus contendientes de ser malos recaudadores y malos gestores, y además corruptos y despilfarradores…
Cuando los seguidores de Robin Hood (“progresistas” se hacen llamar), hablan de empresas, de empresarios, olvidan que la mayoría de ellos, en España, son trabajadores autónomos, o pequeños y medianos que, generalmente poseen unas rentas similares a muchos trabajadores públicos o por cuenta ajena, y se las ven y se las desean para salir adelante, y más en estos tiempos de la maldita pandemia.
Dicen las diversas leyendas acerca de Robin Hood que, era un hombre sabio y virtuoso que practicó la caridad con la riqueza de la que no era dueño, regalando bienes que él no había producido, y haciendo pagar a otros el lujo de su piedad y generosidad.
Aunque a Robin Hood se le presente como la personificación de la bondad, en realidad es el símbolo de que la necesidad, y no el logro, es la fuente de todo derecho.
Ensalzar a Robin Hood es afirmar que los humanos no estamos necesitados ni obligados a producir, que basta con sólo desear, ensalzar a Robin Hood es considerar que no es lo que se gana mediante el esfuerzo, lo que nos pertenece, sino aquello que no hemos ganado y que otros han producido…
Robin Hood es la perfecta justificación de los seres mediocres que, incapaces de ganarse la vida, exigen el derecho de apoderarse de la propiedad de los mejores, los más productivos y exitosos de la sociedad, y proclaman su voluntad de dedicar la vida a los que denominan “desfavorecidos”; su voluntad de solidaridad robando, expropiando a quienes se ganan el pan con el sudor de su frente.
Como bien saben quienes están suficientemente informados acerca de las diversas ideologías políticas, los «progresistas» de todas las naciones ansían sustituir el capitalismo por alguna forma de socialismo o colectivismo. Menosprecian la propiedad privada de los medios de producción y la economía de mercado, y defienden con entusiasmo métodos centralizados de planificación y de gestión económica.
Proclaman la necesidad de un gobierno omnipotente y omnipresente, y dan por buena cualquier medida que otorgue mayor poder a los burócratas y a las entidades gubernamentales. Y, por supuesto, condenan, y tildan de anacrónicos, reaccionarios y retrógrados en economía -y en política- a quienes no comparten sus objetivos.
Quienes se consideran y proclaman que son progresistas, están sinceramente convencidos de que son verdaderos demócratas. Confunden la democracia con el socialismo. Y no sólo no se plantean que socialismo y democracia puedan ser incompatibles, sino que tienen el convencimiento absoluto de que solamente el socialismo (o alguna clase de colectivismo) es sinónimo de verdadera democracia, de democracia plena.
Quienes se hacen llamar «progresistas» intentan obstaculizar el funcionamiento del mercado, procuran interferir en la vida económica y tratan de poner todas las dificultades a su alcance y paralizar el capitalismo. Quienes se denominan «progresistas» crean barreras aduaneras, promueven políticas de dinero barato y recurren al control de los precios, a la fijación de los salarios mínimos y a las expropiaciones.
Quienes dicen de sí mismos que son «progresistas», cuando alcanzan el poder acaban transformando la tributación, la recaudación de impuestos en confiscación y en expropiación, y proclaman que el mejor método de aumentar la riqueza y el bienestar consiste en gastar sin freno, hasta el despilfarro.
Y para más inri, cuando las cosas se ponen feas y las inevitables consecuencias de esa forma de hacer política -vaticinadas mucho tiempo antes por los economistas- ya no tienen apenas remedio, consiguen -muy hábilmente, todo hay que decirlo- que, la opinión pública le eche la culpa no a su política de «bondad y solidaridad extremas», sino al gran satán de la economía de mercado, del capitalismo.
A los ojos de la mayoría de los ciudadanos, como resultado de la propaganda machacona de los trovadores y apologistas del intervencionismo, da igual la forma, el origen de la crisis económica y del paro, de la inflación y del alza de precios, y del despilfarro, de la inquietud social -e incluso de la guerra- no es la política anticapitalista, sino el capitalismo.
He aquí algunos dogmas de la ortodoxia, del pensamiento progresista actual:
El capitalismo (la economía de libre mercado) es un sistema de explotación injusto. Perjudica a la inmensa mayoría para favorecer a una pequeña minoría.
La propiedad privada de los medios de producción dificulta el empleo de los recursos naturales y de los adelantos técnicos.
Los beneficios y los intereses son tributos que las masas se ven obligadas a pagar a una clase de parásitos ociosos.
El capitalismo (o sea, la economía de libre mercado) es la causa de la guerra y desemboca inevitablemente en la guerra.
El primer deber de un gobierno popular (colectivista, intervencionista,…) consiste, pues, en sustituir la gestión de los capitalistas y empresarios por el control gubernamental de la actividad económica.
Los precios máximos y los salarios mínimos, impuestos directamente por la administración pública o indirectamente dejando manos libres a los sindicatos, son medios adecuados para mejorar la suerte del consumidor y elevar permanentemente el nivel de vida de todos los asalariados, y pasos necesarios hacia la total emancipación de las masas del yugo del capital -dando como resultado el establecimiento final del socialismo-. (Por paradójico e increíble que pueda parecer, es necesario mencionar que Marx se opuso violentamente en sus últimos años a estos planteamientos. Las diversas formas de marxismo en la actualidad, los aprueba, sin embargo, plenamente y de manera entusiasta…).
La política monetaria generosa, es decir, la expansión del crédito, constituye un método útil para aliviar las cargas impuestas por el capital a las masas y traer la prosperidad al país. No tiene nada que ver con la periódica aparición de las depresiones económicas. Las crisis económicas son males inherentes al capitalismo sin trabas.
Todos los que niegan las anteriores manifestaciones y afirman que el capitalismo sirve mejor a la sociedad y a los ciudadanos, y que el único modo efectivo de mejorar permanentemente la condición económica de todas las capas sociales es la progresiva acumulación de nuevos capitales, son unos malvados defensores de los intereses egoístas de la clase explotadora…
Aunque a algunos les pueda parecer increíble, proclamas intervencionistas de esta calaña aparecen en un libro que nadie a estas alturas calificaría de «progresista»: Mi lucha (en alemán Mein Kampf) de un tal Adolf Hitler…
Obsérvese la indecencia que subyace en el discurso «progresista», que acaba justificando a cualquiera que trate de emular a Robin Hood: a un industrial que amasa una fortuna y a un delincuente que asalta un banco se los considera igualmente inmorales, dado que ambos buscan obtener riqueza para su propio beneficio «egoísta».
Inevitablemente surge una pregunta:
¿Robin Hood fue un héroe o un villano
Cada cual responderá según su nivel de rentas, según el patrimonio que posea… Tras la crisis financiera global de 2008 se volvió a propagar la idea de que es imprescindible crear un «Estado- Robin Hood», que expropie a «los ricos» y redistribuya entre «los pobres». Desgraciadamente, como el milenarismo y las teorías apocalípticas, los antihéroes, salvapatrias, y personajes populistas resurgen en periodos de crisis económica y moral tal como la que en estos momentos sufrimos, derivada de la pandemia del cobid19.
¿Cómo y por qué, si no, se hicieron con el poder personajes tales como Stalin, Hitler, y demás tiranos y liberticidas?
Ayn Rand nos presenta en su novela «La Rebelión de Atlas» a Ragnar Danneskjöld y lo contrapone a Robin Hood. Nos habla de un pirata de origen noruego que, se dedica a asaltar barcos que transportan riquezas conseguidas por los gobernantes expropiando a los ciudadanos productivos. Ragna Danneskjöld emprende una lucha que tiene como objetivo devolver el dinero recaudado-expoliado, a las personas a quienes se les había cobrado por el simple hecho de haber sido capaces de generar riqueza.
Pues, «eso», el día 4 de mayo se celebra un gran combate entre Isabel Díaz Ayuso y todos los progresistas que, tratan de imitar a Robin Hood…
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