Pero, no olviden que, sólo se pueden sumar sumandos homogéneos…
Carlos Aurelio Caldito Aunión.
En estos momentos en los que los españoles decentes, están amedrentados, acobardados, muchos víctimas de la ignorancia, del odio y algunos próximos, muy cerca de iniciar un estallido violento; cada vez son más los que acaban llegando a la conclusión (demasiado tarde) de que las terribles circunstancias que sufren España y los españoles, se podían haber evitado si en las últimas, las penúltimas y las antepenúltimas elecciones generales, regionales y municipales, las diversas “derechas” hubieran ido juntas, coaligadas. Es más, somos muchos los que consideramos que, hay que hacer algo ya, sin aplazamientos, para crear un Bloque de Derechas, poner en marcha una alternativa al gobierno frentepopulista de Sánchez e Iglesias; y mañana es posible que empiece a ser demasiado tarde…
Somos muchos los que consideramos que, no es momento de encogerse, empequeñecerse, lamentarse, fustigarse… y rehuir el combate; por el contrario, es imprescindible entrar al trapo, sin complejos, promover la confrontación de ideas, de proyectos; es el único modo de evitar que nuestra Patria, España, pase de estar moribunda a acabar muriéndose.
Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada, tal como decía Edmund Burke.
¿Y por qué, la gente buena no hace nada para evitar que triunfen los malvados? Por miedo.
El miedo paraliza, es enemigo de la acción, predispone al hombre a la pasividad, lo hace incapaz de enfrentarse al mal.
Pero, tal como afirmaba el filósofo cordobés, Averroes, el miedo está basado generalmente en la ignorancia. La ignorancia conduce al miedo, el miedo incita al odio, y el odio a la violencia.
Esta última reflexión me trae a la memoria una conversación que mantuve hace meses, antes de que el gobierno de Pedro y Pablo nos impusieran el arresto domiciliario, con mi peluquero de siempre, mientras me cortaba el pelo.
Ante mi pregunta de si él permitiría que el equipo directivo de su comunidad de propietarios y el administrador de fincas le robaran a él y sus convecinos; mi peluquero me contestó que le daba igual, que fueran quienes fueran los miembros del equipo directivo y el administrador de fincas, él era de la opinión de que iban a robar, por más que alguien tratara de impedírselo… añadió que su mayor deseo es que no lo molesten, que él paga su cuota mensual, y pasa de todo…
Son muchos los españoles que piensan igual que mi peluquero, y no se les pasa por la cabeza que, las cosas en España puedan ser de otro modo, y los que acuden a votar cuando los llaman, votan –salvo excepciones- con la nariz tapada, sin leerse el programa de ningún partido, sin conocer a las personas que forman parte de las diversas candidaturas.
A estas alturas del texto debe de haber alguno que se pregunte; ¿Acaso es que los españoles son estúpidos?
No, aunque nuestra nación no esté libre de poseer estúpidos como cualquier parte del mundo, pues en todos sitios cuecen habas y… en mi tierra a calderadas. Sencillamente, la razón fundamental es que los españoles, salvo excepciones se informan casi exclusivamente a través de las televisiones y a través de sus amigos, familiares, conocidos, y le otorgan credibilidad a los que consideran “de los suyos” y recurren a la “ignorancia voluntaria”, también llamada “ignorancia racional”.
El ser humano suele caer en tres tipos de ignorancia: aquellas cosas que sabemos que ignoramos, aquellas cosas que no sabemos que ignoramos y aquellas cosas que preferimos ignorar.
El ser humano parece tener una natural tendencia a engañarse a sí mismo llegando incluso, en su ciego afán por proteger su engañosa seguridad, a tildar la realidad de “falsa”.
Por supuesto, esta tendencia a engañarse a sí mismo no es solo aplicable a los asuntos relacionados con la política: existe gente que cree en la astrología, la quiromancia, la cartomancia, e incluso en los horóscopos; gente que cree en la homeopatía, ignorando los numerosos estudios clínicos que demuestran que no es más que efecto placebo, y demasiado caro; gente que creen en ovnis; en espíritus; en conspiraciones… gente que “cree”.
Y es que creer es fácil, pues el que cree se despreocupa de cualquier evidencia o pregunta incómoda, deja de lado el trabajo de buscar información y comparar lo que ha encontrado, se olvida de pensar por sí mismo y de evaluar los hechos. Para creer solo se necesita aceptar incondicionalmente.
Si algo no es agradable, sea la crisis económica o social, o como ahora, también de salud pública, o la pérdida de un ser querido o simplemente la complejidad del universo en el cual vivimos, es más cómodo creer en lo que nos dice alguna autoridad que en lo que nos muestra la realidad de la que nos gustaría huir.
Al parecer, lo importante es despojarse del peso de la responsabilidad y transmitírselo a alguien, sea éste una persona, una institución o Dios. Ya se sabe que, si alguien no elige, no actúa, no mueve su voluntad, siempre tendrá la posibilidad de decir aquello de “yo soy un mandado”, y por lo tanto no estoy dispuesto a asumir las consecuencias de mis actos… Ese es el motivo por el cual la gente nunca suele hacerse responsable de su voto cuando es convocado a participar en unas elecciones.
La gente no estudia a cada candidato, no los compara, no trata de discernir sobre las ventajas e inconvenientes de votar a uno u otros, tampoco lee sus programas (si es que presentan algún programa). Generalmente, quienes votan, lo hacen ignorando cuál es la mejor opción. “Votar bien”, elegir la mejor opción requiere emplear tiempo y esfuerzos a los que la mayoría de los electores no están dispuestos. Evidentemente, los promotores de las diversas candidaturas y partidos políticos saben sobradamente que la gente funciona así.
¿Por qué será que en un país tan aparentemente politizado, como España, las cuestiones políticas están tan lejos de las preocupaciones del ciudadano corriente?
La falta de interés del ciudadano en lo concerniente a la política hay que interpretarla desde la perspectiva de costes y beneficios.
Para la mayoría de los ciudadanos, poder comprender a fondo la actualidad política y poder formarse una opinión acertada es costoso, pues requiere bastantes tiempo y esfuerzo; y se percibe como poco beneficioso, dado que la mayoría tiene la idea (de forma más o menos consciente), también, de que la probabilidad de cambiar la situación, e influir en la gestión de los asuntos públicos, a través de su voto es muy escasa.
Por otro lado, el debate público aborda generalmente cuestiones complejas que, a pesar de su trascendencia social, la gente no tiene idea de que le afecten directamente y, por lo tanto, no considera que haya que poner mucha atención en ellas. Aunque, más tarde, paradójicamente la mayoría de la gente tenga la osadía de decir que tiene “derecho a opinar” y que su opinión también es importante, e igual de respetable que la de cualquiera.
¿Reformar la Constitución? ¿Reforma de la Administración de Justicia? ¿Reformar la organización del Estado; necesidad o no del Senado, necesidad de recentralización y eliminación del “estado de las autonomías”…? ¿Reforma del sistema de pensiones? ¿Inmigrantes que intentan entrar en España por Ceuta y Melilla o en «pateras»..? ¿Política exterior? ¿Aborto, Eutanasia?
¡Uffff… no me “caldees la cabeza” -que diría un extremeño-… Bastante abrumado me siento ya con las actividades en mi vida cotidiana, como para atender a esos problemas!
El ciudadano que acaba optando por ser voluntariamente ignorante se plantea el siguiente dilema: dejarse llevar y actuar “ciegamente” al dictado de otros, o abstenerse de participar (no votar).
A nadie se le escapa una consecuencia importante de todo esto: la desinformación convierte a los ciudadanos en presa fácil de las estrategias propagandísticas de líderes, o partidos políticos, o lobbies, o grupos políticos populistas, y de las informaciones sesgadas y adulteradas que divulgan, publicitan para defender sus puntos de vista.
Y permítaseme que vuelva a insistir, a ser reiterativo:
¿Y por qué ocurre todo esto?
Pues muy sencillo: todos buscamos tener los menos problemas posibles en nuestras vidas. Por esto, preferimos seguir siendo engañados con nuestro consentimiento. Preferimos seguir obviando la parte de la realidad que no nos gusta ver.
Nuestra sociedad acepta y aplaude todo esto, ignorando el esfuerzo personal, el amor hacia la cultura, el afán por ampliar conocimientos y los méritos de muchísimos de nuestros ciudadanos que, se marchan de su patria, porque no se les ofrece nada para avanzar en cultura, libertad y dignidad.
¿Qué se puede esperar de una sociedad que permite a sus ciudadanos conseguir, con el mínimo esfuerzo, lo máximo, atropellando a quien se le ponga en su camino, utilizando medios no lícitos, a costa de lo que sea?
Sí, aunque sea lamentable tener que reconocerlo, España está encanallada.
En la actual España, la de la corrupción por doquier, hemos llegado a un grado tal de encanallamiento, de perversión, que son muchos (si no legión) quienes consideran que hay corrupciones malas, corrupciones regulares, y hasta corrupciones “buenas”. Es realmente triste que haya personas que consideren que las prácticas corruptas son daños o males relativamente “soportables” y lleguen a disculpar las acciones de gente canalla, bandidos, delincuentes, fundamentalmente por estar esas formas de actuación más o menos extendidas, y ya el colmo de los colmos por ser practicadas por “gente de los nuestros”.
Se puede afirmar sin exagerar que, si hay gente que no es corrupta, o no lo es más aún, es porque no se entrena lo suficiente, o no se siente capaz por cobardía, y no porque considere que es éticamente reprobable, detestable.
Estoy hablando de quienes dicen cosas tales como: “bueno, bueno,… tú es que eres un exagerado, un extremista,… no se puede ser tan rotundo.”
¿No hay que ser “rotundo” al hablar de compromisos éticos, de comportamientos moralmente aceptables, de decencia?
Habrá quienes digan que eso es casi imposible en la actual sociedad, e incompatible con la forma de vida contemporánea… Habrá quienes digan que vivir en sociedad implica ciertos compromisos y deberes que pocas personas pueden rehuir, y que todos estamos obligados a cumplir, y que, en ocasiones no queda otro remedio que recurrir a la mentira, al engaño, al fraude, al robo, a la malversación de fondos públicos o privados, a perjudicar al prójimo, a tomar decisiones injustas para salvar nuestro prestigio, o lograr salir con éxito de una situación crítica, desesperada.
Justificar determinadas formas de corrupción, decir que las hay “soportables” es entrar en el terreno del “todo vale”, del “todas las opciones son igualmente respetables…”, no hay “absolutos” ni verdades universales. Es una invitación a la inmoralidad y al caos… Una invitación a la indecencia.
¿Pero, entonces es inevitable dejarse arrastrar por el embuste, el engaño, la simulación, la hipocresía, el fraude y otras formas de inmoralidad y de corrupción?
Aún somos muchos los españoles decentes que pensamos que no, que la corrupción no es algo imposible de evitar.
Pero si todo de lo que vengo hablando es absolutamente reprobable, hay algo que lo es muchísimo más:
España es una meritocracia a la inversa. El actual régimen político selecciona a los peores y prescinde de los mejores individuos, de las personas componentes de la sociedad española.
España sufre un régimen oligárquico y caciquil, posee un elitismo perverso que, impide “la circulación de las elites”; en el régimen partitocrático que padecemos, las personas más capaces y las mejor preparadas son apartadas; se las posterga de forma sistemática, se las elimina, se las expulsa, se las excluye, de tal manera que, la mayoría de los españoles ni siquiera sabe que existen.
España está gobernada, dirigida por incapaces, por malvados y mediocres, de tal manera que se mantiene lejos de la cabeza, fuera de todas las instancias en las que se toman decisiones a la elite intelectual y moral del país. Es por ello que nuestra nación apenas progresa, vive estancada y camina hacia el abismo.
En el régimen caciquil, oligárquico sólo triunfan los peores…
Por todo ello, y mucho más, vuelvo a reiterar que, somos muchos los españoles decentes que, consideramos que, hay que hacer algo ya, sin aplazamientos, para crear, poner en marcha una alternativa al gobierno frentepopulista de Sánchez e Iglesias. Mañana es posible que empiece a ser demasiado tarde… Y, esa alternativa se llama crear un Bloque de Derechas, refundar la Derecha, para que en las próximas elecciones toda la derecha se agrupe en una sóla candidatura, es la única forma de vencer a la izquierda frentepopulista, a la que apoyan separatistas y etarras y cuyo objetivo es destruir nuestra nación.
Y no lo olviden: sólo es posible sumar sumandos homogéneos.
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