Izquierdistas: envidiosos y resentidos.
CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
“La emulación -basada en la admiración- es honrosa y digna de gente de honor; envidiar es, en cambio, vil y de espíritus mezquinos; ya que, mientras unos se disponen por medio de la emulación, imitación, a alcanzar los bienes, los otros se proponen a través de la envidia, que el prójimo no los posea”. Aristóteles.
La palabra envidia proviene del latín invidia, derivado de invidere: in (hacia el interior) y videre (ver), lo que originariamente significó “meter la mirada” y a partir de ahí derivó a mirar con malos ojos, con hostilidad, para progresar hasta el significado actual.
El Diccionario de la Real Academia -de la Lengua- Española define la envidia como: “tristeza o pesar del bien ajeno”.
La envidia implica una ferviente aspiración de poseer algo de lo que se carece, pero que lo disfrutan otros. Se acompaña del deseo de que quien efectivamente dispone de lo que se anhela, lo pierda, o de alguna manera se vea perjudicado.
Antes de nada, es importante subrayar que sentir envidia es natural, todos la sentimos. Sentir envidia no es malo, otra cuestión muy diferente es cómo actuamos cuando lo hacemos desde la envidia, desde el resentimiento.
Compararse con los demás es normal, pero si uno desea conseguir algo que otros poseen, para sentirnos mejor, lo importante es fijarse en qué han hecho esas personas para conseguirlo y a continuación, ponerse manos a la obra.
Miguel de Unamuno afirmó que “la envidia … es la íntima gangrena del alma española.” Pienso que tiene razón Unamuno e incluso me atrevo a añadir que el pecado nacional de los españoles está compuesto no solo de envidia, sino también de resentimiento. Resentimiento es sinónimo de «tener sentimiento de pesar o enfado por algo». De un tiempo a esta parte, España ha acabado convirtiéndose en un país de enojados, enfado en el que está presente la ira, el odio y el deseo de venganza…
Los resentidos son personas desagradecidas y sus fracasos son siempre culpa de los demás, de la sociedad, del entorno… No sólo son incapaces de agradecer lo que se hace por ellos, sino que acaban por transformar los favores que reciben en combustible de su resentimiento.
Actualmente, hay un caldo de cultivo especialmente favorable para los resentidos: las redes sociales en las que se cobijan, permanecen en el anonimato bajo seudónimos. Entre los resentido predomina generalmente la apelación a la “justicia social” y a las “desigualdades”.
La justicia social es un tópico que abarca desde la filosofía política, economía y sociología a la conversación coloquial y la propaganda política. En realidad, se trata de una promesa vacía de campañas electorales; una excusa de los gobernantes para justificar cualquier intervención e intromisión política en la vida y en las propiedades de los ciudadanos.
Los políticos y burócratas que recurren a ella para justificar sus acciones o inacciones, nunca explican qué entienden por “justicia social”, y se limitan a proferir eslóganes tales como “mejorar las condiciones de los desfavorecidos” o la búsqueda del “bienestar social”; ambigüedad calculada mediante la cual siempre evitan decir a qué se refieren exactamente, pero siempre es un recurso muy socorrido utilizado para intentar salir airosos de situaciones complicadas.
La justicia social es una idea que subyace en la creencia ingenua de que “el gobierno debe poner remedio a todas las miserias, da igual de la clase que sean”.
Cuando uno profundiza un poco más, se encuentra con la idea de “justicia distributiva” a la que, en realidad, más bien habría que llamar “redistributiva” pues, su objetivo de transferir recursos expropiados a unos, para entregárselos a otros.
En eso de la justicia distributiva está, fundamentalmente, presente una especie de resentimiento envidioso que proclama que todo ingreso logrado en el libre mercado –basado en acuerdos e intercambios libres y voluntarios– es siempre injusto. Y, lleva aparejada la idea de que corresponde al poder político la obligación de corregir tales resultados indeseables, tales desigualdades, mediante acciones de redistribución.
La envidia que, como hemos afirmado, es hasta cierto punto natural en los seres humanos, hace que algunos no soporten que otros tengan más de lo que “merecen”, al menos según los estándares del resentido.
Quienes recurren a justificar sus acciones u omisiones, sus deseos de más y más regulaciones e intervencionismo, con el argumento de que hay que corregir las desigualdades y las “perversiones” del capitalismo, de la economía de mercado, olvidan consciente o inconscientemente que, los beneficios que la gente consigue guarda relación con su habilidad, con su esfuerzo, e incluso sus sacrificio, con su capacidad y su méritos, y se trata de quienes participan en el mercado, a lograr satisfacer los deseos de los consumidores. Es el comprador, el que decide cuando el mercado satisface sus gustos y preferencias, el mayor o menor éxito de quienes producen bienes y servicios depende exclusivamente de ello. Si hay más gente dispuesta a pagar por ver una película de un actor de éxito que por escucharme a mí dando una conferencia o por leer mis escritos, ello no implica una “imperfección del mercado”.
En “La Fatal arrogancia”, F. Hayek explica que “si antaño alguien hubiera podido imponer a sus semejantes determinados criterios de justicia basados en la igualdad o lo que hoy algunos llaman justicia social, la sociedad civilizada no habría llegado a existir, casi con total probabilidad.
Un mundo “rawlsoniano”, poner en práctica la “Teoría de la Justicia” de John Rawls jamás habría conducido a la Humanidad a la civilización, ya que reprimir las diferencia, las desigualdades, habría paralizado la posibilidad de nuevos descubrimientos.
El mercado no es ni justo ni injusto. Pero, como afirma Hayek, “pueden los intelectuales seguir empecinados en el error de creer que los humanos son capaces de diseñar nuevas y más adecuadas éticas ‘sociales’, y como resultado traerán más y más desgracias, penurias, hambre, pobreza y muerte. Todo lo contrario de lo socialmente justo y civilizado.
Una forma de salir de “la moral de la envidia y del resentimiento”, es cambiar todo el sistema de enseñanza, descartando la pedagogía de la victimización, y reemplazándola por el objetivo de que los jóvenes desarrollen sus capacidades creativas, intelectuales y físicas; sus diversas inteligencias matemáticas, verbales, musicales, emocionales, la imaginación, la investigación, el trabajo en equipo; para que sean creativos, productivos, proactivos, y fortalezcan su carácter, la templanza, la perseverancia para lograr sus objetivos para ser felices y contribuir a la sociedad. Y, por supuesto, recuperando la capacidad y el mérito como forma de progresar en lo académico y en lo social.
Pero, nunca se olvide que el resentimiento -y esto es lo más grave- no tiene cura, y que la única medicina, el único antídoto es la generosidad. Y esta nobilísima virtud forma parte del “alma”: se puede fomentar o disminuir, e incluso convertirla en hábito mediante el ejercicio y el entrenamiento…, pero, es casi imposible crearla en quien no la tiene o no desea poseerla.