Jesús Calvo Pérez
Con sus 35 años de vida, escribió pródigamente sus poesías “Castellanas”, “Nuevas Castellanas” y “Extremeñas”
Nuestro acervo literario español, figura entre la antología de la categoría poética, prosística, mística y filosófica de todos los tiempos, y no solo referida a la edad de oro española.
Después, hemos tenido figuras más comprometidas con la realidad que iba conformando el devenir de nuestra historia patria, pero que han quedado un tanto relegadas, bien sea por la sombra de los clásicos consagrados, o por la falta de hábito de la lectura, ignorando injustamente la valía de estos auténticos patriotas que han tomado el pulso del presente de sus días.
De entre muchos nombres, solo me voy a referir al ejemplar poeta en lo moral, en lo filosófico, en lo literario, en lo familiar y en lo patriótico, del salmantino-cacereño don José María Gabriel y Galán (1870-1905).
Con sus 35 años de vida, escribió pródigamente sus poesías “Castellanas”, “Nuevas Castellanas” y “Extremeñas”.
En puro castellano clásico, y hasta en extremeño, nos transmitió el espíritu popular y agrícola del final decimonónico, sin olvidar el estado político de su querida España, con sus carencias materiales y sus valentías morales, con sus abandonos sociales y sus heroicas virtudes de una raza indomable por su religiosidad orgullosamente secular, y espíritu de conquista evangelizadora.
No podía faltarle en su variadísima temática del alma popular, tocar el triste tema del pulso ya decadente moral, de aquella España de fin de siglo decimonónico, manejado por el tufo de republicanismo cobarde y abandono del autoritarismo necesario que “posteara” aquel estado decadente general, que tanto atacó el gran San Pío X, a la muerte de Gabriel y Galán, en 1905.
He aquí el presagio sobre España, que el poeta dejó impreso en su poesía titulada “FE”, allá por el año 1900.
Parece escrita para la “democracia” de nuestro pedantesco y modernísimo siglo liberal-masónico, plural-globalizante y mundialista-sincretista:
“Señor: ¡Mi Patria llora!
La apartaron, ¡Oh Señor!, de tus caminos,
y ciega hacia el abismo corre ahora,
la del mundo de ayer reina y señora
de gloriosos destinos.
hijos desatentados,
que ya vieron sin pudor vencida,
la arrastran atajos ignorados…
¿Señor, que va pérdida!.
¡Que no lleva la Cruz en la Bandera!…”.
De ahí, las Constituciones liberales de los modernos Estados, enzarzados en eternas discusiones parlamentarias de lucha por el poder de sus partidos, que la parten más cada día y que sus Congresos parecen más un patio de monipodio, un sainete de exhibicionismos literarios, dónde ya no es tanto la razón del Estado, cuanto el ingenio de oratoria caricaturesca o tópica para desacreditar al contrario, que no al colaborador en la solución de grandes problemas nacionales.
Así, llegamos a una decadencia nacional en todos los ámbitos, traída por manos de traidores, de cobardes y de pasotas, con el consiguiente desprestigio ante el mundo, de la que fue potencia evangelizadora de medio mundo, y nación privilegiada en sus héroes y en sus santos.
Al fin, un parasitismo enquistado en el mismo espíritu antiespañol, que se llama liberalismo, antifilosófico y anticatólico.
Sobran pretextos: “¡Por sus frutos los conoceréis!”.
Varón
Me jiedin los hombris
que son medio jembras!
Cien vecis te ije
que no se lo dieras,
que al chinquín lo jacían marica
las gentis aquellas.
Ahora ya lo vide, y a mí no me mandis
más vecis que güelva.
Te largas tú a velo,
que pue que no creas
que tu cuerpo ha parío aquel mozu,
ni que lo cebasti con tu lechi mesma,
ni que tieni metía en la entraña
sangri de mis venas.
N’amás de mimarros
y delicaezas
que ha queao lo mesmo que un jilo
paliúcho y sin chispa de juerza.
Ca instanti se lava,
ca instanti se peina,
ca instanti se múa
toa la vestimenta,
y se encrespa los pelos con jierros
que se lo retuestan,
y en los dientis se da con boticas
de unos cacharrinos que tieni en la mesa,
y remoja el moquero con pringuis
n’amás pa que güela
¡Jiedi a señorita
dendi media lengua!
Se levanta a las nuevi corrías
y a las doci lo mesmo se acuesta.
¡Va a ponersi pochu
si acotina de aquella manera!
¡Güeno está pa mandalo a bellotas,
pa ayualmi a escuajal en la jesa,
pa jacel un carguju de tarmas
y traelo a cuestas,
u pa estalsi cavando canchalis
dende que amaneci jasta que escurezca!
Los muchachos de acá me esconfío
que mos lo apedrean
cuantis venga jaciendo pinturas
u jablando de aquella manera:
y verás cómo el mozu no tieni
ni agallas ni juerza
pa el primero que quiera molarsi
rompeli la jeta.
Ya no dici padri,
ni madri, ni agüela.
«Mi papá, mi mamá, mi abuelita…»
así chalrotea,
como si el mocoso juesi un señoruco
de los de nacencia.
Ni mienta del pueblo, ni jaci otro oficio
que dil a una escuela
y palral de bobás que allí aprendí,
que pa na le sirvin cuantis que se venga.
Pa sabel sus saberis le ije:
«Sácame la cuenta
del aceiti que hogaño mos toca
del lagal po la parti que es nuestra.
Se maquilan sesenta cuartillos
p’acá parti entera,
y nosotros tenemos, ya sabis,
una media tercia
que tu madre heredó de una quinta
que tenía tu agüela Teresa.»
¡Ya ves tú que se jaci en un verbo!
Sesenta la entera,
doci pa la quinta,
cuatru pa la tercia,
quita dos pa una media, y resultan
dos pa la otra media.
Pues el mozu empringó tres papelis
de rayas y letras,
y pa ensenrearsi
de aquella maeja,
ijo que el aceiti que a mí me tocaba
era «pi menus erre», ¿te enteras?
¡Pus pues dil jacindu
las sopas con ella!
¿Y esos son saberis?
¡Esas son fachendas!
No le quise mental del guarrapo
ni icile siquiera
que hogañazo vendimus el churru
pa comprar un cachuju de tierra.
¡Allí no se jabla
de esas cosas ni en ellas se piensa!
N’amás que se jaci comel confituras,
melcal vestimentas,
dirse a los cafesis,
dirse a las comedias
y palral de bobás que no valin
ni siquiá una perra
¡Jolgacián como el nuestro muchacho
no va a haberlo, si aquí no se enmienda!
Yo no lo distingo de otros señorinos
que con él se ajuntan y jolgacianean.
¡Son como maricas!
¡Juy, qué vestimentas!
Ves una persona
por detrás, en la calle, tan tiesa
y endi lejus no sabis de cierto
si es macho u es jembra.
Güelin a lo mesmu
como las ovejas,
y p’aquí no es asín, que ca cosa
güeli a su manera:
güeli a macho la carni de hombre,
y la carni de jembra da a jembra.
Hay que dil a buscar al muchacho
cuantis que se puea,
y le dicis a aquellos señoris
que esu no quita pa que se agraeza,
pero que a su padri le jaci ya falta;
y asín se la enreas.
No lo quió jolgacián, aunque muchos
saberis trujiera.
Y no es esu solu lo que a mí me enrita,
que otras ocas me jacin más mella…
Hay que dil a buscalo ca y cuando:
que venga, que venga;
porque, mira: ¡me jiedin los hombres
que son medio jembras!…
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