Carlo Maria Viganò, Arzobispo.
Llegará el día en que se pedirá a los prelados de la Iglesia Católica que aclaren qué intrigas y conspiraciones pudieron haber llevado al trono a quien actúa como servidor de los servidores de Satanás.
Deus, qui beato Petro Apostolo tuo,
collatis clavibus regni cælestis,
ligandi atque solvendi pontificium tradidisti:
concede; ut, intercessionis ejus auxilio,
a peccatorum nostrorum nexibus liberemur.
Oh Dios, que confiando a tu apóstol Pedro
las llaves del reino celestial
le diste el poder pontificio de atar y desatar:
concédenos, por la ayuda de su intercesión,
ser liberados de los lazos de nuestros pecados.
— Alabado sea Jesucristo.
El 18 de enero la Iglesia en Roma celebra la fiesta de la Cátedra de San Pedro, con la que la autoridad que Nuestro Señor confirió al Príncipe de los Apóstoles encuentra en la cátedra su símbolo y expresión eclesial.
Encontramos rastros de esta celebración desde el siglo III, pero fue en 1588, en la época de la herejía luterana, cuando Pablo IV estableció que la fiesta de la cátedra qua primum Romæ seedit Petrus tuviera lugar el 18 de enero, como respuesta a la negación de la presencia del apóstol en la ciudad de Roma. La otra fiesta de la cátedra de la primera diócesis fundada por san Pedro, Antioquía, es celebrada por la Iglesia universal el 22 de febrero.
Permítame señalar este importante aspecto: así como el cuerpo humano desarrolla anticuerpos cuando surge una enfermedad, de modo que pueda ser derrotado cuando se contagia, así también el cuerpo eclesial se defiende del contagio del error cuando éste se produce, afirmando con mayor incisividad aquellos aspectos del dogma amenazados por la herejía. Por eso, con gran sabiduría, la Iglesia proclamó verdades de la fe en determinados momentos y no antes, ya que esas verdades eran hasta entonces creídas por los fieles de forma menos explícita y articulada y no era todavía necesario especificarlas.
Los cánones sagrados del Concilio Ecuménico de Nicea responden a la negación arriana de la naturaleza divina de Nuestro Señor, y encuentran eco en las espléndidas composiciones de la antigua liturgia; la negación del valor sacrificial de la Misa, la transubstanciación, los sufragios y las indulgencias encuentran respuesta en los cánones sagrados del Concilio de Trento, y junto con ellos también en los sublimes textos de la liturgia.
La fiesta de hoy responde a la negación antipapal de la fundación de la Diócesis de Roma por el apóstol Pedro, una fiesta que fue querida por Pablo IV precisamente para reiterar la verdad histórica impugnada por los protestantes y reforzar la doctrina que de ella deriva.
Los herejes y sus seguidores neomodernistas, que han infestado la Iglesia de Cristo durante los últimos 60 años, actúan de manera opuesta. Y cuando no niegan descaradamente el Magisterio católico, intentan debilitarlo guardándolo en silencio, omitiéndolo y formulándolo de tal manera que resulte equívoco y, por lo tanto, aceptable incluso para quienes lo niegan.
Así actuaron también los heresiarcas del pasado, así actuaron los innovadores del Vaticano II, y así actúan aquellos que, para no ser acusados de herejía formal, pretenden anular aquellas “defensas inmunitarias” de que se había dotado la Iglesia, para hacer caer la fe en el error e infectar esas defensas con la plaga de la herejía.
Casi todo lo que el Cuerpo Místico había desarrollado sabiamente a lo largo de los siglos –y particularmente durante el segundo milenio de la era cristiana–, creciendo armoniosamente como un niño que se hace adulto y se fortalece en cuerpo y espíritu, ha sido ahora voluntariamente oscurecido y censurado, con la engañosa excusa de volver a la sencillez primordial de la antigüedad cristiana, y con el propósito inefable de adulterar la fe católica para agradar a los enemigos de la Iglesia.
Si se toma el Misal montiniano, no se encontrarán herejías explícitas en él; pero si se lo compara con el Misal tradicional, se encontrará que la omisión de tantas oraciones compuestas en defensa de la verdad revelada fue más que suficiente para hacer que la Misa reformada fuera aceptable incluso para los luteranos, como ellos mismos admitieron después de la promulgación de ese rito fatal y equívoco. Para confirmarlo, incluso las fiestas de la Cátedra de San Pedro en Roma y Antioquía se han fusionado en una sola, en nombre de esa cultura de la cancelación que la secta modernista adoptó en la esfera eclesiástica mucho antes de que la izquierda progresista se la apropiara en la esfera civil.
El 18 de enero celebramos las glorias del papado, simbolizadas por la Cátedra Apostólica que el genio de Bernini compuso artísticamente en el altar del ábside de la basílica vaticana, dominado por el vitral de alabastro que representa al Espíritu Santo y custodiado por cuatro doctores de la Iglesia: San Agustín y San Ambrosio para la Iglesia latina, San Atanasio y San Juan Crisóstomo para la Iglesia griega.
En el proyecto original, que se ha mantenido intacto a través de los siglos, la cátedra estaba situada sobre un altar, al que no perdonó la furia devastadora de los innovadores, que la trasladaron entre el ábside y el baldaquino de la Confesión. Pero es precisamente en la unidad arquitectónica de altar y cátedra –que hoy ha sido deliberadamente borrada– donde encontramos el fundamento de la doctrina del primado de Pedro, que se funda en Cristo, Aquel que es el lapis angularis (piedra angular), así como el altar del sacrificio, que es también símbolo de Cristo, está hecho de piedra.
Celebramos el papado en una fase histórica de grave crisis y apostasía, que ha llegado incluso al nivel del trono en el que se sentó Pedro por primera vez. Y mientras nuestros corazones se rompen al contemplar las ruinas causadas por la devastación de los innovadores en detrimento de tantas almas y de la gloria de la majestad divina; mientras imploramos del Cielo una luz que nos permita comprender cómo conjugar la promesa de Nuestro Señor Non prævalebunt con el flujo constante de herejías y escándalos difundidos por aquel a quien la Providencia nos ha infligido a la cabeza del cuerpo eclesial como castigo por los pecados cometidos por la jerarquía en estas décadas; Mientras vemos la división entre los que se engañaban pensando que todavía tenían un Papa segregado en el monasterio y el cisma en las diócesis del norte de Europa con su perverso camino sinodal fuertemente deseado por Bergoglio, recordamos la profecía de León XIII de feliz memoria, que quiso insertar en la oración del exorcismo contra Satanás y los ángeles apóstatas aquellas terribles palabras que en su tiempo debieron sonar casi escandalosas, pero que hoy entendemos en su sentido sobrenatural:
Ecclesiam, Agni immaculati sponsam, faverrimi hostes repleverunt amaritudinibus, inebriarunt absinthio; Ad omnia desiderabilia ejus impias miserunt manus. Ubi sedes beatissimi Petri et Cathedra veritatis ad lucem gentium constituta est, ibi thronum posuerunt abominationis et impietatis suæ; ut percusso Pastor, et gregem disperse valeant.
Terribles enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero inmaculado, la han envenenado con ajenjo; han puesto sus manos perversas sobre todo lo deseable. Allí donde se estableció la Sede del Bienaventurado Pedro y la Cátedra de la Verdad para iluminar a las naciones, allí han colocado el trono de su abominación e impiedad, para que, hiriendo al Pastor, dispersaran también al rebaño.
No son palabras escritas al azar: fueron escritas después de que León XIII, al final de la Misa, tuvo una visión en la que el Señor concedía a Satanás un período de tiempo de unos cien años para poner a prueba a los hombres de la Iglesia. Son el eco del mensaje de la Santísima Virgen en La Salette, cincuenta años antes: “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo”, y preceden en poco más de una década a aquella tercera parte del secreto de Fátima en la que, con toda probabilidad, Nuestra Señora predijo la apostasía de la jerarquía con el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica.
Todo creyente a lo largo de los siglos ha sabido mirar a Roma como faro de verdad. Ningún Papa, ni siquiera los más controvertidos de la historia como Alejandro VI, se ha atrevido jamás a usurpar su sagrada autoridad apostólica para demoler la Iglesia, adulterar su magisterio, corromper su moral y banalizar su liturgia. En medio de las tormentas más espantosas, la Cátedra de Pedro ha permanecido inquebrantable y, a pesar de las persecuciones, nunca ha faltado al mandato que le confirió Cristo: Apacienta mis corderos. Apacienta mis ovejas (Jn 21,15-19).
Hoy, y desde hace 10 años, apacentar los corderos y las ovejas del rebaño del Señor es considerado como una “solemne locura” por parte de quien ahora ocupa el Trono de Pedro, y el mandato que el Señor ha dado a los apóstoles –“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20)– es visto como un “proselitismo” deplorable, como si la misión divina de la Santa Iglesia fuera comparable a la propaganda herética de las sectas. Así lo dijo el 1 de octubre de 2013; el 6 de enero de 2014; el 24 de septiembre de 2016; el 3 de mayo de 2018; el 30 de septiembre de 2018; el 6 de junio de 2019; el 20 de diciembre de 2019; 25 de abril de 2020 y nuevamente recientemente el 11 de enero de 2023.
Y aquí se derrumba el último y jadeante vestigio de lo que fue el Vaticano II, que hizo de la “misión” [ missionarietà ] su lema sin comprender que para anunciar a Cristo a un mundo paganizado es necesario ante todo creer en las verdades sobrenaturales que Él enseñó a los apóstoles y que la Iglesia tiene el deber de custodiar fielmente.
Diluir la doctrina católica, silenciarla, traicionarla para agradar a la mentalidad de la época, no es obra de fe, porque esta virtud se funda en Dios, que es la Verdad Suprema; no es obra de esperanza, porque no se puede esperar la salvación o la ayuda de un Dios cuya autoridad reveladora y amor salvador se rechaza; no es obra de caridad, porque no se puede amar a Aquel cuya esencia misma se niega.
¿Cuál es el defecto que ha afectado al cuerpo eclesial, haciendo posible esta apostasía de los jefes de la jerarquía, hasta el punto de causar escándalo no sólo en los católicos, sino también en los pueblos del mundo? Es el abuso de autoridad. Es creer que el poder vinculado a la autoridad puede ser ejercido con un fin totalmente opuesto al fin que legitima la autoridad misma.
Es ocupar el lugar de Dios, usurpar su poder supremo para decidir lo que es justo y lo que no, decidir lo que todavía se puede decir a la gente y lo que se debe considerar anticuado o superado en nombre del progreso y la evolución. Es usar el poder de las llaves santas para desatar lo que debe estar atado y atar lo que debe estar desatado. Es no comprender que la autoridad pertenece a Dios y a nadie más, y que tanto los gobernantes de las naciones como los prelados de la Iglesia están todos jerárquicamente sujetos a Cristo Rey y Sumo Sacerdote.
En definitiva, se trata de separar la cátedra del altar, la autoridad del vicario y del regente de la de quien hace sagrada esa autoridad, ratificada desde arriba, porque Él posee su plenitud y es su origen divino.
Entre los títulos del Romano Pontífice, aparece, junto a Christi Vicarius , también el de Servus servorum Dei . Si el primero ha sido rechazado con desdén por Bergoglio, su elección de conservar el segundo suena a provocación, como demuestran sus palabras y sus obras. Llegará el día en que se pedirá a los prelados de la Iglesia que aclaren qué intrigas y conspiraciones pueden haber llevado al trono a quien actúa como siervo de los siervos de Satanás , y por qué han asistido temerosamente a sus excesos o se han hecho cómplices de este orgulloso tirano herético.
Tiemblen los que, sabiendo, callan por falsa prudencia: con su silencio no protegen el honor de la Santa Iglesia ni preservan del escándalo a los sencillos, sino que, al contrario, sumergen en la ignominia y la humillación a la Esposa del Cordero y alejan a los fieles del Arca de la Salvación en el momento mismo del diluvio.
Oremos para que el Señor se digne concedernos un Papa santo y gobernantes santos. Implorémosle que ponga fin a este largo período de prueba, gracias al cual –como todo acontecimiento permitido por Dios– estamos comprendiendo ahora cuán fundamental es instaurare omnia in Christo , recapitular todo en Cristo; cuán infernal –literalmente– es el mundo que rechaza el señorío de Cristo, y cuánto más infernal es una religión que se despoja con desprecio de sus vestiduras reales –vestiduras teñidas con la sangre del Cordero en la Cruz– para hacerse sierva de los poderosos, del Nuevo Orden Mundial, de la secta globalista. Tempora bona veniant. Pax Christi veniat. Regnum Christi veniat .
Y así sea.
Arzobispo Carlo María Viganò
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