CÉSAR ALCALÁ.
La vida de Juan de Borbón y Battenberg está marcada por dos adjetivos: incompetencia y fracaso. Toda su vida esta repleta de errores que marcaron su evolución política. Muchas veces por culpa de él y otras por dejarse aconsejar por personas incompetentes. Esto propició que la línea sucesoria saltara un peldaño y fuera su hijo, Juan Carlos de Borbón, el que asumiera el rol de rey de España.
Las oportunidades del momento marcaron su vida política. Desde que murió Alfonso XIII hizo lo imposible por conseguir el trono que éste abandonara en abril de 1931. Para ello sólo tenía que estar a bien con una persona: Francisco Franco. A pesar de los mucho que se ha explicado, su sumisión al Caudillo fue completa. Las excepciones se produjeron como consecuencia del asesor del momento. Si bien tenía que mantenerse firme y hacer creer que era contrario al régimen, la realidad es todo lo contrario.
Para empezar intentó aliarse a él durante la guerra civil. Se presentó como voluntario para combatir contra los republicanos. Quiso embarcarse en el crucero Baleares. Franco no aceptó su ofrecimiento. Era normal. Si se llegaba a restaurar la monarquía, el rey no podía ser una persona que hubiera participado en uno de los dos bandos. Tenía que ser neutral. Por eso impidió su participación. Ahora bien, Juan de Borbón, mal aconsejado, profería declaraciones a favor de Franco e, incluso llegaba a llamarlo como ‘el jefe’. Todo esto era perjudicial para él y para el pensamiento sucesorio ideado por Franco.
A pesar de esto, Franco siempre pensó en Juan de Borbón como pretendiente al trono de España. Ninguna otra opción entraba en los planes del primero. Ni Carlismo ni otras salidas le sucederían. Sólo Juan de Borbón. Por eso el 28 de diciembre de 1937 le escribió a Franco, desde Roma, ofreciéndose y expresándole su deseo de obedecer sus órdenes como el mejor medio de servir a España. Esta sumisión al Caudillo continuó en los primeros años de la posguerra hasta que entró como consejero de Juan de Borbón un personaje oscuro llamado Pedro Sainz Rodríguez. Es bajo los consejos de este que se impacienta y, ante el avance de los aliados durante la II Guerra Mundial, decide plantarle cara a Franco y publicar el manifiesto de Lausana. Posteriormente le reclamaría que le entregara la soberanía y en 1943 un ultimátum. Después vendría el manifiesto de Estoril. Juan de Borbón se volvió antifranquista. Al menos en apariencia. Pactó con los exiliados y fomentó conspiraciones para derrocar a Franco.
Un nuevo cambio, de acercamiento, se produjo al estallar la guerra fría. Franco cada vez es más fuerte y Juan de Borbón ve que si no se vuelve a acercar y rectifica sus anteriores comentarios, el trono se le esfumaba de las manos. Por eso decide entrevistarse con él, cederle a su hijo para que estudie en España, acepta los principios del Movimiento. Es demasiado tarde. Si en un principio Franco había pensado en él, sus vaivenes políticos lo habían descalificado como rey. Ahora había un sustituto llamado Juan Carlos de Borbón y el Caudillo se volcó en él.
Otro desliz en su conducta política fue enfrentarse a su hijo cuando este, en 1969, aceptó la sucesión a titulo de rey. Juan de Borbón estaba apartado del trono de facto y por ley. Le retiró la palabra a su hijo. Estuvo más de un año sin hablarle. Y el golpe de gracia lo dio una vez muerto Franco, cuando intentó un pronunciamiento en París contra su hijo. Por suerte esa vez le hizo caso a uno de sus consejeros y desistió.
El fracaso político de Juan de Borbón estuvo marcado por una vida libidinosa. A parte de sus amantes y sus juergas en el casino de Estoril, se acercó a la masonería, al republicanismo, e hizo de su exilio y su rango un modus vivendi que lo beneficiaron económicamente. Voluble y oportunista, Juan de Borbón se nos presenta, a los quince años de su muerte, como un personaje muy diferente al que nos han querido vender algunos historiadores y la prensa. Juan de Borbón nunca fue demócrata, sino que se valió de unos presuntos derechos dinásticos para su propio beneficio. Esto es, su deseo de reinar. Para conseguirlo no dudó en acercarse a personas cualificadas como peligrosas y a cambiar reiteradamente de programas y estrategias.
Juan de Borbón no estaba preparado para ser rey y lo demostró con los años. Cuando sus dos hermanos renunciaron a sus derechos al trono de España estaba en Bombay. Allí recibió un telegrama de su padre que decía: «Por renuncia de tus dos hermanos mayores, quedas tú como mi heredero. Cuento contigo para que cumplas con tu deber». El mismo llegó a comentar: «Aquellas nuevas responsabilidades suponían abandonar mi gran vocación por la mar. Fue un momento para mí muy grave…Dudé durante ocho días. Por fin, por sentido del deber y de disciplina familiar, acepté». Esto demuestra su inaptitud para liderar unos derechos que el destino le puso en su camino.
Por decreto de su hijo, el rey Juan Carlos I, fue enterrado con honores de rey, aunque nunca ostentó la corona de España, al que algunos han calificado de sáprata, de voluble, de oportunista, y que otros han querido hacer creer que si en España actualmente existe una monarquía parlamentaria, es gracias a sus esfuerzos y a su tesón. La realidad, como veremos, es muy diferente y la monarquía reina en España gracias a otros y no por el papel que él jugó pues, con sus actuaciones, ilegitimó la institución.
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